Prodigiosa obra maestra del danés Carl Theodor Dreyer que se erige como una de las obras cumbre de la historia del cine.
Ambientada en un poblado danés en el siglo XVII, el film se inicia con una acusación de brujería hacia la anciana Marta de Herlof. Esta, para protegerse, se intenta esconder en la casa del reverendo Absalon y pide protección argumentando que conoce el pasado oscuro de la segunda esposa del reverendo, la joven Anne. Según dice, la madre de Anne fue acusada de brujería, pero Absalon usó su influencia para salvarla y así proteger a su hija, con la que luego se casó. Mas sus intentos de huir son en vano y Marta es pronto atrapada y encarcelada.
Paralelamente, Martin, el hijo del primer matrimonio de Absalon vuelve al hogar paterno e inicia un romance secreto con su joven y bella madrastra. Todas estas intrigas se suceden bajo la atenta vigilancia de la sobreprotectora madre de Absalon, Merete, la cual aborrece a su segunda nuera.
Aunque en un principio podría parecer una película sobre brujería, Dies Irae es mucho más que eso. La trama relacionada con el proceso de Marta de Herlof en realidad acaba siendo relegada a un plano secundario al morir el personaje en la mitad del film. En realidad es más bien el detonante del conflicto central, además de servir como reflejo de la fortísima presión religiosa que afecta a todos los protagonistas del film, que viven subyugados por Dios.
Dreyer en ningún momento dramatiza en exceso los acontecimientos, por muy brutales que sean y todo lo que rodea al proceso y la ejecución de Marta de Herlof nos es mostrado con distanciamiento y respeto pero sin enfatizar su sufrimiento. El film empieza con un magnífico plano de la casa de la anciana mientras esta vende una especie de brebaje a una mujer. Inmediatamente después oímos a una multitud que grita su nombre acusándola de bruja, la cliente se escabulle y Marta de Herlof huye muerta de miedo. La sensación de claustrofobia que imprime el director dota a la escena de más angustia, filmando todo en un solo plano de seguimiento del personaje que no nos da el respiro de ver a los perseguidores para saber si están cerca (sólo los oímos). Nos sentimos tan angustiosamente atrapados como ella.

Todo el proceso de tortura y condena del personaje es cruel pero sin caer en los excesos. No vemos cómo la torturan pero sus simples gritos de horror nos son suficientes para entender su sufrimiento. En estas escenas contrasta la humanidad de la anciana (que parece inofensiva y resulta conmovedora cuando afirma suplicante que teme a la muerte e implora por su salvación) con la frialdad de los inquisidores, que en nombre de Dios la torturan sin inmutarse e incluso le dan consejos morales (“No debes suplicar por tu vida, sino por tu alma“).
Su humanidad bondadosa queda aún más patente en el hecho de que aunque ella chantajea al reverendo Absalon para salvar su vida, nunca llega a cumplir sus amenazas y en la hoguera simplemente maldecirá a sus ejecutores pero sin desvelar el secreto que se esconde tras la segunda esposa de Absalon.
A partir de aquí, Dies Irae se concentra en el que es el principal tema de la película: el difícil triángulo amoroso que tiene lugar entre Absalon, Anne y Martin, así como sus crisis morales. Por un lado, Absalon sufre una crisis espiritual puesto que la confidencia de Marta de Herlof le ha hecho recordar que salvó a una acusada de brujería simplemente para tomar a su hija como esposa, aun siendo ella mucho más joven que él. Este hecho que permanecía acallado en su interior vuelve a su conciencia y le hace plantearse su comportamiento como cristiano. Por otro lado, su hijo Martin está profundamente enamorado de Anne y es feliz con ella pero sabe que aunque no es su madre está cometiendo un incesto: la mujer a la que pretende es la esposa de su padre. Además, es una relación profana porque supone engañar a su padre pero también porque es demasiado carnal.

La relación entre Absalon y Anne muestra a la perfección el enfrentamiento que existe entre dos formas totalmente diferentes de vivir. Ella es pura vida, sensualidad y amor, representa la juventud y la frescura, mientras que su anciano marido Absalon es más serio, aburrido y deprimente. Cuando ella pide leer en la mesa unos salmos que hablan sobre el amor, su suegra furiosa le ordena que deje de leer, en esa casa su comportamiento tan vital y alegre (fruto de estar por primera vez con un hombre que ama) está mal visto. El amor además ha hecho que deje de someterse a su tiránica suegra y le da fuerzas para enfrentarse a ella. Anne casi ha resucitado.
Esa idea se refuerza aún más con el hecho de que Martin y Anne siempre salgan de casa para tener sus encuentros amorosos en la naturaleza. El contraste entre la deprimente casa oscura y austera donde viven respecto a la preciosa naturaleza donde se aman libremente hace que notemos aún más ese enfrentamiento. Los planos de los amantes son contrapuestos por Dreyer con otros de árboles y bellos paisajes naturales que nos muestran cómo la feliz pareja está en armonía con este entorno puro alejado de las perversas intrigas humanas.
En uno de esos paseos, la pareja mira un árbol inclinado sobre el agua y mientras ella lo entiende como que el árbol es tan feliz que se inclina para ver su imagen, él extrae una interpretación negativa. Este momento anecdótico refleja en un simple diálogo las diferentes formas de pensar de cada personaje y en cierta manera presagia que su relación no puede tener un final feliz, ya que aunque se aman él ha sido educado bajo la mentalidad represora y religiosa de su padre. Puede que este enamoramiento le haga sentirse feliz, pero en el fondo no puede huir de si mismo.
Cabe destacar también la excelente fotografía en blanco y negro, que juega muy sabiamente con las sombras y la oscuridad en el interior de la casa del reverendo, y con la luz en las escenas que suceden en la naturaleza.

Absalon por su parte se encuentra con un difícil conflicto: sabe que hay motivos de sobras para denunciar a Anne pero la ama. Y lo más doloroso de todo es ver con qué sinceridad la ama, hasta el punto de traicionar sus profundas creencias religiosas por salvar su vida. Este es uno de los mayores sacrificios de la película que pocos cineastas habrían sabido retratar con tanta sinceridad como Dreyer: el traicionar algo en lo que se cree y en lo que ha basado su vida por el amor sincero hacia su mujer (aunque también resulta chocante que haga un sacrificio tan hermoso la misma persona que minutos antes vimos como torturaba sin remordimiento a una anciana).
Es conmovedor ver lo ciego que está ante el idilio que tienen su hijo y su esposa, afirmando alegremente que por fin su mujer se ha llenado de vida pero sin saber el verdadero motivo. Ama tanto a los dos que es incapaz de creerles capaces de cometer un pecado como ese. En cierto sentido, este pequeño martirio es su forma de expiar su gran pecado: el adueñarse de una inocente joven y tomarla como esposa, algo que aún pesa sobre su conciencia y por lo que acabará pagando.
Al final, Absalon va perdiendo poco a poco la esperanza en la humanidad al haberla perdido en sí mismo. La muerte de uno de los inquisidores es interpretada como la maldición de la bruja Marta de Herlof y su propia muerte parecerá ser fruto de las dotes de bruja de Anne, cuya madre dicen que tenía la capacidad de hacer morir a quien quisiera. Sin embargo, lo que mata a Absalon del todo es el saber que ella y su hijo son amantes, lo cual viene a ser un fruto del pecado que él mismo cometió al querer casarse con una mujer mucho más joven que en realidad nunca le quiso.
¿Es realmente Anne una bruja? Dreyer nunca lo deja del todo claro, pero tal y como nos muestra la historia parece que lo importante no es si ella realmente es una bruja o no, sino si el resto de personajes (y especialmente Absalon y la propia Anne) lo creen. Este personaje nos resulta muy perturbador puesto que aunque sabemos que no es una bruja, sí que tiene algo especial que le da un aire misterioso. Esos ojos en los que su suegra ve fuego y su esposo ve claridad. O la sinceridad con que le pide a Martin que vivan juntos abandonando a Absalon, una frase que tiene cierto punto de inocencia por la forma como está dicha pero también algo de maldad por lo que supone. Anne será siempre un misterio tanto para los personajes como para nosotros.
En la escena final, la implacable Merete acusará públicamente a Anne de bruja y esta acabará confesando. Pero aunque a ojos de ellos Absalon fue asesinado por sus dotes de brujería y Anne será ajusticiada por ser bruja, nosotros sabemos la verdad. Absalon murió por el pecado que le estaba remordiendo la conciencia, y ella por sus ansias de vivir y amar libremente en una época en que algo así podía llegar a ser un pecado. Tanto el uno como el otro pagarán con su vida por haber cometido el pecado de amar a su manera.

[Fuente: www.elgabinetedeldoctormabuse.com]
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