Escrito por Eli Cohen
La captura y ejecución de Osama ben Laden me cogió por sorpresa en mi primera visita a New York. Salía de cenar más allá de la 90, en el West Side, y un coche frenó en seco a mi lado: de la ventana emergió la cabeza de un chaval gritando que Ben Laden había muerto. Inmediatamente me fui a la boca de metro más cercana y me dirigí hacia lo que un día fue el World Trade Center.
El lugar estaba abarrotado, se respiraba júbilo y alegría. Policías, militares y bomberos acudieron con sus uniformes de gala; había miles de jóvenes con la bandera estadounidense, turistas, trabajadores del metro y de las obras de la misma Zona Cero. No hubo trifulcas, altercados ni escaparates rotos. Los presentes, desbordados, cantaban el himno de su país y uno de los himnos de la ciudad, el “New York” de Alicia Keys. En aquel momento pensé, como pienso ahora, que no es malo alegrarse de la muerte de un genocida; todo lo contrario, es un momento de celebración.
Al día siguiente, con la resaca propia de haber trasnochado, tenía una cita pendiente: Strand. Aquella mítica librería neoyorquina en la que Paul Newman se pasaba largos ratos ojeando qué tenían para él. Vagando por esos pasillos abarrotados de libros, me topé con I am Jewish, una obra de testimonios en memoria de Daniel Pearl, el periodista decapitado en Pakistán.
Sus últimas palabras, antes de ser asesinado, fueron:
Mi nombre es Daniel Pearl. Soy un judío americano de Encino, California, Estados Unidos. Vengo… eh… por parte de mi padre la familia es sionista. Mi padre es judío, mi madre es judía, yo soy judío. Mi familia practica el judaísmo. Hemos hecho numerosas visitas familiares a Israel.
Editado por Judea y Ruth Pearl, que tras la muerte de su hijo crearon la Fundación Daniel Pearl para fomentar la paz y el diálogo –como venganza definitiva contra el odio, según palabras de los propios Pearl–, el libro recoge las reflexiones personales de cientos de judíos de todo el mundo sobre lo que significaban las últimas palabras de Daniel. Desde el recientemente fallecido Elie Wiesel hasta el periodista Larry King, pasando por Ehud Barak, el rabino Jonathan Sacks, Shia Labeouf, empresarios, artistas, académicos, jóvenes desconocidos, religiosos, ateos, laicos, tradicionalistas y conservadores, todos reflexionan sobre una de las preguntas centrales del pueblo judío –que en su día pretendimos responder–: ¿qué significa ser judío?
En cada testimonio leemos, maravillados, sobre la diversidad y debate que los judíos han llevado a cuestas desde aquel fatídico asedio que acabó en la destrucción de Jerusalén en el año 70 dC. Por encima de todas las características que envuelven al hecho de pertenecer al pueblo judío está el sentimiento de trascendencia, el procesar complejidades y cargar con la responsabilidad de una misión especial. Interpretado a veces como un sentimiento de superioridad, es, en cambio, una fuerza imparable que ha movido a los judíos a sobrevivir y destacar en todos los ámbitos del saber humano, a pesar de los obstáculos que han encontrado por el camino.
Nathan Sharansky, con sus palabras, y con el peso de su historia personal, da cuenta de ese leit motiv milenario:
Solo una persona que está conectada con su pasado, su pueblo y sus raíces puede ser libre; y solo una persona libre tiene la fuerza de actuar para el beneficio del resto de la humanidad.
La escritora Francine Klagsbrun incide en la idea de Sharansky:
En el núcleo del judaísmo existe la visión de ser una guía para otros.
De estas ideas de trascendencia y posteridad surgió el famoso principio de tikún olam (arreglar el mundo), que hoy es un reclamo para millones de judíos que no sienten conexión alguna con las otras formas que existen de practicar el judaísmo. Así lo subraya Jaim Kramer, el director del Instituto Breslov de Jerusalén:
Ser judío es tener la responsabilidad de hacer de nuestro mundo un lugar mejor.
El actor Richard Dreyfuss, al que recordamos por esa escena memorable en la que esculpe una montaña con un puré de patatas en Encuentros en la Tercera Fase –también, por supuesto, porStand by me, de Rob Reiner–, alude a una de las armas más poderosas de la supervivencia judía: el debate interior constante.
Lo realmente interesante está en la historia, en las preguntas y en los grandes debates entre judíos y sobre judíos.
En la misma línea, Sandy Eisenberg, la segunda mujer en ser ordenada rabino, dice que “ser judío significa hacer preguntas”.
Otros mencionan la riqueza de la cultura judía, o su capacidad de adaptación ante las adversidades.
Judea Pearl considera a los judíos como los “scouts” de la civilización: aventureros, innovadores, comprometidos. El filósofo francés Bernard-Henri Lévy, por su parte, se dice “judío universalista”, “judío a través de Levinas, Buber y Rosenzweig, del cristianismo, del antimaterialismo”.
El mítico periodista Larry King destaca lo que asombra al mundo todos los días:
Somos pequeños en número, pero nuestro impacto ha sido increíble.
De boca de sus protagonistas, extraemos del libro que ser judío puede significar muchas cosas: ahí entran en juego la fe, el linaje, la erudición, la historia, el sufrimiento, el debate, la filantropía, etc.
De las palabras de Daniel Pearl obtenemos algo más concreto y palpable: ser judío es un condicionante. Es una etiqueta que, orgulloso o no, siempre portarás para el resto de tu vida. Ser judío es un elemento definitorio, una parte de tu ethos.
No sabemos qué pasó por la cabeza de Daniel Pearl en esos momentos tan indeseables –tampoco nos atrevemos a especular–, pero sí podemos permitirnos suponer que lo de ser judío había moldeado su vida, que ser judío le había llevado hasta allí.
Judea & Ruth Pearl (eds.), I am Jewish, Jewish Lights Publishing, 2011.
[Fuente: www.elmed.io]
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