'Chanoir', inspirado en el gato negro de los carteles de un cabaret
parisino, es el nombre elegido por el colombiano Alberto Vejarano para
firmar los grafitis que pinta en las calles de París, un talento que lo
ha llevado a exponer en museos y galerías de todo el mundo.
"Estoy
reinventando el mamarracho", dijo en relación a su obra, que afirma que
es como los garabatos que la gente hace sin darse cuenta cuando habla
por teléfono.
Vestido con una máscara de peluche de Emilio
(Woodstock, el pájaro amigo de Snoopy) sale a pintar a la calle. Con
cuidado retoca los bordes de uno de sus grafitis. Calcula que puede
haber estampado entre 500 y 1.000 en toda su vida.
Nacido en
Bogotá en 1976, llegó a París cuando era niño. Pasó de ser un niño de
clase acomodada a vivir en un barrio más bien popular del noreste de
París. Allí descubrió el baloncesto y la cultura callejera.
Viste
una camiseta negra de la NBA sin mangas con el número 22 de los Wolves
de Minnesota. Completa su estilismo con deportivas, un pantalón corto y
una gorra.
"Hacer un grafiti es un poco como marcar un punto en la
cancha", contó en una entrevista con la AFP, en la que admitió que el
ego juega un papel central.
"El
grafiti siempre tuvo problema con la gloria. Este es el verdadero
deporte de los megalómanos. El grafiti es lo que pasa alrededor",
señaló.
Ha mostrado sus trabajo en galerías y museos de muchos
países, desde Reino Unido a China, pasando por su Bogotá natal y Estados
Unidos.
Las calles de Miami y Barcelona llevan su marca.
En Francia, ha expuesto en el Museo de Artes y Oficios de París, la prestigiosa fundación Cartier y en galerías privadas.
- Pintar a Napoleón -
En
sus telas, cientos de gatos con distintas expresiones conviven en un
universo de colores. "En Latinoamérica, se ponen más colores. Eso le da
un toque más tropical", explicó.
Su inspiración es diversa.
La
admiración de su hijo por Napoleón lo ha llevado a alterar estampas del
siglo XIX del emperador. Desde que comenzó a ver la serie 'Cosmos', sus
gatos flotan en polvo estelar.
Su lado más pop lo ha llevado a
hacer un decorado en las Galleries La Fayette, a trabajar para Cacharel y
a pintar un dibujo con el que Samsung promocionó un teléfono. Incluso
pintó un mural para Disney en los Campos Elíseos.
"Uno se prostituye, pero es una bendición. Solo que le
guste a alguien es un milagro, ya que lo quiera comprar es otra cosa",
dijo.
Pese a que puede ganar miles de dólares cuando vende una
pieza, la irregularidad de sus ingresos y su obsesión por las
colecciones lo hacen vivir de manera precaria.
"Vivo en la casa de mis padres. Es como Colombia en París", comenta riendo.
En
su taller del este de París afirma que hay asbesto en el techo. En
verano, se concentra el calor y en invierno, el frío arrecia.
Obsesivo,
consume parte de sus recursos en una colección de peluches de la década
de 1980, que están destinados a una instalación artística que ronda en
su mente.
"Cuando tuve dinero, me volví loco", confesó.
En una caja de plástico transparente se apilan decenas de juguetes en los que se ha gastado miles de euros.
En
Estados Unidos ya causó escándalo al montar una exposición en la que
torturaba a símbolos de la cultura infantil como los Muppets.
- Famoso por pintar mal -
Para
Alberto, su alter ego, el gato negro ('chat noir', en francés),
inspirado en el cartel que promocionaba un café del barrio de Montmartre
a finales del siglo XIX, es una metáfora.
"Es perfecto como animal urbano", contó.
En las calles, se ha curtido para soportar las críticas inevitables en el mundo del grafiti.
"Siempre
defendí el derecho a ser 'naíf'", afirmó reivindicado su logo, que es
tan simple que podría haberlo hecho un niño. "Antes decían este 'man' es
famoso por pintar feo", dice riéndose.
"Yo tenía un profesor de
la universidad que decía que uno tiene suerte si crea una cosa una vez
en la vida, dos ya es algo muy raro. Todo arte figurativo es un acto de
piratería", afirmó.
Para Alberto, el deporte es una metáfora para
el arte. Siente que lo que ha hecho hasta ahora es un entrenamiento para
un partido que no ha hecho más que comenzar.
"Llevo 20 años, ahora es como si tuviera una tarjeta de memoria con imágenes", señala.
[Fuente: www.globedia.com]
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