sexta-feira, 1 de julho de 2016

El último tango en Finlandia

Luces al atardecer (Laitakaupungin valot, Finlandia-Alemania-Francia/2006, color; hablada en finlandés y ruso). Dirección: Aki Kaurismäki. Con Janne Hyytiäinen, Maria Järvenhelmi, Maria Heiskanen, Ilkka Koivula, Sergei Doudko, Andrei Gennadiev, Kati Outinen. Guión y edición: Aki Kaurismäki. Fotografía: Timo Salminen. Música original: Melrose. Presentada por Alfa. 78 minutos. Apta para todo público.

Nuestra opinión: muy buena 

Por Marcelo Stiletano 

A diferencia del protagonista de El hombre sin pasado, el anterior film de Aki Kaurismäki que conocimos hace algo más de cuatro años, el personaje central de Luces al atardecer tiene un nombre (Koistinen), una identidad precisa y un empleo visible como guardia de seguridad nocturno en un centro comercial. Pero comparte con aquél varias características: el rostro impávido y pintado de desesperanza, el dolor acumulado por más de una pérdida, la incapacidad de reaccionar frente a agresiones injustificadas y gratuitas.

Koistinen cree en la justicia, en las causas nobles y en el amor. Pero su destino está en la derrota. Al principio termina con el rostro ensangrentado cuando pretende aleccionar a un trío de bravucones y bebedores compulsivos de cerveza que deja a su propio perro a la intemperie y sin alimento ni agua. Y más tarde paga estoicamente hasta con la prisión su idealizado vínculo con una mujer fatal que no hace otra cosa que aprovecharse de él para que sus amigos de la mafia rusa puedan robar sin oposición una joyería del centro comercial. Basta con que el ingenuo vigilador le confíe a esa rubia de ojos felinos y belleza gélida, con quien llega a imaginar hasta el casamiento, el código de seguridad del local que está bajo su custodia. 


Con un aire más pesimista y cáustico que en El hombre sin pasado, pero recurriendo una vez más a esa misma mirada íntegra, personal y coherente con la que viene construyendo su fecunda obra, Kaurismäki cierra lo que denominó "la trilogía de los perdedores". Basta una sucesión de planos fijos, escasas palabras, un humor negro casi absurdo y atmósferas urbanas asépticas y silenciosas para descubrir sin necesidad de segundas explicaciones ese universo expresivo al que el realizador vuelve en cada una de sus obras.

Una vez más, Kaurismäki deja de lado los aspectos más reconocidos y admirados de la sociedad finlandesa. Ni el admirado funcionamiento de su sistema educativo ni la tecnología al alcance de la totalidad de su población tienen lugar en el escenario amargo y desencantado en el que se mueven personajes que, ganen o pierdan, tienen la aflicción pintada en el rostro.

Luces al atardecer se desarrolla en una ciudad de espacios vacíos, de gente sola y de violencia contenida que puede explotar en cualquier momento. Sus habitantes acuden a bares y restaurantes, pero allí no hacen más que perseverar en la conducta que insinúan las lacónicas imágenes del entorno: casi todas las mesas están ocupadas por gente solitaria que fuma y bebe calladamente, jamás sonríe y sólo admite compañía por algún interés que no suele ser demasiado edificante.

Con esta pintura tan expresiva como sencilla, Kaurismäki nos dice mucho sobre lo que ocurre en las sociedades prósperas con quienes se quedan al margen. Lo hace con sencillez, sin subrayados aleccionadores, sólo con la ayuda de su enorme sensibilidad para extraer, por ejemplo, del plano fijo del impasible rostro de Koistinen una enorme cuota de amor propio, decoro y empeño por mantener la dignidad.

Con la invalorable ayuda de un notable grupo de actores siempre dispuestos, con mínimos gestos, a ponerse al servicio de un realizador que quiere entrañablemente a sus personajes, Luces al atardecer es otra muestra de la rara coherencia de Kaurismäki, que afirma contra todas las modas su opción humanista.

Gracias al probado predicamento que tiene el tango en Finlandia, al público argentino no le costará identificarse con la visión melancólica que transmiten las imágenes de Kaurismäki mientras suena en el film la voz de Carlos Gardel, primero con "Volver" y después con "El día que me quieras" en el comienzo y el final de los exactos y bienvenidos 78 minutos de este admirable relato.


[Fuente: www.lanacion.com.ar]




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