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Star Trek III: en busca de Spock. Imagen: Paramount Pictures.
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Embellecer el currículo con el socorrido «inglés: nivel medio»
actualmente no asegura allanar demasiado terreno en las entrevistas de
trabajo. Porque el auténtico futuro está en la especialización, en
dominar lenguajes más modernos y funcionales, en llenarse la boca con
palabras nacidas en galaxias lejanas, comunas de criaturas amarillas
carambanales, juguetes peludos o canciones del verano satánicas.
Literatura extraterrestre y fantástica
taH pagh taHbe’. DaH mu’tlheghvam vIqelnIS.
quv’a’, yabDaq San vaQ cha, pu’ je SIQDI’?
pagh, Seng bIQ’a’Hey SuvmeH nuHmey SuqDI’,
‘ej, Suvmo’, rInmoHDI’? Hegh. Qong —Qong neH—
‘ej QongDI’, tIq ‘oy’, wa’SanID Daw”e’ je
cho’nISbogh porghDaj rInmoHlaH net Har. (1)
(Hamlet, Acto 3, escena 1. Wil’yam Sheq’spir)
Para la tercera película de la saga Star Trek se contrataron los servicios del lingüista Marc Okrand
con el objetivo de dotar de una lengua completa y funcional a la raza
alienígena klingon, si bien algunas palabras de aquel idioma ficticio ya
habían asomado en entregas anteriores de la franquicia. Y aunque Okrand
no sería la única persona atornillando el habla de aquella especie (John M. Ford diseñó una lengua klingonaase en su novela The final reflection)
sí que lograría convertir su lenguaje klingon en el oficial de los
extraterrestres de frente escarpada, convirtiéndolo al mismo tiempo en
la asignatura pendiente de millones de fans con intención de establecer
cortejos de apareamiento durante las convenciones trekkies. Los
servicios de Okrand serían tan alabados que trabajaría para otros
mundos ficticios: bajo la nómina de Disney daría forma al lenguaje
atlante de Atlantis: el imperio perdido.
En Star Trek VI: aquel país desconocido un personaje soltaba un «no has experimentado realmente a Shakespeare si no lo has leído en su klingon original», una coña que aseguraba que el padre de Romeo y Julieta se llamaba Wil’yam Sheq’spir y tenía poco de inglés y mucho de klingon. Aquella noticia alegró bastante a Nick Nicholas y Andrew Strader, dos personas que a partir de ese momento dedicarían su vida al Klingon Shakespeare Restoration Project, o lo que es lo mismo: la titánica tarea de traducir Hamlet al idioma klingon. Tras varios años de trabajo, el resultado acabaría siendo editado como The Klingon Hamlet,
la revisión definitiva de la tragedia clásica, escrita en klingon y con
situaciones adaptadas a los escenarios de la raza extraterrestre. El
klingon siempre ha ido muy en serio: la gente se ha casado oficiando la
ceremonia en ese idioma, en un teatro de Minnesotta se estrenó la obra A klingon christmas carol que reinventaba el Cuento de navidad de Charles Dickens con unos klingon que solo hablaban en su lengua nativa y existe un Klingon Language Institute dedicado a promover el idioma.
The Klingon Hamlet. Imagen: The KlingonLanguageInstitute | . |
La mención a la obsesión trekkie más demente iría para d’Armond Speers,
una persona que se tiró unos tres años hablando a su hijo recién nacido
en klingon, mientras su mujer se dirigía a la criatura como si fuese
una persona de este planeta, hasta que el pequeño vástago decidió
empezar a ignorar al zumbado de su padre al descubrir que era la única
persona del mundo que parecía comunicarse en ese idioma.
Para El cristal oscuro se optó por retorcer un idioma extranjero para crear otro: los podlings se expresaban con palabras serbias pronunciadas con un marcado acento ruso. Luc Besson se inventó personalmente el lenguaje divino que hablaba Milla Jovovich en El quinto elemento y ambos fardaban durante el rodaje de escribirse notitas en dicho idioma. David J. Peterson
era otro de los lingüistas frecuentes en producciones de cine y
televisión: él solito se encargó de inventar un lenguaje para los elfos
oscuros de la segunda entrega fílmica de Thor, se ocupó del dothraki durante la primera temporada de Juego de tronos y reestructuró el alto valyrio durante la tercera. También creó el idioma de los druidas en The Shannara chronicles, el trigedasleng de Los 100 o los lenguajes alienígenas que aparecían en Star Crossed.
James Cameron,
en su megalomanía obsesiva, tendría especial interés en que las
criaturas que habitaban su poco inspirada Pandora fuesen creíbles como
especie viva. Y contrató a un Paul Frommer que creó un vocabulario y gramática completo para los gigantes azules. A los fans de Avatar,
que por lo que sea los hay, les hizo gracia el asunto y decidieron
desarrollar más a fondo en idioma na’vi con ayuda del propio Frommer.
Unos años después el lingüista expandiría el barsomiano de las novelas
de John Carter, que Edgar Rice Burroughs presentó en el papel, cuando sus aventuras pegaron el brinco hasta la gran pantalla. En el universo de Mundodisco los enanos hablan en kad’k y en la novela La naranja mecánica sus protagonistas se expresaban en un argot denominado nadsat, cuyo diccionario el autor incluyó a regañadientes en algunas ediciones.
El caso de la banda francesa de rock progresivo Magma es adorable: se inventan un idioma alienígena propio llamado kobaïan
que utilizan para cantar porque consideran que el francés se les queda
pequeño para transmitir las emociones que les hierven dentro. Y entonces
se cascan una colección de óperas rock que narran el éxodo de
la humanidad desde un planeta Tierra hecho unos zorros hasta aparcar en
el mundo de Kobaïa, donde se molería a palos con los nativos.
Enya también comentaría que el idioma en el que cantaba parte de su Amarantine era una lengua extraterrestre de universos lejanos. Pero bueno, era Enya. Enya dice muchas cosas.
Peluches
Doo-moh may-lah kah. (2)
(Un furby)
En
1999, dentro de las oficinas de la Agencia Nacional de Seguridad de los
Estados Unidos, se pusieron muy nerviosos al localizar a un posible
espía enemigo infiltrado. La descripción del intruso resultaba inusual y
fascinante: una criatura de pelaje rojo y naranja, de altura escasa,
grandes ojos y enormes orejas que balbuceaba un idioma extraño. Poco
después, tras una de las investigaciones más bochornosas en las que
probablemente se han visto implicados los agentes gubernamentales, el
organismo de seguridad prohibiría el acceso a todo tipo de furby en los
departamentos de la NSA. El supuesto espía era en realidad uno de
aquellos juguetes, un compañero mecánico con el que algún empleado había
decidido animar el cubículo. La agencia temía que aquel inesperado
visitante se pasase las tardes grabando conversaciones consideradas de
alto secreto. Desde Tiger Electronics, la compañía
responsable de los furbies, aseguraron públicamente que el micrófono que
contenía el cacharro era incapaz de reconocer o registrar sonidos
complejos, y que lo más peligroso que podía hacer el bicho era ponerse
muy pesado.
La colina Watership. Imagen: Ed. Rex Collings. |
Los
furbies invadieron el mundo con éxito en el ocaso de los noventa y
resucitaron en un par de ocasiones durante los dos mil. Eran una
evolución del concepto de muñeca cuya novedad se basaba en simular un Flores para Algernon:
recién salido de la caja el furby, se comunicaba de manera primitiva en
su propio idioma, el furbish, pero con el paso del tiempo sumaba a su
vocabulario palabras reales hasta desterrar su lenguaje primigenio y
comunicarse exclusivamente en una lengua reconocible. El furbish nació
inspirándose en otros idiomas como el alemán o el japonés, con un
vocabulario inicial de cuarenta palabras que se expandiría con los
nuevos modelos y una construcción influenciada por sus musas: disponía
de una palabra («doo») que ejercía como signo de interrogación, una
ocurrencia que había tomado prestada del japonés. Las criaturas tenían
la capacidad de hablar entre ellas, tuvieron un primo llamado Shelby que
hablaba un tercer idioma propio (el shelbish), y venían acompañadas de
un diccionario para que el usuario descubriese en qué muertos se estaba
cagando el bicho cuando le tocaba las narices.
Richard Adams publicó en los setenta La colina de watership,
una novela protagonizada por conejos que disfrazaba de cuento infantil
su metáfora sobre el comportamiento humano y cuya adaptación al cine
aterró a los chiquillos que esperaban ver una fábula amable
protagonizada por conejitos. Adams se sacó del sombrero una lengua
llamada lapine para los protagonistas de su historia, y lo
hizo sin demasiado esfuerzo, improvisando las palabras y poniéndose como
única norma que las mismas sonaran «mullidas». En la secuela del libro incluiría un glosario de la lengua.
Galimatías
Aserejé ja de je
de jebe tu de jebere
seibiunouva majavi
an de bugui an de güididípi. (3)
(Aserejé, Las Ketchup)
A
veces la mejor opción para hablar un idioma extranjero en una obra de
ficción es no hacerlo en absoluto y tomar el atajo más eficaz y
cuestionable: el de inventar galimatías que suenen parecido. Los discursos de Charles Chaplin en El gran dictador no eran más que barullos sin sentido que parecían alemán. Tip y Coll ofrecían clases de francés cuestionable con un vaso de agua. El zumbado cómico Andy Kaufman inventó un personaje llamado foreing man
que se expresaba en una mezcla de inglés zarrapastroso con una lengua
extranjera disparatada que el propio Kaufman improvisaba, y aquella
figura acabaría siendo el boceto de una de sus creaciones más conocidas,
el personaje de Latka Gravas de la telecomedia Taxi. Los diálogos de la túrmix gravitacional y steampunk que era el fabuloso juego Gravity Rush estaban
recitados en una jerga ininteligible que nacía de un grupete de
japoneses intentando imitar el tono del idioma francés y el latín. En
España unas terroristas musicales convirtieron en un hit ese arte tan castizo de mutar la letra de cantares extranjeros en lo que nos sale de las gónadas: el estribillo del satánico single «Aserejé» de Las Ketchup era un lenguaje ficticio que nacía de intentar repetir las estrofas del «Rapper’s Delight» de The Sugarhill Gang. En las incursiones televisivas y cinematográficas del universo Snoopy
era posible escuchar una de las ocurrencias más fascinantes a la hora
de componer una lengua fingida: el habla de todos los personajes adultos
sonaba como un trombón con una sordina.
Pero
de entre todas las jergas que oficialmente están compuestas por un
absoluto guirigay incomprensible la más famosa acabaría siendo la
utilizada por aquella comunidad de personajillos coronados por diamantes
verdes: el simlish. Un dialecto que aparecía por primera vez en el
simulador de vuelo SimCopter
para acabar convirtiéndose con el tiempo en una de las señas de
identidad de la famosísima franquicia de casas de muñecas que son Los Sims. Inicialmente Will Wright y Marc Gimbel
tontearon con el idioma navajo como medio de comunicación de los
personajes que habitaban sus mundos virtuales. Pero desecharían la idea
ante la incapacidad de encontrar algún indio vivo en las Américas, y
sobre todo porque consideraban que utilizando un batiburrillo
indescifrable no solo se ahorraban grabar miles de diálogos diferentes,
sino que además favorecían que las conversaciones estuviesen abiertas a
la interpretación personal del jugador.
Los Sims 4. Imagen: Electronic Arts.
El simlish se haría tan famoso que la compañía EA se dedicaría a sobornar con sacos con el símbolo del dólar a varias docenas de estrellas para que realizasen versiones en dicho idioma de sus éxitos más radiados: Katy Perry le dio a «Friday», Lilly Allen apareció con un videoclip ingame tontorrón de su «Smile» en simlish, Depeche Mode también pasaría primero por caja y después por el ridículo de pervertir su «Suffer well», The Flaming Lips lo haría con su «Free radicals», Nelly Furtado con «Manos al aire», The Chemical Romance traducían al slimish la estrofa «Drugs, gimme drugs, gimme drugs» que abría su «Na na na», y otros como Datarock, Hot Chip, Flo Rida, They Might Be Gigants, I’m From Barcelona o Good Charlotte también cantarían en el idioma de Los Sims. Lo
curioso es que para el no angloparlante aquella ficticia lengua de
videojuego sonaba igual que el inglés de toda la vida. Por aquí también
tuvimos la oportunidad de ver como un grupo patrio hacía el gilipollas
con su propio tema, porque La oreja de Van Gogh se puso el diamante sobre la cabeza y el trabalenguas en la boca con su «Dulce locura». La ventaja era obvia: escuchándola en simlish el oyente no sufría las ñoñadas sobre las que cantaba Amaia Montero.
Descifrando enigma
Los creadores de Futurama
descubrieron rápidamente que su audiencia era especialmente lista
cuando idearon, para introducir bromas ocultas, un alfabeto alienígena
llamado alienese que podía descifrarse por simple sustitución: cada una
de las letras marcianas tenía un equivalente en el abecedario latino.
Como los fans lo descifraron en una tarde, sus creadores decidieron
poner las cosas difíciles y reinventaron el idioma secreto forrándolo de
matemáticas, aquella ciencia a la que toda la serie envía cartas de
amor continuamente. La segunda versión del lenguaje alienese era
bastante más cabrona de desemarañar: a cada símbolo se le asignaba un
valor numérico, y en cada mensaje el valor del primer símbolo se
traducía directamente por su letra latina equivalente (siendo 0=A, 1=B y
sucesivamente), mientras que para las letras restantes era necesario
restar el valor numérico del símbolo anterior (y si el resultado era
menor que 0 sumarle 26). El número obtenido tras tanto baile se
sustituía finalmente por su letra correspondiente. Esta nueva versión
del idioma solo sería descifrada por completo gracias a una pista de los
creadores escondida en uno de los comentarios de los DVD.
Con el nombre de petisos carambanales se conocía a unas extrañas criaturas ectoplásmicas nacidas de la mano del dibujante Jan que invadieron las viñetas de Superlópez en el álbum Al centro de la tierra, aunque una versión primitiva de ellos ya se había asomado por varias portadas de la revista Superlópez.
Se trataba de unos seres diminutos y amarillos que hablaban con
extraños jeroglíficos. Aquel idioma estaba encriptado de manera
sencilla: cada símbolo correspondía siempre a una misma letra del
abecedario, y el asunto le hizo tanta gracia al director de la revista
donde se publicaba que agarró a Jan y organizó un concurso a su alrededor ofreciendo como premio un moderno Spectrum 2+ a quien fuese capaz de descifrar el código petiso. Aquel concurso lo ganó Jordi Coll, el caballero que a la larga acabaría convirtiéndose en director de Amaníaco Ediciones. Finalmente la revista Superlópez
acabó desvelando el código en un póster publicado en su número 21 y
logró con ello que un montón de chavales matasen las tardes
descodificando frases con papel y lápiz.
Revista Superlópez nº21. Imagen: Ediciones B.
J. R. R. Tolkien
Ai! Laurië lantar lassi súrinen
yéni únótimë ve rámar aldaron!
yéni ve lintë yuldar avánier
mi oromardi lissë-miruvóreva.
Andúnë pella, Vardo tellumar
nu luini yassen tintilar i eleni
ómaryo airetári-lírinen. (4)
(Extracto del poema «Namárië»)
En
la escala de tomarse molestias a la hora de fabricar un idioma ficticio
para dotar de cimientos a una historia están los que se complican la
vida, los que se esmeran de manera obsesiva y por último J. R. R. Tolkien
mirando al resto a través del retrovisor de su cohete de carreras.
Tolkien no se planteó crear un idioma ficticio para una obra de ficción,
sino que hizo todo lo contrario: crear una obra de ficción para un
idioma ficticio. Al fin y al cabo se trataba de un hombre que disfrutaba
con las lenguas construidas, alguien que paladeaba lenguajes buscando
belleza en los mismos, porque para él los idiomas debían ser hermosos,
debían proporcionar placer. Con esa pasión como combustible dedicó su
tiempo libre a diseñar y moldear varias familias de lenguas, y a idear
las variaciones de las mismas a lo largo de generaciones, sus
ramificaciones, la mitología que las rodearía y el mundo en el que
existirían. Lo de Tolkien era ir a lo bruto: edificó una lengua por hobby
y después construyó a su alrededor el escenario al ser consciente de
que el habla necesitaba habitar un mundo para moldearse. Y aquello era
una minuciosa genialidad.
El escritor ofreció en 1931 una conferencia titulada Un vicio secreto,
exclusivamente centrada en la creación de lenguas construidas, su
fonética, estructura y la mitología que generan a su alrededor, una
exposición tan interesante que acabaría siendo publicada en papel. En
otro ensayo, English and welsh, explicaría que una
vez se tropezó con unas palabras en galés cinceladas en una losa de
piedra y tuvo un estendhalazo. Tolkien era un profesor de Oxford que
comparaba descubrir el finlandés con beber un vino exquisito, alguien
que manifestaba públicamente no acabar de entender por qué el mundo
encontraba placer en el idioma francés existiendo el griego, el
italiano, el español o el latín.
J. R. R. Tolkien. Imagen cortesía de The Tolkien Society.
La colección de lenguajes que llegarían a componen la diversidad cultural de la Tierra Media resulta acojonante por extensa
y sobre todo por el hecho de brotar de una única persona. Y aunque la
mayor parte de aquellos idiomas no estaban totalmente elaborados, un
puñado de ellos como el quenya y el sindarin eran tan completos como
para ser aprendidos y hablados. El auténtico interés del escritor era
crear un lenguaje hermoso, y por eso la tarea pronto fue un trabajo de
orfebrería y no una mera brainstorming de palabras que sonaran graciosas: Rubén Díaz Caviedes resumió todo esto de manera genial entre sus razones por las que vivir al incluir como entrada número 106 lo siguiente: «La forma con la que J. R. R. Tolkien
insinuó, pero nunca confirmó, que sus elfos tenían las orejas
puntiagudas: en los idiomas élficos que inventó, le reservó el mismo
lexema a las palabras “hoja” —“lassë” en quenya, “lhass” en sindarin— y
“oreja” —“lár” en quenya, “lhewig” en sindarin».
El mundo real
Ĉu vi parolas Esperanton? (5)
(Frase coloquial para identificar ingenuos)
En 1887 Ludwig Lazare Zamenhof
diseñó un nuevo lenguaje con la esperanza de que se utilizase en un
futuro como principal medio de comunicación entre las naciones, que en
algún momento ayudase a lograr la paz mundial y que su uso hiciese
brotar árboles de algodón de azúcar y ríos de chocolate. Se trataba del
célebre esperanto y fardaba de ser extremadamente sencillo: con una
serie muy acotada de reglas, una única pronunciación posible para cada
letra y mucho prefijo y sufijo para trabajar con el lenguaje, Zamenhof
había ideado un idioma que regateaba las complejas reglas a las que se
sometían las formas habituales de comunicación verbal, aunque por el
camino perdía la flexibilidad de los idiomas oficiales y se volvía mucho
más literal, algo que puede convertirse en un problema como bien sabe
cualquiera que haya visto Guardianes de la galaxia.
A
la larga, el sueño de Zamenhof no llevó la humanidad a bailar en un
corro gigantesco, porque en el fondo el esperanto derivaba del latín y a
lo mejor a la gente que no habita en un país europeo de lengua
romance aquello no le acaba resultando tan fácil de aprender. En la
actualidad el esperanto es probablemente el lenguaje inventado más
famoso del mundo, y su existencia navega entre ser motivo de mofa, la
concienciación (hay gente que realmente lo habla) y los efectos
prácticos: en algunas obras de ficción se utiliza cuando un personaje
habla un idioma desconocido para el espectador; en la ya mencionada El gran dictador los
alemanes hablaban aquel enmarañado alemán falso, pero los habitantes
del gueto lucían carteles escritos en esperanto. En la década de los
sesenta incluso un par de películas se rodarían por completo en
esperanto: la estadounidense Incubus, con William Shatner trotando en una isla extraña repleta de demonios, y la francesa Angoroj.
En
California, a finales del siglo XIX, un grupo de emprendedores se
asentaron en Boonville y se dedicaron a disfrutar de la vida rural
ajenos al resto del mundo. Tan ajenos que en un momento dado comenzaron a
crear una jerga propia mutando el inglés y mezclándolo con un remix del
irlandés, el gaélico escocés, alguna cosilla del español y las
inusuales lenguas pomo, hasta el punto de configurar un argot propio
llamado boontling
que noqueaba a los extranjeros. Las razones por las que los habitantes
del lugar decidieron inventarse el habla no están registradas; se baraja
tanto la posibilidad de que fuese una mera distracción para no
aburrirse mirando a las ovejas como de que consistiera en una lengua
ideada por los críos para hablar en clave delante de los adultos, o
simplemente que hubiese nacido a partir del clásico «no hay cojones». En
la actualidad apenas un centenar de personas lo hablan, aunque
wikipedia tiene a mano un hermoso diccionario por si alguien se quiere animar a estudiarlo.
El boontling
no fue la única forma de comunicación exótica que nació durante el
siglo XIX. En China las mujeres acabaron hasta el moño de que su destino
implicase vivir aisladas en casa del marido a la fuerza sin ningún tipo
de comunicación con el exterior. Y como esa situación de esclavismo
parecía estar horriblemente normalizada en la sociedad, las damas no se
podían permitir ni quejarse abiertamente sobre su confinamiento ni
redactar misivas desahogándose —esto último sobre todo porque tampoco se
había considerado necesario que el sexo femenino tuviese que aprender a
leer o escribir—. Pero como sentencia Jurassic Park, la naturaleza al final siempre acaba abriéndose camino, y las féminas de China desarrollaron una escritura propia, denominada nushu,
que se transmitían de madres a hijas y servía para pasarse de tapadillo
cartas e información indescifrable para los poseedores de pito. A
diferencia del chino, donde cada palabra representaba un concepto, en el
alfabeto nushu los caracteres caligrafiados representaban
sonidos, acercándolo a idiomas más europeos, algo que daba un plus de
seguridad a las transmisiones secretas.
__________________________________________________________________
(1) ¡Ser, o no ser, es la cuestión! —¿Qué debe
más dignamente optar el alma noble
entre sufrir de la fortuna impía
el porfiador rigor, o rebelarse
contra un mar de desdichas, y afrontándolo
desaparecer con ellas?
Morir, dormir, no despertar más nunca,
poder decir todo acabó; en un sueño
sepultar para siempre los dolores
del corazón, los mil y mil quebrantos
que heredó nuestra carne.
(2) ¡Abrázame, por favor!
(3) ¡Hail Satanás!
(4) ¡Ah, como el oro caen las hojas en el viento,
e innumerables como las alas de los árboles son los años!
Los años han pasado como sorbos rápidos
de dulce hidromiel en las altas salas
de más allá del Oeste, bajo las bóvedas azules de Varda
donde las estrellas tiemblan
en la voz de su canción sagrada y real.
(5) ¿Hablas esperanto?
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