Una de las consignas compartidas en las redes sociales el pasado 19 de enero, con motivo de la manifestación en la Plaza de Mayo de Buenos Aires. |
La noche del domingo 18 de enero de 2015 los argentinos se fueron a la cama pensando que al día siguiente el fiscal federal Alberto Nisman tendría reservado un lugar de honor en la historia, al presentar ante el Congreso las pruebas que acusaban a su presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, de haber negociado con Irán la impunidad de los autores del peor atentado terrorista sufrido por Argentina. El ataque a la sede de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), el 18 de julio de 1994, dejó 85 muertos y un reguero de pistas que, durante 20 años, no llevaron a ninguna parte.
Pero lo que no ocurre en 20 años bien puede suceder en un minuto. La vida regala esos caprichos. El 19 de enero la trágica historia de una muerte sin culpables iba a revelar su tremendo potencial como inquietante novela negra. Nisman aparecía muerto en el baño de su casa en medio de en un gran charco de sangre, con la única compañía de una pistola Bersa calibre 22 y una bala alojada en el cráneo. El caso AMIA se convertía en el caso Nisman, y la trama del relato comenzaba a presentar a sus protagonistas que, como en las novelas de Agatha Christie, llegaban con la etiqueta de sospechosos colgando de su pasado reciente.
Gracias a este cambalache judicial los argentinos conocieron a Diego Lagomarsino, colaborador y amigo del fallecido, teóricamente el último hombre que vio con vida al fiscal, el encargado de llevarle el sábado por la tarde la Bersa 22 que acabaría con su vida, y que Nisman, también presuntamente, le pidió para defenderse. ¿No tenía suficiente con sus otras dos armas registradas y los diez escoltas federales que vigilaban su apartamento desde hacía años? Al parecer no, y aquí se inicia la larguísima serie de pareceres que por ahora definen una investigación poblada de interrogantes.
Nisman murió solo. Según las declaraciones de los escoltas, el fiscal les ordenó el viernes por la tarde que se fueran y no volvieran hasta las 11:30 del domingo. En otras palabras, que lo dejaran sin protección oficial dos días antes de presentar ante el Congreso las pruebas que acusarían a la presidenta de negociar la impunidad de los autores del atentado a la AMIA. En vísperas de la actuación para la que llevaba años preparándose.
Cuando los diez escoltas llegaron a las 11:30 de la mañana Nisman no respondió ni a la puerta ni al teléfono. Algo parecía que iba mal, pero lejos de actuar como podría esperarse de diez policías adiestrados en la defensa y protección de personas amenazadas, ninguno llamó a sus superiores. Contactaron con la madre del fiscal que, incapaz de recordar el código de acceso a la vivienda de su hijo por la puerta principal, intentó entrar por la de servicio. No lo consiguió. Solo con la ayuda de un cerrajero, que empujó sin ninguna dificultad la llave puesta, los escoltas y la madre pudieron acceder a la vivienda. Fueron los primeros en entrar en la vivienda: sin fiscal, sin policía científica y sin peritos. Para entonces ya eran las siete de la tarde. Al ver la sangre, los escoltas aseguran que dieron parte a la justicia. La fiscal del caso, Viviana Fein, no apareció en escena hasta pasada la una de la madrugada. Para cuando llegó, Sergio Berni, el secretario de Seguridad, ya estaba allí. Cuando le preguntaron por su inusual presencia, Berni contestó de forma chulesca:
—Yo puedo ir a todas partes.
Más tarde se arrepentiría de sus palabras.
Según una primera valoración forense, Nisman murió entre las 14:00 y las 15:00 horas del domingo. ¿Qué hicieron los escoltas, la madre del fiscal y el propio Berni durante las diez horas que tardó en llegar la policía científica?
Cuando finalmente se personaron en el lugar de los hechos el panorama no podía ser más novelesco. El fiscal se encontraba en el baño, en calzoncillos, y en medio de un charco de sangre. Demasiada sangre, según algunos expertos, para haber muerto de un disparo efectuado con una pistola de calibre tan bajo. Sobre su mesa de escritorio estaban los papeles que pretendía presentar en el Congreso. Los accesos al apartamento estaban cerrados y no parecía que hubiera habido intervención de terceras personas. A las 4:20 de la mañana la fiscal confirmaba la muerte de Nisman ante la prensa. El goteo informativo de filtraciones, rumores y medias verdades estaba a punto de empezar.
Mientras Argentina digería la noticia con el primer café de la mañana, los medios de comunicación protagonizaban una cobertura informativa tan vertiginosa como contradictoria. El gobierno Kirchner, que también se dio prisa en reaccionar, aseguró que la muerte de Nisman era un suicidio. Ante la perplejidad del país, Cristina Fernández de Kirchner no daba la cara.
Sorprendentemente, lo que sí autorizó la presidenta fue la difusión de la denuncia minuciosamente por el fiscal que en el último minuto había decidido, aparentemente, quitarse de en medio. Una vastísima cantidad de información recogida en más de 600 CD y con más de 5.000 minutos de escuchas entre supuestos enlaces del gobierno y representantes del régimen iraní, al que se involucraba en el atentado contra la AMIA.
A las nueve de la noche del lunes, una multitud conmocionada exigía la verdad a cacerolazos ante la Casa Rosada, la sede de la presidencia, en la emblemática Plaza de Mayo. Fue el momento que eligió la viuda de Néstor Kirchner, y su sucesora al frente de la principal institución argentina, para pronunciarse. Pero no lo hizo en persona. Prefirió colgar una larguísima entrada en su Facebook en la que defendía la hipótesis del suicidio. “¿Qué fue lo que llevó a una persona a tomar la terrible decisión de quitarse la vida?”. Para el Equipo K (como se denomina a la presidenta y su círculo de fieles escuderos) el caso estaba prácticamente cerrado.
Para los investigadores, no. Tercamente, el goteo de información se alejaba cada vez más de esa hipótesis.
El análisis forense dictaminó que Nisman no tenía rastros de pólvora en las manos. Un familiar que pudo acceder a la vivienda la noche de autos aseguró que el fiscal había dejado una lista de la compra para su asistenta. Se descubrió un tercer acceso al apartamento, y en él, una huella y una pisada. Para rematar la catarata de sospechas, el cerrajero dijo que cualquiera hubiera podido abrir la puerta de servicio. Además, el perfil psicológico del fiscal no encajaba en principio con el de un suicida. Al menos no con el de quienes han mostrado intenciones de quitarse la vida antes de conseguirlo.
Numerosos testimonios de amigos y periodistas con los que Nisman habló hasta la noche del sábado confirman que el fiscal estaba eufórico y algo acelerado. Le daba los últimos retoques, ilusionado, a la que se prometía una mediática presentación ante el Congreso de la Nación. En ningún caso se mostró frustrado o deprimido.
El gobierno, aturdido por la magnitud de los indicios, y sin una línea argumental homogénea o convincente, se defendía como podía ante cada nueva revelación. El suicidio se estaba convirtiendo en todo caso en otra figura retórica y policial: un suicidio inducido.
Pero todavía faltaba una pieza clave. La declaración de la juez Sandra Arroyo Salgado, exmujer de Nisman y madre de sus dos hijas. Desde un primer momento negó la hipótesis del suicidio y anunció que se presentaría como querellante. No se fiaba de los resultados de la autopsia, y su intención era repetirla con peritos de su elección. Mientras tanto, el viernes 23, seis días después de su muerte, el cuerpo de Nisman seguía en el depósito de cadáveres de la calle Viamonte sin ofrecer resultados concluyentes.
Sandra Arroyo dirigió un potente haz de luz sobre una de las preguntas que más quebraderos de cabeza han regalado a los investigadores del caso. ¿Por qué había interrumpido abruptamente Alberto Nisman sus vacaciones en Europa en pleno verano argentino? Después de diez años investigando el caso, ¿por qué era tan imperioso presentar la denuncia el 14 de enero?
La exmujer señala a la procuradora Alejandra Gils Carbó, conocida por su cercanía con los Kirchner, como detonante. Según Arroyo Salgado, a la vista de las pruebas recogidas por el fiscal, Gils Carbó aprovecharía el relajo veraniego para apartar a Nisman del caso. “Adelantó su regreso cuando se enteró de que desde el Gobierno querían desplazarlo de la Unidad AMIA y evitar que presentara su denuncia”.
Algo que, según la diputada Elisa Carrió, el fiscal no se podía permitir. “La única salida era contarlo todo. Si salía de la fiscalía estaba muerto”.
Nisman lo sabía, lo que no sabía era que al adelantar la presentación de su denuncia ante el Congreso argentino solo estaba adelantando la hora de su muerte.
Hace una semana la tensión social se podía medir con un voltímetro. Era eléctrica. El 80% de los argentinos no creía en el suicidio, ni inducido ni de cualquier otro tipo. Las protestas se sucedían espontáneamente y la agresividad verbal crecía en los medios, tanto en los oficialistas como en los opositores. Hubo quien calificó a Nisman de “pobre muchacho”.
Entonces Cristina Kirchner decidió volver a utilizar su Facebook para sorprender a sus compatriotas, protagonizando uno de los giros de 180 grados más apoteósicos de la historia política argentina, de por si acostumbrada al dónde dije digo… En otra larga entrada en la más concurrida red social del planeta, la presidenta escribió que a Nisman lo habían asesinado. “No tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas”. Todo era un complot contra su gobierno y Fernández de Kirchner necesitaba un culpable. “Lo usaron vivo y después lo necesitaban muerto”. ¿Quiénes?
El elegido, por alusiones, resultó ser Antonio Horacio Stiuso, alias Jaime, un veterano agente del Contraespionaje que ella misma había despedido en diciembre del año pasado.
Curiosidades de la vida, se trataba del mismo individuo que su marido, Néstor Kirchner, había designado años atrás como mano derecha de Nisman para que investigara el caso AMIA.
Si con la primera versión de la presidenta (a la que se sumó todo su entorno) quedó claro que el gobierno quería zanjar el asunto al margen de cualquier prueba, con la segunda quedó meridianamente claro que si era necesario ella misma las aportaría, aunque para ello tuviera que sacarse de la manga una confusa teoría de la conspiración que apunta directamente a una guerra interna entre agentes de la ex-SIDE, la Secretaría de Inteligencia del Estado, remodelada poco después de que Cristina Kirchner tuviera conocimiento de que Nisman pretendía denunciarla.
“Quitaron a Stiuso por pasarle información a la CIA”, declaró Juan Gabriel Labake el 16 de enero. “El siguiente paso es Nisman”. Con estas palabras resumía la situación la semana anterior a la inopinada muerte del fiscal el abogado de uno de los acusados en el caso AMIA. Resultaron proféticas.
Por efecto rebote, la muerte del fiscal ha expuesto a la luz pública el caos que reina en los servicios de espionaje argentinos, temerosos primero de las implicaciones del caso AMIA y desde el fatídico domingo, además, de los amenazadores tentáculos del nuevo caso Nisman. “La casa no está en orden” y la batalla entre las facciones del Equipo K y sus opositores ya se ha convertido en un striptease mediático. Según un alto funcionario de los tribunales federales “hay una guerra interna entre bandas de la ex-SIDE, y Nisman quedó en medio”.
“La ex-SIDE ha quedado expuesta, una gran caja negra que nadie sabe qué contiene exactamente”, explicó por su parte un periodista en televisión.
Para darle una vuelta más de tuerca a la trama, desde finales de la semana pasada comenzaron a hacerse públicas las escuchas obtenidas por Nisman e incluidas en su denuncia. Las filtraciones de esas escuchas dejaban en dolorosa evidencia los tratos entre agentes del gobierno argentino y del régimen iraní. En las grabaciones queda claro que los agentes negociadores argentinos hablan con la confianza que da hacerlo con el respaldo de la Casa Rosada, de un gobierno que ahora se desmarca y asegura que nunca trabajaron para él.
¿Entonces… para quién?
Según la cada vez más cuestionada presidenta, “los espías no eran espías, y la verdadera operación contra el gobierno era acabar con Nisman”.
Resultaría muy inocente pensar que las implicaciones del caso Nisman acaban en el propio Nisman. De ser ciertas las escuchas, estamos ante una diplomacia paralela en la que habrían participado muchos más agentes. No son pocos los que señalan a la CIA estadounidense y al Mossad israelí como intermediarios activos. Otros prefieren no pronunciarse, pero lo cierto es que en 20 años que la investigación lleva abierta no ha existido ni un solo imputado. En poco más de una semana ya son varios los nombres que, de validarse las escuchas, podrían aspirar a esa incómoda figura judicial.
Cuesta creer que esta trama se reduzca a una guerra intestina entre espías despechados que operan al margen del gobierno. Las conversaciones cruzan la inmensa frontera del océano Atlántico y apuntan directamente a los negocios más sucios del terrorismo internacional. ¿Es eso lo que descubrió Nisman y por tanto firmó su sentencia de muerte? ¿O en realidad prefirió quitarse de en medio?
Los argentinos temen que, como tantos de sus muertos, el fiscal se lleve su secreto a la tumba. El tango de hipótesis y las irregularidades que acompañan al caso desde el inicio les han obligado a viajar en el tiempo. Un retorno no deseado a los peores años de la dictadura. Pase lo que pase con el caso Nisman, habrá un antes y un después en su historia. Un sainete criollo escrito con sangre al que, de momento, nadie se atreve a esgrimir un final.
María Bayón es periodista. Estudió en la Universidad de Navarra e hizo un posgrado en Relaciones Internacionales y Terrorismo urbano por la Universidad de Aberdeen, en Reino Unido. Ha trabajado en radio, televisión y prensa. Ha sido corresponsal de CBS Telenoticias en Londres, dónde cubrió la detención de Pinochet y la guerra de Kosovo. Ha sido reportera gráfica en los programas de Antena3 TV 7días7noches, 360 grados yEquipo de investigación entre otros. Fue guionista del programa Viaje al corazón del ébola, un documental realizado en Sierra Leona para Televisión Española. En Twitter:@bayonmaria.
[Ilustración: Google Images - fuente: www.fronterad.com]
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