Escrito por Mikel Aristregi
Mientras conduzco de Riudoms (Tarragona) a la capital de la comarca sagarrenca de Cervera (Lleida) por la C-14 sigo construyendo y diseñando mentalmente la breve elocución en forma de agradecimiento que pronunciaré en público minutos más tarde. Un correo electrónico recibido en los días previos me advierte que la intervención no debe exceder los 30 segundos, aunque la brevedad del hecho no impide que lleve todo el día intranquilo, incluso nervioso, por este motivo. Podría limitarme a un simple gracias y acompañarlo de alguna palabra más que lo arrope, pero quiero decir lo que quiero decir, y quiero decirlo bien o, por lo menos, no parecer un idiota. Aunque N también va en el coche, gran parte del trayecto lo realizamos en silencio, sobre todo a partir de Montblanc. Aparcamos con facilidad en la parte posterior de la entrada a la universidad donde se celebra el acto. La noche es fresca, agradable.
Una mujer acompañada de un piano canta Allelujah de Leonard Cohen. En los primeros compases su voz me parece excesivamente aguda, casi acaricia la estridencia, pero poco a poco me invade una emoción tal que acabo llorando ante la mirada atónita y condescendiente del compañero de mesa que tengo en frente. Comprendo que es el espumoso de Analec que he bebido deliberadamente en cantidad prolija durante la recepción que nos ha dado la bienvenida en un intento de apaciguar mis nervios y atemperar mi espíritu. En un momento dado, de los altavoces, por fin, resuenan nuestras proezas y retumban nuestros nombres y acto seguido el silencio, el murmullo de los aplausos y un sonido sordo, el de mi corazón, golpeando en las sienes mientras recorro la distancia que separa nuestra mesa del escenario. Mis capacidades perceptivas quedan hasta tal punto dañadas que casi beso al ilustrísimo President de la Diputació, en lugar de darle solemnemente la mano como dicta el protocolo; aunque debo decir a mi favor que la inclinación de su tronco, a todas luces excesiva en relación a sus intenciones, al darme el pesado galardón induce al equívoco, y que yo, inmerso todavía en mi neblina, limitado en mi capacidad de análisis y apreciación de la realidad, interpreto como la materialización de una nueva era en la que los hombres besan a los hombres como símbolo de una sociedad más madura, más justa y equitativa, derogando ya, al fin, convencionalismos de marcado cariz machista que habían perdurado hasta ese mismísimo momento y que nosotros, con ese gesto, nos disponemos a dinamitar. Allí arriba, todo eso, en un momento. Finalmente, tras el aborto de beso y un abrazo que tampoco podemos calificar del todo como tal, nos estrechamos la mano. Solemnemente.
Acto seguido otro hombre se me acerca y me pregunta entre dientes si hablaré, mientras con los ojos me suplica que no lo haga, no sé si porque ve reflejado en mi rostro la inminencia del desastre o porque las intervenciones de las autoridades que nos han precedido han sido demasiado largas y vamos, como de costumbre, fuera de tiempo. Él no sabe que por este motivo llevo todo el día intranquilo, incluso nervioso, a estas alturas fuera de mí, por lo que deduzco que es imposible que me lo pregunte con la intención de evitarme un mal trago, así que, la pregunta, sobre todo tras haber tenido que aguantar más de once minutos de discurso del ilustrísimo presidente de la diputación y compañero imaginario de fatigas, me molesta. Por supuesto, quiero hablar, y a pesar de los altibajos en la modulación del discurso que excede en casi treinta segundos el tiempo estipulado, acabo diciendo en esencia lo que quiero decir.
Una vez recuperada la libertad, al abrigo de nuestros asientos de la mesa 4 y mezclados entre la multitud, N, también premiada, aunque sin turno de palabra por decisión propia, me comenta el bochorno de tener que presenciar un acto en el que la única participación de las mujeres se limite a la entrega de los trofeos al prohombre de turno, para que éste, a su vez, se lo entregue a los y las premiadas con la mejor de sus sonrisas. ¡Atención al pajarito! Con todo el asunto del discurso no me había fijado, pero se da la curiosa coincidencia de que todas las autoridades sobre el escenario (conseller, alcalde, presidentes varios, profesionales del mundo de la prensa, etc.) son sin excepción machos alfa de la mejor calaña, y yo ya no sé si estoy en la fiesta del vigesimoquinto aniversario del Patronato de Turismo de Lleida y los premios Pica d’Estats o en una gala de José Luis Moreno, si se me permite la exageración.
Finalmente, todo hay que decirlo, resulta ser una velada extremadamente agradable en la que degustamos, pese a la crisis, deliciosos platos (nueve en total, si incluimos los postres, entre los que destacaría la oveja ecológica con ortigas y garbanzos y el helado de pera con chocolate) y exquisitos vinos (uno diferente con cada plato, a cada cual más impresionante), todo ello elaborado exclusivamente con productos de la tierra de poniente. Acabada la cena, repartidos los obsequios y sorteada la manada de jabalíes que invade la A-2 a su paso por Tàrraga, llegamos, otra vez en silencio –esta vez N duerme- sanos y salvos a casa.
[Fuente: www.clubcultura.com]
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