terça-feira, 2 de setembro de 2014

Corrector de estilo con sentido del humor

Por Graciela Melgarejo 

Uno nunca termina de conocer a un artista. Más todavía si ese artista es escritor y sabe mejor que casi ningún otro cómo jugar con las palabras y los sentidos.
En su columna de opinión titulada "Cortázar: que los homenajes no sepulten al escritor", el crítico y periodista Maximiliano Tomas advertía que, ante la verdadera avalancha de homenajes organizados en su nombre, "el homenaje más sincero que se le puede ofrecer a un escritor es leerlo. O renovar el sentido de su obra, pensándola críticamente".
Un buen consejo que, la semana pasada, los intervinientes en la mesa sobre "Las lenguas de Cortázar: leer, escribir, traducir" tomaron muy en cuenta. La mesa formó parte de las ya mencionadas aquí Jornadas Internacionales "Lecturas y relecturas de Julio Cortázar", en la Biblioteca Nacional, y de ella participaron los escritores y críticos Gonzalo Celorio, Sylvia Saítta, Agustín Fernández Mallo y Mario Goloboff.
Un miércoles, a las 9.30 de la mañana -una mañana gélida y ventosa, que exigía mucho coraje para recorrer la explanada de la obra máxima de Clorindo Testa-, el auditorio Jorge Luis Borges lucía, sin embargo, bastante lleno. En los asistentes se advertía mucho entusiasmo e interés.
El escritor mexicano Gonzalo Celorio, académico y miembro correspondiente de la RAE, fue el encargado de hablar sobre el Cortázar lector, ya que ha tenido la gloriosa oportunidad de revisar y estudiar sus subrayados y anotaciones en los cerca de cuatro mil volúmenes que Cortázar había atesorado en su departamento de París y que han sido donados por su legataria universal, Aurora Bernárdez, a la Fundación Juan March de Madrid.
Nadie podía sospechar, ni el público ni sus compañeros de mesa, que la ponencia iba a permitir gozar y celebrar a un Cortázar casi desconocido, un lector voraz, sí, pero muy exigente, cuyos juicios podrían hacer ruborizar a más de un escritor de hoy: hacía anotaciones en los márgenes en francés, inglés o español, y corregía erratas, aun las más insignificantes. Celorio desarrolló después la recepción que de Paradiso había hecho el autor de Rayuela, que había leído la obra de José Lezama Lima en la primera edición, hecha en Cuba en papel muy ordinario y llena de erratas, que puntualmente eran marcadas en los márgenes por un lector erigido además en tenaz corrector de estilo. Por ejemplo, con un signo de interrogación al lado de una frase poco feliz o hasta un "¡Cheee!", pero también esto otro: "Che, Lezama, una página maravillosa". No es extraño que, cuando se decidió a hacer la segunda edición de la novela a cargo de la editorial mexicana Era, en 1970, ésta estuviera revisada y supervisada por su autor, pero al cuidado de Julio Cortázar y Carlos Monsiváis.
Este Cortázar era, sin embargo, el mismo que, como describió Mario Goloboff en su ponencia, se destacó por "su manejo del lenguaje, sus alteraciones del módico español o argentino rioplatense que hablamos y escribimos, sus interrogaciones sobre la sintaxis, su tendencia a ironizar sobre las normas gramaticales, a parodiar cierto léxico y cierta estructura". Porque, según figura en sus Clases de literatura. Berkeley, 1980 (Alfaguara): "Un escritor juega con las palabras, pero juega en serio".
[Fuente: www.lanacion.com.ar]


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