Bajo la sombra del deseado me senté y su fruto fue dulce a mi paladar”Cantar de los Cantares 2:3
Pene es el nombre aburrido con el que se permite, oficialmente, llamar al órgano eréctil que funciona para orinar y para gozar. Aunque los libros escolares insisten en que solo es un aparato reproductor.
Desde niña me fasciné con ellos, no por la envidia que explica Freud,
sino por verlos moverse en el cuerpo de mis amiguitos cuando corrían
por la playa. Era como un tintineo sin sonido. Gracias al calor, en las
costas la desnudez no causa tanto escándalo. Por eso, pude ver penes sin
pena desde que recuerdo.
No quería tener uno porque me daba pánico que me lo mordiera un perro
y me dejara sin nada entre las piernas. Me parecían simpáticos pero muy
frágiles, equivalentes a una tortuguita sin caparazón.
Lejos de la primera infancia y de la playa, no continué viéndolos
seguido. Ahora debía conformarme con los juegos de bajarse el pantalón a
cambio de subirse la enagua durante los recreos de la escuela. En
secreto, por supuesto, con alguien vigilando la proximidad de un adulto
que llegara con sus “cochinos”, “eso no se hace”, “eso no se toca”, a matarnos la fiesta de risitas que nos producía observarnos.
El temario de ciencias para sexto grado me acercó a una ilustración donde aparecía el “aparato reproductor masculino” en un corte transversal que señalaba todas sus partes importantes. Sobre su uso, hablamos entre estudiantes:
- La profe dijo que solo se mete en la vagina, pero no es cierto. Hay gente que también se lo pone en la boca.
- ¿En la boca? ¿Para qué?
- Para tomarse los espermatozoides.
- ¿Por qué?
- Porque eso hacen las mujeres cuando no se quieren embarazar. Por el estómago no llegan a la vagina.
- ¿No saben feo?
- Seguro, porque a veces los escupen.
- ¿Cómo sabes?- Lo vi en una película.
De repente, el pene se volvió objeto de estudio por la información
clandestina que ninguna maestra, profesor o persona de la familia nos
iba a facilitar sin incomodarse.
Intentaban convencernos de que su servicio consistía en depositar el
semen en la vagina para que se gestara un bebé y fin de la historia.
Descubrir que alguna gente que se lo llevaba a la boca volvió
sospechosa esa única función.
La falta de información generó nuestra deformación. Según las palabras de otros doctos pubertos: “cuando se ponía duro se podía meter en muchos lados: adelante, atrás, restregarlo con una mano, las dos o la mano extraña”.
-¿La mano extraña?
-Sí, uno se sienta un rato en la mano hasta que se le duerma, entonces, cuando se la agarra parece que es otra mano.
Así comenzaron los datos imprecisos por la vergüenza de hablar sobre
lo que provoca placer. ¡Jamás! Conversar sobre emociones y sensaciones
convertiría a nuestros adolescentes en marquesitos y marquesitas de sade
que abandonarían la misa por andar uno encima del otro.
Más tarde, por años de investigación autodidacta, descubrí que pene
también es una pasta italiana. Menos divertida de mantener en la boca
porque se deshace al momento y hay que tragársela. En cambio, el otro
pene, adquiere mejor consistencia al contacto de los labios y la lengua,
deshaciéndose hasta que su portador alcance una emoción máxima. Lo más
fascinante fue descubrir que dos personas con pene también lo usaban
para divertirse entre sí, en la cama o donde fuera, retando a la
imaginación oficialista. Precisamente, ellos me dieron cátedra acerca de
cómo saborear un pene como Dios no manda (supuestamente):
Si se encuentra en estado masmelo, la lengua debe ser como una
cucharita que lo recoge, lo palpa, lo recorre hasta que la boca lo
atrapa para darle mayor firmeza conforme se resbala, presionando con
cariño el tronco y con pasión el glande. Degustando, no atragantándose.
La instrucción de la calle asume que la felación consiste en penetrar a
la boca. No es así, la boca es quien manda. Ella chupa, prueba, se
relame con lo que está sintiendo como si fuera un helado de palito
tibio. Si le molesta el sabor, mándelo a bañarse. Si no le agrada
consumir jabón antibacterial, úntele algo que le estimule el paladar,
pero recuerde probar sin masticar.
Cuando ya esté firme, suéltelo un momento. Obsérvelo, detállelo,
tienen su arte y ninguno se parece a otro. Incluso, en la misma persona
las erecciones lo vuelven diferente. Así se dará cuenta que este órgano
al que han llamado verga, pistola, palo, pico, bate, riata, garrote y
otros apelativos que lo asocian con el poder de hacer daño, es más
inofensivo y emocional de lo que se permite reconocer.
No es automático e irracional por una razón: pertenece a una persona y
a su historia de vida. Aunque han intentado convencernos, pensar que
actúa sin el consentimiento del que lo porta es un error. Por eso, el
sexo oral debería iniciar en la oralidad. Hablando sobre placeres y
prejuicios para no limitarse al 1, 2, 3 de los manuales.
Cada ser humano es distinto. Podría decirle que el frenillo, ese
musculito que une al prepucio con el glande, es altamente sensible a la
fricción de la boca o al movimiento circular de la lengua. Que cuando la
erección está en su punto máximo, deslizar la lengua con delicadeza por
el agujerito de la uretra puede provocar sensaciones desde ese punto
hasta la nuca. Que golpear levemente el glande contra el paladar suave,
mientras se produce un movimiento de viene y va, les cierra
inmediatamente los ojos o que puede auscultar espacios donde la
heterosexualidad masculina se pone nerviosa (por miedo a no ser lo
suficiente “hombre” que la heteronormalidad le indica) porque algunos se
niegan pero ninguno se arrepiente. Puede que funcione, puede que no.
Hay tantas prácticas como personas y hemos avanzado mucho desde que
Leonardo Da Vinci descubrió que los penes se levantaban al llenarse de
sangre y no de aire, como se pensaba en su época. Deducción realizada al
cortar el pene erecto de un cadáver que, en lugar de desinflarse,
sangró. Aunque esta revelación no figura entre sus actos ya que él mismo
la ocultó por miedo.
Cinco siglos después deberían ser suficientes para vencer la vergüenza y evitar que el silencio nos haga retroceder.
Hikaru Cho © - fuente: www.revistapaquidermo.com]
Sem comentários:
Enviar um comentário