Por Wilfredo Ardito Vega
Hace algunas semanas, a propósito de los incidentes racistas
ocurridos en el estadio de Huancayo, el señor César Ménez comentó en el
portal de Diario 16: “En el Perú cholear es una forma de blanquearse”.
Esta breve frase sintetiza por qué el maltrato racista está tan
extendido en nuestro país y por qué es practicado también por quienes
sufren racismo, cuando logran encontrar otras personas que les parecen
más “discriminables”.
En el Perú actual, en todos los sectores sociales persiste la
concepción colonial que colocaba a los blancos como seres superiores.
Después de la Independencia, la llegada de los inmigrantes europeos
(italianos, alemanes, ingleses) era recibida con beneplácito por las
élites criollas, quienes así podían casar a sus hijas y asegurar una
descendencia de rasgos más europeos. Todavía en esta época, cuando
un cooperante europeo se casa con una peruana, la familia expresa gran
entusiasmo si al nacer un bebé puede decir frases como: “¡Qué blanquito!
¡Mira, sus ojos son azules! ¡Es rubia, qué linda!”
Para muchos peruanos de rasgos andinos, mestizos o negros, una
importante meta es “blanquearse”, es decir, obtener el respeto
tradicionalmente reservado a los blancos. Normalmente, esto se logra
cuando se tiene más dinero o más poder, pero estas características
siempre deben ser visibles. En el caso del dinero, son importantes los
signos exteriores de riqueza, como “ropa de marca” o vehículos costosos,
aunque esto implique ponerse en la mira de los delincuentes. En el
caso del poder, se trata de afirmar la posición jerárquica. Por ello, en
la sociedad peruana, establecer un trato igualitario u horizontal puede
ser incómodo y el establecimiento de relaciones verticales parece
otorgar más seguridad a todos los involucrados, incluyendo a quien es
considerado inferior. La forma más frecuente de ver esto es cuando
una persona tutea a otra, pero espera ser tratada de usted.
Lamentablemente, una de las peores formas en que algunos peruanos
establecen sus relaciones jerárquicas es tratando mal a otros, como
para que no quede duda de quién tiene el poder. Así obtienen el
anhelado “respeto”, que en realidad es sumisión.
He visto con frecuencia el uso intencional de la prepotencia,
relacionado al aspecto racial, aun en ambientes progresistas. “Los más
blancos usan su color para imponerse, porque saben que los demás no les
pueden replicar de la misma forma”, comentaba una amiga mía sobre varias
reuniones de ONGs.
Igualmente, mestizos, andinos o negros pueden usar el maltrato
racista contra quien perciben como “menos blanco” o “más cholo” o “más
negro”. En el colegio, el centro laboral o la calle, comportarse de
manera altiva o prepotente puede ser un mecanismo para evitar ser la
víctima del racismo.
Ahora bien, el racismo peruano no implica recurrir siempre a
insultos o palabras ofensivas, sino a actitudes de rechazo tajante, que
normalmente conocemos como chotear, que va desde miradas despectivas
hasta la simple invisibilización de la otra persona. Un mecanismo muy
extendido para ser racista es encubrir el insulto dentro de una broma.
Así, se logra humillar a la víctima públicamente, pero ésta se
encuentra impedida de reaccionar, porque sería acusada de no tener
sentido del humor y de “arruinar un buen momento”. La aceptación del
humor racista ha permitido a Jorge Benavides tener tanto éxito con sus
personajes El Negro Mama y La Paisana Jacinta.
Otra forma encubierta en que se expresa el racismo son los
diminutivos. Aunque no tengan una carga étnica, como hijito (usado más
por las mujeres) o patita o causita (usado más por los hombres), sí se
emplean hacia un desconocido al que por sus rasgos se le considera
inferior.
En el caso de expresiones como cholito, negrito o zambito, sí
aluden a los rasgos físicos y se suelen emplear más entre familiares o
amigos cercanos. Horacio Ulloa nos advierte que, aunque pueden ser
usados de manera afectiva, cuando se emplean en discusiones “remarcar el
color oscuro de alguien (aunque éste no sea necesariamente oscuro) es
una forma de quitarle poder, negándole el poder simbólico que lo blanco
representa en las subjetividades del "oscurecido" y del "oscurecedor".
Por todo ello, frente a un fenómeno tan extendido como el
maltrato racista, resulta contraproducente cuando los medios de
comunicación pretenden focalizarlo en uno o dos individuos, como si
fueran los únicos racistas en el Perú. Lo más absurdo es que, cuando
en las redes sociales se lanzan verdaderos linchamientos mediáticos
hacia una persona acusada de racista, también se emplean expresiones
racistas.
No olvidemos, finalmente, que en nuestro país es difícil separar a
víctimas de agresores: los colegiales de Abancay que humillan a uno de
sus compañeros porque su mamá usa polleras serían discriminados en Lima,
pero sienten que humillándolo se están protegiendo para evitar ser
discriminados. Este círculo vicioso de cholear y chotear no tiene por
qué ser eterno, pero durará hasta que el Estado decida enfrentarlo.
[Fuente: www.reflexionesperuanas.lamula.pe]
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