sábado, 8 de março de 2014

Profesionales del secreto

Renunciar a la privacidad parece lógico en una persona pública. 

Por Francisco Sanz

El bien administrar las distancias a las personas, a las instituciones es clave. Pero eso no basta. Que el ayuntamiento esté más cerca de nuestra casa porque estamos en una ciudad pequeña, que la sede del gobierno autonómico esté más cerca de nuestra ciudad que la del gobierno central no nos asegura un mayor control sobre ellos si seguimos sin saber nada de sus tejemanejes. La “cercanía” geográfica, sin una independencia de poderes o su transparencia, no mejora sino deteriora lo posible de la justicia, la buena relación. La proximidad ha producido el caciquismo, el clientelismo, la connivencia con los poderosos, el secretismo corruptor y la asfixia de los discrepantes, la mafia. Es historia antigua.

Parece que en cuanto se entra en política tenga uno que volverse opaco. Que entre en una especie de sociedad secreta que vaya dispensando privilegios como si fueran signos iniciáticos. El privilegio, literalmente es poseer una ley propia, una regla propia, una soberanía. Es casi lo mismo, etimológicamente, que autonomía, sino fuera que esta subrepticiamente ha tomado el sentido de alinearse a favor de sí bajo la ley. Los hombres públicos, en la medida en que se comprometen a proteger los secretos no desean la autonomía sino los privilegios. Las reglas del juego implican callar para conservarlos.

Los primeros francmasones recuerdan a los actuales políticos en la manera que tienen de aceptar el enemistamiento, el secreto y el hecho de pensar de una manera lógico-bélica...  decían que hay que llevar el saber como un arma y, si es posible, como un arma secreta.

Renunciar a la privacidad parece lógico en una persona pública. Pues no, son profesionales del secreto, se ponen la mano delante de la boca cuando hablan entre ellos, protegen su privacidad con con susurros, oscuridad, sobres, puertas cerradas, pequeños gestos, intercambio de miradas, apretones de manos y mensajeros. Criptografía en los mensajes, en los códigos, en los móviles, en los correos electrónicos. Para proteger... ¿su intimidad? No, sus privilegios. 

Debajo de cada busto parlante, de cada declarador político, debería aparecer un vínculo que hiciera fácil averiguar cuánto gana, cuánto tiene, cuánto ha pagado a hacienda, qué causas pendientes tiene con la justicia, cómo ha accedido al cargo, cómo puede perderlo, a quién está ligado jerárquicamente, a qué colegio van sus hijos, quién es su pareja, a qué partido pertenece, cuál es su posición en el partido... cuál es su historia. A algunos nos bastaría con que salieran a la luz las cuentas del partido, las ganancias reales de empresarios y banqueros, los resultados de la gestión de las instituciones. Si una parte de lo que se invierte en seguridad se invirtiera en transparencia de la gestión, si pudiera hacerse pública, si obráramos en consecuencia, verdaderamente otro mundo sería posible.

A veces parece que la proximidad anula la posibilidad de entender la justicia como equidad. Que anule la distancia misma entre el objeto de experiencia y quién lo experimenta. En el temor, la amenazante “proximidad” de su objeto indica un “espacio”, indispensable para tomar distancia y prever conductas de defensa y superación de lo que amenaza. Aquello ante lo cual se origina el vértigo soy “yo mismo”: la abismal ausencia de mí mismo. Pero aquello ante lo cual se origina mi opresión ¿no aparecerá también como “yo mismo”?  ¿No será, acaso, la sofocante proximidad de mi ausencia -ya que me encuentro inevitablemente comprometido con esta ausencia que soy?


Quien desee descubrir alternativas a la existencia en autarquía estoica o en autoarresto individualista ante el espejo hará bien en acordarse de una época en la que toda reflexión sobre la conditio humana estaba impregnada de la evidencia de que entre los seres humanos, tanto en la proximidad familiar como en el mercado público, funciona un incesante juego de contagios afectivos. Si en el espacio público, queremos otra distancia, un nuevo localismo, es porque pretendemos proximidades que puedan usarse como procedimientos de vigilancia, y que funcionen como mecanismos de intensificación; como contactos inductores.

[Fuente: www.kaosenlared.net]

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