Cebollas moradas, el marrón o la celebración del
Señor de los Milagros. Son algunos de los tintes peruanos que están
asomándose en el país, una transformación cultural que podría
acrecentarse en los próximos años, cuando la segunda generación de
inmigrantes comience a emparejarse con chilenos. Una revisión para saber
cuán "peruanizados" estamos.
Por Carlos Pérez, Noelia Zunino, Daniela Aranguren, Catalina Lemus
EN JUNIO del año pasado Edgard Cornejo fue al Consulado General de
Perú en Santiago con fines protocolares. El entrenador de fútbol, que
vive en Chile hace 15 años, quería cursarle una invitación al Cónsul
General, Alejandro Riveros, para la inauguración de su academia de
fútbol para niños peruanos en Independencia. Su idea era simplemente
dejarla e irse. Por eso iba vestido como siempre: de buzo y zapatillas.
“Llego a dejar la carta y me dicen ‘espérate, voy a ver si el cónsul te
recibe’. Y me recibió”, recuerda Cornejo. La reunión fue breve, lo
necesario para que la autoridad fuera al grano: “Si somos tantos, ¿por
qué no tratamos de sacar un club grande que represente a la colonia?”,
cuenta Riveros.
La pregunta no era descabellada. Hoy en Chile existen 23 clubes
sociales peruanos registrados. Tres periódicos (Sol Noticias, El Bacán y
Contigo Perú) y un suplemento deportivo en un diario de circulación
nacional (Golpé de La Cuarta), 264 restoranes, 20 empresas que operan
como franquicias. Inversiones en el país que desde 1974 suman US$ 672
millones. Y ahora también un equipo de fútbol con pretensiones de
profesionalismo: Incas del Sur, el primer club de la diáspora peruana en
el mundo y que está próximo a debutar en Tercera División B. “Acá hay
muchas instituciones reconocidas, pero nunca antes había habido un
objetivo que nos agrupara a todos en torno a algo. Esto ha sido
transversal”, sintetiza Christian Dolorier, flamante tesorero del equipo
de fútbol y presidente del Club Peruano de Santiago.
La confianza de los creadores de Incas del Sur responde a la
potencialidad de una colonia que ha aumentado explosivamente en los
últimos 20 años. El Censo de 1992 registró 7.649 peruanos y hoy son
157.668, según estimaciones del Ministerio del Interior sobre la base de
los permisos de residencia otorgados. “Sin duda esta migración es la
mayor en términos de cantidad, proporción sobre la población nacional y
visibilidad de la historia chilena contemporánea”, dice Jorge Martínez,
demógrafo de Cepal. No en vano representan la mitad del total de los
inmigrantes que hay en Chile. En 1992 el Ministerio del Interior otorgó
302 permisos de residencia definitiva, cifra que en 2012 llegó a 11.026.
La influencia en términos demográficos también se ha ido expresando
poco a poco en fenómenos culturales, gastronómicos, religiosos y
sociales. Cada vez más chilenos compran cebollas moradas, más niños
hablan del color marrón en lugar del café o juegan voleibol y más
feligreses asisten a la celebración del Señor de los Milagros. Además,
hoy existe una generación de la elite chilena criada por nanas
peruanas.
Sin embargo, el Premio Nacional de Historia, Eduardo Cavieres, apunta
a que las grandes transformaciones podrían verse recién en algunos años
más, apuntando a la segunda generación de inmigrantes, los hijos de
quienes han llegado en los últimos años. “La migración peruana va a
cambiar la perspectiva o las miradas históricas”, afirma Cavieres.
“No son sólo trabajadores, sino que tienen familias con niños y
jóvenes que están en escuelas chilenas, que tienen amigos chilenos y
que, seguramente, en cinco años más van a estar formando familias con
mujeres chilenas u hombres chilenos”, dice (ver recuadro).
PRIMERA ESTACIÓN: LA COCINA
El chef Marco Barandarian llegó al país en 1992 con 30 años y sólo 25
dólares en la billetera. Venía a conocer por una semana cuando, dice,
vio una oportunidad. “Al probar la comida chilena, muy corta en aliños y
bastante fuerte en la sal, me di de cuenta que había un nicho”,
recuerda. Mal no le fue: hoy tiene seis restoranes, inversiones por más
de 2,5 millones de dólares en el país y proyectos en México, Brasil y
Estados Unidos, en una trayectoria que sirve para ilustrar el increíble
éxito que llevó a que la comida peruana abarcara dos restoranes en
Santiago durante los 90 a los 264 que hay hoy en el país, según la
Cámara de Comercio Peruano Chilena. “En ninguna otra parte del mundo hay
tantos restaurantes peruanos como acá”, dice Juan Carlos Fisher,
presidente del organismo.
Esta influencia es única en el mundo. “Lo interesante es que si bien
el fenómeno de la gastronomía peruana es global, su dimensión popular es
propiamente chilena”, explica Walter Imilan, investigador de
Antropología en la Universidad Alberto Hurtado y autor del proyecto
Fondecyt “Restaurantes peruanos en Santiago de Chile: construcción de un
paisaje de la migración”. Es cierto: en mercados como Europa o EE.UU.
el boom de la nueva comida peruana se aloja en restoranes de alta
cocina, fenómeno distinto a la presencia transversal que vemos acá.
“Está desde el Astrid y Gastón hasta el cebiche de pulpo en una feria de
Puente Alto”, dice el experto.
¿Cómo lograron los peruanos tomarse los restoranes chilenos? Primero,
de la mano del crecimiento de su colonia y después identificando los
problemas de una industria local que a inicios de los 90 tenía más
carencias que virtudes. “La gastronomía en Chile era muy pobre, sobre
todo en los restaurantes; estaba el sándwich, el pastel de choclo, la
palta reina y eso era todo; todos los restaurantes tenían lo mismo”,
dice uno de los primeros empresarios gastronómicos peruanos entrevistado
en el estudio de Imilan, quien equipara la influencia gastronómica
peruana con la llegada en los 70 de los primeros restoranes familiares
(los chinos) o la revolución de la comida rápida a inicios de los 90.
Esto se ha traducido en los ingredientes que tienen hoy los chilenos
en sus cocinas. Christian Dolorier recuerda que cuando llegó al país,
en 1992, fue invitado a almorzar a la casa de una amiga de sus padres y
lo primero que hizo fue pedir rocoto. La respuesta fue una sorpresa. “Me
dijo ‘acá en Chile no pida eso. Sólo lo ocupan los rotos y la gente del
campo’”, dice. No había nada de nada. Recién en 2000, de la mano del
auge de la inmigración, empezaron a llegar productos desde la frontera
norte. Así se hicieron comunes en las ferias nacionales productos como
el rocoto, la cebolla morada, la cancha, el ajinomoto, el panetón o la
Inca Kola, muchos de los cuales hoy se venden hasta en supermercados.
Algo que llamó la atención a Juan Vilca, quien desde 2002 importa
productos peruanos para más de 23 locales en la Vega Central. Hace cinco
años traía entre 30 y 40 cajas de rocoto y ají amarillo a la semana,
las que hoy oscilan entre 70 a 100. Lo mismo pasa con la cebolla morada:
hace ocho años eran 5 mil kilos quincenales, cifra que se cuadruplicó.
Incluso productos como el olluco, que hace cinco años pocos conocían,
ahora se traduce en 1.500 kilos semanales.
Otra herencia de la comunidad es la comida en la calle, la que hace
15 años se limitaba a cafés, sopaipillas o sándwiches. El boom partió
hace 10 años y los peruanos fueron los primeros en darse cuenta,
introduciendo jugos naturales y arrollados primavera en las esquinas del
centro. Después pasaron a lo suyo: la sofisticación. “Esta idea se
conserva en el carrito, donde se juega con la idea gourmet en un plato
de $ 1.500”, dice Imilan. Pilar Hurtado, periodista especializada en
comida que vivió 20 años en Lima, dice que esto también ha dado paso a
una gastronomía mestiza con ejemplos como las empanadas de ají de
gallina. “Creamos la costumbre de experimentar diferentes sabores. Hace
15 años el chileno era muy reacio a hacerlo”, opina Barandarian.
PUERTAS ADENTRO
Pero la comida no entró sólo desde los restoranes. “La incorporación
de mujeres trabajando en el servicio doméstico ha producido un traspaso
de información importante sobre los gustos culinarios”, dice Carolina
Stefoni, investigadora del Departamento de Sociología de la Universidad
Alberto Hurtado, vinculando el fenómeno con las 60 mil empleadas
domésticas peruanas que trabajan en Chile, según datos entregados por
Matilde Rodríguez, presidenta del Sindicato de Trabajadoras Inmigrantes
de Casa Particular (Sinaincap) a La Segunda, en septiembre del año
pasado.
Una de ellas es Marlene Galindo (47), quien llegó a Chile hace seis
años para trabajar en la casa de María Nieves Gil en Lo Barnechea. Dejó
en Perú su carrera como enfermera después de que a su esposo lo
despidieran de la fábrica de cuadernos en que trabajaba. “Lo que gano
acá triplica el ahorro que podía lograr en Perú”, explica. Su caso sirve
para entender la principal razón del éxito de las nanas peruanas: por
lo general están mejor preparadas que sus pares chilenas. “Normalmente,
cuando llegan, el primer paso en su trayectoria laboral es siempre
descendente”, explica Claudia Mora, directora de Investigación de la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello. De acuerdo
con datos de Casen 2006, 25% de las empleadas domésticas peruanas tiene
educación más allá de la secundaria. “Muchas incluso tienen nivel
universitario completo. En nuestra investigación encontramos hasta una
directora de escuela”, agrega Mora.
Otro detalle es que llegaron al lugar adecuado en el momento preciso:
según Cepal, entre 2003 y 2012, la participación de las chilenas en el
mercado del trabajo subió de 36,6% a 47,5%. “La incorporación de la
mujer al trabajo produce una demanda específica. Ya no se necesita
alguien que sólo limpie, sino que gestione la casa”, dice Stefoni. Por
eso aspiran a sueldos que pueden llegar a $ 500 mil. ¿Qué ofrecen?
Transformarse en algo así como neo institutrices. Al venir sobre todo de
localidades como Trujillo y Lambayeque, acarrean un estilo de crianza “a
la antigua”, muy valorada por la elite. “Para una familia es muy
atractivo pagar sueldo de nana y tener una profesora que cocine como
chef y sea tierna, pero a la vez conservadora”, opina Iskra Pavez,
doctora en Sociología de la UCINF.
Aunque este perfil de migrante parece ir cambiando. Según el trabajo
Migración y Mercado Laboral en Chile, de investigadores de la
Universidad de Chile y el BID, entre 2006 y 2009 en Chile los
profesionales y técnicos peruanos aumentaron de 17% a 21%. “Hubo un
cambio hacia una mayor calificación de los migrantes en los últimos
cinco años”, dice Mora. Víctor Medrano, ingeniero en gestión empresarial
de 30 años, es uno de ellos. Llegó a vivir a un departamento de Ñuñoa
en abril de 2013 junto a su esposa Tracy, después de ser transferido
desde una compañía peruana a la filial en Santiago. Este cambio tiene
que ver con el aumento de la inversión peruana en Chile, la que se
multiplicó 14 veces entre 1997 y 2012, según cifras del Comité de
Inversión Extranjera.
EN EL CORAZÓN DE LA CIUDAD
Francisca Márquez, decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad Alberto Hurtado, dice que cuando partió el boom de los
peruanos en Santiago a inicios del 2000, ellos eligieron como base de
operaciones un punto tan central como simbólico de la ciudad: la esquina
nororiente de la Catedral Metropolitana. Es decir, se ubicaron debajo
de la estatua de Santa Rosa de Lima y frente a calle Puente, donde
terminaba el antiguo Camino del Inca. Desde ahí se desperdigaron por
barrios de las comunas de Santiago, Recoleta e Independencia,
produciendo varios cambios. “Ellos revitalizan lugares que habían
experimentado procesos de envejecimiento y salida de la población”, dice
Stefoni.
Ejemplo de esto son sectores como Yungay, la Chimba o Maruri, los
que, en parte por culpa del hacinamiento, se han revitalizado gracias al
uso de la calle como lugar de encuentro. “Los chilenos habían perdido
esta práctica. El peruano es un factor importante para que hayamos
incorporado el uso del espacio público nuevamente”, agrega Daisy
Margarit, directora de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad
Central. Esto también se refleja en sus festividades, como la procesión
del Señor de los Milagros (ver recuadro) y la celebración de las Fiestas
Patrias, el 28 de julio. El organizador de este evento es Jorge
Gotelli, quien cuenta que se realiza desde hace cuatro años en el Parque
de Quinta Normal y que reúne a más de 30 mil personas, 60% de las
cuales son chilenos.
Su efecto también se ve en los negocios. Cuando los peruanos llegaron
a La Vega, para no tener problemas con los locatarios establecidos, se
les entregó un pasillo conocido como “el callejón de las ánimas” por su
abandono. Diez años después, en los pasillos dos y tres hay alrededor de
900 locales, y aunque la administración no tiene cifras exactas, los
locales peruanos parecen imperar o, al menos, equiparar a los chilenos.
“A nivel de los barrios son referentes laborales, serios, responsables y
que, además, permiten revitalizar los sitios donde se instalan”, dice
Margarit. Este proceso también se vio en la Galería Bandera Centro (en
la intersección de Bandera con Catedral). Ahí, de los 110 locales 80%
son arrendados por peruanos. “Hace cinco años este edificio era un punto
rojo de la municipalidad. Había mucho ‘night club’ y ‘café con
piernas’. Hoy, en cambio, vienen turistas gringos y europeos a comer”,
dice José Cancino, administrador del caracol que hace siete años cerraba
todos, sábados a las dos de la tarde y no abría los domingos, y que hoy
tiene horario continuado los fines de semana. Este dinamismo se ha
expresado en los arriendos, explica el locatario chileno Héctor Uribe:
hace cinco años los locales más baratos costaban desde 100 mil pesos.
Hoy se empinan sobre los 300 mil.
Pese a estos avances, los barrios son también un reflejo de lo peor
en nuestra relación con la inmigración peruana: la discriminación. Algo
que se refleja en sus enclaves. “Hay un fuerte nivel de segregación
espacial. No están distribuidos dentro de la ciudad de forma
heterogénea”, aporta Stefoni. Acá nuevamente surge el contexto: los
peruanos empiezan a llegar después de que a inicios de los 90 los nuevos
gobiernos abrieran las fronteras y dejaran de tratar la migración como
un problema de seguridad nacional, a lo que apuntaba la Ley de
Extranjería de 1975. “La inmigración peruana llega en el momento en que
se dan estos cambios culturales tan dramáticos. Y claro, uno podría
decir que pagan los platos rotos al ser los primeros en enfrentarse a
esta situación”, dice David Sirlopu, investigador de la Facultad de
Sicología de la Universidad del Desarrollo en Concepción.
Lamentablemente, con el paso del tiempo hay cosas que no cambian.
Según un estudio del Injuv en 2013, al 12% de los chilenos entre 15 y 29
años no le gustaría tener como vecino a un peruano o boliviano. Esto
también lo observó María Emilia Tijoux, académica de la Universidad de
Chile, en el proyecto Fondecyt “Vida cotidiana de niñas y niños hijos de
inmigrantes peruanos en los espacios sociales chilenos”, donde analizó
la interacción entre adultos chilenos (como inspectores o dueños de
quioscos en colegios) con niños peruanos de Primero a Cuarto Básico.
“Descubrimos que por parte de los adultos hay prácticas racistas”,
explica Tijoux, sobre conductas por como, por ejemplo, comentarios
ofensivos respecto a los olores o la higiene de los niños. Según la
investigadora, este es un problema histórico en Chile: la constitución
estado nación, que explica muchas de las políticas del siglo XIX
consistentes en ‘blanquear o limpiar la raza’ contra las figuras
condenadas: peruanos al norte y mapuches en el sur. Aunque no todo está
perdido: el proyecto Fondecyt comprobó que estas dinámicas no se
replicaban entre los niños.
APRENDIENDO
El colegio George Washington, en Independencia, se acaba de mudar.
Pasó del barrio Maruri a calle Echeverría. Eso explica el desorden de
pupitres y sillas del que sólo escapa un diario mural con una hoja
amarilla que detalla el significado de chilenismos. Lo que probablemente
será útil en un colegio con una matrícula compuesta en un 75% por
peruanos. Algo que se repite en varias escuelas de Santiago, Recoleta e
Independencia.
En los establecimientos dependientes de la Municipalidad de Santiago
el cambio más relevante es implementado en la emblemática Escuela
República de Alemania, donde, con aprobación del Mineduc, diseñaron una
malla propia para Historia y Geografía en séptimo básico, con el fin de
trabajar la Historia de América Latina. Además, este establecimiento y
la Escuela República de Panamá tienen talleres de integración y
programas orientados a preparar a los educadores. En Recoleta, el
colegio República de Paraguay y la Escuela Víctor Cuccuini han tomado
medidas como cantar ambos himnos los lunes en la mañana y celebrar las
dos Fiestas Patrias.
María Teresa Herrera, parte del centro de padres del George
Washington, dice que compartir con niños peruanos ha generado cambios
en la forma de hablar de su hija Catherine, uno de los nueve chilenos de
su curso de 45 alumnos. “Pronuncia mejor las ‘s’ y no se come la sílaba
final”, explica. Esto se replica en otros establecimientos donde la
palabra “tajador” reemplaza a “sacapuntas”, “borrador” a “goma”,
“barriga” a “guata”, “marrón” a “café” y “chochera” a “amigo”. La
influencia peruana en la conducta también es positiva. “Son muy
respetuosos con el profesor. A veces han llegado niños que han querido
ser más negativos y no pueden porque los peruanos mantienen ese
respeto”, dice Raúl Erazo, director del George Washington. En deportes, destacan en los equipos de voleibol de los colegios, conformados casi
sólo por peruanos. ¿Juegos? En los recreos se alterna “la pinta” con el
importado “mujeres atrapan a hombres”.
Pero estas buenas experiencias no hacen más que graficar problemas
estructurales en el diseño de las políticas educacionales para
migrantes. “En nuestros estudios llama la atención que en una escuela
haya 5% de matrícula extranjera y en la del lado 70%”, detalla Stefoni,
agregando que “es claro que hay algo que no funciona: una escuela está
aceptando y la otra no, lo que es ilegal”. Mora apunta que no hay
instrumentos en el Ministerio de Educación para que estas buenas
experiencias en integración sean replicadas en otros establecimientos.
Esta misma carencia de propuestas desde las autoridades genera en los
especialistas preocupación de cara al fallo de La Haya sobre el
diferendo marítimo y que se espera para este 27 de enero. Los expertos
creen que al no haber señales claras puede haber problemas. En caso de
que Chile pierda, obviamente. “El inmigrante debe tener temor a
represalias. Debería haber un trabajo que lamentablemente no he visto en
todos estos meses, y la verdad no sé si hay una estrategia para
enfrentar el tema del fallo”, dice Stefoni.
Aunque todo parece indicar que hasta el momento la colonia peruana
está a gusto en Chile. Pistas de estos las entregan los peruanos
acogidos a la Ley del Retorno promulgada por el Gobierno de ese país en
marzo de 2013. “Han vuelto grandes cantidades sobre todo de España, de
Argentina y Estados Unidos”, explica el cónsul Riveros. ¿De Chile? Hasta
la fecha sólo 70.
[Fuente: www.latercera.com]
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