Por Sebastián Robles
Encontré Gotán en la biblioteca
de mi viejo, en una edición garabateada en los márgenes, comprada en una
librería de la calle Corrientes, según indicaba el sello en la primera
página, a comienzos de los años setenta. La primera edición era de fines
de los cincuenta, cuando Gelman todavía no había tenido su experiencia
cubana. Eso explicaba el tono melancólico de los poemas, que proponían
una relectura de la lírica del tango. La inquietud social, sin embargo,
ya estaba presente en los cantos a los conventillos y en las
descripciones del obrero y el desocupado, que yo me aprendí de memoria.
Empecé a escribir poesía para imitarlo.
En algunos versos, me salía un tono que me resultaba parecido, hasta que
volvía a leer a Gelman y me desalentaba mi evidente falta de talento.
De alguna manera, era lógico que mis poemas sonaran insustanciales.
Gelman había sido montonero, conoció el exilio, la muerte violenta de
sus amigos y seres queridos. Mis soledades eran, al menos, poco audaces.
Iba al colegio y cuando lo terminara, me esperaban la universidad y la
desocupación, no necesariamente en ese orden. Sufrir por la injusticia,
sin embargo, me ponía por encima de esa disyuntiva que yo consideraba
egoísta. Así que escribía poemas de amor en México y la Habana, y les
cantaba a las tetas de las mujeres desaparecidas, que a esa altura ya
tendrían la edad de mi vieja, pero yo las imaginaba siempre de quince
años.
Nadie, excepto Gelman, podría
entenderme. Por eso, decidí escribirle una carta. Como mi tía Laura
había estado casada con un poeta y tenía amigos del gremio, consulté por
su dirección. Los poetas de la generación de Gelman eran viejos de mal
carácter, resentidos con la fama del poeta exiliado.
-¿Para qué le querés escribir? -preguntaban.
Me dieron el dato de Ruben Gdanski, un
escritor que quizás tenía contacto con Gelman. Lo llamé, le expliqué el
motivo de mi llamado y antes de que terminara, me invitó a su casa. Yo
compré un libro suyo y lo leí antes del encuentro.
Gdanski vivía en Recoleta, en la planta
baja de un edificio. Me recibió con un abrazo. Estaba igual que en la
solapa del libro, con anteojos, sonriendo. Tomamos un té en el living.
Busqué con los ojos algún trofeo o placa del premio Casa de las
Américas, que le habían dado por su primera novela, pero no lo encontré
por ninguna parte. Comprobé, con alivio, que estaba casado. La mujer,
unos años menor que él, pasó a saludarnos.
-Te llamaron de la Fundación Konex –dijo.
Gdanski le agradeció el dato con un beso rápido en los labios. Cuando salió, le dije que me había gustado mucho El escribidor.
Le pedí que me autografiara el ejemplar. Él me respondió con una
dedicatoria donde me llamaba colega. Luego entrecerró los ojos. Me contó
las imágenes que habían evocado ese libro: la Buenos Aires de los años
cuarenta, que era la de su infancia. Me preguntó en qué momentos
escribía. Le dije que llevaba un cuaderno para anotar los poemas que se
me iban ocurriendo. Lo había comprado en la librería de la esquina un
rato antes. Sonrió. Le mostré unos poemas míos que había llevado
impresos. Dijo que le gustaban. “Son poesía erótica”, dijo. Me regaló
dos libros suyos: otra biografía novelada y uno de cuentos, que también
dedicó, aunque menos enfáticamente que El escribidor. Después me habló de otros que estaba escribiendo. Le pregunté por Gelman casi con pudor, antes de irme.
-Disculpame –dijo–. Hace años que le perdí el rastro.
Y nos quedamos sin saber qué más decir.
Después de varios meses de búsqueda, conseguí la dirección. Gelman vivía en Colonia Condesa, un barrio del DF.
Cuando llegó el momento de redactar la
carta, no me salió nada. Al final le conté algunas injusticias que
estaba sufriendo, como que en mi colegio las autoridades se negaran a
poner una placa en memoria de los desaparecidos. Le dediqué un poema que
me sonó parecido a los de Gotán, que era el libro suyo que más me gustaba.
La respuesta llegó tres meses más tarde.
México DF, 12 de junio de 1994.
Estimado Sebastián:
Gracias por escribirme. Efectivamente, estamos en un proceso de lenta y
dolorosa descomposición de la sociedad. Son los jóvenes, como usted,
quienes reciben un mundo en pésimas condiciones. Confío, de todo
corazón, en que harán las cosas mejor que nosotros. El enemigo, por su
parte, siempre acecha.
En
cuanto a mis comienzos, yo era un profundo admirador de César Vallejo y
Raúl González Tuñón. También me influyó la lírica del tango, por
supuesto. Nuestra voz, la de cada poeta, proviene de los que escribieron
antes. Cada uno encuentra su lugar en una enorme partitura. Actualmente
estoy leyendo poetas chinos, de la época anterior a Confucio. Creo que
la poesía es un tejido invisible de voces y sonidos de todas las épocas
que, como finísimos hilos, llegan hasta nosotros desde el pasado. Por
eso, los buenos poetas son siempre nuestros contemporáneos.
Le mando un fuerte abrazo. Y gracias también por el poema.
Juan Gelman
[Fuente: www.revistapaco.com.ar]
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