Por Arturo Perez Reverte
A buenas horas, malditos. Llevo décadas blasfemando en
arameo, desesperado, buscando corbatas estrechas como Dios manda,
jurando a los doctrinales cada vez que entraba en una tienda engañado
por un escaparate y salía con las manos vacías. Media vida
arreglándomelas a mi aire, gracias a los amigos y a las reservas de
antaño, echando espumarajos cada vez que me topaba con uno de esos
baberos fosforito o multicolor de nudo grueso que políticos y
presidentes de clubs de fútbol -siempre confundo a unos con otros,
debido a su pulcra sintaxis-, pusieron de moda a base de telediarios.
Todo ese tiempo, oigan, ciscándome en los diseñadores y fabricantes de
corbatas. Y ahora, después de tantos años obsesionado hasta la
psicopatía por encontrar corbatas idóneas, tras explorar, inasequible al
desaliento, ciudades y países abalanzándome sobre toda corbata estrecha
que veía, y de alzarme con ella soltando escalofriantes carcajadas
propias del profesor Moriarty, resulta que vuelven las corbatas
estrechas. Así, tal cual. Por la cara. Que la serie Mad Men y algunas
otras tendencias retro por el estilo han decidido a los diseñadores de
moda, mal rayo los parta por el eje, a estrechar corbatas. Pero a buenas
horas, digo yo. Tengo sesenta y un tacos de calendario, y a estas
alturas de guardarropa me pilláis con el armario lleno. Ni una me cabe
ya. Cacho cabrones.
Algunos de ustedes, veteranos de esta página, quizá lo
recuerden. Hace años me quejé aquí del ancho de las corbatas. Las uso
estrechas y sobrias, decía. De toda la vida. Preferentemente de punto
marrón o azul oscuro, o de seda con pintas o rayitas en tonos discretos.
Cuando era reportero dicharachero de barrio Sésamo las usaba menos;
pero cuando entré en la Real Academia tuve que recurrir a ellas cada
jueves, por respeto a los compañeros y a la institución. Las reglas son
las reglas. Sin embargo, lamentaba en el artículo -lo escribí en abril
de 2006-, ya no hay manera de encontrar una así: sobria, discreta,
estrecha. Como Dios manda. Ahora, me quejaba, todas las corbatas son
anchas, desaforadas, estridentes. Obligan a llevar nudos gruesos que
aprisionan incómodamente el cuello y despliegan bajo el mentón
auténticos espantos de color butano o fosforito, estilo Camps y Pepé
valenciano: explosiones cromáticas y arcoiris cegadores que, para mi
asombro, usuarios desaprensivos pasean por el mundo sin complejo
aparente, encantados de haberse conocido. La moda parece hecha
exclusivamente para esos fantoches, concluía mi artículo. Y yo vago por
las tiendas como alma en pena, buscando algo normal que ponerme.
Aquella queja tuvo un efecto inesperado, divertido y
benéfico. En los meses siguientes, docenas de amigos y de lectores
solidarios o guasones me hicieron llegar muchísimas corbatas estrechas,
sobrias, perfectas, nuevas o usadas, que tenían en casa: más de un
centenar, y no exagero. Algunas señoras viudas enviaron las de sus
difuntos maridos, lectores solidarios se desprendieron en mi beneficio
de algunas piezas realmente bonitas, y hasta mis queridos y venerables
compañeros de la RAE Antonio Mingote y Gregorio Salvador contribuyeron
al asunto con sendas corbatas procedentes de sus respectivos
guardarropas, en muy buen estado, que lucí y sigo luciendo, de jueves en
jueves, con el orgullo cimarrón de quien se niega a anudarse al cuello
un destello fluorescente y hortera de palmo y medio de ancho. Así que,
gracias a esa generosidad y a esa guasa, el arriba firmante pudo tirarse
el pegote, durante todos estos años, de no acatar esa moda idiota de
anudarse servilletas multicolores en torno al pescuezo, y pudo pasear
con aplomo insumiso, de chaqueta y sobre camisas por lo común azul muy
claro o blancas, magníficas corbatas estrechas que antes ciñeron cuellos
respetables de amigos y lectores. Corbatas sobrias, elegantes,
discretas. Corbatas de toda la vida.
Ahora cambia la tendencia, como digo, aunque
tímidamente -cuesta liberarse de tantos años de hábito hortera-, y las
corbatas estrechas vuelven a ser trendy, como dicen los idiotas para
contarnos que algo está de moda. Dicho en normal, vuelven a verse por la
calle y en los escaparates de algunas tiendas. Según los sitios, ya
puede uno adquirir esos complementos con razonable normalidad. Y no
saben lo que me alegro, porque el mundo y los telediarios serán ahora
más soportables. Aunque para mí es demasiado tarde: mi modesto armario
ropero, con previsión sistemática de hormiga atenta al invierno de la
vida, está hoy más atiborrado de corbatas estrechas, conseguidas con
sudor y sangre, que de dólares la piscina del tío Gilito. A despecho del
inglés. De la moda y de la madre que la parió..
[Fuente: www.lanacion.com.ar]
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