Por
En alguna parte leí que los borrachos y los domingos no
mienten. O los niños y los domingos. O los niños borrachos y los
domingos.
No es arbitrario que este primer libro de Catalina, que reedita el sello Germinal
18 después de su primera edición, lleve el día domingo en el título.
Largo viernes cubano sería una crónica de otro tipo, empezaría talvez en
esa fiesta de ron, música, penumbra e intenso “intercambio cultural”
que organiza y lidera el Nene hacia el final del libro.
Los domingos tienen ese atributo, a partir del cruce de un umbral que
está en algún lugar entre la línea que divide la tarde la noche, de
convertirse en una extensión retroactiva y maligna del lunes. Entramos
en un estado emocional, sicológico, casi que de duelo, de desenlace
metafísico. Largo domingo cubano tiene, para mí, en las 75 páginas
(edición 1995), esa atmósfera dominguera de interrupción inminente que
no termina de ser opresiva, pero que definitivamente nos aleja de la
tranquilidad.
Esto lo hace Murillo con una prosa transparente y firme, como un buen
cristal. Un primer libro en el que declara sus intenciones, con
aquellos 25 años deja muy claro que lo suyo es la literatura y escribe
una crónica en la que se está despidiendo de una época de su vida desde
la página uno. Por aquí y por allá se encuentran, ahora leyendo para
atrás, como los árabes, claves que se iban a convertir en su manera de
andar, su posición para dormir: su estilo. La acotación filosa, el guiño
sagaz, la anticipación irónica.
Es un libro que se lee de un saque. Empieza en el papel y termina -el
punto final se pone mucho tiempo después de terminar de leerlo- en la
mente del lector. No sé cómo explicarlo mejor.
Sem comentários:
Enviar um comentário