Escrito por José Luis Arce
A las dimensiones continentales de los desechos devenidos del
consumo, el mar, con infinita paciencia los ha ido acumulando en una
proverbial masa, bolo fecal digno de mejores destinos. A las condiciones
de su no degradabilidad, se suma ahora el de ser una costa a los que no
deja de sumarse más y más basura.
La profusión hablante, la verbolalia abierta y petulante, desenfreno
dicente, inundado de ingredientes indegradables, se acumula en su fétida
vacuidad excedentaria, hasta formar un Hades de palabras indignas de
haber sido alguna vez pronunciadas. Acá lo indigno empieza por aquellas
que se dicen por decir, aun desde la sorda inconducencia de sus
receptores.
El resto desechable de los lenguajes también ha formado
acumulaciones de dimensiones continentales, que atentan contra cualquier
ecosistema cultural que se precie.
Palabras hay que colaboran a que no se oiga ni se diga nada. Palabras
cómplices del aturdimiento. Palabras portadoras metastásicas de la
proliferación de nada. Palabras insolubles no propicias a la combustión
del goce. Palabras-borra, residuales. Escoria acumulativa del 'banco de
ahorro de osamenta palabrera'. Reservorio de los falsos poetas. Burbujas
huecas y petrificadas con las que asustan aquellos que expelen con
ellas su halitosis de muerte, los que viven de llenar a toda costa los
espacios nutricios del silencio. Luego, hay tormentas de fuego que con
su engañosa turba flamígera, devuelve a las calles de las ciudades las
montañas de costra lingüística, a circular cloacalmente por donde
deberían ir otros signos vitalizantes. Vendavales palabrescos portadores
de la nada. Nada que decir a fuerza de mayores proferimientos opacos.
Son las trampas de un ley de comunicación que ha instrumentalizado los
lenguajes a sus eficiencias portantes. Gastamos y gastamos lenguaje, sin
apercibirnos que los restos indegradables van tapándonos con las
carcazas de sus sintaxis muertas. Vivimos con respiración artificial en
las catacumbas cuyas paredes están tapizadas con los huesos y estertores
de palabras usadas y arrojadas a los osarios como un neumático viejo a
la basura. O quizá aún sirva para ser quemado en los piquetes de los
tartamudos y lenguas-bola que buscan cómo denominar las cosas que tanto
los aqueja, aun a costa de contaminar los aires puros donde es fácil
darse cuenta si hay algo nuevo que se dice.
Los profesionales de la circulación de lengua muerta y fosilizada, a
la que empaquetan en nuevas salivas, son la tentación de las leyes de
ajuste palabrario, capaz de poner en caja las desorbitadas inflaciones
de discurso de los gastadores derrochantes de palabras, con las que sin
embargo no están comprometidos a liberar ningún territorio idiomático ni
perceptivo. Más bien todo lo contrario. Neoliberales del discurso
crédulo del equilibrio auto-organizado del mercado de palabras.
Frente a ellos, la crisis del lenguaje es la poesía.
[Fuente: www.artezblai.com]
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