Los lingüistas se inspiran en la genética para sondear la evolución del habla durante 15.000 años
El idioma común también estaría en el origen del vasco y del chino, según los expertos
Por Javier Sampedro
Los lingüistas están siguiendo estrechamente los pasos de sus colegas
los biólogos evolutivos para reconstruir el pasado del lenguaje humano,
la forma en que una hipotética habla ancestral fue ramificándose de
manera incesante hasta producir la babel actual de 5.000 idiomas
irreconciliables. Investigadores británicos y neozelandeses han hallado
ahora sólidas evidencias de que todas las lenguas habladas actualmente
en Europa y Asia, desde Lisboa a Pekín, provienen de una sola que se
habló en el Mediterráneo hace unos 15.000 años, cuando la última
glaciación empezó a remitir y las nuevas tierras emergidas del hielo
perpetuo comenzaron a trazar las sendas que conectaron el gigantesco
continente entero.
La primera teoría evolutiva, de hecho, precedió a Darwin en tres
cuartos de siglo y no se refería a las especies biológicas, sino a los
lenguajes. La formuló el jurista británico sir William Jones en 1787, en
un discurso pronunciado ante la Sociedad Asiática de Bengala, y
proponía que el sánscrito, el griego, el latín, el gótico, el persa y el
celta provenían de un tronco común por divergencias sucesivas; nació
así lo que hoy llamamos la familia lingüística indoeuropea, que
seguramente hunde sus raíces en los primitivos asentamientos neolíticos
que inventaron la agricultura en Oriente Próximo hace unos 10.000 años.
La lengua eurasiática recién propuesta sería aún más antigua, de hace
unos 15.000 años, y extendería su abrazo a lenguas no indoeuropeas como
el chino o el vasco.
Al igual que los evolucionistas reconstruyen el pasado de las
especies comparando genes de las especies actuales, Mar Pagel, Quentin
Atkinson y sus colegas de las universidades de Reading (Reino Unido) y
Auckland (Nueva Zelanda) han descubierto el eurasiático ancestral
comparando palabras de las que se hablan en todo el continente
actualmente. Esto no es nuevo para la lingüística. El problema para las
reconstrucciones de largo alcance es que, según el conocimiento recibido
en lingüística, las palabras cambian demasiado deprisa como para dejar
trazas de su ancestro común más allá de unos 5.000 años.
La mayor aportación del nuevo estudio, presentado en Proceedings of the Nacional Academy of Sciences,
es haber mostrado que, aun cuando eso sea cierto para la inmensa
mayoría de las palabras, hay unos cuantos términos mucho más
refractarios al cambio. Estas palabras ultraconservadas –que también
tienen su equivalente directo en las secuencias ultraconservadas de los
genomas biológicos— incluyen los numerales (los nombres de los números) y
otros ingredientes del ‘metabolismo central’ de la gramática del tipo
de yo, tú, aquí, como, no, allí y qué.
Los investigadores también han conseguido unas reglas que les
ayudarán a encontrar el conjunto de palabras ultraconservadas más útiles
en estudios futuros de otras lenguas. Como norma general, las palabras
que aparecen en el habla común con una frecuencia mayor del uno por mil
tienen entre 7 y diez veces más probabilidades que las demás de aguantar
intactas, o al menos reconocibles, durante 10.000 o 15.000 años.
“Nuestros resultados”, dicen Pagel y sus colegas, “indican una
considerable fidelidad de transmisión para algunas palabras, y ofrecen
una justificación teórica para investigar características del lenguaje
que pueden preservarse por grandes lapsos de tiempo y extensiones
geográficas”. Los científicos no solo han comprobado este principio en
las lenguas indoeuropeas, sino también entre los hablantes de las
familias uránicas, chino-tibetanas, altaicas, austronésicas y el sistema
Níger-Congo.
Las secuencias genéticas más refractarias al cambio a lo largo de las
eras geológicas representan a menudo ‘interfaces’ de una molécula (por
ejemplo, cierta zona de una proteína) que interactúan con tantos
‘partners’ que cualquier ligero cambio en la secuencia causaría un
auténtico desmoronamiento de un amplio número de sistemas biológicos.
Las palabras más frecuentes en el habla parecen ser su equivalente
lingüístico, lo que puede bastar para explicar su resistencia al cambio.
Sea como fuere, los lingüistas ya disponen de un juego de ‘genes’
ultraconservados para analizar la noche de los tiempos.
[Fuente: www.elpais.com]
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