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¡Alto, alto, un momentico! ¿Están ustedes seguros de que es así como se jura una traducción? |
Por Rafael Carpintero
Que no, que no hago traducciones juradas…
Sí, sí, ya sé que estoy en la lista, pero es que ahora está todo el
mundo… ¿Que por qué? Me parece que han cambiado la normativa y… ¡Ah! Que
por qué no las hago… Pues…
Les juro que tenía pensado hacer una entrada sobre lo de las traducciones juradas, antes de que Pere Juliá me
viniera con el asunto por motivos que ahora no vienen al caso. Sí, soy
intérprete jurado de los del Ministerio de Exteriores, pero no ejerzo
como tal. Bueno, eso no es del todo cierto, traduzco mis cosas y las de
mi mujer (sobre todo los contratos para lo de la Seguridad Social, y,
sí, sí puede uno traducirse sus documentos) y las de amigos muy, muy
amigos y que además estén en apuros de vida o muerte. ¿Qué por qué no
hago más traducciones juradas si ahí hay pasta? Pues porque era un
sinvivir, mire usted, y no tenía uno ninguna calidad de vida.
Empecemos por el principio. Me presenté
al examen como el burro flautista del pelmazo de Iriarte y sonó la
flauta, aunque no exactamente por casualidad, no se crean, hay que saber
idiomas. Por cierto, permítanme un consejo las jóvenes generaciones:
nunca, nunca, nunca se dejen a la mitad la traducción en un examen (a no
ser que sea de esos que te ponen un texto larguísimo a ver hasta dónde
llegas). Por aquel entonces, presentarse era relativamente barato, seis
mil pelas si mal no recuerdo, y con ese dinero no se iba a ninguna
parte, bueno, a Almería en autobús puede que sí entonces, ahora no, y,
de todas formas tampoco te daba para la ida y vuelta. En fin, que cuando
me presenté había más gente que en la guerra (para turco, sólo tres o
cuatro) y muchos, muchísimos dejaban el examen a medias por si colaba, y
no colaba. Otra cosa que me sorprendió fue lo mucho que pensaba el
personal. Te daban primero dos horas para traducir dos textos de poco
más de medio folio (sin diccionario) y luego hora y media para otro de
como un folio (más jodido difícil, con diccionario). No es
por presumir, pero a mí me sobró un montón de tiempo. Tanto que me puse a
repasar las traducciones y a tachar por aquí y por allá y a corregir
por acullá hasta que me dije: “¡Sooo! (por lo del burro flautista) ¡Que
lo vas a dar to lleno tachones y no estás haciendo más que meter la
pata! ¡Déjalo como está!”. Y no me faltaba razón, sobre todo en las
traducciones generales sin diccionario porque, digo yo, o lo sabes o no
lo sabes, y, si no lo sabes, no lo vas a saber por muchas vueltas que le
des, ¿no? También es que uno ha hecho (sufrido y preparado) muchos
exámenes y eso es una ventaja. En cualquier caso, queridos niños de
España, en este tipo de pruebas, cuanto menos corrijas, mejor, porque la
primera versión suele ser la óptima, aunque no sea buena.
En suma, que al final aprobé, me dieron
mi carnet (me niego a decir el “carné” de la RAE porque me parece una
carne atildada, que diría Gracián, aunque sin ene final), que es enorme y
no te cabe en ninguna cartera como no sea la de ir al cole y meter el
bocadillo, y me dispuse a ejercer de traductor-intérprete jurado según
la nueva denominación. Y la verdad es que enseguida me desanimé porque
todos los encargos eran para mañana. Solía ocurrir de la siguiente
manera: “Oiga, ¿es usted el jurado? Tenemos unos documentos para
traducir. Sí, sí, no es mucho, unos quinientos folios. ¿Sobre qué? Es
para un concurso de empresas. Bueno, nos dedicamos a la nanotecnología
cuántica. No no corre prisa, conque lo tenga para el jueves, está bien”.
Y tú rápidamente a ver si aprendes rápidamente algo de los nanocuantos
ésos y dale que te pego a las teclas para ver si lo tenías a tiempo.
Sin embargo, la mayor parte de las
traducciones (también con muchas prisas) eran legales. Y, ¡unos
dramones, madre mía! ”Oiga, ¿el traductor? Sí, mire, es que estoy en
una celda de la Stasi por un delito que no cometí y los torturadores
quieren que les entregue un certificado de penales para ver si así
tienen un achaque y como soy huérfano no puede tramitármelo nadie y…”.
O, “¿No podría tenerme para mañana el certificado médico? Me hace falta
para demostrarles a los secuestradores que se tienen que andar con
cuidado con el colesterol del abuelito?”. Y, díganme, ¿quién es el guapo
que se niega a hacer esas traducciones tan urgentes y trágicas? En suma,
que primero puse unas tarifas que pensé que serían disuasorias como
misiles balísticos norteamericanos o soviéticos, pero sólo disuadía al
personal de pagar lo que pedía. “En fin, no tengo más remedio que
pagarle lo que pide, pero no hará falta que me presente al concurso, porque con esto se hundirá mi empresa. Mala suerte que sea de vacunas
contra la malaria para los niños del Tercer Mundo”.
Hasta que me enteré de que si no mandabas
las tarifas a los de Exteriores, te quitaban de la lista. Eso hice, y
viví unos años la mar de tranquilo, hasta que he vuelto a estar en ella.
No aparecen mis datos de contacto, pero como está el gúgel, y sí los
tengo en la ficha de ACEtt, por si aparece algún editor rumboso, pues…
De todas formas, es que encima lo de las
traducciones juradas es un lío, porque en ninguna parte te dice cómo
deben ser. Hay unas normas para el sello y la apostilla que tienes que
poner, pero nada más. ¿En folio o en cuartilla? ¿En papel normal o El Galgo? (El papel El Galgo inevitablemente me trae a la memoria el papel El Elefante
de mi infancia, que no servía para traducciones pero sí para otros
menesteres, amén de como depilatorio o para quitar el óxido de las
tuberías.) ¿Hay que añadir fotocopia del texto original (en teoría no
hace falta)? ¿Hay que poner en todo lo alto que es una traducción
jurada? ¿Hay que rellenar las líneas con guiones? ¿Se pueden usar papel
de colores y tintas de olor?
Quien esto suscribe es partidario de
hacerlo todo (menos lo de la tinta de olor) y llenarlo todo de sellos
porque tiene comprobado (realidad científica) que cuantos más sellos y
pijadas tiene un documento, más efectivo es. Mi mujer quería que le
convalidaran el título de doctora aquí, pero como todavía no se lo
habían expedido, le dieron un papelito provisional. ¡Y qué papelito,
señores! ¡En cartulina con grecas alrededor y sellos en seco! ¡Nada que
ver con aquellas horribles mitades de papel del estado, con las que
teníamos que apañarnos antes! Y luego hubo que reconocer la firma del
rector en el Ministerio de Educación (¡más sellos!) y ponerle la
apostilla de la Haya en el de Justicia (¡se agotaron las reservas de
tinta del Reino de España!) y qué sé yo qué más. Total, que cuando
acabamos, parecía el tratado de paz de Westfalia (que nunca he visto,
pero supongo que tendría muchas firmas y sellos). Quedó tan
impresionante que los funcionarios turcos seguro que ni miraron la
traducción, ya quedan bastante impresionados con lo de que en todo lo
alto del título ponga eso de su majestad el rey…
En fin, que le tengo muchísimo respeto a
los traductores y las traducciones jurados/juradas, pero que de momento
lo voy a dejar para cuando me jubile más o menos, porque tal y como
están las cosas, igual me quitan el puesto que tenía apalabrado en las
escaleras de una iglesia.
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