quinta-feira, 30 de agosto de 2012

Horrores idiomáticos y algo más...: Adiós, cortesía

Cuando el “elevador” (americanismo por “ascensor”) se detuvo en la planta baja, que no en el lobby, porque no vivimos en los Estados Unidos, una multitud de personas, que más bien parecíamos sardinas en lata por lo apretujadas, intentamos salir, pero una “manada humana”, peor que de búfalos, se nos abalanzó y casi nos aplasta contra las paredes del aparato. En verdad no sé por qué esas jaulas se llaman “ascensores” en España y “elevadores” en América si también descienden —me dijo mi amiga Berta cuando se lo comenté—; se deberían llamar “transportadores”. El “elevadorista” (mexicanismo usado aquí) gritó a voz en cuello: “Señores, abran paso para que quienes vienen del quinceavo nivel puedan salir. Este elevador solo para aquí y en ese nivel”.

Habría querido explicarle al ascensorista que las plantas superpuestas de un edificio se llaman “pisos” y no “niveles” y que “quinceavo/a” es un numeral fraccionario, una de las quince partes en que se divide un todo, por lo que debió haber dicho “décimo quinto piso” o “quince piso” —ambas formas son correctas— pues los numerales ordinales indican orden o sucesión, pero se aceptan los cardinales, mas pensé que los bisontes, perdón, la gente ya desesperada que deseaba entrar —pues el edificio del cual hablo necesita por lo menos diez ascensores más y las esperas son interminables— me lincharía. A pesar de la inconveniente lentitud, los usuarios deberían tener un poco de educación, de conocimiento de que quien sale tiene el derecho de paso y el que entra espera, pero si descaradamente se cuelan en una cola ¿qué respeto pueden tener por el derecho de los demás?
Logré llegar a la calle y quise aspirar aire fresco, pero ¡ah desgracia!, me envolvió la nube de humo diésel que lanzaba una “camioneta” (autobús), algo que sucede a diario en este país mío tan sufrido. Como soy optimista y Berta, mi amiga, que me esperaba en el estacionamiento vecino y conducía el automóvil también lo es, intentamos salir y que alguien nos diera paso. Tarea inútil. Ni pedir vía ni sacar el brazo valieron. Unos pasaban como si fueran a recibir herencia y otros como si los persiguiera el mismo diablo (recordé a mi padre cuando decía: “La velocidad que desarrollan los automovilistas corre en razón inversa de su talento”), un “guaruda” (guardaespaldas), más educado y más gente que los otros salvajes conductores nos dio paso y pudimos salir a la calle. Allí comenzó otra lucha: queríamos cruzar a la izquierda y a pesar de las señales nadie se compadeció de nosotras hasta que Berta se lanzó como toro miura al torrente del tráfico. Y digo compadecerse, aunque dar el derecho de vía es una obligación, pero en Guatemala, nadie respeta nada. Aquí impera la ley del más fuerte, por no decir la de la selva. Y yo no puedo más que preguntarme: ¿Qué ha pasado con la cortesía y la urbanidad? 
Por MARÍA DEL ROSARIO MOLINA

[Fuente: www.prensalibre.com]

Sem comentários:

Enviar um comentário