sexta-feira, 20 de julho de 2012

La vaca que traducía los títulos de películas

Periodo estival: tiempo de ocupaciones frívolas y contemplativas, siestas, apartamentos en la playa y cines de verano. Para no desentonar con el estado de ánimo ocioso generalizado, proponemos un brevísimo repaso a algunas de las traducciones más llamativas de títulos de películas. Eso sí: no prometemos exhaustividad. Al fin y al cabo, también de este lado huele ya a vacaciones.

No podemos empezar con otra que no sea la película que todo el mundo menciona, indignado, cuando surge el tema de las traducciones incompletas o que, de alguna forma, obvian una referencia importante del título: ¡Olvídate de mí! (Michel Gondry, 2004, Eternal Sunshine of the Spotless Mind), ¡pero a ver qué traductor no se queda sin recursos si le plantan un verso de Alexander Pope!

Están las traducciones de películas de Hitchcock, a menudo imperfectas pero grabadas a fuego en la memoria: Crimen perfecto (1954, Dial M for a Murder) o Con la muerte en los talones (1959, por North by Northwest). Están los títulos que desvelan la incógnita antes de tiempo, y aquí el espectador tiene todo el derecho del mundo a la pataleta, porque no se puede jugar así con las expectativas de nadie. En esta categoría podemos incluir La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968, Rosemary’s Baby), Cadena perpetua (Frank Darabont, 1994, The Shawshank Redemption) o ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? (Billy Wilder, 1972, Avanti!).

Están las traducciones metonímicas, que deciden expresar la parte por el todo —las sinécdoques están para usarlas, oiga—. También las que expresan el todo por la parte, con resultados algo menos convincentes: ejemplo paradigmático sería Tiburón (Steven Spielberg, 1975, Jaws). O los que directamente añaden algún elemento o matiz de cosecha propia, práctica más habitual en el cine clásico: Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961, Breakfast at Tiffany’s), Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969, Butch Cassidy and the Sundance Kid), La ley del silencio (Elia Kazan, 1954, On the Waterfront).

Están los traductores pragmáticos que, ante la dificultad de trasladar algún concepto a la lengua meta, optan por echarle imaginación y crear un título totalmente distinto: desde Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965, The Sound of Music) al poético Centauros del desierto (John Ford, 1956, The Searchers) pasando por la incomprensible ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Stanley Kubrick, 1963, Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb) o Danzad, danzad, malditos (Sidney Pollack, 1969, They Shoot Horses, Don’t They?). Una subcategoría de esta última la compondrían aquellos títulos que, traducidos, superan el grado de absurdo original, convirtiéndose así en hallazgos dignos de reconocimiento. Suele ocurrir con películas destinadas a público infantil o juvenil, pero nadie parece a salvo de estos traductores anónimos y peligrosamente creativos. Dejo, para terminar, algunos de estos despropósitos, que a mi juicio mejoran en español: Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (Terry Jones y Terry Gilliam, 1974, Monty Python and the Holy Grail), De pelo en pecho (Rod Daniel, 1985, Teen Wolf), Tu madre se ha comido a mi perro (Peter Jackson, 1991, Braindead) y, last but not least, Un canguro superduro (Adam Shankman, 2005, The Pacifier).
 
Por Elisabeth Falomir Archambault

[Fuente: librodenotas.com]

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