v La autora reflexiona sobre el estrés y el desconocimiento de la
profesión enológica y sobre la satisfacción cuando al consumidor le satisface
'tu' vino
v Adriana Laucirica, presidenta de los enólogos, inicia las colaboraciones
de la AER
Después de 9 años trabajando como enóloga, he llegado a la conclusión de que somos «una figura» un tanto desconocida. Mi esperanza es que os unáis a nosotros por medio de estas crónicas y os acerquéis todavía más al mundo del vino. La labor de un enólogo es compleja y cuando alguien te pregunta le respondes: «Yo hago vino».
El winemaker de hoy, como dicen los americanos, comienza por la viña. Conoce las parcelas, los suelos, la lluvia que ha caído en el año, la climatología, las enfermedades del viñedo y, finalmente, cuando la época de vendimia nos acecha, controla la maduración de la uva.
El trabajo continúa en bodega, con la previsión de entrada de la uva: hay que cuadrar las fechas de vendimia de cada viña (a máquina o a mano). También está la opción de compra a viticultores, lo que incluye un seguimiento previo de sus parcelas hasta que cortan la uva y te la traen a bodega. A la vez, hay que preparar el recinto, limpieza de depósitos, maquinaria, contratación de mano de obra. todo tiene que estar a punto para cuando llegue la uva y, cómo no, antes has debido comprar todos los productos y materiales que necesitarás. Después de unos meses de poco dormir, llegamos al vino terminado del año y aquí empieza la diversión. Mínimamente, el enólogo se suele hacer cargo de llevar al día los movimientos de vino en bodega, plasmándolos en los papeles que exigen las instituciones. Mientras tanto, compramos botellas, tapones y cápsulas, concertamos visita a bodega de clientes y distribuidores, catas, diseño de nuevos vinos, meter y sacar el vino en barricas, filtración, embotellado, preparación de pedidos, y, sobre todo, analizamos y catamos vinos a diario.
Si nos falta vino en bodega, hay que comprar: enterarse de cómo esta el precio del granel, encontrar la bodega que quiera vender, hallar el vino que quieras comprar y, por supuesto, llegar a un acuerdo económico. Si tenemos excedente, hay que venderlo: empezamos buscando el contacto, preparando muestras, pidiendo un precio justo y, siempre que a tu jefe le cuadre, rezamos para que al comprador le guste la muestra de tu vino. De vez en cuando, nos invitan a una feria. Allí hablamos de nuestros vinos, de cómo los elaboramos, de nuestras viñas, de nuestra bodega, etc. En resumen, vendemos.
Y después de todo esto, un día cualquiera después de una cata con colegas de la profesión, en la que has probado y comentado 15 vinos, vas dando un paseo hacia Laurel, entras en un bar, pides una caña y observas casi por deformación profesional que la pareja de al lado está bebiendo un vino tuyo, y ella le dice a él: «Cariño, este vino me gusta mucho». Y él le dice a ella: «Ves, ya te decía yo, que Pepe me ha dicho que el enólogo de esta bodega está haciendo vinos muy buenos».
De repente en tu cabeza se amontonan vendimias, viñas, ferias, jefes, estrés y te surge una idea clara: trabajas en lo que realmente te gusta y además consigues que la gente disfrute de lo que tú has creado. Todo entonces vuelve a cobrar sentido. Te bebes tu caña y luego te pides un vino, a poder ser de la competencia, porque te han contado que el enólogo de esa bodega también está haciendo grandes vinos.
ADRIANA LAUCIRICA ENÓLOGA Y PDTA. DE LA AER - LOGROÑO
[Fuente : www.larioja.com]
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