Tres rasgos marcan los cuentos contenidos en La acústica de los iglús, el primer libro de Almudena Sánchez. Uno es un estilo donde predomina el juego con los recursos gramaticales, en especial las enumeraciones. Otro es un sentido plástico en las descripciones. Y el tercero es la evidente admiración de la autora por Clarice Lispector, a la que busca en ciertos ejercicios líricos.
Almudena Sánchez |
“La considero intuitiva y extravagante. Cuando la leí por primera vez, algo hizo click en mi cabeza. Me dí cuenta de que entendía su voz, su poesía, su introspección”, dice la palmesana (de Mallorca) nacida en el año 1985 sobre la brasileña fallecida en 1977: “Me parece una escritora con una riqueza interior enorme. Alguien que se dedicaba a escucharse constantemente, para dentro, y escribía cosas que no llegaba a entender, pero que son descubrimientos bellos: íntimos y humanos. Me encanta su forcejeo con los límites del lenguaje y su fijación por las gallinas”.
La aspiración hacia la prosa estilo Lispector se hace más obvia cuando Sánchez reflexiona sobre las relaciones personales, que es un motivo recurrente en sus relatos. “El amor (el sexo, el amor) incluía aliento, fiebre y sangre a todas horas. Que eso era lo diferente, lo esencial: la aceptación de lo sucio”, escribe en el relato “El arte incrustado”, donde una competencia de talentos entre jóvenes músicas sirve de excusa para relatar la relación a ratos erótica entre dos amigas. En el caso de “El triunfo humano” la excusa es la aparición de una famosa actriz en el barco donde viajan como turistas dos viejas amigas y el resultado es que una de ellas descubre su secreta desazón en compañía de la otra.
La acústica de los iglús |
Puesto que Sánchez considera a Lispector a la vez “intuitiva y extravagante”, también hay espacio para personajes particulares, como la chica que estaba sobrecalificada para trabajar en cualquier empresa y termina recogiendo desperdicios en el espacio sideral de “Apuntes desde la bóveda celeste”. O “El nadador del hotel Minerva” que se ejercita en la piscina que sirve de cloaca al edificio. El más entrañable es la mujer que alimenta a mapaches con maíz que aparece en “La señora Smaig”, una imagen que sirve de metáfora del inminente final de la vida del personaje que narra. Ese cuento, por cierto, propone una de las más bellas reflexiones del libro: “En la mayor parte de los casos, la muerte nos despide con los ojos abiertos. Nos quedamos, entonces, con la mirada petrificada y abierta al mundo. Buscamos la última imagen del cielo”.
Aunque su primera publicación fuera un libro de cuentos, Sánchez no tiene un interés especial por este género. De hecho, para ella es absurdo del dilema entre la escritura de cuentos y de novelas: “Basta con mirar hacia los países de Sudamérica o de Norteamérica para darse cuenta de que es un debate que tienen superado. Lo importante es que un texto sea artístico y emocione a los lectores”.
Michelle Roche Rodríguez
[Foto: Mario Sánchez - fuente: www.colofonrevistaliteraria.com]
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