El jueves se celebró un encuentro entre productores de vinos biodinámicos y orgánicos. Los referentes del sector se reunieron para firmar un manifiesto por un vino bueno, limpio y justo. Promover un producto que transmita la fuerte conexión que existe entre el vino como alimento y el territorio
Escrito por MELISA BUBICA
El movimiento internacional Slow Food fue fundado en 1989 en Italia, y es presidido por Carlos Petrini y Mario Bottura, dos referentes de la gastronomía internacional. Petrini, debido a su activismo y promoción de una educación alimentaria con una mirada integral para el sector enogastronómico, ha sido nombrado como una de las 50 personas que pueden cambiar el mundo: así lo anunció The Guardian.
Desde Mendoza, y a la luz de esta movida, se pensó el Slow Wine, para pensar el vino como alimento y fomentar una cultura y filosofía más sostenible. El vino como alimento, es un alimento natural obtenido exclusivamente por fermentación alcohólica, total o parcial.
En el 2003, España trabajó la Ley del Vino, donde este producto entró en consideración en la estructura de la pirámide alimenticia como reflejo de la dieta mediterránea; adaptándose al ritmo de vida actual y combinando pautas del orden social y cultural como la comida en familia, el consumo de productos locales, entre otras.
El movimiento presidido por Carlo Petrini promueve tres pilares: un alimento limpio, donde se considera la forma en la que se produce y se consume: que no dañe el ambiente, tampoco el bienestar animal o genere consecuencias negativas en nuestra salud. Que el alimento sea bueno, requiere consumir productos de temporada y locales, eso nos hace conocer el territorio y fomenta nuestra cultura. El tercero y último pilar tiene que ver con pensar en un alimento justo, y se refiere a precios accesibles, en la retribución y a sus condiciones desde su producción, hasta la logística.
Bajo esta misma perspectiva se generó el encuentro y firma de tratado de Slow Wine en el Sitio La Estocada, en Tupungato, Mendoza. El evento reunió a productores y enólogos para dialogar sobre los desafíos en torno al trabajo que significa hacer “un vino lento” o más amigable y limpio.
Hacer vino biodinámico por ejemplo, garantiza una práctica consciente sobre el uso del suelo, el agua, el impacto social y el ambiente. Desafiar los métodos tradicionales y evitar el uso de pesticidas y fertilizantes es un paso para reducir las emisiones agrícolas de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero.
La agricultura biodinámica trabaja al ritmo del sol, la luna y las constelaciones. El uso del calendario biodinámico y la bioagricultura conduce a una mirada integral a la hora de producir alimentos.
La realización de vinos biodinámicos requiere de una visión integral de la vid: es un sistema vivo donde se cuidan, optimizan y reflejan todas las interacciones del ambiente. Este calendario establece cuándo son los momentos óptimos para trabajar la tierra y obtener los mejores resultados de la vid.
En la biodinamia las plantas se fertilizan con preparados naturales, se realiza compost y preparados homeopáticos de origen vegetal. Siempre todo esto va de la mano de la búsqueda de un sentido de unidad, donde la intención está en llegar a la máxima expresión de esa vid y terroir. A la hora de hablar de la fermentación, se destacan las levaduras indígenas que son las propias del viñedo, son aquellas que vienen con la uva, especialmente las que se adhieren a la pruina y el raspón.
El vino es un producto emblemático y resulta ser el recorte y la presentación de un territorio al mundo. Qué mejor que sea limpio, bueno y justo.
[Fuente: www.mdzol.com]
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