domingo, 19 de setembro de 2021

Entrevista a Philip Roth. “Solo al escribir aprendés qué tipo de escritor sos”


A los 85 años se fue Philip Roth, un escritor fundamental para la historia de la literatura mundial. Porque queremos volver a escucharlo –y a leerlo– rescatamos este encuentro cara a cara de 2012, cuando se editó en nuestro país “La contravida”, su novela de 1986. En esta charla imperdible, el ganador del Pullitzer hace un balance de toda el agua y los libros que corrieron debajo del puente.

Publicado por Nelly Kaprièlian

En estos últimos veinticinco años, Philip Roth publicó algunas de sus principales novelas (La contravidaPastoral americanaLa mancha humana…), terminó la serie “Nathan Zuckerman” que había empezado en 1979 al condenar en Sale el espectro a su alter ego a una enfermedad, y condensó su obra en un puñado de novelas cortas obsesionadas por la enfermedad y la muerte (El animal moribundoElegía). En estos veinticinco años, Philip Roth envejeció volviéndose cada vez más prolífico. En veinticinco años, también, se volvió –por mérito propio y por el fallecimiento de varios de sus contemporáneos y “hermanos mayores”– el escritor estadounidense vivo más importante, el único quizás del que cada libro (más o menos uno por año) es esperado con la misma impaciencia, la misma curiosidad, el mismo deseo.

ENTREVISTA> Hace poco más de veinticinco años publicaste La contravida, una de tus novelas más importantes, en la que cada capítulo contradice al anterior, cuestionando la “verdad” de lo narrado. ¿Qué cambió para vos con ese libro?
Philip Roth:
 Fue una ruptura en relación con mis libros anteriores. Ese texto abrió el camino para todas las novelas que siguieron, le volvió a dar energía a mi trabajo. Tenía finalmente un esquema más amplio, debido a la forma en que la acción transcurría en varios lugares, de Londres a Nueva York. Desde un punto de vista técnico, me volví más libre, y mi prosa, más suculenta. De alguna forma permitió que existieran mis novelas de los años noventa, como Operación Shylock y El teatro de Sabbath. Aunque los temas son completamente distintos, mi forma de escribir cambió, las frases se volvieron más recargadas. En cuanto a La contravida y sus capítulos que contradicen el destino de un personaje del capítulo anterior, no sé por qué procedí así… Cuando pasó, desde el segundo capítulo, me gustó tanto que escribí el resto del libro de ese modo.

¿No teorizás sobre tu trabajo?
No, no tengo ese talento. Además, no me interesa.

¿Por qué empezaste a ponerte en escena en algunos de tus libros?
Cuando me hice aparecer en Patrimonio. Una historia verdadera, por ejemplo, fue porque se trata de un libro sobre la muerte de mi padre, sobre mi familia; no es un libro de ficción. Entonces me parece normal aparecer en él en tanto que yo mismo. En Engaño, el tema es el adulterio, y me preguntaba sobre la forma de aportar algo nuevo a un tema que ya no choca a nadie. Entonces quise hacer que ese tema fuera “incómodo”, restituirlo tal como lo es para mí… Entonces ningún personaje tiene nombre, excepto yo. Me inspiré en escritores europeos, como Gombrowicz, que hace aparecer a un tal Witold en Pornografía y lo hace ser un voyeur, para ampliar la decadencia moral. La situación moral del libro me indica si debo aparecer o no. En La conjura contra América la idea consistía en cambiar la historia de los Estados Unidos: Roosevelt pierde las elecciones y gana un tipo de extrema derecha. Iba a cambiar algo, pero ¿para quién? Pensé: para mi familia que es judía. Por un lado, todo era inventado, y para equilibrar eso, se fundaba en una cierta realidad. También me introduje en Operación Shylock por cuestiones metodológicas, ya que el método es todo. Hay que preguntarse “¿Cómo contar una historia?”. Esto tiene que ser nuevo cada vez. Y si no lo es a los ojos de los demás, lo tiene que ser al menos para mí.

Es interesante que cuando salió Operación Shylock sembraste la duda en las entrevistas, al negar que el Philip Roth del libro te representara, y luego afirmaste que trabajaste mucho para el Mossad, como tu personaje…
Dije que sí cuando me preguntaron si había realmente trabajado para el Mossad porque era igual de fácil que decir que no, ¡pero mucho más divertido! (risas) Necesitamos divertirnos en la vida, si no ¿de qué serviría todo esto?

¿Te divertís al escribir?
Rara vez. Salvo algunas pocas excepciones, cada uno de mis libros fue un calvario. Hay oficios muy pesados, ¡y escribir es uno de esos! Si el libro no te agota al escribirlo, entonces dudo de su calidad. Por ejemplo, Patrimonio. Una historia verdadera: lo escribí a medida que avanzaba la enfermedad de mi padre. Lo veía todos los días y estaba tan movilizado al final del día que no quería ver a mis amigos, ni mirar un partido de baseball, ni nada. Lo único que podía hacer era escribir, pero sin saber que estaba haciendo un libro… Entonces no lo concebí en el dolor, pero tampoco en la felicidad. El libro que más me divirtió, con el que todavía me río, es El teatro de Sabbath, en el que pongo en escena a un personaje desprovisto del sentimiento de vergüenza y que blasfema contra la gente decente.

¿Hay escenas que te gustan escribir más que otras?
Sí, y son las escenas a las que nadie les presta atención. Como en Me casé con un comunista, cuando mi personaje va a ver a un taxidermista. Me encantó consultar a uno para mi libro. Lo que más me gusta es escribir escenas que requieran asesoría profesional. En Indignación, el hijo de un carnicero le cuenta a una chica la forma en la que se entrega la carne… Creo que la gente pasa mucho tiempo pensando en cosas tan cotidianas. En Elegía, el padre tiene una joyería. Me encantó ir a una joyería, pretendiendo que quería comprar un anillo de compromiso para mi novia.

¿Con los años te resulta más fácil encarar las escenas de sexo?
Siguen siendo difíciles, ya que no tienen que ser vulgares pero tampoco muy tiernas o muy estetizadas. Al principio, era muy reflexivo: en mis dos primeros libros, por ejemplo, Goodbye, Columbus y Deudas y dolores, las escenas de sexo se desarrollaban en la oscuridad. Con el tiempo, me fui dando mucha más libertad, particularmente en El mal de Portnoy, ya que el libro se sitúa en lo de un psicoanalista, ahí donde no se censura el lenguaje, allí donde uno no tiene vergüenza. Eso me dio la libertad de ser obsceno, gráfico en mis descripciones. No lo retomé después, salvo para El teatro de Sabbath, ya que ese libro me lo permitió. No es una decisión personal, sino el tema o el personaje del libro que legitima tal o cual método.

En La humillación pones en escena a un actor. ¿Ves la vida como un juego de roles?
¡Pero todos interpretamos un montón de roles! Interpretamos roles diferentes con nuestros amigos, nuestros colegas, nuestra familia, nuestros amores. Somos muy flexibles. Nosotros, la gente ordinaria, somos muy buenos actores. Si en la mesa, cenando, una mujer le declara a su marido que descubrió que él la engaña al registrar los bolsillos de su saco, van a ver cómo se vuelve un excelente actor. La gente común está muy dotada para la mentira.

En La contravida empezaste a hablar de un tema que se volvería central en tu narrativa: la enfermedad, el riesgo de la impotencia, ¿Pensás que una vida sin sexo sería invivible?
No, es vivible, de hecho es el caso de mucha gente. Puede ser triste –o no. En Sale el espectro, eso vuelve loco a Nathan Zuckerman, ya que ve a esa joven que desea sin poder hacerle el amor. Todo lo que sé es que la gente vive muy mal el hecho de estar excluida del sexo. Se siente frustrada, triste, enojada…

Cerca de cumplir ochenta años, ¿qué aprendiste de la vida?
Que voy a odiar abandonarla… No es que todo haya sido color de rosa, pero nada es tan apasionante como el estado de conciencia. Fui educado continuamente, una y otra vez en mi vida por los sucesos, por las personas. Aprendí dándome golpes. La verdad nos llega a los golpes. Lo más absurdo es que creemos que la lección va a ser útil para la próxima experiencia, pero nunca es así, ya que cada vez las cosas son diferentes… Si hubiera una vida después de la muerte y me preguntaran “¿Qué querés ser ahora?”, respondería “Cualquier cosa menos escritor”.

¿No exagerás un poco?
Sí, puede ser. Lo cierto es que me gustaría tener el mismo estatus, pero no ser escritor: fue muy arduo. Cuando empezás tenés que extraer tu mejor libro de las tonterías que escribís: un trabajo muy difícil. Solo al escribir aprendés qué tipo de escritor sos. Por ejemplo, no sabía que podía ser gracioso por escrito en mis primeros tres libros. Era un joven serio que quería ser un escritor serio. Solo con El mal de Portnoy supe que podía abrir mi campo de escritura a la comedia.

Con el tiempo, ¿comprendiste qué tipo de escritor eras?
Soy el escritor que escribió Nemesis, mi última novela. Es todo lo que sé. Olvidé los libros anteriores. Toda mi concentración para terminar un libro se volatiliza desde que lo termino. Cuando comienzo una novela nueva seis meses después, debo recomenzar desde cero. Cuando emprendo mi jornada, no sé cómo va a ser…

La conjura contra América está ambientada en la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué no en una historia más reciente?
Era un niño durante la Segunda Guerra Mundial, lo que tuvo un enorme efecto en mí. Mi padre me hablaba mucho de la guerra, me fascinaba. Aprendí la magia de los grandes líderes como Roosevelt, que fue un gran héroe y un protector. Mis padres lo votaban, era un dios en casa. Estábamos muy imbuidos en la idea de una unidad estadounidense, lo que nunca había pasado antes. Para un niño, la guerra era un horror; pero también me sentía un gran patriota. Y ganamos. De adulto, leí muchísimo sobre la guerra. Todo eso está en mi bagaje, por eso elegí escribir sobre ese tema, así como sobre el antisemitismo, muy presente en los Estados Unidos de los años treinta.

Muchos escritores estadounidenses escribieron sobre el 11 de septiembre. Vos no. ¿No es uno de los hechos más importantes de los últimos veinticinco años?
Sí, claro. Estaba en mi casa cuando pasó. No tenía ninguna idea en ese entonces de la forma en que ese hecho iba a cambiar todo. Me acuerdo de que estaba enojado, tocado por el patriotismo, enseguida fui al Ground Zero… Luego no fui nunca más. Ese hecho fue horrible, primero por la cantidad de muertes que provocó, luego por lo que vino después. Nos dio a Bush: sin el 11 de septiembre, jamás habría sido reelecto para un segundo mandato. Bush envenenó el sistema estadounidense, y es Obama el que está pagando por lo que él le hizo a la economía del país. La crisis empezó dos meses antes de la elección de Obama. Lo que dejó Bush es un desastre, un problema insoluble. Quizás Obama no sea reelegido por eso.

¿Cuáles son los otros hechos que más te marcaron en estos veinticinco años?
Ya no me acuerdo. Trabajaba. No tenía tiempo para mirar otras cosas.

Sin embargo te interesó el affaire Bill Clinton-Monica Lewinsky.
Claro, porque había de todo en ese affaire: la presidencia estaba amenazada, y los adversarios de Clinton intentaron usar eso en contra suyo.

¿Estás al tanto de lo que pasa en política?
Leo los diarios, miro las noticias, pero eso es todo. Solo escribo. Y cuando no lo logro, me quedo enganchado en la computadora o voy a pasear. Pero la mayor parte del tiempo, me obligo a quedarme frente a mi texto. Me encanta esa tortura (risas).

414 páginas. Traducción de Ramón Buenaventura

[Entrevista publicada junio de 2012 en Los Inrockuptibles - reproducida en medium.com]

Sem comentários:

Enviar um comentário