Espoleadas por el populismo, la crisis económica, la corrupción, la violencia y las eternas desigualdades, las masas del continente se han lanzado a las calles en las últimas semanas. Ocho escritores nos revelan los porqués de la crisis actual en sus países.
La verdad es que aún es pronto para saber cómo se reflejarán en futuras obras literarias estas jornadas en las que muchos manifestantes optan por la creatividad y la alegría para manifestar sus protestas. Por lo que a mí mismo se refiere, el año pasado apareció un libro que refuta la tesis de que el tema central de mi poesía es lo fantástico. Sostiene, en cambio, que más bien es una poesía de la violencia. Recientemente hubo una marcha de trabajadores en Montevideo, y según supe, uno de los dirigentes obreros leyó mi poema “Hueso”, que tiene que ver con los detenidos-desaparecidos. Y hace unos pocos días, los chilenos y los mexicanos de Guadalajara, México, que organizaron una marcha de solidaridad con lo que estaba pasando en Chile, también leyeron públicamente ese mismo poema. Y bueno, está mi último libro, Reencarnación de los carniceros, que acaba de ser publicado por Visor. El tema central es la guerra, sobre todo el peligro de una guerra nuclear. Difícil encontrar una violencia mayor que esa, creo yo.
Zonas opacas, complicadas
Mónica Ojeda. Ecuador
Ecuador ha estallado por el cansancio popular ante medidas de gobiernos que se autodenominan de izquierdas pero que son neoliberales, como el de Lenin Moreno. Medidas que blindan a las personas con mayor nivel adquisitivo, y que empobrecen y limitan al sector más vulnerable de la población, el indígena, un colectivo marginado que sufre los embates del racismo y que ha decidido levantarse porque la eliminación del subsidio a la gasolina representaba para él un coste inasumible. Una excusa, porque lo que impulsó en realidad a los manifestantes fue la intervención del Fondo Monetario Internacional en Ecuador, que le hizo un préstamo a cambio de reducir lo que ellos denominan el gasto fiscal y gasto público y que nosotros llamamos “estado de bienestar”.
Son días difíciles, pero también felices, en los que no creo que los intelectuales tengan relevancia, no en el sentido de que no sean políticamente activos, que lo son, sino en el de que no son los protagonistas; ese papel lo desempeña gente que no tiene nada que ver con la creación ni con la academia ni con la élite intelectual.
Personalmente no me interesa la literatura como instrumento político o de denuncia. La violencia y la desigualdad están presentes en mis libros pero no de forma explícita sino a través de relatos sobre la violencia sexual o la que todos podemos ejercer sobre otra persona a la que supuestamente amamos. También el tema de la desigualdad está aludido en mis novelas. Mi literatura está lejos de mi beligerancia política, de mi feminismo, de mi antirracismo, lo he querido así porque mi trabajo va directo hacia zonas de incomodidad ética y me gusta lanzarme hacia allá totalmente libre. Sin embargo, mi escritura como acto político tiene que ver con hablar sobre cosas complicadas, y creo que esas zonas de opacidad y esas zonas donde no hay un lenguaje claro son donde me gusta habitar literariamente hablando. En cambio políticamente en mi vida diaria me gusta ser muy clara. Por eso encuentro tan distinto el lenguaje literario del de la denuncia. Distantes aunque no imposibles de encontrarse porque hay trabajos de escritores que venero que están muy cerca de la denuncia, como Raúl Zurita.
Escribir para animar la esperanza
Gioconda Belli. Nicaragua
En Nicaragua hemos pasado a un estado de represión y de agresiones del gobierno a la población, que tienen visos de psicosis patológica de Murillo y Ortega. Para evitar que la población se manifieste despliegan enormes contingentes de policías y antimotines, cada vez más dispuestos a golpear a la gente y que no respetan nada, ni nadie porque saben que tienen garantizada la impunidad. Cuando hay misas para los asesinados o para los excarcelados, rodean las iglesias con murallas de antimotines. Cada medio día, Murillo en su alocución al país, mezcla de prédica religiosa e informe de los “logros” del Estado, no ceja de incitar al odio hacia la oposición. Ese odio se expresa en amenazas de muerte pintadas en las paredes de las casas de opositores, patrullas de policía que ostentosamente se colocan frente a las casas de quienes fueron presos políticos.
El gobierno se niega a sacar a los 136 presos políticos que aún están en la cárcel, aduciendo que sus delitos son comunes. No hay calma. Lo que hay son prohibiciones, asedio y la pretensión de silenciar todas las expresiones de rechazo de la población hacia el régimen. Y, sin embargo, las protestas continúan. Hay protestas “exprés” casi a diario, pequeños grupos que salen con la bandera del país y luego se dispersan. Vivimos sin libertades, gobernados por dos personas fanáticas y capaces de cualquier atrocidad para conservar su poder. Los medios internacionales han dejado de poner atención porque las formas de matar la libertad que está usando el régimen ahora son más sofisticadas y perversas.
Afortunadamente, en mi país hay una tradición de participación política de escritores y artistas y esta vez no ha sido diferente. Muchos músicos han debido irse al exilio porque temían por su vida, pero los que nos quedamos somos testigos y voceros de ese pueblo sacrificado otra vez. Claro que es difícil crear en estas condiciones, pero a la vez es una necesidad no claudicar y denunciar con la palabra, la música y otras artes, lo que está pasando. Y animar la esperanza, la convicción de que como seres humanos tenemos derecho a una existencia con respeto y justicia.
Porque la creación es lo contrario de la violencia; es la vida contra la muerte. Uno siente el impulso de no dejar que la negrura de los corazones de quienes nos gobiernan logre apagar el impulso vital que nos hace creer que la justicia tendrá que llegar, aunque tarde. Yo escribo y promuevo, desde PEN Nicaragua, la organización internacional de escritores y periodistas que presido, la discusión intelectual, la lectura, los espacios de libertad mentales. Siempre he sido un animal político, de allí que lo que vivo, lo bueno y lo malo, sea alimento para crear y encontrarle sentido a lo que estamos viviendo. He escrito mucha poesía en este tiempo, pero no soy ajena a que el horror de lo que veo me afecte. ¿Cuántos tiranos alcanzan en una vida? dice un poema que escribí. Se necesita fuerza para no deprimirse, sobre todo cuando uno se ha pasado toda una vida luchando y ha visto morir a tantos por librar a Nicaragua de la dictadura. Es terrible pensar que se vive en el país de Sísifo. No puede ser.
Lo curioso es que es después de los años 80 hubo un momento en el que los creadores más jóvenes apostaron por el “arte por el arte”, ese vivir al margen de la calle se acabó el año pasado con la rebelión de abril. Nadie de las nuevas generaciones ha permanecido indiferente. Lo triste es que muchos se han tenido que marchar del país porque las oportunidades de trabajo, de estudio, se han reducido dramáticamente y ser joven, como cuando Somoza, ha vuelto a ser peligroso.
¿Todo es basura y debe ser destruido?
Héctor Abad Faciolince. Colombia
Confieso mi asombro. Ante las violentas manifestaciones que paralizaron hace poco Bogotá (y Santago de Chile, Quito…) me siento, como decía el añorado Carlos Monsiváis, desarmado. Sí, como él, “o ya no entiendo lo que está pasando, o ya no pasa lo que estaba entendiendo”. Por eso no creo que los literatos estén reaccionando distinto al pueblo en general: la mayoría y en especial los más jóvenes participan con entusiasmo en las protestas, así sea solo celebrándolas desde Twitter. Ellos quisieran formar parte de un “nuevo orden” que derribe al establecimiento cultural. No creen que haya mérito alguno en lo conseguido por las generaciones anteriores. Todo lo que hay es basura y debe ser destruido. Y los que miramos atónitos e incrédulos sin saber qué pensar ni qué hacer debemos ser arrasados también como carrozas viejas que forman parte del statu quo. En estos momentos el que duda y trata de entender es un enemigo más y un tibio al que hay que borrar con el ventarrón de la historia.
Una crisis sostenida
Mariana Enríquez. Argentina
Me cuesta pensar en estos conflictos en términos latinoamericanos, porque cada país tiene su idiosincrasia particular y motivos diferentes para estar en problemas. Por ejemplo, Chile y Ecuador tienen procesos políticos y sociales completamente diferentes que están eclosionando por motivos distintos. En Argentina, donde no hay realmente un estallido social, el problema es eminentemente económico. Es por eso por lo que esta vuelta al kirchnerismo una vez más se da porque el gobierno de Macri fue muy malo, no hay más. El anterior presidente no consiguió ninguno de los objetivos del liberalismo económico que se pretendían y las políticas de austeridad resultaron insoportables para una población que está sufriendo más inflación, pobreza y desempleo que con Cristina Kichner. Cualquier parámetro que uno tome, con Macri fue peor, así que, aunque comprendo que puede ser visto como una regresión, porque es el gobierno anterior, para la gente que votó a Alberto Fernández fue en realidad una corrección, un modo de olvidar estos últimos cuatro años.
Argentina tiene una crisis tan sostenida en el tiempo que creo que es momento de dejar que funcione la política. Me parece que a veces el “ruido” de los intelectuales opinando constantemente en una situación tan compleja que termina siendo banal. Hay muchísimos problemas sociales muy graves que exigen una resolución pronta, y creo que está bien que los intelectuales nos repleguemos únicamente hacia la posición de ciudadanos, porque está probado que cualquier interpretación acerca de Argentina no funciona. Es mejor escuchar a la gente y tratar de comprender qué vota en lugar de estar opinando exaltadamente todo el tiempo, una postura un poco vanidosa.
Aunque utilizo el género de terror como una forma de pensar la realidad, porque el realismo puro no me satisface, mi literatura es bastante política. El género de terror y el fantástico reflejan la sensación de angustia y de incomprensión de un mundo que se resquebraja y la sensación de crisis permanente, que son las principales características de la realidad. La incertidumbre, el no saber lo que va a pasar, la sensación de estar caminando sobre algo muy frágil que en cualquier momento puede desvanecerse. Todo eso, que se ha convertido en una realidad cotidiana y sostenida en mi país, tiene algo de pesadilla y se refleja en mi literatura.
Secuestrados por el necrocapitalismo
Antonio Ortuño. México
La crisis de violencia en México lleva años fuera de control. Sumando las dos presidencias anteriores se cuentan más de doscientos mil asesinatos. Y en esta ya van más de treinta mil. La tendencia no deja de crecer, esencialmente porque hay una impunidad total. Por colusión, por corrupción y también porque el sistema de justicia está desbordado. Lo mismo da. Como no hay castigo, el crimen organizado, que hace años que es millonario, influyente y poderoso, se convierte en casi invencible. Y crece. El gobierno actual no parece tener una idea clara de cómo enfrentarlo. Defiende que no seguirá la política agresiva de los anteriores y apuesta por discursos morales y proyectos sociales a largo plazo, pero hasta ahora el poder y las cuentas bancarias siguen tan tranquilas.
Desde Europa hay una mirada entre condescendiente y caduca de América Latina y en especial de México. Se insiste en referentes que nada tienen que ver con la realidad, una mezcla de series de televisión y romanticismo. Pero lo que pasa en México es algo casi inconcebible para quien tenga como referente solo la realidad europea: en México hay una guerra sin ideologías que se rige por parámetros de algo que podríamos llamar necrocapitalismo, donde la única victoria posible es ganar más dinero y ampliar el negocio a balazos.
Desde muchas ópticas diferentes, un buen número de artistas e intelectuales llevan años pensando y creando en medio de esta situación y hay huellas perceptibles de ello. Por ejemplo, Rulfo escribió marcado, justamente, por una época de violencia terrible, la Guerra Cristera, que se llevó a muchos de los suyos. Y destiló la zozobra de las víctimas con un talento que sigue vigente. Varias de las obras cruciales de las artes mexicanas del último decenio tienen que ver con la fricción con esa violencia intolerable y a la vez habitual en que estamos metidos.
Esta realidad es un tema crucial en lo que escribo. Mi última novela, Olinka, se asoma al salvajismo detrás del “civilizado” lavado de dinero de gente “bien” que en apariencia nada tiene que ver con el crimen. Pero no me considero un notario ni un glosador de horrores. Escribo en pie de guerra contra ellos. La literatura, decía Pound, no solo propone belleza sino también delimita la fealdad. Y escribir también es un modo de desmontar el lenguaje (oficial, social, criminal) que acuna y tolera esos horrores.
Traidores y narcisos
Alonso Cueto. Perú
En América Latina y quizá en todo el mundo se ha roto la confianza entre los líderes y la gente, que no se siente representada por políticos como Evo Morales. Los ven como traidores y narcisos. En cuanto a la experiencia del pueblo, uno puede vivir mal pero no perder la esperanza de vivir bien. La gente más pobre tiene a la más rica muy cerca y las desigualdades son incentivos a la violencia más grandes que la pobreza. Lo que diferencia a la crisis actual de las anteriores es que no tiene líderes. Es un movimiento dirigido desde las redes sociales. Todos están de acuerdo y no necesitan un liderazgo. No los mueve una ideología o una doctrina sino una sensación, la indignación, la rabia, la rebeldía. Los manifestantes no quieren imponer otro modelo sino protestar por lo que ven a su alrededor.
Porque el Perú está protegido por un gobierno que ha despertado una considerable simpatía después del cierre del congreso, algo a todas luces constitucional y políticamente necesario. Es uno de los países con más reservas internacionales, casi cero inflación y un presidente, hasta el momento, libre de corrupción. En ese caso, creo que lo importante es que mientras la gente tenga algo que proteger (una pequeña propiedad, un vehículo) va a intentar sobrevivir sin protestar. Cuando venga el cansancio por la supervivencia, habrá un estallido social, pero no podemos saber cuándo ocurrirá. Por lo pronto, el gran mérito del gobierno peruano ha sido despedir la era del fujimorismo.
Mientras, Europa considera aceptables situaciones acá que en sus propios países estimaría intolerables, quizá porque sigue mirando a América como un continente en experimentación. Y considera que toda rebelión latinoamericana es justa si viene de la izquierda. La ideología de la izquierda es una especie de garantía moral de sus líderes, lo que es absurdo. Afortunadamente, los creadores peruanos están a la altura del momento actual, empezando por Mario Vargas Llosa.
En cuanto a mi propia obra se refiere, el Perú es un país fascinante para un escritor porque es una mezcla de razas y de culturas. El conflicto natural, el resultado de esa apasionante convivencia de muchas etnias, es la materia prima de una narración. Por eso el Perú y otros países latinoamericanos producen narraciones, porque en cierto modo la literatura siempre es consecuencia de la diversidad y es hija del mal. La narrativa empezó el día en el que la serpiente entró al paraíso. Siempre he agradecido ser un escritor peruano.
Demagogia irrigada con petróleo
Karina Sainz Borgo. Venezuela
Lo que ocurre en Venezuela es de una gravedad profunda. Lo excepcional ha terminado normalizándose. La economía está completamente dolarizada, la inflación galopa y el régimen hace tiempo que ha asumido sus procedimientos dictatoriales. El contexto regional padece una mayor inestabilidad, ya no solo en Centroamérica, también en Chile y Bolivia. Eso atomifica la discusión pero agrava las consecuencias de la crisis venezolana; no olvidemos la gran cantidad de migración que produjo el éxodo. Y no hay nada nuevo. Si acaso, en Venezuela, más hambre, más pobreza, más carestía, más violencia, más impunidad y al mismo tiempo, menos democracia, menos Estado de derecho, menos leyes y, sobre todo, una profunda sensación crepuscular en la posibilidad de convocar a elecciones. Supongo que fue inevitable: al menos en la región, Venezuela fue el primer y más intenso ciclo de populismo. Una espita de demagogia que, irrigada con petróleo, impulsó otras. Y aunque en algunos casos la naturaleza de ese populismo tiene sus propias causas, el bolivarianismo del siglo XXI, como lo llamaban sus perpetradores, ejerció una influencia.
A menudo me preguntan si los creadores e intelectuales venezolanos han, hemos estado a la altura del momento actual. Y es difícil de contestar. ¿Cuál es la altura correcta? ¿Hablar e informar? Sin duda, creo que sí. ¿Luchar por la libertad personal y las libertades ciudadanas? También. ¿Intentar generar un relato que nos conduzca a nosotros mismos a entender los errores? También. ¿A reinventarse a pesar de la carestía interna y la diáspora? También. Las dimensiones de los tiranos que nos gobiernan han conseguido achicarnos, pero moralmente creo que aún no se los hemos permitido. Quizá por eso, la violencia, la desigualdad, tal vez no me condicionen literariamente, pero sí forman parte de mi sensibilidad personal. La protagonista de La hija de la española asegura que ella nació en un lugar en el que hasta las flores depredan. Yo también. De las promociones de creadores más jóvenes que siguen malviviendo allí casi prefiero no hablar, me genera aprehensión el tema y la etiqueta generacional. Creo que cualquier ciudadano entiende que el silencio es una palada más de tierra en el funeral nacional. La creación pura y dura jamás está exenta de conflicto. Y en un régimen como el que gobierna hoy mi país, cualquier gesto de belleza e inteligencia es también un acto de resistencia.
[Fuente: www.elcultural.com]
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