domingo, 25 de agosto de 2019

«Mi padre es mujer de la limpieza», novela de la escritura francomarroquí Saphia Azzeddine

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Edición: Demipage, 2012 
(trad. Begoña Díez Zearsolo) 
Páginas: 186 
ISBN: 9788492719204
Precio: 17, 00 € (e-book: 6, 90€)

Saphia Azzeddine (Agadir, Marruecos, 1979), escritora, actriz y directora de cine, forma parte de la nueva generación de autores francomarroquíes, en la que también figura la ganadora del Premio Goncourt Leila Slimani (Rabat, 1981); voces jóvenes e inteligentes, que exploran la diferencia en la sociedad occidental contemporánea, una sociedad estratificada, multicultural y multiétnica. 

Azzeddine se dio a conocer en el panorama literario con Confesiones a Alá (2008; Demipage, 2011), que tuvo un gran éxito, y desde entonces ha publicado seis libros más, dos de ellos traducidos al castellano: Mi padre es mujer de la limpieza (2009; Demipage, 2012), que vendió más de 200.000 ejemplares en Francia y ella misma adaptó a la gran pantalla, y El viento en la cara (2015; Grijalbo, 2017). Siguiendo la estela de las novelas de formación con una narración desenfadada, herederas del Holden Caulfield de J. D. Salinger, Mi padre es mujer de la limpieza se alza como una lectura simpática y distendida sobre la experiencia de un adolescente del siglo XXI en el extrarradio de París. 

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Nos habla Paul, apodado Polo, un chico de dieciséis años que vive en Francia desde que era niño. Su madre, discapacitada, se pasa el día en casa; mientras que su hermana mayor, una joven atractiva y con «reputación de putón verbenero» (p. 17), está obsesionada con los concursos de belleza. 

En estas circunstancias, el padre se convierte en el principal apoyo de Polo, solo que este padre no tiene una profesión precisamente «varonil» de las que suelen inspirar a los muchachos: trabaja como limpiador de establecimientos. El propio Polo le echa una mano después del colegio. Algunas temporadas, les toca encargarse de la limpieza de una biblioteca, y Polo aprovecha para leer mientras barren. 

Pero no nos confundamos: esto no es el cuento del buen samaritano, ni la historia de superación lastimera de turno. No, Polo dista mucho de ser un hijo modélico (por suerte). Ayuda al padre, sí, pero por dentro mil contradicciones le revuelven las entrañas. Porque no siempre resulta fácil aceptar su condición social. Y porque, como cualquier adolescente, se siente inseguro. El protagonista se enfrenta a la tensión del desclasamiento en potencia: pertenece a la clase humilde, pero con los estudios puede aspirar a más. En el proceso, no obstante, sufre esa contradicción entre la reacción de «vergüenza» instintiva, por la incultura y los modales toscos de su familia, rasgos que él va dejando atrás a medida que crecen sus conocimientos, y el afecto y la admiración que le suscita la integridad de su padre, el sacrifico por sacarlos adelante con un empleo precario, sin perder nunca el buen humor. 

La naturaleza «femenina» del trabajo, por cuanto lo desempeñan con más frecuencia las mujeres, añade connotaciones de degradación; el padre, tan a menudo concebido por los hijos como un héroe, «rebajado» a señora de la limpieza. El aprendizaje de Polo pasa por asumir que un padre, incluso un padre limpiador, zafio y malhablado, que se encarga de más tareas del hogar que su esposa, puede al mismo tiempo ser un gran referente para él en su camino hacia la vida adulta. 

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Saphia Azzeddine Como telón de fondo, no podían faltar el primer amor y el despertar sexual, tratados con desparpajo, con hincapié en las dudas, pero con un narrador que se ríe de sí mismo y se gana la complicidad del lector. 

En lo relativo al colegio y los amigos, se esbozan las diferencias raciales y socioeconómicas de su región, una zona empobrecida y con muchos inmigrantes. Destaca, en particular, su acercamiento a una chica de la burguesía francesa, que sin querer acrecienta sus inseguridades. 

Todo ello, narrado con un estilo cercano al habla coloquial, desacomplejado; un tono adolescente logrado y divertido. Polo puede considerarse una víctima en más de un sentido, pero no va de ello; le pone humor, mucho humor. Tanto, que el final está un poco pasado de vueltas, «alocado», demasiado happy-ending de comedia comercial, por mucho que sea el desenlace exacto para cerrar el círculo. 

En cualquier caso, una buena novela, con la dosis justa de ternura para conmover sin empalagar y una prosa ágil que garantiza el disfrute.



[Fuente: www.globedia.com]

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