Virginie Despentes (Nancy, 1969) nació en la clase obrera, trabajó en una tienda de discos y un peep-show. Fue puta y punk rocker, dejó casa y estudios a los diecisiete, se peleó con sus padres, fue ingresada en un centro psiquiátrico, sufrió una violación y se metió tantas drogas como té hay en China. Nunca deseó ser famosa, pero muchos lectores se unieron a ella desde su primera novela, Fóllame (1998; convertida en filme —que dirigió ella misma— en el 2000), y no hacen más que multiplicarse (como confirman los bombazos de Teoría King Kong y la trilogía Vernon Subutex, ya por el segundo volumen). Y asimismo, pese a los parabienes y premios que han aterrizado en su regazo, Despentes no se ha convertido en poeta laureada ni vocera del poder: sigue siendo en muchos sentidos, salta a la vista, la insobornable «zorra punk» de su juventud alborotada.
Cuando topo con ella en la sede barcelonesa de Random House, me sorprende su altura física, que no esperaba, y la sonrisa menos servil que he visto nunca: Despentes no sonríe por deferencia o hábito social.; le importa un bledo incomodar. Pero cuando ríe, la suya es una risa franca y abierta. Su cara es un mapa histórico que muestra cada trinchera y cada refriega, pero cuando habla no da señales de cercana claudicación, ni siquiera de firma de armisticio. Virginie Despentes es una heroína de la otredad, una guerrera de la rareza: la odian las feministas de toca-y-griñón, los machistas, los religiosos, los pusilánimes y los demagogos, las derechas y a menudo también las izquierdas. Virginie no habla de delfines ni de tofu, de beauty tips o «peinados que arrasan», tampoco habla de arte burgués, sonatas de Bach o cosas lindísimas; sino de rock’n’roll, cocaína, humillación, ultraderecha, desahuciados y pobreza. De una Francia de varios colores y olores que muchos quieren mantener escondida debajo de la alfombra. Virginie no va a ser la próxima portada de InStyle o Elle, no teman, y tiene los ovarios muy bien puestos.
¿Cómo fue tu infancia? No alcanzo a imaginar cómo era Nancy, tu pueblo natal, en aquella época.
Era una ciudad pequeña del este de Francia que estaba muy ligada a la minería de carbón, la fabricación de coches… Ese tipo de sitio. Ahora ha cambiado, pero en los años ochenta quedaba muy lejos de París y eso significa que no teníamos conciertos y nadie venía hasta Nancy.
¿Era tu familia de clase trabajadora?
Sí. Trabajaban los dos en correos, eran de clase obrera media-baja, pero en una época en la que la gente que entraba en correos podía ascender. Mis padres eran personas muy interesadas en sus trabajos y estaban muy puestos en política, en literatura no tanto, pero sí en ensayos, historia, geopolítica… En aquella época se educaban un montón a través de la política.
Muy militantes los dos, entonces. ¿En qué partido?
Eran más de sindicatos que de partidos. Primero estuvieron muy ligados a los sindicatos y después mi padre se acercó al Partido Socialista de principios de los ochenta, un poco antes de Mitterrand. Pero era una generación distinta, que se autoeducaba al máximo. Mi madre era superfeminista y estaba implicada en varias luchas. Yo crecí en un ambiente de adultos hablando de política constantemente. El arte y la cultura no les interesaban demasiado, lo veían como algo relativo a la burguesía.
En aquella época la cultura quizás no fuera un símbolo de estatus como tal para la clase obrera, pero me da la impresión de que la mayoría de la gente trabajadora conservaba una serie de aspiraciones culturales. El conocimiento como fuente de orgullo. No sé si esto ha cambiado, pero yo no lo veo del todo igual.
Yo tampoco lo veo igual. Pero creo que es positivo, al menos en una parte. Pienso que la gente es mucho más abierta culturalmente, hoy en día se tienen muchos menos complejos. Incluso la literatura no pertenece tanto a la burguesía como entonces. Ahora somos lectores, vamos al cine y la gente tiene menos escrúpulos de clase. En Francia había un complejo de clase muy fuerte respecto a la cultura, por ejemplo.
¿Tú ya no lo tienes?
Sí, pero mi manera de entrar de veras en el punk rock o el rock fue dejar atrás estos complejos. Para empezar, en Francia el rock and roll era una cultura de clase media, así que primero tuve que rechazar la cultura obrera de mi familia. Y el hecho de que careciese de cultura universitaria supongo que me facilitó no tener ese tipo de complejos. No desarrollé un interés particular en la cultura de la burguesía hasta que cumplí treinta y cinco años, mucho después de haber formado parte de una cultura rock and roll .
El rock and roll parecía una cultura suficientemente rica como para tirar de ella casi eternamente.
Sin duda. Porque en el rock and roll había cine, literatura, poesía… Entramos en todos esos rincones a través del rock. Nunca he sentido envidia de otras clases sociales, de otro tipo de cultura «superior». Nunca he padecido ese tipo de complejo de clase.
Siendo tus padres tan de izquierdas, ¿realizaste el ineludible rito de rebelión antipaterna?
Sí eran de izquierdas, claro, pero igualmente tuvo lugar una ruptura por el choque cultural. El punk rock fue una catástrofe total para ellos. «¿Qué pasa con estos pelos rojos?». Ahora es difícil de explicar, pero en aquella época eso era algo realmente fuerte. O tu primer tatuaje… Eran cosas que no entendían para nada. Aquella fue una ruptura muy grave con mis padres. Como tantos otros de mi generación me fui de mi casa y de mi ciudad a los diecisiete porque quería respirar.
Mis padres, por ejemplo, no veían el punk rock y la subcultura como una expresión de la clase obrera; al contrario, lo veían como una traición a la clase obrera, como si dejases de militar.
Sí, en mi caso sucedió lo mismo. El simple hecho de que me pusiese prendas de ropa que no podían entender era para ellos como un insulto. «Te hemos proporcionado todas estas cosas buenas para que ahora nos escupas en la cara». Mis padres son jóvenes, me llevan veinte años, así que con el tiempo entendieron que aquel cambio no era un peligro ni una forma de despreciar lo que ellos eran. No se trataba de una traición. Pero al principio sí que pensaban: «Haces cosas que no podemos entender porque te avergüenzas de lo que somos». Lo que sí era cierto era que yo no quería trabajar en lo mismo que ellos, y para ellos era como si me avergonzara de su legado.
No heredaste su ética del trabajo, para empezar.
No la heredé [sonríe], y para ellos aquella ética, el orgullo del trabajo bien hecho, era algo fundamental; les parecía un insulto a la clase obrera que yo no la tuviera. Ahora lo entienden mucho mejor, porque las cosas han cambiado.
En España los nacidos en los setenta somos, en cierto modo, una generación de ruptura con la cultura paterna. Los padres vivían igual que sus padres y así sucesivamente; hasta que llegamos nosotros. ¿Esto se aplica también a Francia?
Sí. Mis padres tenían una vida mejor que sus padres a nivel material, pero conservaban los mismos valores. Por ejemplo, en cuestiones tan sencillas como la ropa: mis padres vestían con ropa de viejos, igual que sus padres, y esa tradición ya no existe. Ahora tenemos cuarenta y continuamos con estas pintas [risas].
A los quince años estuviste internada en un psiquiátrico, si no me equivoco. ¿Se trató de un brote psicótico o algo similar?
Fue durante la ruptura con mis padres: ellos no entendían en absoluto lo que yo trataba de hacer, pero yo quería hacerlo pasase lo que pasase, quería salir del círculo vicioso por cualquier método a mi alcance. En su momento fue un conflicto terrible, creo que a ellos realmente les asustó estar de repente tan separados de mí, y no comprendían nada: la droga, el sexo, esa música y amigos tan extraños… Desde mi punto de vista la cosa no era tan grave, pero para ellos fue como si Satán se hubiese apoderado de su hija. Y me encerraron, sí. Pienso que para ellos fue tan duro como para mí, pero para mí fue una ruptura espantosa.
Un momento: ¿Ellos te internaron?
Sí, pero una vez que me tuvieron encerrada se dieron cuenta de que había sido un gravísimo error. Para ellos, la psiquiatría era algo totalmente anormal, nadie que ellos conociesen había pasado por algo así, la gente de clase obrera no iba al psiquiatra como ahora, por eso pienso que sí debió ser un shock tremendo para ellos. En este momento soy más mayor de lo que eran ellos en el momento en que sucedió todo aquello, y ahora sí lo comprendo. A veces te pierdes y acudes a alguien para que te ayude, y esa persona no te ayuda en absoluto. Para mí, esto de estar encerrada y no saber cuándo iba a salir fue un asunto muy importante. No se trata de una cárcel convencional, donde al menos tienes datos, una idea más o menos clara de tu pena; en el psiquiátrico quizá un día salgas o quizá no. Aquella incertidumbre fue también muy impactante.
En algunos casos el encierro psiquiátrico (especialmente el forzoso) empeora las cosas. O, cuando menos, las convierte en más dramáticas y traumáticas.
Ahora, cuando pienso que tenía solo quince años, y que me quedé más de tres meses encerrada, pues ni siquiera tenían un jardín… Tres meses. Un hospital no es un lugar en el que te vas a sentir mejor, eso para empezar, y tampoco es un lugar que fomente el diálogo, cuando te encierran. No sé si los centros psiquiátricos han evolucionado mucho; pero lo dudo.
¿Te medicaban?
Sí, te medicaban cuando entrabas. Yo estaba muy metida en drogas en aquella época, pero no es el mismo disfrute… [risas].
Supongo que habrás pensado mucho en ello. ¿La experiencia cambió tu forma de pensar, te empujó aún más hacia la rebelión?
Sí. Más rebelión, más falta de confianza hacia el mundo adulto y hacia la autoridad. Y también un sentimiento de completa vulnerabilidad, porque una vez que has estado encerrada sabes que te puede volver a suceder. Me provocó muchísima angustia.
En una entrevista, dijiste que el punk rock y la subcultura tienen una parte de «no future», pero también tienen una parte muy optimista de «do it yourself», de empoderamiento y de educación autodidacta. Teniendo en cuenta todo esto que me cuentas, ¿te acuerdas de cómo veías tú el futuro a tus quince años?
Sí, claro. Creo que el hecho de que yo me plantease un día escribir una novela me viene directamente del punk. «No sé hacerlo, pero lo voy a hacer a mi manera». De la misma forma, una vez que publiqué mi primer libro tenía mis herramientas y sabía cómo moverme en las redes alternativas de la subcultura. Lo tenía superclaro y la idea de organización underground me ayudó un montón. Nunca estuve sola. Pero a los quince no lo sé, no me acuerdo de ningún tipo de deseo concreto sobre el futuro: el trabajo, la familia… No imaginaba para nada que el futuro sería tan guay [risas].
La adolescencia ya es suficientemente dura por sí misma, pero además sufriste una violación. ¿Te influyó también de una manera concreta?
Esto está menos claro, porque lo que hice inmediatamente después de la violación fue ningunearla. Intentar no pensar en ello de ninguna manera. Ni siquiera lo hablé con amigos, salvo amigos realmente cercanos. Volví a pensarlo poco a poco porque en Baise-moi (Fóllame), mi primera novela, aparece una violación al principio del libro; enseguida escribí Les Chiennes Savantes (Perras sabias), donde hay otra violación, y empecé a pensar en que quizás sí me había marcado de manera profunda, pues aquello no dejaba de salir a la superficie una y otra vez. Empecé a pensar de otro modo. Después hicimos la película de Baise-moi y estuve un año entero recorriendo el mundo hablando de violación. De ahí surge Teoría King-Kong, como un deseo de hablar de violación de manera directa, porque el intento de obviarla y hacer como si no hubiese pasado no funcionó como yo pensaba.
Resumiendo: la violación ha tenido una enorme influencia en mí, es obvio, pero mi energía para no pensar en ello era tan potente que en su momento no fui capaz de verlo. Supongo que lo de que más tarde entrase a trabajar en prostitución como una experiencia más es otro fruto de la violación; lo convirtió en algo plausible.
Mucho más digno, para empezar.
Sí. Mucho más digno. Los tres años en que ejercí de prostituta lo hice con una gran tranquilidad. No puedo estar del todo segura, pero creo que esto de ver la prostitución como algo seguro y donde yo tenía el control sí tiene que ver con la violación. Pienso que ayudó.
En el punk rock se hablaba mucho del ejercicio de la prostitución, era bastante común y natural. Kathleen Hanna, de Bikini Kill, siempre ha hablado de su época stripper con perfecta naturalidad.
Las americanas lo hacen con mucha más naturalidad. En mi caso, sucedió porque en Francia, antes de internet, existía algo que se llamaba Minitel, que era lo mismo: una red con pantallas y usuarios. Yo, como muchas otras, trabajaba en Minitel asegurándome de que no hubiese casos de pedofilia, violencia racista y que no se ejerciese la prostitución. Pero obviamente poco a poco te dabas cuenta de que había un montón de jovencitas que ganaban un montón de dinero con la prostitución; así que un día lo intenté, para ver cómo funcionaba. Fue una sorpresa grata. Para la época, ganabas una enorme cantidad de dinero por una hora de trabajo, y yo tenía en cualquier caso un comportamiento sexual muy libre y desacomplejado, probando un montón de cosas. Así que entré. Me di cuenta de que en dos días con tres clientes me iba a sacar lo mismo que en un mes en un supermercado, y poco a poco dejé los trabajos clásicos. Esto me funcionó muy bien durante dos o tres años.
Nunca trabajé mucho. Trabajaba yo sola con Minitel, también trabajaba sola en un salón de masajes eróticos, con happy end, y cuando iba a París trabajaba en un peep show. Lo que me pasó fue que en Lyon todo iba de maravilla, pero a París, a principios de los noventa, empezaron a llegar las rusas, que trabajaban más por menos dinero y eran guapísimas. Pensé: mierda. La prostitución tiene mucho que ver con la raza y yo era una de las únicas blancas de ojos claros, con lo que nunca me faltaban clientes. Casi tenía el monopolio del asunto. Pero la llegada de las rusas lo complicó todo.
Para mí, la experiencia de la prostitución resultó muy buena, quizás también porque no la ejercí durante demasiado tiempo. Tengo algunas amigas que han seguido en ello y pienso que lo duro de la prostitución llega cuando la ejerces durante diez años: ahí es cuando empiezas a acumular malas experiencias y a no querer volver al trabajo por las mañanas. Pero la verdad, de la manera en que yo la practiqué no conservo ningún trauma respecto a esta época; era únicamente dinero fácil y mucho tiempo libre.
A mucha gente le cuesta creer que este tipo de experiencias, o por ejemplo una adicción razonable a la heroína, como la de William Burroughs, no te generen un trauma. Parece como si a los «normales» les ofendiese la idea de que alguien que viva de esa manera no lleve una vida degradada y horrible.
Sí. Esa, en general, es la visión de las personas que no conocen a quienes trabajan realmente en esto, porque la relación con los hombres desde el punto de vista de la prostituta que elige su trabajo es una relación mucho más agradable y digna que en muchos otros trabajos. Yo, por ejemplo, he trabajado en un montón de supermercados y los clientes te hablan mucho peor que cuando ejerces de puta. Porque la relación prostituta-cliente no es mala. Hablo exclusivamente de los noventa y quizás esto haya cambiado desde entonces, pero pienso que no. Es más, todo el mundo sabe lo que quiere, los chicos dicen exactamente lo que quieren y entiendes un poco mejor lo que piensan porque mienten menos. Con ello, siempre lo he pasado bien.
Mantienes una posición de cierto poder, como decías. No es como ser telefonista o operaria de cadena de montaje.
Sí, y tú también estás contenta. El sexo es como la cocina, hay cosas que sabes hacer bien y cosas que no. Yo pienso que escucho bien, y esa es una parte crucial del trabajo, por ejemplo.
En España hay ahora mucho debate al respecto, y resulta chocante que algunas de las voces más virulentas contra la prostitución no provengan de la derecha católica sino del propio feminismo de izquierdas. ¿Crees que el feminismo tendría que ser proletalización, o cuando menos debería tratar de comprender la situación sin una visión moralizante?
Sí, porque además la prohibición no ayuda en absoluto a las chicas que trabajan. No funciona, está demostrado. A mí me parece que ese es un tipo de feminismo que se parece un poco a la Iglesia, en el sentido de que decide de forma unilateral sobre el cuerpo de la mujer, la familia y el tema de hacer niños, sin consultar a la mujer para nada. No sé aquí, pero en Francia las críticas a la prostitución vienen siempre de gente que no ha trabajado en ello y no sabe lo que es. Una vez que ves que puedes ganar mil euros trabajando durante dos horas por semana en lugar de deslomándote durante un mes, eso es una opción mucho mejor para ti, está claro. Y además hay un montón de trabajos clásicos en los que también usas tu cuerpo y que además te dañan. Pero dentro del feminismo este es un asunto brutal y yo estoy agotada de hablar de esto. Ya ni siquiera voy a este tipo de discusiones porque llega un momento en que no nos oímos las unas a las otras. Las posiciones están demasiado enfrentadas. Lo que me parece vital es escuchar de una vez a las trabajadoras, y lo que piden en general son mejores condiciones de trabajo.
Antes el moralismo era únicamente de derechas y la izquierda era libertaria; ahora es al revés, la izquierda esgrime el dictamen moral.
[Ríe] Es cierto. Pero también existe un feminismo de izquierdas que está a favor de la legalización de la prostitución. Sobre los asuntos de género en particular, tenemos una confusión general dentro de la izquierda. Pienso que en poco tiempo las diversas tendencias de la izquierda tendremos que llamarnos de distinta manera, porque no compartimos aspectos fundamentales. Dentro de la izquierda quizá hay una parte más reaccionaria o católica, y otros que queremos cambiar cosas.
Muchas de las entrevistas que te han hecho giran en torno al género y al sexo, pero en tu discurso también hay una enorme parte de clase. Hay gente que olvida que todo esto es de origen monetario. Que tu situación y las opciones a tu alcance dependen aún de haber nacido rico o pobre.
[Asiente] Para mí esto es muy importante, y supongo que viene de mi educación familiar: una lectura marxista no clásica. Publico libros en París desde hace más de veinte años y eso me ha hecho cambiar de ámbito social. Y, aunque no he dejado atrás mi vida anterior, he entrado en un mundo al que normalmente la gente como yo no accede, y esa es una sensación que no me abandona. Ni tú ni ellos olvidáis que no eres de los suyos, que no formas parte de su clase social, y esto me importa mucho. Quizá aquí es diferente, pero en Francia el asunto de la raza se nota muchísimo, porque cuando entras en los libros es un mundo 100% blanco. Francia como país es una mezcla total, pero entras en el cine, en la televisión, en la literatura, la prensa… y son mundos completamente blancos. Todo esto se mezcla, pero resulta obvio que no puedes pensar el feminismo fuera de la clase social o fuera de la raza hoy en día.
Tú explicas muy bien en Vernon Subutex esa obscena paradoja colonial de «os tenéis que adaptar a Francia, pero jamás seréis franceses como nosotros».
Y ahora eso trae los problemas presentes, lógicamente.
¿Crees que este es un fenómeno reciente?
Lo que es reciente es que los inmigrantes han empezado a hablar. O más bien los hijos de los inmigrantes, porque esta es la tercera o cuarta generación. Hablan por primera vez: unos a través del hip-hop, otros a través del islam y otros incluso a través del terrorismo, pero también hablan por primera vez mediante la política y no se dejan acallar y conservan su propio discurso. Es un discurso que nos choca en algunos casos, pero por primera vez hablan y no podemos ningunearlos. Ya no sirve seguir repitiendo que en Francia no somos racistas. Hasta ahora en Francia la política consistía en hacer ver que las otras razas no existían, pero sí hay distintas razas.
Jah Wobble, de Public Image Ltd., me dijo una vez que en el East End él nunca había visto problemas raciales y muchos de sus amigos eran jamaicanos o pakistaníes de segunda generación, hasta que la tercera y cuarta generación de inmigrantes dejaron de ir al pub y empezaron a ir a la mezquita. ¿Cómo ves estas nuevas tendencias radicales?
Es muy complejo. Para empezar, entiendo totalmente la rabia y entiendo que busques algo que te genere una identidad positiva porque no puedes únicamente definirte con un «entro en la cárcel o no entro en la cárcel», porque hasta el momento la única institución que hablaba directamente con ellos era la cárcel, y ahora tienen otros interlocutores, y todo eso lo entiendo muy bien. Entiendo también que a nivel mundial parece que los musulmanes tienen un papel que no tenían antes, pero francamente y a nivel personal me hubiera gustado que vinieran con alguna otra cosa que no fuese religión [sonríe]; con un marxismo revisado, por ejemplo. Lo que espero es que en Francia consigamos encontrarnos en algún momento y entremos en diálogos un poco más fértiles. Por ejemplo, yo voy a Nuit debout en la Place de la République y allí veo a muchos tipos de gente distinta, pero sientes que los musulmanes no se sienten invitados. Este quizás sería el momento para intentar alianzas, porque ellos son tan o más precarios que nosotros.
Aquí pasó lo mismo con el 15M y la ocupación de las plazas, que en efecto era un movimiento amplio y positivo, pero en ocasiones parecía más bien estudiantil, de clase media. Faltaba el proletariado real; el de las fábricas y los empleos alienantes. Si los chavales con chándal en el paro no están, ahí falta un elemento clave.
Sí, sí, pasa exactamente lo mismo en Nuit debout. En su momento tendremos que hacer esta alianza los unos y los otros, si queremos realmente crear algo nuevo.
Cada vez es más habitual que surjan voces violentamente antiislámicas de gente que era más o menos de izquierdas, o como mínimo antiestablishment, o feministas. La lista es enorme: Oriana Fallaci, Houellebecq… Y de golpe se vuelven locos.
[Ríe] Es verdad. Pero hay que tener en cuenta que en Francia esto satisface a la gente y ellos le dan lo que desea. Conozco un poco a Michel Houellebecq y no me parece que tenga una mentalidad tan simple como lo que deja entrever en sus últimos escritos. Pienso que hay un punto de provocación, de dar a la gente lo que quiere, de personaje. Y creo también que hay una parte de temor real de una parte de la población que ha definido unos nuevos «malos», que son los musulmanes. Hay un miedo incluso desde la masculinidad, como si tuviesen una masculinidad más potente que la nuestra. De esto no estoy segura, pero me parece que sí hay un punto de miedo respecto al tamaño de polla [risas].
No lo había pensado así. Es posible.
Pienso que hay algo más profundo, tipo «se follan las mejores chicas, son más machos, más guerreros, van armados…». Hay un punto que no se corresponde a la realidad cuando conoces a las personas una por una, pero sí que existe esta fantasía sexual poscolonial.
Esta cuestión a las personas ateas y anticlericales nos coloca en una posición paradójica: si llevamos años ciscándonos en la Iglesia católica, ¿por qué tenemos que sentirnos obligados a aceptar la religión musulmana? Puede parecer una opción igual de mala y muy paternalista.
Yo antes de empezar a detestar ya me siento odiada. Yo como lesbiana, como feminista, como zorra, como drogadicta y como todo lo que soy, resulto un insulto a la religión, ya sea judía, musulmana o católica. La diferencia estriba en que en Francia o España la Iglesia católica tiene un poder enorme, y eso hace que en oposición a ella se unan los musulmanes, el lumpemproletariado o, incluso peor, los inútiles totales, la carne de presidio, y esto te produce una pequeña simpatía. Estás un poco con ellos porque el poder los detesta.
Yo me siento totalmente tranquila porque puedo decir lo que me parezca, ya que de todos modos no les voy a caer bien y no voy a encajar con un imán. Al fin y al cabo yo soy el enemigo de cualquier religión, no es que yo lo busque, pero de facto lo soy. Es imposible que haya un imán que diga «qué interesante es el trabajo de Virginie Despentes». Lo que nos jode a todos es que vuelvan las religiones, en los ochenta no esperábamos que esto fuese a suceder. Vuelven todas, además.
Esta idea de que la gente más joven, la de veintipocos, tiene una mentalidad muy empresarial y reaccionaria aparece mucho en tu libro.
Sí. A los jóvenes de hoy les atrae la religión, aunque tal vez se trate de una fase que pasará rápidamente. Lo bueno de las religiones es que son muy difíciles y normativas, y para un joven puede ser complicado lo de atenerse a todos los mandamientos. El ramadán quizá lo observas uno, dos o tres años, pero luego es probable que te canses.
Como ser straight edge, que es muy fácil cuando tienes doce años, pero a los dieciséis, cuando la cerveza deja de saber amarga, ya no queda ni uno.
[Ríe] Exactamente eso.
Una idea que me encanta de tus libros y de tu discurso es tu defensa de la rareza, de la otredad, de no tener vergüenza de ser el raro. También hablas mucho de amigos tuyos de los ochenta que se han vuelto personas totalmente convencionales.
Sí, pienso que tenemos mucho miedo de ser excluidos. La fuerza del punk, por ejemplo, radicaba exactamente en eso: no quiero respetabilidad, no necesito ser aceptado, no temo mi diferencia… A mí me parece que nunca hemos tenido tanto miedo como ahora, no tememos por nuestra vida ni tenemos miedo de salir a la calle, pero sí tenemos miedo a perder el techo, el trabajo y el respeto de los demás; y esto nos lo hemos tragado. Otra cosa que también me sorprende es el hecho de que en la literatura ahora no hay ni un solo escritor francés que conozca que esté realmente orgulloso de no vender mucho. Antes esto no importaba en absoluto y, sin embargo, ahora vender mucho es el top, incluso para los más raros y sofisticados, y esto es algo novedoso. Sucede con la música también: antes si eras un artista de culto estabas cien por cien orgulloso de tu situación y te sentías algo molesto si entrabas de repente en el mainstream.
Existía la sospecha interior de que te habías «vendido». Que para vender tanto tenías que haber hecho algo mal.
Sí, estaba la sospecha de venderte, pero también significaba que no tenías intensidad o talento suficiente. Ahora los músicos que conozco sufren cuando no disfrutan del éxito. Pienso que hemos pagado el miedo de lo que sucede a nuestro alrededor, de perder el techo, etc. Es un miedo que no teníamos antes, y esta angustia nos ha cambiado profundamente.
Esto va a sonar a viejo: me da la sensación de que las generaciones más jóvenes esperan gratificación instantánea, y esto es algo que yo se veía antes. Uno veía el futuro con más desconfianza; el éxito no entraba en la ecuación.
Pero también lo que no existía en la época que tú y yo vivimos fue un fenómeno como Nirvana. Era impensable conseguir un éxito mundial con la música que hacíamos de manera sincera. The Stooges era lo más mayoritario, quizás también Motörhead, y aun así a ninguno de ellos les sucedió lo que a Nirvana. Esto ha cambiado, y para mal: ahora hay gente que viene de la contracultura esperando un éxito universal. Nunca pensamos que tanta gente fuese a interesarse por nuestra cultura. Esto era sincero, no era premeditado, y desde luego no era monetario.
Para mí, la parte más interesante de la subcultura era precisamente su secretismo. Si llega a ser mayoritaria no me hubiera parecido tan atractiva. Los adultos no tenían ni idea.
Sí, era un código secreto entre nosotros. Ibas a otra ciudad e identificabas a los miembros de tu tribu. Ahora esto no existe, existirán otros nuevos, supongo. Seguro que los que ahora se manifiestan a través de internet, hackers y demás, pueden tener la misma solidaridad instantánea, pero no veo qué tipo de cultura puede producir algo como lo que nosotros hemos producido.
En muchas ocasiones has afirmado que una de las razones del éxito de Vernon Subutex es que el protagonista es masculino, pero creo que otro de los motivos es que ese hombre está muy bien construido, eres capaz de meterte muy bien dentro de la cabeza de un hombre.
Aunque sea feminista radical, yo tengo algunos amigos hombres muy cercanos, y fue un placer intentar ponerme en sus zapatos. No juzgo de manera dura su manera de ser. Pero es obvio que los problemas de violencia doméstica no me parecen bien, incluso cuando vienen de tus mejores amigos.
Fabrice, por ejemplo, un tipo que pega a su mujer, está perfectamente racionalizado, alguien que hace algo así piensa de esa manera. No le has convertido en un monstruo bidimensional.
Por supuesto. Alguien así no elige hacer el mal. Nadie quiere ser malo. Lo hace porque cree que de otro modo no va a poder sobrevivir, que algo le va a pasar. Lo hace por miedo, incluso.
Como autor, creo que al crear personajes desagradables se filtran allí las partes más oscuras del escritor. Hay una parte de fascinación perversa.
De placer puro, claro. Me pasaba con el personaje de Xavier, por ejemplo, y he tenido que cortar mucho sus monólogos racistas, porque una vez que te permites entrar en su mente es como un tobogán, no puedes parar de hablar así; y lo peor es que como escritor lo disfrutas un montón, porque hay algo de placer en el mal. Hay placer en la violencia y el odio.
De Xavier me gustan los monólogos mientras se mete con Jean-Luc Godard y la intelectualidad burguesa. Es un reflejo de identificación que todavía conservo. Lo que sucede es que luego pasa a hablar de «los negros». Ugh.
Lo entiendo. Hay una parte de rabia antiintelectual y antiprogre en el punk inglés y lo skinhead que, si no lo controlas, te puede arrastrar a un punto derechista, pero que primero te viene de, qué sé yo, UK Subs o muchos otros grupos que nos han gustado.
Karl Ove Knausgård decía en una de sus novelas que su padre era muy de izquierdas y que él admiraba su ideario, pero le repugnaba la parte «blanda», progre, de la izquierda socialista de clase media.
Esto sí es complejo, porque la violencia me atrae un montón, políticamente incluso, pero cuando la miro detenidamente, por lo que conozco del siglo XX, la veo más como un fracaso total. Le doy vueltas constantemente a lo de la acción violenta: a ratos me parece que es la única forma de hacer bien las cosas, pero a la vez soy consciente de que nunca te lleva a ningún sitio.
Bueno, la violencia revolucionaria ha funcionado dos veces, como mínimo: en la Revolución francesa y la americana. Y la rusa, si consigues olvidar a (ejem) Stalin.
Ya, pero la evolución de todas estas revoluciones siempre ha sido un fracaso. Y en la izquierda, por ejemplo, no queremos vivir en Rusia ni en Cuba. En Francia las izquierdas siempre hemos sido muy de admirar a Action Directe o la R.A.F., y a la vez eso tampoco ha traído nada bueno.
Claro. Por mucho que te atraiga la idea de un levantamiento popular, es imposible identificarte con una élite de bandoleros como Baader-Meinhof. Ya no tienen nada que ver contigo.
Sí, pero asimismo cuando ves el terrorismo actual musulmán en Francia o en el mundo árabe te das cuenta de que no son élites en absoluto, que están muy conectados con sus pueblos, e incluso así no me parece que vayan a conseguir nada bueno para sí mismos, para sus movimientos. Y para nosotros es evidente que mucho menos, porque nos dan miedo. Incluso para ellos va a servir para que los que tienen el poder lo afiancen y lo tengan de manera más fuerte. Van a ir a la cárcel de forma masiva, van a dañar a los propios musulmanes comunes…
Esto me confunde, porque yo he crecido con el romanticismo de Action Directe o de los anarquistas, pero ahora pienso en qué trae de bueno políticamente todo esto. Esto es diferente en el mundo del arte o la cultura, claro, donde una perspectiva violenta y dura sí trae muchas cosas buenas; en la música que nos gusta, en la literatura, el cine… Políticamente, no. Políticamente, cada vez pienso más que parece la única respuesta, la instintiva, pero que a la vez se vuelve contra ti casi inmediatamente. Veremos con los musulmanes cómo se arregla todo esto.
¿Crees que es posible ser artista sin que exista esta violencia, este conflicto? Un artista tiene que estar alienado, en mi opinión.
Yo pienso lo mismo. Estoy intentando encontrar contraejemplos y, ¿quién podría ser? Porque incluso alguien tan mayoritario, en cierto modo, como Bolaño, que nos ha golpeado un montón en Francia estos últimos años, tiene algo de confrontación muy dura. ¿Quién haría algo interesante sin una parte alienante? ¿Quién podría ser?
Aunque no sea una violencia de estilo, sí que tiene que existir una sensación de no encajar.
Y hasta de que te cueste hacerlo. Tiene que existir una lucha. No conozco a ningún artista totalmente tranquilo. La mayoría escapan a lo locura total, pero por poco [sonríe]. Porque conviene escapar de la locura total. No conozco a ningún artista que me interese que no viva esa confrontación.
Ser una persona benigna es deseable en casi todas las áreas, excepto en las artes. Los profesores de mis hijos deberían ser «buena gente», pero mis autores favoritos no.
[Carcajada] Sí. Stephen King quizás sea la excepción, porque parece muy buena persona, pero en cualquier caso en sus novelas se encarga de cosas muy duras. Supongo que aquí pasa igual, pero en Francia la industria pide cada vez más a los artistas que den los mínimos problemas posibles y esto se nota un montón en la música. «No quiero trabajar con él porque da demasiados problemas». Pero nosotros como público sí queremos sus problemas, queremos escuchar la música de Pete Doherty, aunque Pete Doherty sea un tío malcarado y difícil. Si fuese el chico bueno y simpático que cumple con los horarios no haría esas letras. The Libertines fue el último grupo que realmente me transmitió algo.
Tú eres autodidacta declarada y orgullosa. ¿Qué consejo les darías a aquellos que quieren escribir pero desconfían de los talleres de escritura creativa o la universidad?
Si quieren escribir, yo les diría que primero lean un montón. También es un consejo de vieja [ríe], pero me temo que es la verdad. Pienso que es lo más importante. Y que lean incluso cosas que les parezcan muy lejanas. Lo bueno de un libro es que nadie te puede impedir abrir lo que quieras y donde quieras, y si hay cosas que no entiendes en aquel justo momento no pasa nada; ya las entenderás. Hay que estudiar y leer con atención los libros que te gustan, y a los escritores que escriben de forma sencilla. También existen libros chulos que hablan concretamente sobre el proceso de escribir: la verdad es que Mientras escribo, de Stephen King, es supersimple, una vez que lo lees bien y sabes de qué se trata. Otra buena lectura práctica son los diez consejos para escribir de Elmore Leonard.
[Fotografías: Alberto Gamazo - fuente: www.jotdown.es]
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