El 40% de los libros que se publican en España son traducciones. A pesar
de ello y de ser los encargados de que se pueda leer en castellano al
francés Marcel Proust, al alemán Thomas Mann o al reciente Nobel turco
Orhan Pamuk, los traductores siguen siendo grandes desconocidos para el
lector medio. La precariedad laboral y la falta de reconocimiento son
los grandes problemas a los que se enfrenta un colectivo que la próxima
semana celebra su reunión anual en Tarazona.
La traducción es una labor invisible. Y lo es gracias a los traductores
y, paradójicamente, también a su pesar. Por el lado positivo, una buena
traducción hace tan poco ruido como un motor bien engrasado. Por el
negativo, muchos lectores consideran que los libros ya vienen escritos
directamente en castellano. Toda una paradoja si se tiene en cuenta que
las traducciones suponen el 40% de la producción editorial española. A
esto cabría sumar la poca atención que los críticos dedican a los
traductores y lo mal que las editoriales pagan su trabajo. Así resume
las principales quejas de su gremio Mario Merlino, traductor de autores
como Clarice Lispector y António Lobo Antunes y presidente de ACEtt, la
sección autónoma de traductores de la Asociación Colegial de Escritores (www.acett.org).
Con todo, Merlino insiste en que, contra el tópico, traducir en España
no es llorar. Ya no: "Pasaron los tiempos en que una editorial compraba
una traducción y disponía de ella indefinidamente y a su antojo". La Ley
de Propiedad Intelectual de 1987 reconoció por fin la autoría de las
traducciones, sometidas desde entonces a los correspondientes derechos.
ACEtt se había fundado cuatro años antes y en su primera junta rectora
participaron, entre otros, el eslavista y narrador Juan Eduardo Zúñiga y
Esther Benítez, la mítica traductora de Italo Calvino, fallecida ya.
"Esther me hizo ver que traducir no es una afición para los ratos
perdidos sino un trabajo. Y que había que luchar por unas condiciones
laborales dignas", recuerda María Teresa Gallego, que ha vertido al
español la obra de autores como Balzac, Camus o Amin Maalouf y ejerce
como vicepresidenta de ACEtt.
¿Cuánto cobra un traductor? Aunque cada uno negocia con el editor sus
condiciones particulares, la propia ACEtt tiene estipuladas unas
tarifas mínimas por página que crecen en función del idioma: inglés y
lenguas romances, 10,50 euros; alemán, rumano y griego moderno, 12;
lenguas clásicas, eslavas, semíticas y vascuence, 13,50; lenguas
orientales, 18. Las tarifas se aplican sobre un anticipo a cuenta de un
porcentaje de los derechos que produzca la obra. Dicho porcentaje va
desde el 0,5% al 1% en autores con derechos vigentes hasta el 4% en
autores cuya obra es de dominio público. Como explican Merlino y
Gallego, los precios se organizan menos por grado de dificultad que en
virtud de la oferta y la demanda. Poca gente traduce del chino o del
japonés y por eso se paga mejor. "En España traducimos dos del turco",
añade Rafael Carpintero, traductor del reciente premio Nobel de
Literatura Ohran Pamuk. El otro es Fernando García Burillo, responsable
de Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Desde Estambul, en cuya
universidad trabaja desde hace veinte años, Carpintero subraya que más
que el trato de las editoriales le duele el maltrato de la crítica
literaria. Y donde dice maltrato debe decir silencio: "Nos ignoran. Si
una traducción es buena, los críticos no dicen nada. Si es mala, se
despacha de cualquier manera sin entrar a mirar el original. En España
no se hace crítica de la traducción". En esto coinciden todos los
traductores, que durante años enviaron una flor a los críticos que se
ocupaban de su trabajo y un cardo al que no. Ya se han cansado de
hacerlo. "Somos invisibles", insiste María Teresa Gallego. Es una
pescadilla que se muerde la cola. El crítico no se ocupa de las
traducciones y el lector medio no tiene conciencia de que los libros se
traducen, de ahí que no considere la traducción como un factor
importante a la hora de comprar un libro. "La consecuencia", concluye
Gallego, "es que, como no se trata de un factor comercial, el editor no
invierte en traducción. No es cuestión de vanidad ni de salir en la
cubierta junto al autor, que pocas veces salimos, es una cuestión de
dignidad laboral. El día en que las traducciones influyan realmente en
las ventas, los editores las pagarán dignamente. En algunos casos parece
que se hace un favor a los que empiezan dejándoles traducir".
Salvo contadísimas excepciones, en España nadie vive de la traducción. Todos los que se dedican a
ella son además profesores, editores, funcionarios o intérpretes.
Sucede incluso con las lenguas en expansión. Anne-Hélène Suárez,
traductora del chino y profesora universitaria, es pesimista: "Aquí no
hay tradición sinológica, sólo hay estudios de lengua china moderna, así
es que hay poca gente con nivel para la traducción literaria. Como no
hay demanda, los estudiantes prefieren trabajar para empresas o como
intérpretes. Hay un boom, sí, pero no es un boom
literario. Puede que en Francia la traducción no esté mejor pagada que
aquí, pero allí, al menos, da prestigio. Aquí no da ni prestigio. Al
traductor no se le considera, no se le reconoce su labor. Para colmo, en
ocasiones se sigue traduciendo a los autores orientales a través de un
tercer idioma porque hacerlo directamente es más caro y más lento". Fue
el caso de Gao Xingjian, Nobel chino en 2000 al que Ediciones del Bronce
prefirió traducir del francés para aprovechar rápidamente el tirón del
premio. También fue, más recientemente, el caso de la japonesa Murasaki
Shikibu, una clásica de finales del siglo X cuyas historias de Genji
conocieron el año pasado sendas versiones simultáneamente en Destino y
Atalanta. En ambos casos las traducciones se hicieron a partir del
inglés.
Con todo, en España se traduce mucho y, en general, bien. Y no sólo
libros inéditos en español, también se vuelve sobre los clásicos para
ajustar las versiones nuevas a las nuevas investigaciones. Muchas veces
para sorpresa de los lectores. Así, La metamorfosis pasó a titularse La transformación
en la traducción de Juan José del Solar para las obras completas de
Franz Kafka en Círculo de Lectores. Por su parte, Luis Magrinyà,
novelista y director de la colección de clásicos de la editorial Alba,
acaba de rescatar su propia versión de Juicio y sentimiento, de Jane Austen: "Es un título que en los años noventa se vio arrastrado por la película, pero Sentido y sensibilidad no tiene ningún sentido. Sense es el seny
catalán, y lo más cercano, en castellano, es cordura, juicio. En muchos
casos, la editorial cumpliría con mantener el título bueno y poner una
faja diciendo que es la novela en la que se basa la película tal. Con
todo, la tradición pesa. Como editor, yo mismo no me atreví a cambiar Grandes esperanzas, de Dickens, por grandes expectativas o grandes ilusiones. En el cine pasa más. ¿Quién es el guapo que cambiaría ahora Sonrisas y lágrimas por El sonido de la música?".
Entre tanto, En busca del tiempo perdido pasó a ser A la busca del tiempo perdido
en la versión de Mauro Armiño para Valdemar. Tanto él como Carlos
Manzano, traductor a su vez para Lumen de la obra de Proust, titularon Por la parte de Swan el primer volumen de la novela. En 1920, el poeta Pedro Salinas lo había titulado Por el camino de Swan
en una versión publicada ahora por Alianza y que desde entonces ha
vendido alrededor de un millón de ejemplares. "No dudé con ese título",
recuerda Manzano. "Proust era un exquisito, pero adoraba el lenguaje
popular y lo usaba siempre que podía. Es lo que hizo con 'por la parte
de', que en España se usa en los ambientes rurales". Para Manzano,
ocuparse de Proust -al que traduce al ritmo de un tomo al año, aunque
culmine la faena en sólo dos meses- fue un sueño que se hizo realidad el
día en que la obra del escritor francés quedó libre de derechos.
Manzano, un madrileño de 60 años que vive en Ibiza desde hace 30, cuenta
que para poder dedicarse a la traducción literaria trabajó durante
décadas como traductor para la ONU: "Como pagaban muy bien, trabajaba
cuatro meses al año y luego me dedicaba a Malcolm Lowry o a Céline".
¿Es cierto, pues, que cada generación necesita una nueva versión de los clásicos? Isabel García Adánez, que el año pasado publicó su traducción de La montaña mágica
(Edhasa), opina que sí. La versión anterior, de Mario Verdaguer, tenía
ya 70 años. Y la novela de Thomas Mann, 81. "Lo que para Verdaguer era
un contemporáneo, para mí es un clásico", señala Adánez. "Amén de que el
texto estuviera incompleto, ahora sabemos más sobre Mann, hay más
fuentes -sus diarios, por ejemplo-, más distancia, más apoyos. No sé si
la versión nueva es mejor, sí es más consciente, más precisa, más
documentada". Carlos García Gual, traductor de la Odisea
(Alianza), abunda en esa opinión: "Ahora conocemos mejor a Homero. Por
lo demás, cada traducción revela el tiempo del traductor. Las del siglo
XVIII, por ejemplo, hoy nos parecen frías. Los grandes poetas deben
traducirse una y otra vez. Los clásicos no envejecen, las traducciones
de los clásicos, sí". No obstante, hay versiones que han envejecido
bien. El propio García Gual señala la que Diego López de Cortegana hizo
en el siglo XVI de El asno de oro, de Apuleyo. Sus colegas añaden sus propios emparejamientos: Emilio García Gómez y los poetas arábigo-andaluces, Lydia Kúper y Guerra y Paz, el poeta Ángel Crespo y la Divina comedia, Laureano Ramírez y Los mandarines, de Wu Jingzi, o Javier Marías y el Tristram Shandy, de Lawrence Sterne.
Para Mario Merlino, no habrá verdadera historia de la literatura en
español hasta que no se reconozca la aportación de las traducciones. Y
no necesariamente las hechas por escritores, que en ocasiones tienden a
meter excesivamente su cuchara en el texto ajeno. El caso de Borges está
en boca de todos. "La traducción no es una tarea artística sino
científica, como mucho, una artesanía", sostiene Carlos Manzano, que
añade a su rigurosa lista negra de artistas traductores a Carmen Martín
Gaite. Y que concluye: "Antes de la era de las imágenes en la que
vivimos, la gente que no podía ir al Prado sólo tenía acceso a los
cuadros a través de copias. Para el que no tiene acceso a un idioma, el
buen traductor es un copista en el Prado, o un experto que dice si un
cuadro está limpio, pero no es Picasso pintando sus propias Meninas".
¿Y qué es un buen traductor? Todos dudan. María Teresa Gallego apunta:
"El que hace propio un libro y luego lo vuelve a escribir en su lengua,
el que encuentra en la lengua de llegada recursos equivalentes a los de
la lengua de partida, el que produce en el lector español el mismo
efecto que el libro original produce en un lector de la lengua
original".
[Fuente: www.elpais.com]
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