¿Importa realmente que en el futuro sólo un grupo pequeño y selecto de gente lea novelas? Por supuesto que sí.
Libros y más libros. La biblioteca Ricardo Güiraldes, de Retiro. Convoca desde estudiantes a lectores que buscan un lugar tranquilo. |
Por Rachel Cooke
La semana pasada, en BBC Radio 4, la escritora y miembro del Partido
Laborista británico Ruth Rendell sugirió que “la lectura ya no es algo
natural para todos.
Leer se ha convertido en una suerte de
actividad para especialistas, y eso genera terror en el corazón de
quienes disfrutamos leyendo”.
¿Tiene razón? Se me ocurrió escribir
un artículo insistiendo en que no. Pensé, sin un orden en particular,
en todos los chicos entusiastas que leyeron a Harry Potter (cabe
suponer que ya serán adultos jóvenes lectores); en el hecho de que en
el Reino Unido se publiquen alrededor de 150.000 libros al año y que aun
frente a la recesión y la tecnología digital, en 2013 se gastaron 1.400
millones de libras en libros impresos. Pensé también en el éxito de
varias editoriales pequeñas y de alguna que otra muy innovadora.
No obstante, me vinieron a la mente pensamientos más sombríos.
Las bibliotecas británicas cierran. Las librerías tienen dificultades para sobrevivir.
En este momento, la BBC no dedica ninguna emisión de TV a la literatura.
¿Importa
realmente que en el futuro sólo un grupo pequeño y selecto de gente lea
novelas? Por supuesto que sí. No tiene que ver con el alfabetismo
–aunque podría, si queremos tomar esa vía (si no hubiera aprendido a
leer bien de chica seguramente no habría descubierto las novelas;
ciertamente, nunca habría aprendido a escribir).
Tiene que ver con la comprensión.
¿Cómo
podremos entendernos a nosotros mismos y al mundo que nos contiene si
no es leyendo ficción? ¿No es así como nos hemos hablado –consolado,
estimulado y mejorado- a nosotros mismos durante miles de años? ¿Las
historias no son acaso amigas y refugios?
Sé que parezco una
iluminada trágica diciendo que la ficción y la ética están íntimamente
ligadas, pero estoy convencida de que es así.
Leer novelas favorece la empatía o, en todo caso, nos hace ver que las cosas son complicadas; la ficción desata nudos.
Está,
además, la cuestión de la cultura, de la estética, del placer. Mi
abuela paterna dejó la escuela a los 11 años y sufría de una rara
enfermedad en los ojos que lentamente le destruyó la visión hasta quedar
ciega. También enviudó muy joven y nunca dejó de ser pobre.
Pero
era lectora y no pensaba dejar de serlo, por nada ni por nadie. Al
principio, se las ingeniaba con la letra grande y una lupa.
Después, cuando las cosas realmente se volvieron muy difíciles, empezó a
pedir libros en audio; le llegó un grabador enorme y un catálogo, que
parecía contener todos los libros publicados en la historia. Debido a su
ceguera, no notaba cuándo llegaban visitas, o sea que, con mucho
sigilo, era posible quedarse unos momentos afuera en su patio viéndola
“leer”. Verla resultaba electrizante.
Copyright The Guardian, 2014. Traducción de Cristina Sardoy
[Foto: MARIA EUGENIA CERUTTI - fuente: www.revistaenie.clarin.com]
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