Estrenado en 2017, “Chavela” llegó a Netflix recién en esta cuarentena. Y transita, con emoción y profundidad, la vida de una mujer que no se privó de nada, salvo del amor que su madre no le dio. Un recorrido por el desgarro, el talento y los excesos. En cinco escalas geográficas, sintetiza su viaje, que empezó en Costa Rica y terminó en México, a los 93 años.
Escrito por Silvina Lamazares
Eso era María Isabel Anita Carmen de Jesús Lizano. O simplemente Chavela. Y no es antojadizo que el documental, que hace unos días subió Netflix a su catálogo, lleve de título su apodo. Porque la película es el fiel reflejo de una mujer herida. Valiente. Vanguardista. Corajuda. Gozadora de la vida, apasionada hasta las llamas, dueña de una tristeza que no soltó hasta su muerte.
Chavela Vargas era un alma en pena embebida en tequila. Y era la gloria. Todos los trazados de su retrato aparecen, con más o menos estridencia -muchos de ellos en tajantes blanco y negro-, en esta historia estrenada en 2017 y que en tiempos de pandemia llegó al streaming.
Dirigida por Catherine Gund y Daresha Kyi, es una delicia. Podrán decir que es una biopic, o una película biográfica, o un ensayo sobre una de las artistas más atrevidas de América latina. Podrán decir lo que quieran. Yo, simplemente, digo que conviene verla. Hace bien. Uno queda con ganas de abrazarla.
Chavela siempre jugó con la imagen masculina. Era una de sus más afiladas herramientas de seducción.
Y cuando eso sucede, más acá o más allá de la impronta del personaje, es porque el relato encontró un maridaje perfecto entre quién y qué, entre qué y cómo, entre todo. Porque el universo de Chavela era más que sus canciones, era más que su tristeza infinita, era más que su desconsuelo por el prejuicio ajeno, era más que una mujer que necesitaba no ser condenada por ser lesbiana. Chavela, como bien desgrana Chavela en sus 93 minutos hermosos, es un grito de libertad. Ver su historia inspira.
Mujer que del bolero, las rancheras y las penas de amor hizo su patria, de ella siempre se supo mucho porque su arte trascendió las fronteras del México, que la esculpió como artista. Pero en este documental se pueden ver hasta la cicatrices más íntimas, sin pecar de fisgones. Solo de testigos de una vida intensa, vertiginosa, enredada en los excesos, anclada en la dignidad.
En esta pieza imperdible que ofrece Netflix, la voz de Chavela suena cuando habla. Cuando canta. Y cuando calla.
La película, un rompecabezas de testimonios, de viejos registros fílmicos de entrevistas caseras, de recuerdos, de sus actuaciones por el mundo, va mostrando sus distintas etapas, en un ritmo que va subiendo de tono, hasta volverse necesaria. Después de los primeros 20 minutos, se hace difícil dejar de verla. Y cuando, ya en la segunda mitad, aparecen Pedro Almodóvar, Martirio y Miguel Bosé, entre otros nombres fuertes que fueron parte de su vida, las emociones hacen con uno lo que Chavela quiso.
Aquí, a modo de escalas en el viaje, las cinco paradas que geográficamente definen su recorrido arriba y abajo del escenario. Que, por cierto, como bien claro queda en esta historia, la que cantaba arriba y la que amaba y sufría abajo eran la misma. No hubo, nunca, amenaza de que el personaje se la comiera.
La Vargas fue una mujer de mundo, viajar le gustaba tanto como tomar.
Chavela era una sola. Y le hacía frente a quien sea. No vivió estos tiempos de empoderamiento ni de libertad sexual bastante generalizada. Pero se las ingenió para el goce. En el documental se la oye decir, por ejemplo, a cuento de una fiesta hollywoodense, que “Todo el mundo amaneció con todo el mundo, yo amanecí con Ava Gardner”. También apela a la poesía para describir la belleza de uno de sus grandes amores, la pintora Frida Kahlo: "Sus cejas juntas eran una golondrina en pleno vuelo”.
Comienza el viaje:
La Costa Rica que la vio nacer
Isabel, como la llamaban de chiquita, nació el 17 de abril de 1919, en Costa Rica. La película abre su derrotero mostrando su tierra en los sepia años ‘20. “Fui una niña muy triste”, dirá en algún tramo de los fragmentos que se pudieron desempolvar. La desprolijidad en ciertos rescates audiovisuales suman en este caso.
En la pintura de esta etapa se la oirá hablar de su estética más de niño que de niña, de la resistencia de su entorno, de la falta de amor de su madre (sus padres se separaron cuando era muy pequeña y terminó criada por otros familiares). Será el comienzo del desgarro, que luego echó raíces en su voz. Pero, en verdad, siempre le vino del alma.
México: la tierra que le dio alas
La cámara ya viaja a los años ‘30. Las fotos la muestran hermosa, de facciones delicadas, de pelo largo, de mirada triste, de mirada seductora. Se la empieza a ver bien plantada. La música ya es su mejor territorio: no sólo para hacerse escuchar, sino para desatar nudos.
Y ya está construida Chavela, así, sin tanto nombre de documento. Chavela, la que alborota los bares, la que vive “entequilada”, como le gustaba definirse, la que era capaz de entrar a un boliche el viernes y salir recién el lunes, con más mareos que recuerdos, pero con la certeza de haber gozado.
Chavela, la voz y la guitarra, un tándem para desgranar sus penas de amor.
México la vio formarse y brillar como artista, la vio pionera en varios sentidos sociales, la vio pareja de Frida y otras tantas mujeres. Se cuenta allí que era un as conquistando lo que se proponía, pero no andaba ventilando. Salvo cuando, con los años, contó con maestría y picardía su noche de gloria con Ava Gardner.
La abogada Alicia Elena Pérez Duarte fue una de sus relaciones más estables y es quien entrega, con un relato en un medio tono entre la añoranza y lo que quedó del amor, postales maravillosas con “La señora”, como la llamaba.
En México se consagró como la voz de la ranchera y del bolero, pero ella quería más. Quería butacas y grandes salas.
Chavela eligió morir en México. Fue trasladada desde España con la salud muy frágil.
España: mimada por los grandes y ovacionada por todos
Su biografía cuenta que en España comenzó su consagración europea, pero el documental abre la puerta a su universo íntimo de celebridades. Entonces se oye hablar, con admiración, amor y respeto a Pedro Almodóvar, a Martirio, a Miguel Bosé, gente que supo disfrutarla. Sorprende la ausencia del testimonio de Joaquín Sabina, uno de los españoles más militantes del estilo Chavela.
Se ve su llegada a los grandes teatros. Su magia intacta.
Y Madrid es uno de sus destinos elegidos para volver a abrir los brazos debajo del poncho después de 12 años de ausencia difícil de explicar para sus biógrafos.
A Chavela le gustaba cantar donde pudiera, está claro ese punto. De chiquita, se acodaba donde podía. Pero su deseo, la ubicaba sobre el escenario del Olympia de París. Era su sueño, pero no estaban dadas las condiciones comerciales. Mejor descubrir en pantalla cómo se gestó su desembarco parisino, gracias a la lealtad de su amigo Almodóvar. Fue sorpresa y media para la Vargas. Y deleite para el público, que tenía butacas, pero se la pasó parado.
México: volver para decir adiós
El adiós. Hubo varios días de homenaje tras su partida, en agosto del 2012.
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Luego de haber recorrido varios países, incluida la Argentina, a los 93 quiso volver a Madrid. Cantó. Y cantó como pudo, el cuerpo le pedía pausa. Y fue un concierto inolvidable. Su salud no tenía resto y su entorno quería dejarla internada en España, pero ella pidió volver a su tierra. No hablaba de Costa Rica, hablaba de México. Y fue ahí, en Cuernavaca, donde el 5 de agosto de 2012 se despidió de una vida de desgarro y soledad.
Se fue la Vargas, pero queda Chavela, un testimonio conmovedor.
[Fuente: www.clarin.com]
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