Fotografías por Johis Alarcón y texto por David Gonzalez
|
De adolescente en Ecuador, Johis Alarcón se sintió cautivada por la cultura del hip-hop. Puesto que es una persona con un enfoque visual, tomó latas de pintura en aerosol y comenzó a hacer grafiti. Además, la música que ella y sus amigas escuchaban tenía un ritmo que despertó su curiosidad.
“¿Cuáles son sus raíces?”, se preguntó. “Llegamos a la conclusión de que provenía de África y era una forma de espiritualidad. Comencé desde ahí y empecé a buscar entender la espiritualidad africana y la manera en que llegó a Ecuador”.
Rosa María Torres Carcelén, retratada en 2018 a los 78 años, es una de las parteras y curanderas con más antigüedad
en La Loma. Aprendió a los 9 años, al ayudar a su madre y sus hermanas con los partos.
en La Loma. Aprendió a los 9 años, al ayudar a su madre y sus hermanas con los partos.
Los ritmos, tan vitales para conservar una cultura como el latido del corazón, no fueron la única tradición transmitida por los africanos que estaban esclavizados y fueron llevados al hemisferio occidental hace siglos. También trajeron su religión, al incorporar a sus orishas o deidades que sincretizaron con los santos católicos y permanecieron así escondidos a plena vista. Alarcón, que fue criada con tradiciones indígenas andinas, comenzó a explorar la diáspora africana de Ecuador, incluyendo la vida de sus amigos afroecuatorianos.
El proyecto resultante, Cimarrona, es un vistazo íntimo no solo a la influencia indeleble de la cultura africana, sino también a algo más importante: la manera en que los descendientes de mujeres que fueron esclavas mantienen viva su identidad y dignidad mediante sus prácticas espirituales. El título se refiere a las personas esclavizadas que se deshicieron de sus grilletes y escaparon para ser libres.
“Las prácticas jamás desaparecieron”, dijo Alarcón, de 26 años, quien vive en Quito. “Esto se trata de la liberación negra. La idea es que, cuando los esclavos fueron tomados de África, sus ancestros y orishas vinieron con ellos”.
El cielo nocturno sobre las montañas del valle del Chota de Ecuador, donde
los africanos esclavizados llegaron en el siglo XVI, avistado en en 2018 |
Zulma Espinoza, una partera que vive en La Roldos, masajea a Margarita, su nieta embarazada, para reducir el dolor. Tomada en Quito, Ecuador, en 2018. |
En conjunto, las varias comunidades afroecuatorianas conforman alrededor del diez por ciento de la población de ese país, dijo Alarcón; descendientes de esclavos que fueron llevados a Ecuador para hacer trabajo en minas y campos de algodón y caña de azúcar. Alarcón habló de cómo algunos escaparon y encontraron refugio en zonas de difícil acceso donde podían practicar sus tradiciones abiertamente.
Otros, dijo la fotógrafa, fueron obligados a trabajar en remplazo de personas indígenas que habían muerto a causa de la fiebre amarilla. Sin embargo, algunas mujeres encontraron maneras de liberarse de su condición de esclavas al esconder mensajes en los pliegues de sus faldas o incluso en sus trenzas.
Invitados en la recepción de una boda celebrada en Juncal, Ecuador, en 2018.
|
La celebración de la Virgen de Santa Ana une a las familias de la comunidad con una misa nocturna,
una banda y fuegos artificiales. Tomada en Santa Ana, Ecuador, en 2018.
Amada Cortéz, líder comunitaria y profesora del distrito de San Lorenzo en Esmeraldas, bañándose en la cascada de San Pedro. También es escritora y poeta, autora del libro "Me Llaman la Cimarrona", basado en octavillas que su padre le enseñó.
Siglos después, los descendientes de estas mujeres siguen conectados con sus raíces mediante las tradiciones de su fe, la cual también se ha mezclado con tradiciones católicas e indígenas como la limpieza espiritual y la curación.
“La espiritualidad africana, además de los rituales, también es parte de la vida cotidiana basada en la familia”, dijo Alarcón. “La cosmología y la espiritualidad africanas eran fundamentales para que se mantuvieran unidos y libres, incluyendo a los que migraron a las ciudades”.
Una mujer con una estatua de la Virgen de la Merced durante un peregrinaje de
afroecuatorianos, que hacen sincretismo de rituales ancestrales católicos
y africanos, retratada en Quito, Ecuador, en 2019.
afroecuatorianos, que hacen sincretismo de rituales ancestrales católicos
y africanos, retratada en Quito, Ecuador, en 2019.
Katherine Ramos, de 23 años, es parte del grupo activista panafricano
Addis Ababa y mantiene vivas las tradiciones que sus abuelas le enseñaron
respecto del uso de turbantes. Ella usa el suyo como si fuera una
corona holgada. Quito, Ecuador, 2019
Addis Ababa y mantiene vivas las tradiciones que sus abuelas le enseñaron
respecto del uso de turbantes. Ella usa el suyo como si fuera una
corona holgada. Quito, Ecuador, 2019
Sin embargo, la fuerza de los vínculos y la reivindicación entre los descendientes de las cimarronas comúnmente son puestos a prueba. Alarcón recordó la historia de una amiga que llegó a casa un día y se encontró a su hermano cubierto de talco; le dijo que era su manera de aclararse la piel. Otra amiga recordó cómo, cuando tenía 9 años, una profesora le dijo que su cabello era “feo” y que debía alaciárselo. Al crecer van formando más su idea de identidad con estilos tradicionales y el aprendizaje de cantos religiosos transmitidos por generaciones.
“Esta es una historia de liberación”, dijo Alarcón. “La única manera de resistir y mantenerse conectados es mediante estas prácticas que se han preservado durante siglos. Quieren conocer a la Madre África”.
Zulma Ocles es partera en el noroeste de Quito. Usa plantas de su jardín para preparar tónicos. Quito, Ecuador, 2018 |
Don Jorge Morales es un curandero del vecindario de Caminos a la Libertad de Quito. Dice que sus principales dones son curar la ansiedad ("el espanto") y deshacerse de las malas vibras. Quito, Ecuador, 2018. |
La partera Zulma Espinoza da masajes en el vientre a su nieta embarazada para reducir su dolor.
Quito, Ecuador, 2018.
[Fuente: www.nytimes.com]
Sem comentários:
Enviar um comentário