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Isac Nunes da Luz Cordeiro *** Tradutor Público e Intérprete do Comércio *** Idiomas: francês, espanhol, catalão e galego *** Matriculado na Junta Comercial do Estado do Paraná *** Curitiba *** República Federativa do Brasil

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domingo, 16 de novembro de 2025

Poesía e publicidade

Fran Alonso advírtenos desde o comezo deste volume que os seus poemas se inspiran na linguaxe publicitaria e nun heteroxéneo corpus fotográfico que o propio autor veu compilando desde o 2016

Escrito por RAMÓN NICOLÁS 

Se me preguntasen polo trazo máis salientable das propostas literarias de Fran Alonso probablemente respondería que o da transgresión, presente xa desde aquel lonxano Persianas, pedramol e outros nervios, publicado nos anos noventa do pasado século. 

Velaquí, así pois, outro tento, outra abordaxe poética dominada por un espírito contraventor e experimental que explora, desde unha atalaia crítica e, en ocasións, irónica e humorística, unha realidade omnipresente nas nosas vidas como é o da publicidade. Todo obxectivado e moldeado a través da creación poética como se evidencia por exemplo nestes versos: «Chámome publicidade, / pero eu tamén quero decidir / o teu propio destino». Alén disto, tamén se acrecenta aquí unha reflexión sobre o papel que a publicidade desempeña no noso día a día sen ocultar a intención, por veces tan disfrazada, de convencernos das bondades do produto que sexa. 

Fran Alonso advírtenos desde o comezo deste volume que os seus poemas se inspiran na linguaxe publicitaria e nun heteroxéneo corpus fotográfico que o propio autor veu compilando desde o ano 2016 e que resulta un elemento nuclear que explica a razón de ser deste libro de deseño suxestivo. Ao mesmo tempo, estas páxinas acollen, en clave dialóxica, outras voces que se asocian, por diversas causas, á devandita linguaxe como as de Amado Carballo, Safo, Kavafis, Yeats ou Pessoa entre outros, alén do uso de códigos QR para incorporar anuncios que se constrúen desde a poesía. 

O libro estrutúrase a través de cinco partes que percorren distintas dimensións da publicidade, isto é, cal é a súa presenza nos espazos comerciais, como e asenta a apropiación tolerada e progresiva que realiza dos espazos públicos, as clave da que recibimos de maneira personalizada a través da rede, aqueloutra que non repara en enganar para acadar o seu obxectivo e, finalmente, a que nos rodea e está en nós sen apenas decatarnos. 

Unha realidade magmática, actual e cotiá na que se cuestionan as dimensións ou os límites, se os hai, dunha sociedade gobernada polo consumo, tantas veces gratuíto e innecesario, ademais de analizar, desde a poesía, o porqué de tantos estímulos dos que somos obxecto da mañá á noite.

[Fonte: www..lavozdegalicia.es]

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Etiquetas: Fernando Pessoa, Lenguaje, Poésie

sexta-feira, 14 de novembro de 2025

Israel y la la pena de muerte por terrorismo: la traición a la mejor tradición legal y moral

Tras su aprobación inicial en la Knéset, el proyecto de ley israelí que habilita la pena de muerte para casos de «terrorismo» ha desatado una crisis de alcance global. La iniciativa, promovida por el partido de ultraderecha Fuerza Judía y respaldada por el gobierno de Netanyahu, no solo ha sido condenada por organizaciones humanitarias: representa una triple fractura. Vulnera el principio elemental de legalidad al permitir su aplicación retroactiva; consagra una definición tan vaga de «terrorista» que institucionaliza la arbitrariedad; y traiciona el sustrato de misericordia común al judaísmo, cristianismo e islam. Nacida del calor vindicativo tras los ataques del 7-O, esta ley –advierten juristas internacionales– no traerá seguridad, sino una espiral de dolor que comprometerá el legado de Israel. En este escenario, la conciencia de los jueces se erige como la última trinchera para defender no solo el Estado de derecho, sino la humanidad compartida. 

Código Penal / קודקס פלילי / Un libro abierto a la pena de muerte, bajo el martillo de la justicia que aún puede elegir la misericordia. 

Escrito por Ángel Sanz Montes

Israel: Itamar Ben Gvir logra la aprobación, en primera lectura, de su ley de pena de muerte para “terroristas”

En un movimiento que ha intensificado las alarmas internacionales, la coalición de gobierno israelí liderada por Benjamín Netanyahu, bajo el impulso del partido Poder Judío de su ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, ha dado un paso concreto para materializar una de sus políticas más controvertidas.

Este pasado lunes, 10 de noviembre, el pleno de la Knéset (el Parlamento de Israel) aprobó en primera lectura el Proyecto de Ley que facilita la imposición de la pena de muerte contra palestinos acusados de «terrorismo». Esta iniciativa no es solo una escalada retórica, sino un avance legislativo tangible que se encamina hacia su promulgación, y que se asienta sobre dos pilares profundamente preocupantes. En primer lugar, su potencial aplicación retroactiva vulnera el principio universal de legalidad, retrocediendo a una concepción premoderna del derecho donde no rige la seguridad jurídica. En segundo lugar está la cuestionable ambigüedad deliberada de su redacción, al definir como «terrorista»: a quien actúe con «intención de dañar al Estado». Redacción interpretable que la convierte en un arma de arbitrariedad política, capaz de criminalizar amplios espectros de disidencia.

Pero quizás lo más paradójico es que traiciona el sustrato ético de las tres grandes tradiciones abrahámicas en su sentido más amplio. Se muestra más inflexible que la rigurosa justicia procesal del judaísmo rabínico, ignora el mandato de misericordia y perdón que constituye el corazón de la tradición cristiana, y desprecia los complejos mecanismos de reparación y clemencia desarrollados por la tradición islámica. Al hacerlo, no solo viola preceptos religiosos, sino que pisotea siglos de reflexión filosófica y humanista contenida en estas tradiciones.

Nacida del miedo y la sed de venganza, esta ley no aportará seguridad, sino que ahondará las heridas y comprometerá el legado de Israel. En este sombrío escenario, la última barrera será la conciencia de los jueces, llamados a un acto de objeción que defienda no solo el derecho, sino la humanidad compartida.

Un umbral peligroso para la propia Israel

La Knéset israelí ha cruzado un umbral que muchos esperaban que permaneciera cerrado para siempre. La aprobación, solo fue en su primera lectura. Es un terremoto jurídico y ético que sacude los cimientos de los sistemas legales más respetados del mundo, desde Roma hasta el common law anglosajón, pasando por la tradición continental y los principios más elevados de la justicia islámica.

Sin embargo, la dinámica política actual no augura que el proyecto vaya a ser rechazado en las próximas votaciones. Por el contrario, todo indica un camino despejado hacia su promulgación. Esto plantea una pregunta abismal: ¿Introducir la muerte administrativa y judicial mejora realmente la seguridad o la moral de una sociedad ya traumatizada por la muerte?

En una tierra donde la muerte ya es un resultado cotidiano, infligida en atentados, operaciones militares y cohetes, institucionalizarla desde el Estado no parece una solución, sino la consagración de un ciclo de venganza. Cuando la ley se escribe con la tinta del rencor, deja de ser un faro de justicia para convertirse en un instrumento más de opresión. Y ese es un umbral del que, una vez traspasado, es muy difícil regresar.

El pecado original de la ley: la retroactividad y la traición al Principio de Legalidad

El aspecto más alarmante de esta ley es su posible aplicación retroactiva. Este concepto choca frontalmente con uno de los pilares más sagrados del derecho moderno, heredado directamente del Derecho Romano: «Nullum crimen, nulla poena sine praevia lege» (No hay crimen, ni pena, sin una ley previa).

  • Derecho Romano y Continental: Este principio, consagrado en las constituciones de Europa y América Latina y en tratados internacionales como la Convención de Ginebra y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, es la piedra angular de la justicia. Garantiza que un individuo no puede ser castigado por un acto que, en el momento de cometerse, no estaba tipificado como delito o no conllevaba una pena tan severa. La razón es profundamente humana: la ley debe ser predecible. Un ciudadano debe poder conocer las consecuencias de sus actos antes de cometerlos. Juzgar y ejecutar a alguien por una ley que no existía entonces es una injusticia manifiesta; es cambiar las reglas del juego después de que se ha jugado.
  • Common Law Anglosajón: En el mundo anglo, la prohibición de las leyes ex post facto está igualmente arraigada. La Constitución de los Estados Unidos (Artículo I, Secciones 9 y 10) lo prohíbe expresamente. La justicia no puede ser una sorpresa. Un juez formado en esta tradición vería con horror cómo se pretende castigar a una persona por un delito que, en el momento de su comisión, no estaba sancionado con la muerte.

La ambigüedad letal: «dañar al Estado de Israel»

La ley se centra en «terroristas» que actúan «con la intención de dañar al Estado de Israel». Esta definición es tan elástica que puede englobar casi cualquier acto de resistencia, incluida la legítima defensa frente a la ocupación en el derecho internacional. ¿Dónde se traza la línea? ¿Una piedra lanzada por un adolescente en una protesta? ¿La pertenencia a un grupo político catalogado como «terrorista»?

Esta vaguedad deliberada en lo que conocemos de esta ley la convierte en un arma política, o corre ese riesgo de ser instrumental y no en una herramienta de justicia. Un análisis jurídico riguroso exige examinar la tipificación concreta del delito, así como los atenuantes, agravantes y eximentes que cualquier ley bien redactada debe contemplar. Sin embargo, es precisamente la ambigüedad de su formulación y, especialmente en conceptos subjetivos como “la intención de dañar al Estado de Israel”, lo que impide un escrutinio claro y la convierte en una herramienta maleable para el poder.

Análisis jurídico: cuando la ley se escribe con la tinta de la venganza y no busca la reparación

El verdadero carácter de una norma a menudo se revela en su Exposición de Motivos. Máxime si es brújula interpretativa en Derecho Penal, pero prevalece un lenguaje de venganza en la forma de la fría ecuación «una vida por otra»; sobre los principios de la justicia procedural y sobre el objetivo restaurativo de reparar el daño, se confirmará que nos enfrentamos a un profundo retroceso.

Todo apunta que se está gestando una ley que elige la aniquilación del ofensor como fin último, incluso en el supuesto de que la pérdida de vidas pueda atribuírsele legalmente, no repara el dolor de las víctimas ni restaura el orden social; lo clausura. Al hacerlo, pervierte la esencia misma del derecho, que es la certeza, la equidad y la búsqueda de una recomposición, por imperfecta que sea.

Este retroceso se agrava cuando la ley nace de un contexto epocal concreto de «legislar en caliente» —en este caso, impulsada por la conmoción y la ira tras los ataques del 7 de octubre de 2023—. Una exposición de motivos anclada en el trauma del momento y en la urgencia política es una base frágil y peligrosa. En lugar de crear un marco jurídico sólido y perdurable inspirado en el principio de reparación, genera un instrumento rígido y reactivo cuyo veredicto final es la muerte. Esta respuesta, lejos de cualquier ideal restaurativo, no sana las heridas de la sociedad; consagra la violencia como el único lenguaje posible de la justicia.

Esta falta de visión prospectiva plantea un grave problema de vigencia: ¿Qué ocurrirá cuando los contextos cambien? Una ley cuyos motivos se agotan en una circunstancia específica se vuelve rápidamente obsoleta, incapaz de adaptarse a nuevas realidades. ¿Permitirá su redacción ambigua y oportunista el desarrollo de una nueva doctrina jurisprudencial que la adecúe a los tiempos? O, por el contrario, ¿su rigidez e inequidad inherentes la condenarán a la necesidad de una reforma urgente o, directamente, a su abolición?

La respuesta parece inclinarse hacia lo último. Demasiada ambigüedad y oportunismo, y muy poco espacio para la mejor costumbre legislativa, aquella que persigue con ecuanimidad la reparación del daño y la administración de una justicia serena, no condicionada por el calor de los acontecimientos.

En el Derecho Internacional Humanitario los conceptos deben estar estrictamente definidos para evitar abusos. El derecho a un juicio justo, incluido en el artículo 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, exige que los cargos sean claros y específicos. Una definición tan amplia como esta viola ese derecho fundamental y abre la puerta a la arbitrariedad y la persecución.

La “justicia de aplicación retroactiva”: cuando un Estado moderno abandona la sabiduría de sus propias tradiciones y la razón religiosa y civil

Tal como nos llega este borrador de “Nueva Ley Israelí reguladora de la Pena de Muerte” es un regreso al ‘ojo por ojo’. Ignora siglos de evolución ética judeocristiana y también del islam en su raíz más pura. ´

Resulta paradójico que, desde una perspectiva simplista, se asocie el mundo árabe-musulmán con la dureza penal, cuando la tradición islámica (Sharia) contiene salvaguardas de una elevada humanidad que esta ley israelí ignora por completo.

Desde el prisma de las tradiciones religiosas que comparten una raíz abrahámica, como son el judaísmo, el cristianismo y el islam. Al observar esta ley la contradicción se vuelve aún más profunda. Lejos de reflejar los principios más elevados de esta herencia común, la ley parece fundamentarse en una lectura selectiva y arcaica de la misma. Hay que mirar hacia el futuro incluso al legislar. O sobre todo.

En el judaísmo, la fuente de autoridad para el Estado de Israel, la vida es sagrada por ser un don de Dios (Yesod Nefesh). Si bien la Torá menciona la pena de muerte, los rabinos del Talmud la rodearon de tal cantidad de restricciones procesales –requiriendo dos testigos presenciales que advirtieran al acusado de la pena exacta, y un veredicto unánime– que su aplicación efectiva se volvió virtualmente imposible. El Talmud llega a afirmar que un tribunal que ejecuta a una persona una vez cada setenta años es considerado «destructivo». La tradición enfatiza la justicia procedural por encima del castigo sumario, y conceptos como Teshuvá (arrepentimiento y retorno) sugieren que la redención es siempre una posibilidad divina que el ser humano no debe cerrar prematuramente.

Por su parte, el cristianismo, surgido del tronco judío, radicalizó la misericordia. Las enseñanzas de Jesús en el Sermón de la Montaña («Amad a vuestros enemigos») y su intervención en la historia de la mujer adúltera («Aquel que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra») constituyen una crítica directa a la justicia retributiva. El mensaje central desplaza la venganza hacia el perdón y la transformación del corazón, priorizando la rehabilitación del pecador sobre su aniquilación.

Por tanto, esta ley no solo se muestra más inflexible que la justicia islámica, sino que traiciona los desarrollos más humanistas de su propia tradición religiosa fundacional. Al institucionalizar la pena de muerte de manera expedita y dirigida, opta por una versión arcaica y severa del «ojo por ojo», ignorando siglos de interpretación rabínica que buscaron limitarla y de filosofía cristiana que abogó por superarla. En nombre de una seguridad terrenal, se aleja de un principio que las tres religiones del libro sostienen: que la justicia última pertenece a Dios, y que la justicia humana, falible por naturaleza, debe inclinarse siempre por la preservación de la vida y la posibilidad de la redención.

El juez ante su conciencia: el deber de la objeción

Desde una vocación humanista universalista y de respeto máximo por la vida humana. En este sombrío panorama, si se aprueba un texto legal semejante, la última línea de defensa que queda es la conciencia individual del juez o magistrado. Un jurista con un mínimo de decencia, formado en cualquiera de las tradiciones mencionadas, se enfrenta a un dilema moral y profesional insoslayable.

¿Puede, en conciencia, aplicar una ley que es, si ordenamos sus motivos de cuestionabilidad de mayor a menor?:

  1. Retroactiva, violando el principio de legalidad.
  2. Ambigua, facilitando su uso arbitrario.
  3. Inhumana, al eliminar la proporcionalidad y la posibilidad de redención.
  4. Creada en un contexto de pasión colectiva, donde la venganza (lex talionis) se disfraza de justicia?

La respuesta, para un juez íntegro, debería ser la objeción. Puede y debe declararse incompetente, alegar un conflicto de conciencia, o simplemente negarse a aplicarla basándose en su incompatibilidad con los principios superiores del derecho israelí e internacional. Los tribunales israelíes tienen una tradición de independencia. Es el momento de que los jueces demuestren que su lealtad es a la Justicia, con mayúsculas, no a una ley injusta.

Conclusión: la ley que no debe llegar a ser

«Esta ley representa más que una política controvertida. Es el síntoma de una sociedad que, en su dolor y miedo, está dispuesta a sacrificar su alma jurídica. En un acto de autoanulación legal, traiciona la herencia de Roma, desprecia las garantías del common law, ignora las protecciones del derecho continental y, como se ha visto, se muestra incluso más cruel que los principios de misericordia presentes en la justicia islámica. Con ello, infringe un principio ético que trasciende todas las fronteras y que constituye la base de toda convivencia civilizada: la regla de oro de la reciprocidad.

Ya sea formulado en su versión negativa —‘No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti’, un principio encontrado en el judaísmo (Tobías 4:15) y en muchas otras tradiciones— o en su versión positiva —‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Levítico 19:18)—, este mandato universal exige coherencia. Una justicia que se pretenda legítima no puede construir un sistema penal para el ‘otro’ que consideraría una aberración y una injusticia si se aplicara a los propios. Al hacerlo, no solo se vulnera el derecho internacional, sino que se quebranta la esencia misma de la equidad que da sentido a la ley.»

“No hay acto justificado de violencia.
La violencia, cualquiera sea su forma, retorna sobre quien la ejerce.”
— Silo, El Mensaje de Silo (La Mirada Interna)

Erigir la pena de muerte sobre los cimientos movedizos de la retroactividad y la ambigüedad no traerá seguridad ni paz y nada repara. Solo sembrará más dolor, legitimará la venganza y manchará la historia de Israel con un capítulo que las generaciones futuras, con toda seguridad, juzgarán con severidad. Algo está profundamente mal. Y en nombre de la humanidad compartida y de la Justicia Universal (concepto que está pasando de difuso lugar común a sentimiento fuerte y propósito claro), debe decirse con claridad.

Fuentes:

  • JerusalemPost
  • RTVE
  • AJN


[(Imagen de AI GROK Image - reproducido en www.pressenza.com] 


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Etiquetas: Direito, Ética, Filosofía, Interpretação, Lecture, Legalidad, Lenguaje, Normas e leis, Política, seguretat, Sociedade

quinta-feira, 13 de novembro de 2025

El legado de Allende vive en Jeannette Jara

Este domingo hay elecciones presidenciales en Chile, y todo indica que la contienda principal estará entre Jeannette Jara, del Partido Comunista, y José Antonio Kast o Johannes Kaiser, representantes de la ultraderecha.. Alexis Cortés, dirigente del PCCh, analiza los vaivenes de la política chilena de los últimos años y explica la fortaleza de la candidata comunista.

El problema de la izquierda hoy no es solo su falta de imaginación, sino caer en la defensa de instituciones en total decadencia. Si nuestra imaginación política no trasciende lo apocalíptico, alimentaremos una profecía que se cumple a sí misma: tendremos razón, pero estaremos derrotados.

Una entrevista con Alexis Cortés

Entrevista por José Maurício Domingues[1]

Alexis Cortés Morales es un cientista social chileno, doctor en Sociología por el IESP-UERJ y profesor de la Universidad Alberto Hurtado en Santiago de Chile, donde dirige el doctorado en Sociología. Divide su tiempo entre la vida académica —es autor de Favelados e pobladores: a construção teórica de um movimento social (2018) y Chile, fin del mito. Estallido, pandemia y proceso constituyente (2022)— y la militancia política: desde hace seis años es miembro de la dirección nacional del Partido Comunista de Chile (PCCh). En 2023, Cortés fue miembro de la Comisión de Expertos formada tras la no aprobación de la Constitución elaborada por la Convención Constituyente de 2021 con la tarea de proponer un texto más consensuado (sustituido finalmente por una propuesta mucho más a la derecha, que acabó siendo también rechazada en el referéndum posterior). 

En esta conversación[2] con José Maurício Domingues, Alexis responde a algunas preguntas sobre el proceso político chileno desde 2019, pasando por el complicado proceso constitucional (cuyos impases acabaron dejando en funcionamiento la Constitución otorgada por Pinochet, aunque ya muy reformada), hasta llegar al momento actual, en el que Jeannette Alejandra Jara Román, exministra de Trabajo y Previsión Social —y también militante del PCCh— es candidata por una amplia coalición de izquierda a la presidencia de la República.

Alexis, ¿cómo evalúas la situación actual, con el estallido de 2019, el Gobierno de Gabriel Boric y el proceso constituyente, así como el auge de la extrema derecha? ¿Es que las fuerzas de izquierda y progresistas interpretaron mal la situación tras las grandes manifestaciones de 2019-2020, y eso condujo a la derrota del proceso constituyente, o existen otras lecturas? ¿Qué factores explican el desgaste del Gobierno de Boric y el ascenso de la extrema derecha? ¿Es un reflejo más de la polarización que observamos en otros países o hay factores locales específicos a considerar?

Hoy vivimos un reflujo del «estallido»: un cambio radical en las prioridades ciudadanas justo después de la pandemia, cuando pasamos de tener como principal preocupación la desigualdad a otro momento en el que la seguridad pública y la migración se convirtieron en los principales problemas para los chilenos. El Gobierno de Boric no tuvo luna de miel, porque con solo seis meses en el cargo se enfrentó a la derrota electoral más importante de la historia de la izquierda chilena: el rechazo de la propuesta constitucional de la Convención (2022), una redacción que incorporaba las demandas históricas de los movimientos sociales.

La derecha ha tenido un éxito parcial a la hora presentar este resultado como una derrota del «estallido» y de las ideas de izquierda, a pesar de que ellos sufrieron una derrota similar en el segundo proceso de 2023, que fue controlado íntegramente por la extrema derecha. Aunque están en el Gobierno, las fuerzas progresistas están jugando en el campo de la derecha.

Por otra parte, el Gobierno se vio rápidamente atrapado en un techo de apoyo del 30%, en un contexto favorable para una oferta política centrada en la restauración del orden perdido. Mientras tanto, una parte cada vez mayor de la población dejó de identificarse con la izquierda y comenzó a mirar hacia la derecha. Y aunque la demanda de cambios sigue siendo fuerte, por momentos parece reducirse al cambio de Gobierno.

El presidente Boric llegó a La Moneda con grandes expectativas y esperanzas, pero sin mayoría en el Congreso y obligado a incorporar a la antigua Concertación, la alianza de centroizquierda que gobernó desde 1990 hasta 2010. Este movimiento era tan necesario como insuficiente para implementar un programa de Gobierno que, en la práctica, necesitaba un cambio constitucional para ser posible.

Aun así, el oficialismo ha tenido notables triunfos legislativos para un Gobierno sin mayoría parlamentaria (reducción de la jornada laboral, aumento del salario mínimo, royalty del cobre, pago de la deuda previsional histórica de los profesores), aunque no logró hacerse de la intensidad necesaria para inclinar el apoyo de la población a su favor. ¿Cómo sucedió esto? ¿Cómo se pasó de un «estallido» que prometía convertir a la «cuna del neoliberalismo» en su tumba a un país en el que es muy probable una victoria presidencial de la extrema derecha?

Para responder estos interrogantes es necesario volver la mirada sobre una serie de momentos clave en la historia reciente de Chile. En primer lugar, el significado político del «estallido». El «estallido» de 2019 fue la culminación de un ciclo más amplio de movilización que cuestionaba las consecuencias de la implementación del neoliberalismo en el país. Pienso en las manifestaciones estudiantiles (2011-2012), medioambientales (2011), feministas (2018) y por el fin del sistema de Administradoras de Fondos de Pensión (2016).

Además, el «estallido» provocó una coincidencia inusual entre el ciclo de movilización y el ciclo electoral. La principal consecuencia fue el inicio de un proceso constitucional para sustituir el texto constitucional de la dictadura, aún vigente. Esto no era poca cosa, ya que la derecha se negó sistemáticamente a modificar el texto de la dictadura en lo sustancial como mecanismo para defender el legado neoliberal (privatización de la salud, limitación económica del Estado y opción por una lógica subsidiaria) y proteger el modelo chileno de las mayorías democráticas que ostentaba la Concertación.

El plebiscito de entrada (2020), que decidió cambiar la Constitución (78,28%) a través de un órgano elegido exclusivamente para ello (79%), fue la primera expresión de esta sincronía de ciclos. Esto se confirmó al año siguiente, a la hora de elegir a los constituyentes: la izquierda independiente se hizo con una mayoría aplastante de convencionales, y en segundo lugar quedó una nueva alianza de izquierda entre el Frente Amplio (FA) —formado por líderes que provenían de esas movilizaciones, notablemente de las estudiantiles— y el antiguo Partido Comunista de Chile (PCCh), que fue el solitario crítico en los años 90 de la política de consensos proneoliberales entre la centroizquierda y la derecha.

Esa elección tuvo resultados modestos para la antigua Concertación y catastróficos para la derecha, que no logró el poder de veto de un tercio de los elegidos. La izquierda no necesitaba a la derecha para llegar a un acuerdo constitucional, circunstancia que, paradójicamente, terminó siendo trágica para el proceso, porque desde el inicio la derecha trabajó para que el texto y el proceso en su conjunto naufragaran.

Sin embargo, la tendencia a la sincronía se reafirmó con importantes triunfos en las elecciones municipales de 2021, en las que el FA y el PCCh ganaron alcaldías emblemáticas. En las elecciones presidenciales de ese mismo año, Apruebo Dignidad (FA+PCCh), con Gabriel Boric (25,83%) a la cabeza, ganó por un amplio margen a la candidata de la antigua Concertación, la demócrata cristiana Yasna Provoste (11,6%). Sin embargo, quien ganó la primera vuelta fue el candidato de extrema derecha José Antonio Kast (27,91%). Si bien Boric logró imponerse en segunda vuelta con un resultado contundente (55,87%), el avance de la extrema derecha ya era una señal de que la ventana que se había abierto con el «estallido» comenzaba a cerrarse.

Cabe destacar un detalle fundamental: todas estas victorias electorales se produjeron con voto voluntario, pero para el plebiscito de salida de 2022, que terminó rechazando el texto constitucional de la Convención, se implementó un cambio determinante: pasamos a tener voto obligatorio. Esto significó que alrededor de 5 millones de nuevos votantes (un tercio del total) que se incorporaron a la contienda política y que votaron masivamente en contra del texto de la Convención, contribuyeron posteriormente al triunfo de la extrema derecha en el segundo proceso constitucional, pero también volvieron a votar en contra de la propuesta constitucional hiperconservadora en 2023.

Aunque en parte de la izquierda existía la idea de que los nuevos votantes consolidarían las posiciones progresistas al provenir principalmente de los sectores populares, lo cierto es que la izquierda no sabía cómo ganárselos para que votaran a favor del proyecto constitucional de la Convención. En este sentido, las fuerzas de izquierda no interpretaron mal la coyuntura —al menos inicialmente— pero, electoralmente, su imagen se vio distorsionada por la ausencia de una parte del pueblo en la ecuación. Sin embargo, al contrario de lo que intentó instalar la derecha, estos votantes no son moderados ni estaban en contra de las protestas de octubre de 2019, sino que fueron expresión del sentido más destituyente del «estallido»: desconfianza de todo, incluido el Gobierno y las propuestas de la izquierda.

La principal autocrítica que debería hacer la izquierda es no haberse preparado para integrar en su discurso y en sus propuestas a ese mundo popular. Cuando comenzó la campaña del plebiscito de 2022, muchos partidos y convencionales de izquierda veían imposible la derrota porque la propuesta constitucional restablecía los derechos suprimidos por la dictadura. Tampoco se leyeron a tiempo las señales de desgaste. La Convención Constitucional gozó de grandes expectativas y valoración inicial, pero la inexperiencia política de muchos de los actores que la protagonizaron, su tendencia a espectacularizar su acción política y el descubrimiento de un fraude por parte de uno de los íconos del «estallido» que había sido elegido constituyente erosionaron su prestigio hasta el punto de contaminar su producto: la propuesta constitucional.

Para la población, la Convención ya no era una nueva forma de hacer política: era más de lo mismo, pero peor. Además, el texto quedó fuertemente identificado con el Gobierno de Boric, que ya daba señales de un alto rechazo, y los nuevos votantes encontraron una forma de castigarlo descartando el borrador constitucional. La mayoría de la población consideró que la propuesta «dividía a los chilenos» y, aunque contenía anhelos históricos de los movimientos sociales, esto no se tradujo en un relato coherente, sino que fue más bien una agregación de diferentes demandas sin cohesión ni articulación.

Todo este escenario, por supuesto, no es en absoluto ajeno a las tendencias globales de crecimiento de la extrema derecha. Pero, evidentemente, contó con expresiones muy nacionales. Este fue uno de los errores de interpretación que yo mismo cometí. Cuando apareció Bolsonaro en Brasil, mi interpretación fue que un fenómeno así no se daría en Chile debido a la existencia de un partido pinochetista fuerte que intentaba tímidamente desligarse de la herencia dictatorial. Sin embargo, eso fue suficiente para que una figura del pinochetismo radical como Kast ganara espacio y creara un nuevo partido, no porque el electorado se hubiera vuelto más pinochetista, sino porque los nuevos votantes valoran la coherencia política y el tono autoritario, por ejemplo, para hacer frente a la inseguridad pública. Aquí observo una tendencia global: la derecha tradicional no ha intentado diferenciarse de Kast y, como en todo el mundo, está siendo absorbida por la opción más extrema.

Mi segundo error fue pensar que la pandemia fortalecería las posiciones a favor de lo público y del papel del Estado. En parte fue así, pero las fuertes medidas de contención, con una de las cuarentenas más estrictas del mundo, tuvieron un efecto «descolectivizador», porque cortaron el proceso molecular de reorganización de la sociedad activado con el «estallido» y llevaron a la gente a sus casas. La pandemia también tuvo efectos perversos en la dinámica del crimen organizado, cambiando radicalmente los códigos delictivos e incrementando los delitos de alta connotación pública por la aparición en el país de organizaciones criminales transnacionales, como el tren de Aragua, de origen venezolano.

Así fue como en Chile entramos en cuarentena dispuestos a ajustar cuentas con la herencia pinochetista y salimos con una crisis de seguridad y migratoria. En este contexto, una parte del mundo progresista veía como el mejor escenario posible un triunfo de la derecha tradicional para evitar la llegada de Kast a La Moneda. Pero eso cambió con la victoria en las primarias oficialistas de la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara. La elección volvió a quedar abierta.

La victoria de Jeannette Jara en las primarias de la coalición oficialista—o al menos el triunfo por tan amplio margen, alrededor del 60%— fue algo inesperado incluso para el propio PCCh, ¿verdad? ¿Se trata de un voto por el socialismo o aún estamos lejos de eso? ¿Crees que hay posibilidades reales de victoria para Jara, aunque en este momento José Antonio Kast sea el favorito? ¿Cómo afrontar políticamente una responsabilidad tan grande, sabiendo que una derrota de la izquierda puede tener graves consecuencias para Chile y para América Latina? ¿No existe el riesgo de que un sentimiento anticomunista tradicional se vuelva en contra de Jara, o eso ya es cosa del pasado?

Jeannette Jara ganó las primarias del mundo oficialista por varias razones. En primer lugar, tenía una ventaja: fue ministra de Trabajo del Gobierno de Gabriel Boric y sus avances son los más valorados por la población. Logró una reducción de la jornada laboral de 44 a 40 horas, un aumento histórico del salario mínimo, la aprobación de una ley contra el acoso laboral y, finalmente, una reforma de las pensiones que, aunque lejos de poner fin al sistema de AFP (capitalización individual), rompió con casi una década de inacción en este ámbito.

Pero no solo eso: en todas esas conquistas recibió elogios transversales, incluso del mundo empresarial, por su capacidad de escucha, pragmatismo y diálogo. Por otra parte, su trayectoria biográfica instaló una división entre «el pueblo y la élite» que oxigenó la base de apoyo del Gobierno. Ella creció en una familia y un barrio popular de Santiago, estudió en una universidad pública distinta de la Universidad de Chile, donde fue presidenta de la Federación de Estudiantes y fue subsecretaria de Previsión Social en el segundo Gobierno de Bachelet.

Tiene una trayectoria de esfuerzo que la diferencia del resto de los políticos chilenos (incluso de los de izquierda), pero que la identifica con la población en general. En la campaña demostró empatía y cercanía, lo que a muchos les recordó el estilo de liderazgo de Michelle Bachelet. Las otras candidaturas oficialistas nunca lograron conectar más allá de sus nichos militantes y no ofrecieron una perspectiva de futuro, quedando atrapadas en la nostalgia o el rechazo de los años 90. Finalmente, su propuesta programática se centró en el bienestar material de la población mediante propuestas muy concretas y un discurso que no confundió la existencia de un clima políticamente adverso con la necesidad de moderación. Aunque su propuesta no tiene una perspectiva socialista en el sentido clásico, en las condiciones actuales de Chile es sin dudas expresión de un proyecto de izquierda.

El anticomunismo estuvo presente en el discurso de la candidata de centroizquierda que resultó derrotada, pero de una manera poco útil para sus pretensiones. En lugar de dedicarse a mostrar que ella podía tener más posibilidades, se dedicó a afirmar que era «imposible» que una comunista venciera a la derecha. Fue muy común escuchar frases como «la candidata es excelente, lástima que sea comunista». Pero, al ganar, ese discurso cayó en saco roto. El anticomunismo existe en Chile y es proporcional a la alta incidencia que tuvo el partido en la historia política nacional. El PCCh formó parte del Frente Popular a finales de los años 30, fue el partido más leal a Allende y formó parte del segundo Gobierno de Bachelet.

El anticomunismo sigue vivo, pero dudo que sea un factor relevante para definir estas elecciones. Una parte importante de los votantes nació después del fin de la Guerra Fría y el fantasma del comunismo no les dice nada, especialmente a los más jóvenes. Estos podrían perfectamente votar por un comunista o por alguien de derecha o de centro. No es un código relevante para sus definiciones. Sin embargo, en otros grupos puede ser influyente. Al mismo tiempo, son varias las encuestas que han detectado un votante de derecha anti-Kast. ¿Qué prevalecerá, el riesgo que representa Kast para la democracia o el voto anticomunista?

Como dices, la responsabilidad es enorme: tenemos enfrente un proyecto que, de imponerse, implicaría un retroceso terrible. Pero el Partido Comunista tiene un prestigio muy consolidado en Chile y, además, la candidata es capaz de llegar a donde el partido no llega. Si ganó es porque puede trascender al PCCh y porque al mismo tiempo representa lo mejor que el partido puede ofrecer. Ningún otro partido comunista podría presentar una candidata tan competitiva como ella.

Sugeriste anteriormente que el programa de Jara es «necesariamente moderado», en el sentido de que se adapta a la realidad chilena actual, especialmente desde el punto de vista electoral. ¿No podría pensarse, en cierto sentido, como una continuidad a la «timidez» de los distintos gobiernos de la Concertación, que adoptaron el neoliberalismo y le fueron añadiendo poco a poco ciertos elementos de compromiso social para combatir la pobreza y reformar los sistemas universitarios, sin tocar las bases del modelo chileno (exitoso, es cierto, en sus propios términos)?

¿No sería el momento, sobre todo con una candidata de extracción comunista, de avanzar en la lucha contra la pobreza y la desigualdad, dejando atrás la versión suave del neoliberalismo —el liberalismo social— que sigue imperando incluso bajo el Gobierno de Boric? Al fin y al cabo, se trata de una cuestión que, aunque continúa moviéndose en las sombras, poco a poco va desplazándose hacia el centro del debate político. ¿No sería esta una buena oportunidad para avanzar, por ejemplo, hacia una mayor intervención del Estado en la economía?

El programa de la primaria y el de la primera vuelta tienen en común su carácter antineoliberal. Eso quedó expresado, en primer lugar, en una gramática de derechos sociales que busca dejar atrás la lógica subsidiaria (el Estado solo interviene cuando los privados no quieren invertir) y, en segundo lugar, en una propuesta económica que aspira a salir de la explotación de las ventajas comparativas, como reza el credo neoclásico, lo que lleva a que nuestros países se especialicen en la extracción de materias primas. En otras palabras, el programa tiene el componente redistributivo esperable de cualquier proyecto progresista, pero también ofrece pistas para incluir en la ecuación el cambio de la matriz productiva, aunque todavía de manera tímida.

Chile sigue dependiendo en gran medida de su riqueza minera. Para usar una expresión tuya, el país, con la dictadura, se convirtió en una «economía reprimarizada», lo que la hace muy subordinada y sensible a las fluctuaciones del mercado internacional, con baja productividad y una crisis de empleo entre los jóvenes que se formaron con la expansión del sistema universitario, pero sin una economía basada en el conocimiento para absorberlos. Dar el salto productivo implica recuperar y potenciar las capacidades estratégicas del Estado, por ejemplo, a través de la histórica Corporación de Fomento, pero el Estado chileno aún tiene restricciones constitucionales para convertirse en un actor económico que impulse ese salto productivo.

Los estudios muestran que la población valora el papel del Estado en la economía, pero los partidos políticos —incluso los de izquierda— o bien evitan este tema o bien se centran únicamente en la distribución. Estoy convencido de que, para ganar, será necesario tener audacia programática y discursiva, ya que la timidez y la moderación dan ventaja a una extrema derecha que no tiene inhibiciones en su programa de retrocesos.

¿Y la cuestión medioambiental y climática? A pesar de que los movimientos sociales medioambientales y la gran preocupación por la crisis climática pisaron fuerte durante las manifestaciones de 2019-2020 y en el proceso constitucional, la economía de Chile depende en gran medida de la minería del cobre y, más recientemente, del litio. El Gobierno de Boric tiene un discurso que refiere a esos movimientos pero, sin embargo, no solo no ha cambiado, sino que, de hecho, ha ampliado el extractivismo. ¿No hay una contradicción ahí? ¿Cuál es el programa de Jara en este sentido? ¿Cómo ven ustedes la relación entre desarrollo y medio ambiente, incluido el cambio climático?

El Gobierno de Boric se ha definido a sí mismo como un gobierno ecologista, lo que se ha convertido en un rasgo fundamental de la política diplomática chilena, pero en ningún momento esto ha sido sinónimo del fin de la minería. Chile es un país minero y seguirá siéndolo. El cobre sigue siendo el «salario» de Chile, como lo bautizó Allende. El cobre y el litio siguen siendo la clave de nuestro posible desarrollo, pero también de un rentismo que ya ha alcanzado su techo.

Ahora bien, en los últimos años, Chile ha elevado mucho su estándar normativo ambiental, lo que permitió comenzar a superar una dinámica que multiplicó las «zonas de sacrificio» humano y ambiental (zonas que presentan daños ambientales irreversibles). Pero el Gobierno ha sufrido una fuerte presión empresarial contra lo que ellos denominan despectivamente como «permisología», en referencia a un supuesto «exceso» de burocracia en el proceso de concesión de licencias medioambientales y patrimoniales. Sin embargo, hasta ahora el Gobierno no ha sucumbido a los cantos de sirena de quienes ven en la naturaleza un obstáculo para el crecimiento o un recurso económico más.

El programa de Jeannette Jara, que tiene como componente central el cambio productivo, cuenta, en consecuencia, con un eje de nueva matriz energética, en el que el hidrógeno verde es el gran protagonista. Sin duda esto presenta contradicciones, como han demostrado las investigaciones de mis propios colegas Tomás Undurraga y Tomás Ariztía, pero lo importante, en mi opinión, es mantener el exigente estándar medioambiental que ya tenemos y conectar esta explotación con una estrategia industrializadora que sustente un desarrollo a largo plazo y erradique definitivamente la lógica del sacrificio ecológico. No es fácil ni intuitivo, pero existe la conciencia del tamaño del desafío.

Tras el terrible golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende en 1973, Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista Italiano, afirmó que el ejemplo chileno demostraba que ni siquiera una victoria electoral y una mayoría electoral garantizaban que la llegada de la izquierda transformadora al poder del Estado no terminara con un ataque concentrado de la derecha.

Como ya hemos comentado en otra ocasión, Chile fue un modelo incluso para el desarrollo de un proyecto de tipo eurocomunista, defensor radical de la democracia de corte liberal —al menos en sus orígenes—, proyecto que encarnó exactamente el PCI como ninguna otra organización procedente del leninismo y de la Tercera Internacional. ¿Sigue siendo válido esto para el PCCh de hoy?

Más allá de su valor intrínseco, la pregunta tiene una gran importancia en este momento, en la medida en que amplios sectores de la izquierda latinoamericana vuelven a considerar la cuestión nacional más importante que la cuestión democrática (apoyando a cualquiera, por ejemplo, que se posicione contra el imperialismo estadounidense, lo que se agrava con la política agresiva del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump). ¿Puede China servir de ejemplo?

La experiencia política de la Unidad Popular de Salvador Allende es la gran inspiración de la propuesta política de Berlinguer, en particular, de su idea de un «compromiso histórico» entre comunistas y demócratas cristianos. Pero eso fue algo que no sucedió ni con Allende ni con Berlinguer. La deriva que termina con la formación del Partido Democrático y la liquidación del PCI está lejos de ese «compromiso».

El PCCh sigue existiendo y siendo profundamente allendista, es decir, su proyecto político se basa en una confluencia indisociable entre socialismo y democracia. Aunque el PCCh fue ilegalizado y perseguido en tres momentos distintos de la historia chilena, nunca renunció a la lucha institucional ni a la de masas. Incluso en el período de la dictadura —cuando perdió tres direcciones nacionales a manos de la represión y dio un giro estratégico con la política de «rebelión popular de masas»— siguió siendo un partido centrado en las luchas sociales, en el que la dimensión militar quedaba subordinada a la movilización de las masas.

Con el retorno de la democracia formal, incluso con todas las críticas al diseño institucional que permitió perpetuar la herencia de la dictadura, el PCCh siguió apostando por la democratización radical de las instituciones políticas. El prestigio ganado como la mejor trinchera contra la dictadura y su anclaje social explican en parte que el PCCh haya sobrevivido a la doble crisis de la caída de la Unión Soviética y la derrota de la política de Rebelión Popular, con la consiguiente exclusión política, producida por un sistema electoral diseñado por la dictadura para ese fin.

El PCCh es de los pocos partidos históricos chilenos que puede afirmar que nunca ha apoyado ninguna ruptura democrática en el país. El desarrollo democrático nacional tiene entre sus protagonistas al propio PCCh. Sin embargo, aún tiene una deuda teórica para conceptualizar esa vocación democrática, ya que el partido no cuenta con nada equivalente a «La democracia como valor universal» de Carlos Coutinho [N. del E.: importante intelectual históricamente vinculado al Partido Comunista Brasileño]. Sin embargo, tiene una práctica democrática que explica la persistente influencia comunista en la política chilena, algo que Luis Corvalán, el secretario general que condujo al partido por la «vía chilena al socialismo», captó muy bien en un libro titulado Los comunistas y la democracia.

La potencia histórica del socialismo chileno de Allende radicaba precisamente en su modo de articular la democracia con ese proyecto de transición al socialismo. Por eso era tan importante para Estados Unidos derrocar por cualquier medio al gobierno de Allende. Ahora bien, nuestro compromiso con la democracia no supone pontificar sobre ello al resto del mundo. Creo que es posible conciliar la vocación democrática y el respeto a las diferentes vías de los pueblos para construir su destino. Muchas veces la lógica de que «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» nos lleva a contradicciones, pero ya es hora de superarlas.

Finalmente, ¿qué representa China? La primera potencia económica del mundo demuestra el potencial de dos herramientas que la izquierda parece olvidar por momentos: el Estado y la planificación. ¿Qué tiene la izquierda que ganar con el ascenso de China? Hay autores que han advertido sobre cómo las relaciones con quien hoy es nuestro principal socio comercial podrían significar cambiar «seis por media docena», como dicen en Brasil, en cuanto a la situación de dependencia. Pero creo que la reprimarización es más una opción nuestra que una condición de ese intercambio comercial. Económicamente, China ofrece oportunidades inestimables y se pueden extraer muchas lecciones para el desarrollo de nuestros países, en la medida en que nuestro desarrollo económico vaya acompañado de un desarrollo político de democracia avanzada.

En efecto, los avances democráticos logrados por el republicanismo liberal no pueden ser ignorados ni minimizados. Por otro lado, sin embargo, la democracia liberal —cada vez menos representativa— muestra claros signos de agotamiento (Trump es una expresión de ello, pero también lo son el Brasil de 2013 y el Chile de 2019-2020). ¿No es necesario entonces reinventar la democracia?

Aunque en el reciente proceso chileno se han probado algunas alternativas al predominio de las maquinarias partidistas (como la presentación de candidatos independientes en las elecciones a la Convención Constitucional, con resultados dudosos, y, anteriormente, la limitación de mandatos para cargos en los partidos, en los parlamentos y para la presidencia), estamos lejos de innovaciones como las que encendieron la imaginación revolucionaria, como las de la Comuna de París o los soviets de 1905 y 1917. ¿No hay ahí un problema en términos de participación ciudadana-plebeya?

Una primera reflexión. El proceso constitucional chileno presenta varias paradojas: ningún país había visto fracasar dos intentos constitucionales consecutivos, pero ambos procesos contaron con procedimientos participativos de gran intensidad. En particular, la Convención es considerada el proceso constitucional más participativo de la historia. Sin embargo, este diseño no impidió el fracaso del plebiscito. Por otra parte, algo que no esperaba de la Comisión de Expertos —en la que participé en el segundo proceso— fue que el borrador elaborado tuviera un capítulo tan sustantivo sobre la democracia participativa. Creo que varias de esas propuestas oxigenarían bastante nuestro sistema democrático, que se encuentra en estado crítico.

Sin embargo, al mismo tiempo creo que la cuestión no es solo la incorporación de mecanismos o procedimientos de mayor intensidad democrática. El problema fundamental es que la lógica del neoliberalismo asfixia la democracia al sacar de la esfera deliberativa precisamente la cuestión económica del desarrollo, que queda restringida a un grupo de especialistas que comparten un credo que se presenta como natural. La economía se separa de la política y, en consecuencia, la política se separa de la sociedad.

En Chile, como en el resto del continente, hemos visto caer el apoyo a la democracia y crecer el número de personas indiferentes al régimen de gobierno. Este es un panorama favorable para el crecimiento de la extrema derecha, ya que ella conecta con los condenados por el sistema a través del miedo, la frustración y la amenaza de otros grupos (igual o más condenados), siempre con soluciones simples y autoritarias. Si la democracia no recupera el sentido de la célebre definición de Raúl Alfonsín —«con la democracia se vota, se come, se cura y se educa»—, continuará su proceso de descomposición. 

El problema no es solo nuestra falta de imaginación como izquierda para reinventar la democracia u ofrecer otro proyecto de sociedad, sino también que a menudo nos convertimos en los principales defensores de instituciones en total decadencia. Basta ver cómo el progresismo se ha convertido en el principal guardián del orden económico mundial con la cuestión arancelaria de Trump. Esa es la inteligente provocación del argumento de Pablo Stefanoni en su libro sobre las nuevas derechas: ¿nos han robado la rebeldía y la imaginación? Si seguimos solo con una imaginación política apocalíptica, alimentaremos una profecía que se cumple a sí misma: tendremos razón, pero estaremos derrotados.

 

Notas

[1] Profesor titular del Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (IESP-UERJ, Brasil).

[2] Esta entrevista es en parte el resultado de varias conversaciones con Alexis y otros intelectuales y militantes con motivo de un reciente viaje a Chile en el marco del proyecto FONDECYT nº1220332 dirigido por Claudio Ramos sobre «relatos críticos» en las ciencias sociales chilenas.

[Foto: EFE - fuente: www.jacobinlat.com]


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Etiquetas: Diálogo, Direito, Economia, environnement, Igualtat, Innovació, Migrações, Modération, Movimientos Sociales, Normas e leis, Política, procédures, Recherche, seguretat

Humanismo (íntimo)


Escrito por Juan L. Blanco Valdés

No prefacio dun ensaio que ando a editar estes días para a súa publicación, leo: «A filoloxía é a máis fundamental e creativa das artes interpretativas». Podo asegurar que non se trata dunha hipérbole movida polo entusiasmo senón da afirmación, reflexiva e admirablemente contextualizada, dun humanista de talle mundial. Nun parágrafo no que canta as excelencias da escola clásica da filoloxía xermana, especialmente na romanística (Diez, Curtius, Spitzer, Von Wartburg...), o autor cita a Eric Auerbach, o que me levou a desempoar un vello amigo que tiña case esquecido, marabillas do azar, que cun cravo sacamos outro. Merquei Linguaxe literaria e público na baixa latinidade e na Idade Media (Seix Barral, 1969), unha obra mestra de Auerbach, en 1979 pois esa é a data que aparece a carón da miña sinatura en tinta virada a sepia polo paso do tempo. En contraste coa evidente senectude do escrito, a etiqueta pegada na páxina 1 (Librería Follas Novas, Montero Ríos, 37, Tel. 59 44 06, Santiago de Compostela) conserva unha sorprendente louzanía, parece pegada onte. O venerable volume desprende ese arrecendo, tan entrañable, do papel vello, un aroma inconfundible e evocador que xamais desprenderá un texto dixital. Folleando entre as súas páxinas, ademais de observar un intenso labor de subliñado e notas na marxe a lapis, atopei dúas ducias de fichas con anotacións manuscritas, todo o cal semella acenar, malia non ser quen de lembralo xa, cara a unha máis que notable dedicación ao libro.

En 1979 eu estudaba segundo de Filoloxía Hispánica no Colexio de Exercitantes da praza de Mazarelos, onde aquela obraba a Facultade, e tiña 19 anos. Hoxe pregúntome: como leu isto un rapaz de 19 anos? Hai na pregunta máis franqueza e asombro que impostura ou pedantería. Agora, case 50 anos despois, considero case heroico termos contribuído, canda tantos colegas de profesión e xeración, a manter viva a chama do humanismo, o amor á crítica, a felicidade da análise, a liberdade do debate e a interpretación fronte ao tsunami abafador de populismo, secuestro mental, pensamento imposto, polarización, discursos ocos, influencers, falabaratos e factorías de fakes. Será que xa nacín filólogo?

 

[Imaxe: romeo-f - fonte: www.lavozdegalicia.es]

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Etiquetas: Filología, Formation, Interpretação, Liberté

terça-feira, 11 de novembro de 2025

«Cayo Hueso», novela de Oihane Amantegi

 

Oihane Amantegi

Cayo Hueso (tradución de Isaac Xubín)

Rodolfo e Priscila, Santiago de Compostela, 92 páxinas, 18 €, 2025

Escrito por Ramón Nicolás 

O selo Rodolfo e Priscila ofreceu, hai algún tempo, a tradución ao galego da primeira novela da escritora Oihane Amantegui: Conto ao carón do río (2022). A mesma editora aborda agora, en tradución de Isaac Xubín e con prólogo de Joseba Sarrionandía,  Cayo Hueso: novela a que volvín con agrado tras unha primeira lectura que fixera dela como unha das propostas baralladas como finalistas do premio nacional de narrativa do Ministerio de Cultura que levou, en 2025, Martinete del rey sombra, de Raúl Quinto.

Unha novela con este título fai activar, decontado, a asociación co espazo ao que remite: esa illa do estreito de Florida que se atopa a menos de dous centos quilómetros de Cuba e que, na tradición, conserva ese topónimo pola interpretación que se fixo dun osario orixinal que pertencera aos colusas, unha cultura pre-colombina. Doutra parte, o territorio tamén foi célebre por acoller algúns residentes como Ernest Hemingway, John dos Passos, Elizabeth Bishop ou Tennessee Williams e, hai menos tempo, por ser o lugar de gravación da serie cinematográfica Bloodline.

Amantegi sitúa aí, pois, unha historia que narra un vello capitán dedicado a pescar lagostas, moi no espírito do autor de O vello e o mar. Este relata unha historia de amor entre Virgil, un crítico musical, e mais Maudey, unha cantante dunha banda de jazz. Todo envolto e enchoupado, como se cadra non podería ser doutro xeito, nunha atmosfera tropical coa presenza constante da chuvia, a humidade, a calor, o alcol e o fume. É aí, no seo desa relación, onde paira unha reflexión anoada co motivo do desexo e que tamén arrastra outros como poden ser a mestura entre un “tempus fugit”, as obsesións persoais e aquilo que, por diversas razóns, resulta imposible acadar.

Antes, como agora, a escrita de Amantegi ten un poder infrecuente que é o de arrastrar a atención de quen se achega a estas páxinas talvez pola súa concisión ou, se se quere, a contención da súa escrita, que neste caso agroma a través dunha poderosa voz narrativa; e seica tamén pola construción dunha atmosfera construída con pulso firme, precisión e transparencia. Narrativa, paréceme, para viaxar coa imaxinación, que non é pouca cousa.


[Fonte: cadernodacritica.wordpress.com]

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Etiquetas: Cinema, Ernest Hemingway, Escrita, Galego, Lecture, Prix, Resenhas de livros, Topónimos, Tradução, Transparence

Sobre la brevedad

Bien conocida es la máxima de Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Sus palabras al respecto, con el título de “No cansar”, vienen en varias líneas, con una concisión casi telegráfica.
Demócrito y Heráclito de Rubens - Museo Nacional de Escultura de Valladolid

Escrito por David Toscana 

Entré en una ferretería en Madrid y pregunté si tenían un desarmador torx de seguridad T20. Deliberadamente usé la palabra “desarmador” y no “destornillador”. El hombre detrás del mostrador me respondió: “No”. El monosílabo es certero, pero extrañé alguna respuesta más a la mexicana. “De momento no me queda ninguno”, o bien, “Se lo voy a quedar a deber”. 

El desarmador o destornillador, lo mismo que el ascensor o elevador, son palabras que nombran el objeto por apenas la mitad de su función. Tal concisión es correcta, y por eso se toma el elevador también para descender. 

El lector habrá notado los pobres endecasílabos en el párrafo anterior. Y tantas palabras agudas acentuadas en la O. Mala prosa, pues. 

Dice Plutarco que hay tres respuestas a una pregunta: la necesaria, la cortés, la excesiva. En México solemos dar la cortés.

Bien conocida es la máxima de Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Sus palabras al respecto, con el título de No cansar, vienen en varias líneas, y se nota la concisión casi telegráfica. 

Suele ser pesado el hombre de un negocio, y el de un verbo. La brevedad es lisonjera y más negociante; gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo. Más obran quintas esencias que fárragos. Y es verdad común que hombre largo raras veces entendido, no tanto en lo material de la disposición cuanto en lo formal del discurso. Hay hombres que sirven más de embarazo que de adorno del universo, alhajas perdidas, que todos las desvían. Excuse el discreto el embarazar, y mucho menos a grandes personajes, que viven muy ocupados, y sería peor desazonar uno de ellos que todo lo restante del mundo. Lo bien dicho se dice presto.

Bien, ¿pero qué tanto es tantito? ¿Qué tan breve ha de ser la brevedad? Gracián dice “la brevedad es lisonjera”, pero el monosílabo “no” a mí me parece lo contrario. Será por cosa de la costumbre, pues siguiendo a Heródoto: “Si a todos los hombres se les diera a elegir entre todas las costumbres, invitándoles a escoger las más perfectas, cada cual, después de una detenida reflexión, escogería para sí las suyas”. Y luego tuerce las palabras de Píndaro para decirlo más brevemente: “La costumbre es reina del mundo”. 

Remata Gracián con “Lo bien dicho se dice presto”. Se sabe que los eventos en que se abre una sesión de preguntas para el público se vuelven un despliegue de penosa oratoria. Es curioso que a tanta gente se le dificulte hacer una pregunta haciendo simplemente la pregunta. “Bueno, yo… bla, bla, antes que nada… bla, y decir que me ha parecido… bla, porque yo soy de los que… bla, bla, y como también soy escritor, bueno, escribo y no sé si eso sea ser escritor, porque escribir, lo que se dice escribir… bla, ¿sí se me escucha? ¿sí?, bueno, entonces… bla, si acaso entendí bien, tengo una duda o al menos una inquietud, bla, y la pregunta que quiero hacer… aunque más que una pregunta… bla, es, por ejemplo, si acaso…”. 

La palabrería causa angustia. 

Eso no lo saben los políticos. 

Es habitual que los moderadores de las mesas de discusión hablen más que los participantes. 

Incluso entrevistadores experimentados roban valioso tiempo con luengas preguntas, y a veces, al fingir que preguntan, lo que hacen es sugerir una respuesta o imponer una opinión. 

Tampoco es que se deba ser muy escueto, pues la brevedad no se halla en la parquedad, sino en el empleo de las palabras justas. 

Y esto más que nada atañe a los escritores. 

Juan Rulfo lo sabía mejor que nadie. Las últimas palabras que leemos en su Pedro Páramo son: “Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”. 

Un malapluma contemporáneo escribiría “Se apoyó en los brazos fuertes y recios de Damiana Cisneros e hizo el intento de caminar, pero las piernas le temblaron, carecían de aquella solidez de obelisco que tuvieron años atrás, cuando era joven y podía montar de un salto su caballo o corretear coyotes y también mujeres; ah, las mujeres, que fueron siempre su debilidad. Pero esta vez su debilidad era otra, era cosa física, no del alma. Después de cinco o seis pasos no pudo sostenerse en pie, y cayó, primero de rodillas, como si suplicara por dentro, pero en silencio, sin pronunciar una sola palabra. A continuación se fue de bruces y —cuan largo era— dio un golpe seco contra la tierra igualmente seca y se fue desmoronando poco a poco como si fuera un montón de piedras hasta quedar inmóvil por completo, ya sin aliento, sin recuerdos, sin deseos, sin vida, sin nada”. 

Pero novelar no es abultar anécdotas. 

Y ni se diga la no ficción. Yo supongo que para anotar los siete hábitos de la gente altamente efectiva basta una página, y no quinientas setentaiséis. 

Llama la atención que buena parte de los concursos literarios más importantes pidan novelas “con extensión mínima de doscientas páginas”. Esos certámenes habrían descalificado novelas mexicanas como Los de abajo, Pedro Páramo, Aura, Batallas en el desierto, Los relámpagos de agosto, Estas ruinas que ves, Farabeuf, La tumba; algunas bellezas latinoamericanas como Los adioses, La invención de Morel, Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba, El túnel, Los cachorros, clásicos como El extranjero, La metamorfosis, La muerte de Iván Ilich, Los siete ahorcados, Muerte en Venecia, Fuga sin fin, Una soledad demasiado ruidosa; y le cerrarían la puerta a buena parte de la literatura japonesa. 

Hablar o escribir con pocas palabras es laconismo. La RAE nos dice muy poco cuando escribe que dicha palabra viene del griego λακωνισμός (lakōnismós). Esa información, más que breve, es tacaña. Aquí lo importante es que “lacónico” viene de Laconia, la región en que habitaban los espartanos, quienes tenían fama de pronunciar pocas palabras. 

Plutarco cuenta que cuando Filipo de Macedonia envió una carta a los espartanos para preguntar si lo recibirían en la ciudad, estos respondieron con letras grandes en la misma carta: “No”. 

Y en otra, Filipo escribe a los espartanos: “Si invado Laconia los arruinaré totalmente”, a lo que le contestaron: “Si”. 

Ese monosílabo, pero con tilde en la “i”, lo obtuve en la siguiente ferretería. 

Pregunté si tenían un desarmador torx de seguridad T20. “Sí”, me dijo el hombre. Y nos quedamos un rato mirándonos inmóviles y en silencio. ~ 


[Fuente: www.letraslibres.com]

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Etiquetas: Informació, Literatura
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