¿Es la música un medio o un fin? ¿Como hemos llegado a ver la música exclusivamente desde parámetros industriales y de producto? Hemos escindido la música de su dimensión social? Jaume Ayats, etno-musicólogo, músico y director del Museo de la Música de Barcelona, nos ayuda a mirar la actividad musical sin gafas neoliberales.
Leí un artículo tuyo en Nativa donde hablabas del paradigma actual de la música…
Sí, pero yo no puedo afirmar grandes convicciones o grandes verdades. Lo digo todo a un nivel exploratorio. Lo que tengo claro es que, para mí, es necesario hacer estas especulaciones exploratorias para intentar abrir posibilidades. No es cuestión de decir “el sistema es así y debe ser asá y creamos un modelo nuevo”. No. De ninguna de las maneras. Y no me gustaría que en ninguno de los casos pareciera que propongo algo nuevo. Lo que se propone son imaginarios de posibilidades que, en mi opinión, nos pueden hacer un poco más capaces socialmente, un poco más felices o algo menos preocupados. O un poco más libres. Pero sí, dar la importancia que tiene a la actividad musical, sobre todo en una sociedad como la nuestra, donde hay un intento de que no sea vista esta importancia.
Sí, pero yo no puedo afirmar grandes convicciones o grandes verdades. Lo digo todo a un nivel exploratorio. Lo que tengo claro es que, para mí, es necesario hacer estas especulaciones exploratorias para intentar abrir posibilidades. No es cuestión de decir “el sistema es así y debe ser asá y creamos un modelo nuevo”. No. De ninguna de las maneras. Y no me gustaría que en ninguno de los casos pareciera que propongo algo nuevo. Lo que se propone son imaginarios de posibilidades que, en mi opinión, nos pueden hacer un poco más capaces socialmente, un poco más felices o algo menos preocupados. O un poco más libres. Pero sí, dar la importancia que tiene a la actividad musical, sobre todo en una sociedad como la nuestra, donde hay un intento de que no sea vista esta importancia.
¿Hay un intento de ocultar la importancia de la música?
Yo creo que hay un intento social de ocultar la importancia que tiene. ¿Por qué? Porque el punto de partida sería que la actividad musical y sonora que hacemos construye nuestra vida social. Participa de una manera fuerte y decisiva en la construcción de la vida social. Como que esto es importante y básico en las relaciones de la sociedad, creo que ante todo debemos alejarnos de la convicción de que la música es como una especie de actividad aparte del conjunto de la actividad social. Como un lujo, como un añadido, como un momento especial. Y en cambio, deberíamos pasar a entender que la música tiene mucho que ver con las vidas, a pesar de que a veces parece que la economía nos lo gestiona todo (y es verdad, no lo negamos). Pero a la larga, en el transcurso de nuestra vida, unos determinados márgenes de movimiento económico, acabemos olvidándolos o no, no dejan mucho rastro en nuestra memoria. Y en cambio los musicales, sí. Las cuestiones de emotividad sonora pasan a tener un rastro mucho más importante. Y eso a veces lo descubrimos con el paso de los años. Sin embargo, en la gestión cotidiana es al revés: la parte económica parece que sea lo más básico, y lo que llamamos cultura (que en definitiva es todo lo que queda cuando a la cultura le hemos sacado unas cosas que consideramos importantes, porque todo lo es de cultura) sería una especie de excrecencia añadida, especial, de lujo y aparte. No debemos caer en esta trampa. Debemos volver a ponerla dentro y debemos pensar porque se ha visto como esta cosa especial y aparte. Porque nuestra sociedad, la sociedad europea de los dos últimos siglos y no toda, la ha situado en este apartado especial, que ha llegado a crear un Ministerio de Cultura, por ejemplo.
¿Y qué problemas ves en que la actividad musical esté ocupando este puesto? ¿Por qué debería preocuparnos?
Porque nos impide gestionar de manera directa y nos institucionaliza la actividad musical de una manera que nos impide verla como un elemento normal, asequible y realizable en nuestra vida diaria. Mientras que otras sociedades lo ven perfectamente. Lo ven tan perfectamente que la tienen mucho menos institucionalizada y, por tanto, se preocupan mucho menos desde este punto de vista de controlar la producción. Y, en cambio, les preocupa mucho más desde el punto de vista de la relación sonora con otros individuos con los que creamos una colectividad, creamos un espacio compartido. Compartido para lo bueno y para lo malo. Porque esto compartido puede traer grandes conflictos o los puede canalizar, o los puede, incluso, fosilizar. Pero sí saben que están discutiendo algo importante de su ser individual y colectivo.
A veces hablas de la música-medio o la música-fin. ¿A qué te refieres?
Sabemos que la música tiene unas finalidades sociales, pero cuando hablamos de música nunca hablamos de eso. Y de lo que hablamos es de unas cuestiones técnicas o estructurales, desvinculadas del porqué social de esta estructura y de esta música. Como que hemos profesionalizado y tecnificado la parte de creación sonora de la música hablamos como si estuviera completamente separada del resto. Mientras que en otras culturas del planeta encontrarían totalmente impensable separar estas dos cosas. En definitiva, lo que nos interesa es esta finalidad, esta vivencia. Si sólo miramos la parte técnica de si hay una guitarra o dos bajos, no entendemos porque eso nos interpela y nos hace vivir de una manera concreta y separamos las dos cosas, estamos creando un pequeño monstruo tecnológico pensando que hablamos de música pero sin hablar del hecho social que abarca la música.
Yo creo que debemos recuperar este hecho social y que estas tecnologías actuales simplemente las debemos tener a nuestra disposición y saber cómo las podemos manipular. La gran dificultad es no crear esta escisión y hablar o sólo de la parte social o sólo de la parte técnica. Porque en definitiva esta técnica tiene que ver con el resultado social, y el resultado social no es posible si no hay una elaboración artesana material. Nos cuesta mucho hablar de la actividad musical porque o hablamos de una cosa o hablamos de la otra. Nos cuesta mucho hablar de la interacción entre las dos cosas.
¿Como podemos percibir que se ha producido esta escisión?
Primero, nuestro gusto no es individual, sino que es social. Nos han convencido de que tenemos todos una naturaleza propia que hace que nuestros gustos (en música, pero también en el vestir, en gastronomía…) son algo puramente individual. La música no tiene que ver con gustos personales, sino con cómo nos interpelamos (emociones, actitudes, formas de entender la sociedad, etc) entre nosotros. Hay un entrenamiento para que algo nos guste o no nos guste. Y yo me puedo entrenar. Y cuando me quiero entrenar soy capaz de movilizarme y meter en ello mi vida social y mi entrenamiento y mis valores.
A quien piensa la sociedad como no-individuos, y como industria, le interesa mucho que todos tengamos los mismos gustos y que compremos exactamente lo mismo, musicalmente también. Y quizás eso es lo contrario de lo que nos interesa a nosotros. Cuando nosotros actuamos económicamente en el mundo musical, podemos actuar restringiendo nuestros gustos a lo que nos ofrecen o podemos actuar modificándolos, ampliándolos…
¿Qué nos ha traído hasta aquí? ¿Quién? ¿Por qué?
Nuestra sociedad está organizada a partir de una mentalidad productiva industrial, y esta mentalidad se ha extendido y expandido a prácticamente todos los ámbitos de la vida. La música, por ejemplo, tenía mucho que ver con la construcción de los rituales comunitarios y, por tanto, uno de los aspectos importantes podía ser el aspecto religioso. Cuando desposeemos esta música de este aspecto religioso hacemos que pueda entrar en un sistema de producción industrial. Por lo tanto, lo que se quiere es, en los siglos XVIII, pero sobre todo XIX y XX, que si hay una música que triunfa, que la gente que le gusta aquello, pague un peaje por aquella actividad. Porque vamos a un sistema economicista. Dicho de otro modo, en la época antigua un grupo simplemente hacía sonar la música, cualquiera de los que la escuchaba la podía recordar y rehacer, siempre en un eterno reciclaje. O olvidarla. Era su habilidad y su recuerdo que hacía que aquella música se manipulara. En el momento en que entra en juego la escritura esto permite hacer la música con una complejidad más alta, pero ya tenemos un objeto que podemos imaginar como un medio de transmisión. Fija aquella música oral, que sólo sonaba y que se desvanecía y era evanescente, al momento de hacerla, y por lo tanto permite fijar la memoria. Pero entonces tienes como una especie de propiedad sobre esa memoria.
Cuando pasamos a los siglos XVIII y sobre todo XIX, se empieza a poner peajes a esta propiedad. En los siglos XVIII y XIX la copia / venta de las partituras, que en la edad media la hacen unos estratos aristocráticos, se amplía. Ya está bien que lo pueda usar más gente, pero lo usará aquel que lo podrá pagar. Y por lo tanto empezamos a hacer una especialización mucho más alta de los músicos, una especialización más alta en la complejidad de esta creación y de quien se lo puede pagar y empezamos a pagar los peajes correspondientes.
Y de ahí el peaje por entrar en una sala de conciertos, ¿verdad?
Claro. Más adelante, alguien dice “¿y si además de cobrar por la partitura, lo pudiera hacer directamente con lo que suena…?”. Una manera de hacerlo directamente es controlar unos teatros donde tienes que pagar para entrar. Pero lo máximo viene cuando alguien dice “tendremos un artefacto que podrá trasladar en el espacio / tiempo aquel sonido que hemos creado”. Esto se llama grabación. Es curioso porque todo indica que la idea y la técnica del registro sonoro, digamos mecánico, no eléctrico, probablemente se podría hacer en Europa desde el siglo XVI. ¿Por qué se inventa en la segunda mitad del siglo XIX? Porque la mentalidad de la música no como un acto social dentro de una situación muy concreta, sino como algo que puedo ver como producto y sacar del acto social y consumirla y echarla fuera de aquel acto no existía. Puedo hacer música religiosa fuera de un acto religioso. Puedo hacer música de baile fuera de un baile. Esto para los antiguos era impensable. ¿Por qué hacer música religiosa fuera de un acto religioso o música de baile fuera de un baile? La música estaba totalmente vinculada a las situaciones sociales donde se producía y marcaba estas situaciones y las delimitaba.
¿Qué cambios trajo la aparición de la grabación sonora?
En el siglo XIX comienza una autonomía de la música. La puedo separar y activar cuando a mí me parezca. Pero claro, necesito tener los músicos. Después ya puedo tener una grabación. Aquella técnica de grabación la hubiera podido desarrollar perfectamente dos o tres siglos antes. Podríamos tener Bach registrado… pero por qué no lo tenemos registrado? Yo estoy convencido de que es porque el modelo social de producto todavía no lo tenían bastante pensado. Nos dicen que las tecnologías llegan. Alguien inventa una cosa y es un milagro. No. Las tecnologías nos permiten hacer algo porque socialmente antes hemos sido capaces de pensarlo o imaginarlo y de ponerlo en acción. La tecnología de la grabación sonora podría haber llegado antes, pero seguramente no lo hizo porque no había el entorno social posible para imaginar la música separada de su situación y, por tanto, la música como producto autónomo que se puede comprar o vender.
Cuando tenemos la grabación ya parece que tengamos la madre del cordero. Aquel acto lo minaturizamos, lo ponemos en una cápsula y lo trasladamos en el espacio y el tiempo. Porque la grabación es eso, miniaturizar. Una síntesis donde, cuando se vuelve a desplegar, somos capaces de imaginar el acto inicial. Es curioso porque en muchas culturas no sabrían reconocer en una grabación sonora su propia música. Es como esas culturas donde no saben entender una fotografía. Hemos tenido que aprender a entender que estas miniaturas grabadas reflejan actos que no hemos vivido. Pero hemos aprendido tanto que ahora encontramos lo más normal del mundo que la música sea un producto que activamos en cualquier momento apretando un botón a cualquier hora. Esto es una gran revolución. Es tan importante esta revolución que muy probablemente estamos cambiando nuestra percepción, nuestros modelos de escuchar y nuestra memoria, porque volvemos a oír exactamente lo que ya hemos oído. Lo que era imposible hace muy pocas décadas. Y por lo tanto, nuestra memoria sonora y nuestra manera de pensar la memoria y de archivarla probablemente está cambiando, porque hemos hecho una tecnología que ha cambiado la manera de ser de los productos.
Yo tengo la sospecha, y parece ser que no soy yo solo, de que se ha ralentizado la creatividad en el mundo occidental debido a la grabación. Porque las músicas de los años 50s, 60s o 70s las tenemos en mente exactamente igual de como eran porque tenemos las grabaciones. Mozart descubrió a sus 20 y pico años el Mesías de Haendel que estaba hecha 30 años antes. Y dijo “Vaya, qué bueno es esto! Pero hoy en día no se puede interpretar, a nadie le gustaría”. Y la volvió a escribir de arriba abajo en una nueva versión. Y sólo habían pasado 30 años. Ahora se están haciendo canciones que son igual que las de los Beatles o los Rolling Stones y han pasado más años, han pasado 40 años. Yo creo que la grabación congela y fosiliza.
Ahora básicamente lo que se hace es gestionar esta dimensión productiva de la música…
Nos hemos creído tanto el producto que lo que queremos hacer son composiciones, músicas, temas. Hemos creído que la música era un objeto y no que era una actividad. Los antiguos podían hablar como un objeto porque tenían muy claro que era una actividad, que no había duda en la gestión diaria. En el mundo europeo moderno y contemporáneo se ha ido empujando hacia esa creación cada vez más de objeto. Y ya puedes ir teniendo discos que mientras nadie los escuche allí no hay música. Por lo tanto, es la actividad lo que hace que la música tenga razón de ser. Pero lo hemos imaginado y lo hemos ido construyendo como objeto. Curiosamente, poco a poco, sí que parece que hayamos ido construyendo el objeto y que el objeto sea autónomo de la actividad. Porque hemos ido creando los artefactos que nos hacen más real y experimentable eso que llamamos música.
Un inglés se inventó el término musicing, musicar. Porque quería volver al verbo. Cómo cantar. Cantar lo tenemos muy claro, ¿verdad? Una canción o un canto es el objeto, pero cantar es la actividad. Con la música no hemos llegado al verbo de la actividad. La hemos dado como objeto. Entonces, como tratamos la música como objeto acabamos pensando con lógica de producto. Y aquí es donde los que quieren poner peajes, que podemos ser nosotros mismos, caemos en la trampa. Porque le ponemos precio.
Tenemos que conseguir que la gestión de la música y de la cultura no signifique siempre presupuestos, dinero e impacto económico, que también se piense en otros términos: las interacciones, los símbolos… Pero ¿cómo lo podemos hacer?
Debemos gestionar las interacciones, los símbolos etc. de una manera más abierta y libre. Yo no tengo una solución. Ahora, ir en contra de esta idea de la música- producto y contra estas formas de gestión sería como querer cambiar la sociedad de golpe y eliminar la moneda y las leyes. Pero si hiciéramos eso no lo sabríamos hacer, no sabríamos vivir de un día para otro eliminándolo. Ahora, yo creo que hay espacios de recuperación de gestión de este tipo. Quiero estar convencido de que hay. Por ejemplo, intentar hacer más fácil todo lo que no necesite una institucionalización y una movilización de dinero y de producto, en lugar de hacer lo contrario. En Cataluña tenemos una gran tradición asociativa. Podemos tender a hacer mucho papeles, podemos tender a hacer muy pocos. Yo soy de los que creen que debemos tender a hacer pocos. Con la música puedo tender a poner peajes a cuando yo canto por la calle y la canción tiene autoría y quieren cobrarme los derechos de no sé qué. O puedo hacer al revés. Intentar poner el mínimo de peaje a mi actividad. Porque mi actividad de cantar por la calle, no es para lucrarme, sino que lo que pretendo es divertirme. Lo normal sería que todo el patrimonio que tengo a disposición lo pudiera activar sin necesidad de poner ningún peaje.
Pero “¿qué haremos con la música?” Seguro que dirán las industrias culturales.
En la música quizá debemos volver a estar dignamente a nuestro nivel, pero disfrutarlo personal y socialmente. ¿Que alguien está en otro nivel? De acuerdo. Pero cuando a mi una sociedad de derechos internacionales, sea discográfica o de autores, me dice “es que la proliferación no controlada, sin peajes, de esta información está haciendo perder la posibilidad de hacerlo”. Tenemos que ver qué está haciendo perder. La posibilidad de tocar en directo, tuya y mía, no la está haciendo perder. Está haciendo perder la posibilidad de tener un negocio sostenible con unos niveles de ganancia en base a una creatividad musical que afecta a menos del 1 % de la sociedad. Quizás no llega ni al 0,1 % de la sociedad. Es esta la realidad. Por lo tanto, a mí no me hace perder la industria. A la gente de la calle no les hace perder la posibilidad de tener y de acceder. En cine se podría discutir, porque tienen que movilizar tanto capital para hacer determinadas actividades…
La música, la creatividad, la podemos hacer cada día. Con menos material, con menos dinero, con menos gente y con menos desplazamiento de esfuerzos. La creatividad la tenemos riquísima. Ahora si tú dices ”yo quiero vivir de la música”. Bueno, eso es otra cuestión. Esto es la organización económica de la sociedad. Pero no digamos que matamos la creatividad. Matamos las posibilidades de una manera de pensar las industrias culturales.
El peaje es peaje porque te hace pagar, pero también porque marca unos límites. Pero a nivel de gestión política, ¿cómo podemos ir recuperando estos espacios, aunque sea poco a poco?
Es difícil, pero déjame ser optimista. Incluso con los sectores de la administración y los políticos vigentes, al menos en Cataluña, ya se está viendo que esto debe ir por ahí. Me explico. Hubo un momento en que fuimos como nuevos ricos. Había suficiente dinero, tampoco sin pasarse, como para pensar que todo tenía que ser producción. La gran palabra era industria cultural. La gran idea era aparecer en la industria mundial y tener un lugar etc. En estos momentos, la misma administración, está descubriendo que no lo puede pagar, que no puede servir estas necesidades de hacer cosas de la misma población. Y que aquellas estructuras asociativas del mundo de las sociedad corales, de los ateneos etc. que cuando aparecieron en el siglo XIX surgieron bajo una ideología republicana, de igualdad, de compartir…, se han dejado desmontar. Unas estructuras que ya teníamos y que nuestros abuelos y bisabuelos habían creado y vivido de una manera participativa y con el esfuerzo personal de cada uno. El departamento de Cultura de la Generalidad ahora se da cuenta que estas estructuras asociativas mueven muchos más miles de personas en la sociedad catalana que la industria cultural. Y que la industria cultural está metida en los vaivenes de fenómenos internacionales que no siempre son controlables, ni mucho menos. Y que, en cambio, el resto los puedes asentar y puedes construir para que vayan tirando a un nivel muy austero, muy discreto. Ser dignamente pobres que es para mí la descripción de austeridad. Pobres ya lo sabemos, seámoslo dignamente. Seámoslo sabiendo dónde podemos llegar, pero sobre todo que no nos quiten la dignidad. La capacidad de hacerlo en el nivel en que lo queremos hacer.
[Fuente: www.nativa.cat]
[Fuente: www.nativa.cat]
Sem comentários:
Enviar um comentário