La institución de la lengua incorpora a uno de los novelistas españoles con mayor prestigio internacional, de enorme influencia en la literatura europea contemporánea

Javier Cercas, en su casa el pasado mes de junio. Albert Garcia

Escrito por Jordi Amat
Con la entrada de Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 62 años) en la Real Academia Española, la docta casa incorpora al escritor de las letras españolas con mayor prestigio global. Cercas ha sido reconocido como un autor internacional por los lectores de los principales sistemas literarios occidentales (no baja de los 30.000 ejemplares en francés, por ejemplo) y a través de la concesión de todo tipo de premios (la lista es interminable, muchos pero muchos más fuera de España que en España). Pero también por los colegas de profesión, muchos de ellos grandes figuras de la no ficción literaria europea. Hace años, por ejemplo, que empezó a recibir correos electrónicos de Éric Vuillard que aún era un desconocido y se confiesa discípulo suyo. El 14 de noviembre mantuvo un diálogo con Antonio Scurati, en el Festival Ñ de Madrid, y el autor de El hijo del siglo repitió que una de sus principales modelos para escribir su monumental novela sobre Mussolini había sido Anatomía de un instante (2009).
Los factores que han convertido a Cercas en un autor global desde el español son múltiples. Todo empezó con Soldados de Salamina, en 2001, pero el origen es su cosmopolitismo como lector y como autor. Al margen del Quijote, que relee (en la edición de Francisco Rico, claro), y a Azorín y Unamuno, a los que se acercó después, sus raíces son más bien ajenas al siglo XX español. No es casualidad que fuera a mediados de la década de los setenta, cuando estudiaba tercero de BUP (traducción para millennials: primero de bachillerato) en los Maristas de Girona, que le deslumbrase la prosa de Jorge Luis Borges. Los dos volúmenes de la prosa completa de quien se decía que era un escritor inglés en castellano le abrieron un mundo de lecturas anglosajonas, incluido al H. G. Wells que traduciría para Anagrama. A principios de los ochenta vio por primera vez a Roberto Bolaño en su ciudad y no lo olvidó.

El escritor Salman Rushdie junto a Javier Cercas, el pasado mayo en Madrid. EFE

En su primera etapa en Barcelona, con un volumen de cuentos bajo el brazo, conoció a Joan Ferraté. Su maestro Ferraté, que le suscribió a The New York Review of Books y también le regaló la edición canónica del Ulyses de Joyce, hizo gestiones para editar El móvil (1987). Desde ese primer libro, la caja de herramientas lingüística de Cercas se ha caracterizado por ser una “lengua descastizada”, en expresión de Jordi Gracia. La extraterritorialidad de su lengua literaria se acrecentaría durante su estancia como profesor en la Illinois University, donde se empapó de los narradores posmodernos estadounidenses. Este aprendizaje le serviría como instrumental para su tesis doctoral sobre un raro de la tradición española: el escritor y cineasta Gonzalo Suárez. La tesis se publicó como monografía en 1993.
Durante el tramo central de la década de los noventa, “el primer escritor catalán que escribía en español” —la feliz ironía es de Juan Ferraté— era un profesor universitario de Filología Hispánica en Girona con una carrera literaria a medio gas. Pero un factor externo introduce una variación determinante en su carrera. El autor que construía artefactos literarios formalmente autosuficientes ensaya la escritura de la realidad: la edición catalana de EL PAÍS lo incorpora al equipo de cronistas (textos recopilados luego en Relatos reales de 2000). Del contacto entre ficción e historia o presente surge la innovadora fórmula de la no ficción literaria que ya es un clásico contemporáneo. El 11 de marzo de 1999 publica Un secreto esencial, embrión de Soldados de Salamina. Como explica Domingo Ródenas en su edición crítica de la novela, publicada en la canónica Letras Hispánicas de Cátedra, el 5 de marzo de 2001 salieron de la imprenta los 6.000 ejemplares de la primera edición publicada por Tusquets.

Javier Cercas en el desván de la casa de su familia, en Ibahernando. BERNARDO PÉREZ

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