sábado, 15 de julho de 2017

Volver al futuro

Buenos Aires retrofuturista. Revista Ñ, 17 de septiembre 2011. Entrevista a la arquitecta Margarita Gutman. 

¿Qué idea del futuro tenían los porteños a comienzos del siglo XX? A partir del análisis de las revistas que se leían en la ciudad entre 1900 y 1920 –“la Internet de entonces”–, Margarita Gutman escribió “Buenos Aires, el poder de la anticipación”, un libro monumental que reflexiona sobre esas ansiedades, expectativas y representaciones del porvenir. En esta entrevista adelanta las conclusiones de su investigación.
En 1940, mientras el mundo se caía a pedazos, el mayor ensayista argentino de todos los tiempos resolvía el gran acertijo nacional: cómo un proyecto colectivo de país terminó subyugado y centralizado en una ciudad descomunal, una ciudad-monstruo. Pero en lugar de salir a contarlo, Ezequiel Martínez Estrada volvió a codificar el enigma y dispersó las claves en La cabeza de Goliat: Microscopía de Buenos Aires, uno de los libros del siglo XX y una de aquellas obras que hay que leer sí o sí –como El Martín Fierro y Facundo– para entender de qué se habla cuando se habla de “argentinidad”.
Ahí está lo que hay que saber sobre la capital argentina y sus efectos psíquicos. Sus personajes –el cuidador de coches, el tilingo, el chofer, los canillitas–, el truco, las palomas, los estadios, los autos, subtes y colectivos, el éxtasis de la velocidad, el desarraigo y la frustración, los olores, las paredes que hablan, y el símbolo de la ciudad, aquella abstracción vuelta icono: el Obelisco. “Más que ciudad, Buenos Aires es un fenómeno psicológico”, sentenciaba el escritor santafecino para explicar lo que veía, tocaba, escuchaba, oía y degustaba con sus afilados sentidos.
En esta radiografía psicourbana, sin embargo, falta un elemento clave para comprender a fondo la sensibilidad porteña: el futuro. ¿Cómo imaginaban aquellos ciudadanos de principios del siglo XX la Buenos Aires del año 2011? ¿Soñaban con una ciudad-colador, con arterias viales de flujo incesante, con individuos zombies incapaces de despegar sus ojos de una pequeña cajita que sacan y meten de sus bolsillos? ¿Presagiaban el sopor del piquete, los ataques de pánico en subtes y colectivos en hora pico, las estatuas graffitiadas, la creatividad del stencil, las anónimas esculturas de basura que se ven desfilar velozmente a través de las ventanas de un tren destartalado?
“Las anticipaciones del futuro producidas por una sociedad hablan más de esa sociedad que del mismo futuro que anticipan”, asegura la arquitecta Margarita Gutman, quien con su monumental libro-investigación Buenos Aires: el poder de la anticipación (Ediciones Infinito) aporta la pieza faltante para completar el rompecabezas iniciado por Ezequiel Martínez Estrada hace ya varias décadas.
En las 764 páginas de su libro usted realiza una especie de encefalograma de los habitantes de Buenos Aires de principios del siglo XX para develar sus aspiraciones, sus fantasías y deseos futuristas. ¿Por qué decidió enfocar su búsqueda en revistas como Caras y Caretas, PBT, Fray Mocho, El Hogar, La Vida Moderna? ¿De dónde sacó la paciencia para revisar 8367 ejemplares de revistas de entre 1882 y 1928?
Quería ahondar en lo que los habitantes de aquella Buenos Aires de comienzos del siglo XX imaginaban que sucedería. Me interesaba llegar a la imaginación popular pero me fue imposible por obvias razones: su voz no está documentada. Fue entonces, en 1993, que me topé con el mundo de las revistas que para fines del siglo XIX y principios del XX constituían la vanguardia de la comunicación metropolitana de la época. Desde 1898 con Caras y Caretas y después con PBT y El Hogar, estas revistas constituyeron lo que hoy es para nosotros Internet. Permitían que la gente se empapara de noticias pero también que supiera cómo manejarse en la ciudad. No hay que olvidar que para entonces la mitad de la población de Buenos Aires estaba compuesta por inmigrantes. Estas revistas eran muy baratas y muy vendidas. Para mi sorpresa, encontré en ellas una especie de reiteración, una obsesión e insistencia sobre el futuro a través de artículos, caricaturas, chistes.
¿Hay una razón en la elección de presentación humorística?
Sí. El futuro presentado bajo el paraguas del humor y la caricatura permiten dar con más facilidad un salto hacia lo desconocido, abre las compuertas de la imaginación, estimula la experimentación. Son dos maneras de conducir las ansiedades, expectativas, deseos o temores acerca de los tiempos por venir.
El sociólogo alemán Georg Simmel, uno de los grandes pensadores urbanos, presagió en su trabajo La metrópolis y la vida mental (1903) que el protagonista del siglo XX iba a ser el “urbanita”, el individuo que no puede pensarse sin la ciudad, aquel gran dispositivo de circulación. Usted afirma que una ciudad no puede concebirse sin conocer su pasado, presente e incluso sus imágenes de futuro. ¿Por qué?
La ciudad no se puede entender si no se advierten sus procesos de transformación. La ciudad no se puede comprender con una foto fija. Así como es necesario estudiar la historia de una ciudad es preciso estudiar también los planes, proyectos, lo que fue y lo que no fue, lo que sus habitantes desean y desprecian de ella. Para entender la ciudad en un momento dado y para entendernos a nosotros como procesos vivientes hay que recurrir a cierta memoria del pasado y también a sus aspiraciones.
Recuerdos del futuro.
Exacto. No podemos actuar sobre una ciudad si no tenemos idea de lo que pasó y una idea de a dónde queremos llegar, un horizonte de expectativa. Cualquier persona necesita en su vida cotidiana desplegar cierta imaginación de futuro. Para cruzar la calle, para votar debemos tener cierta capacidad de proyección.
¿Y cómo era el futuro para aquella Buenos Aires de principios del siglo pasado?
Una mezcla, un viaje entre París y Nueva York. París era la imagen que tenían en mente los arquitectos y urbanistas de por entonces. Sin embargo, la imaginación plebeya, por así decirlo, soñaba con Nueva York: la ciudad vertical, fragmentada, con transportes en varios niveles. Imaginaban un mundo interconectado, un mundo de flujos, muy parecido al que vivimos hoy. Cuando pensaban la ciudad del futuro pensaban mucho en el aire. Creían que todo se iba a resolver ahí, en las alturas. En las revistas, en los artículos y en las ilustraciones se ve y anticipa un mundo compactado en el que se podía llegar rápido a cualquier lugar. Los aviones –aún imaginados individuales– y los rascacielos eran los símbolos predilectos, íconos del futuro urbano.
No es extraño: otro grande, el sociólogo y urbanista estadounidense Lewis Mumford señaló en La ciudad en la historia (1961) que lo que caracteriza a las megalópolis es, básicamente, su red de transportes tanto en sentido horizontal (ferrocarriles, subtes, calles) como vertical (ascensores y grandes edificios).
Es verdad. Pero lo importante también es lo que no aparece en estas anticipaciones. En estas publicaciones y representaciones del futuro están ausentes las cloacas, el tendido de agua y gas. La gran estrella es la energía, la electricidad que transforma como una marea la vida de la gente.
Era un futuro prometedor, confortante, casi naïf como el que impregna las novelas de anticipación de H.G. Wells y Jules Verne. ¿Cómo se construyó esa idea esperanzadora? Porque no surgió de la nada.
No. De hecho, la idea de futuro es una idea moderna. Antes del siglo XVIII, esta excitación por el futuro no existía. Desarrollada a partir de mediados del 1700, la idea de progreso se basó en la profunda convicción de que el presente era mejor que el pasado y que lo que estaba por venir iba a ser mejor que el presente. En su devenir histórico, la ciencia se asoció a lo milagroso gracias a su capacidad de predicción. Y fines del siglo XIX, se convirtió en un sustituto popular de la religión. Ofrecía una visión del mundo a la vez ordenada e inspiradora. La idea de futuro estaba impregnada de un sólido optimismo y se extendía sobre todos los aspectos de la vida individual y colectiva. Solo había que esperar, que el tiempo pasara para que todo fuera mejor. Otro aspecto que se aprecia en las revistas es que estas anticipaciones del futuro se multiplican en 1910, en los festejos del Centenario. Pero después decaen en el periodo de entreguerras. La idea de futuro a partir de entonces se complejizó.
Algo pasó: guerras, bomba atómica, experimentos nazi, cambio climático. Incluso la ciencia ficción entró en crisis. Nadie imagina cómo será la Buenos Aires del 2583 o cómo lucirá Argentina en el año 3341. No podemos imaginar esos escenarios.
Es verdad. Yo ni me puedo imaginar lo que voy a estar haciendo el año que viene. A lo largo del siglo XX, el horizonte de esperanza se transformó en horizonte de amenaza. Lo que quedó demostrado a lo largo del siglo XX es que ese optimismo tecnocientífico ciego y acrítico no nos llevó exclusivamente a la felicidad sino que también nos condujo al holocausto, a las guerras, a los conflictos que nadie pudo imaginar. Hoy el pensamiento sobre el futuro es mucho más escaso. Está impregnado de escepticismo. Una de las consecuencias de la crisis política y económica argentina de 2001 fue la pérdida del futuro. Hoy somos incapaces de imitar a aquel periodista francés llamado Aquiles Sioen que en 1879 publicó Buenos aires en el año 2080: historia verosímil, uno de los relatos de anticipación precursores de la ciencia ficción en la Argentina.
“La vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser”, escribió alguna vez José Ortega y Gasset. El futuro es nuestro paraíso perdido, para decirlo en clave miltoniana.
La imaginación del futuro es tan disputada como el presente. Los pueblos que no tienen proyecto de futuro terminan siguiendo los proyectos futuros de algún otro. Toda sociedad necesita una idea de futuro. Es esencial en la construcción de la identidad de una nación. Por eso iniciativas como Tecnópolis son fundamentales. La reinstalación del pensamiento sobre el futuro es absolutamente crucial. Es algo que las sociedades y las personas necesitan. Cuando se hablaba del fin de la historia se hablaba también del fin del futuro. ¿Que nos queda si no? El zapping. El puro presente sin pasado ni futuro. Si queremos instalar una sociedad y una nación sana es necesario trabajar en una construcción colectiva de un horizonte de expectativas, tener un proyecto de futuro. El ejercitar la imaginación es importante. Pero también lo es que se impulse en los sectores con menos recursos. Es una apuesta a la creación de inquietudes. La imaginación del futuro es el instrumento social necesario para tomar las decisiones en el presente, ejercer el derecho a aspirar y cimentar las identidades sociales.
Su investigación es una exploración retrofuturista. Es imposible evitar el contraste entre lo que se imaginó que iba a pasar con lo que finalmente ocurrió.
Puede ser. Sin embargo, mi objetivo no era ver qué fantasías se cumplieron y cuáles no. Eso no era tan importante. Me interesaba tomarle el pulso a aquella imaginación plebeya muy ligada a la tecnología. A la asociación entre desarrollo tecnológico y la idea de confort en la vida cotidiana. No digo que haya una correlación directa, de causa y efecto entre lo que se imaginaba en estas revistas y lo que en realidad sucedió. Aunque sí ayudaron a la construcción de un horizonte de expectativas. Hay algunos aspectos profetizados que se terminaron cumpliendo.
¿Por ejemplo?
La desaparición de la calle como lugar de encuentro multicultural, como ese ámbito de la vida pública y de los encuentros casuales. La gente que vive en los nuevos complejos urbanos, las nuevas torres, los nuevos guettos, mucho no camina, no frecuenta la plaza. La calle fue reemplazada para algunos por el shopping donde uno nunca sabe donde está. Además, uno termina de conocer su ciudad cuando se va y visita otra.
Aun así las ciudades se convirtieron en productos, en marcas de consumo. Como el logo de Nike y el de McDonald´s está el I©NY. Más allá de ciertos monumentos, las megalópolis terminan pareciéndose. Mire lo que pasa con el Barrio Chino. Casi no hay ciudad que no tenga uno.
Igualmente, hay contrastes. Las ciudades se diferencian en sus colores, en su diversidad, en los tamaños y en las formas en las que sus ciudadanos se manejan en la calle.
Es como decía Richard Sennett en Carne y piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Hay una relación entre los modelos de cuerpo humano y los diseños urbanos. Igual, más allá de esto, usted incita a pensar la ciudad. ¿Verdad?
Sí. Es necesario que los habitantes pensemos la ciudad. No importa si seguimos el paradigma mecanicista o el paradigma organicista y concebimos a las ciudades como organismos compuestos por “arterias” de tránsito, “bocas” del subte. Conocer una ciudad es apropiarse de ella. Si las personas participaran en decisiones de una u otra manera y si se desarrollaran instancias de colaboraciones de ideas redundaría en un mejor funcionamiento urbano. Por eso es imperioso extender y alentar el pensamiento sobre el futuro. Como decía el sociólogo inglés Raymond Williams en 1983, es urgente poner el futuro de algún modo sobre la mesa de discusión. Comenzar a pensar el futuro es el primer paso para construirlo.
GUTMAN BÁSICO
Doctora y arquitecta graduada en la Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (FADU-UBA). Es profesora titular consulta de la FADU-UBA y Associate Professor of Urban Studies and International Affairs en el Bachelor’s Program y en el Graduate Program in International Affairs de la New School University de Nueva York. Ha publicado 12 libros como Buenos Aires 1910: Memoria del Porvenir (1999) y Buenos Aires 2050: imágenes del futuro / decisiones del presente (2007), entre otros.

[Fuente: www.fkukso.com]

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