sábado, 28 de setembro de 2013

Un lenguaje que se resiste a desaparecer a traves de los siglos

La lengua ladina que una familia judía sefardí se llevó de la España Medieval y que persistió un largo peregrinaje, primero por Bulgaria hasta recalar en México, es el nudo central de Tela de Sevoya, un libro de difícil clasificación de la escritora española Myriam Moscona.


Cinco siglos después del éxodo de sus ancestros, la autora retoma el camino seguido en el tiempo para rearmar el rompecabezas familiar y poner en foco una lengua, cuya riqueza, al igual que muchas en peligro de extinción, es necesario tratar de rescatar.

Poeta mexicana, Myriam Moscona es autora de VísperasEl que nada y De par en par. Con Las visitantes obtuvo el Premio de Poesía Aguascalientes. En 2006, le fue otorgada la Beca Guggenheim por un proyecto de poesía en judeoespañol que transformó en esta novela, distinguida ya en México con el prestigioso premio Xavier Villaurrrutia (2012).
En una entrevista con Télam, Moscona contó que el libro "borda entre distintas fronteras. En primer lugar, las fronteras de género (poesía, ensayo, memoria, cuento, reportaje, memoria de viaje). Por otro lado, la frontera fina y a veces confusa que separa a la memoria de la ficción, la de la vigilia y el sueño, la de los vivos y los muertos y todo a través de tocar una lengua casi extinta: el judeoespañol".
Y precisó: "Pocos idiomas en el mundo tienen como el castellano la memoria aún viva de una lengua anterior, una especie de idioma del Mío Cid que hoy hablan los últimos viejos de la comunidad sefardí y aquellas familias que salieron expulsadas de España a finales del Siglo XV para establecerse en Holanda, Portugal, Marruecos, los Balcanes, Francia, Italia, Turquía, etcétera"·


"Yo no sé si aún ocurre en la Argentina, pero en México es común que en las zonas rurales se escuche `ansina`, `aiga`, `mezmo` y no es más que el español de los primeros pobladores europeos que, de alguna forma, se quedó congelado en el campo. Con varias de esas palabras me hablaban mis abuelos, llegados al continente americano desde Bulgaria en los años de la posguerra.

- Télam: El lenguaje es el virtual protagonista de este libro-novela-investigación que no puede ser encorsetado en un solo género. ¿Estás de acuerdo con esta percepción?
- Moscona: Sí, aunque hay algo que en el libro quiere ser contado. A veces he concebido esta obra como un patchwork: esas obras textiles que unen telas de diferentes tipos, formas y colores, pero, sobre todo, son pequeñas piezas sueltas que después se unen para hacer la pieza integral, como ocurre con una colcha.
- T: Es impresionante pensar que la lengua familiar, que sus ancestros se llevaron de la España Medieval, haya sido resignificada a través del tiempo y de los espacios diferentes por donde pasó. Incluso ahora -según se desprende de su libro- no haber perdido lo esencial de su identidad primigenia...
- M: Una lengua no podría estar viva si ha perdido su esencia. Aunque tristemente, los motivos por los que decenas y centenas de lenguas se extinguen cada año en nuestro continente son historias de dominación, de aplastamiento.
- T: Es casi un lugar común decir que la lengua es la verdadera patria, ¿cuál es su sentimiento ante esta afirmación?, ¿cómo ha impactado el ladino con la cultura donde hoy está inmersa? ¿qué rol juega ese lenguaje en su vida cotidiana?
- M: Dado que mi lengua materna es el español, el ladino era la lengua de los viejos. Jamás le respondí en mi infancia a alguien en ladino, no se me ocurría siquiera. Hoy ocupa en mi vida un lugar de asombro y hasta de veneración. Marcel Cohen, escritor francés de origen sefardí, lo escribió con claridad: “Nunca me pregunté si me gustaba esta lengua, si amaba a los que murieron: entre ellos estaba yo mismo y ellos estaban dentro de mí”.
- T: Son muy interesantes los capítulos donde entran los sueños, esas visiones oníricas, que nos conforman, que de alguna manera expresan nuestros deseos inconscientes, ¿Esto puede conectarse con la idea de pertenencia, pero también con la de pérdida?
- M: En Tela de sevoya los sueños ocupan un lugar central. Es el único espacio donde vivos y muertos pueden conversar, pueden reírse, volver a estrechar lazos. Los niños, por lo general, viven con menos distancia la separación entre la vigilia y el sueño. La niña que narra esta historia entra y sale de esos dos espacios que le dan un sentido a su búsqueda. Un amigo me dijo: “en tu libro todos están muertos, hasta la lengua que pretendes retratar”. Algunas notas críticas han enlazado esta realidad con la de Rulfo. No pretendo medirme contra ese monstruo genial. Sin embargo, acepto que el mundo que se mueve a caballo entre sueño y realidad y que Rulfo exploró con brillantez, me apasiona…
- T: En un mundo globalizado, donde tantas lenguas están en peligro, y las migraciones son permanentes, ¿este libro cómo opera? ¿va al rescate de un lenguaje, una identidad, o se puede inscribir como un legado, algo que queda definitivamente atrás?
- M: Sería muy presuntuoso pretender que una persona, una obra, un escritor, podrían rescatar una lengua que está viviendo sus últimos momentos. Soñaría en dejar una memoria del judeoespañol, lengua catalogada en los Libros Rojos de la Unesco como un idioma amenazado de muerte. En "Tela de sevoya" hay fragmentos escritos en ladino y me parece que no estorban en la lectura.
El libro, creo yo, también incide en el retrato de familias. He notado que después de una lectura pública, los escuchas suelen reconectarse ya sea con la dulzura o con aquello otro que el poeta Octavio Paz definió con lucidez: “Familias: nidos de alacranes”. Bueno, en mi sevoya, sólo la abuela inyecta ese veneno. 

[Fuente: www.telam.com.ar]


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