El
enigmático escritor francés, que publica la novela 'Las solidaridades
misteriosas', explica por qué decidió huir de la vida social
Escrito por José María Ridao
Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948) traza en Las solidaridades misteriosas
el retorno de dos hermanos, Claire y Paul, al lugar donde transcurrió
su infancia. Tanto para uno como para el otro se trata de un abandono,
de una huida de la vida confortable y relativamente exitosa que habían
llevado hasta ese momento; un abandono, una huida que, en contrapartida,
les permitirá ir enriqueciendo a través del reencuentro con diversos
personajes el recuerdo esquemático que conservaban de aquellos años.
También su propia relación fraternal, a la que alude el título de esta
novela de Quignard y cuya aparición en España (Galaxia Gutenberg)
coincide con la de un nuevo ensayo en Francia, Les désarçonnés (Grasset).
PREGUNTA. Las solidaridades misteriosas
parece una novela construida a partir de varios contrastes. Claire es
traductora, habla un sorprendente número de lenguas y, sin embargo, solo
se reconoce en el silencio y en la soledad.
RESPUESTA. Claire es un personaje en el que he querido
representar a una mujer que se deja absorber completamente. Está sola,
es cierto, pero lo que la caracteriza, lo que mejor la define, es que es
increíblemente porosa. No creo que la persona que escribe un texto sea
mejor juez que la que lo lee. Esos contrastes a los que usted se
refiere, ¿cómo explicarlos? Creo que nuestra inserción en la naturaleza
es más importante, más determinante que el lenguaje a la hora de dar
forma a lo que somos. Claire tiene una excepcional habilidad para las
lenguas, habla quince, dieciséis, más incluso, pero aquello que tiene
que comunicar a través de ellas es menos auténtico que lo que
experimenta ante el paisaje. Tiene necesidad de estar sola para no
hablar, para entrar en una relación profunda con la naturaleza. No estoy
seguro de que el lenguaje que sirve para comunicar sea más profundo que
esa relación con el paisaje.
P. Es posible observar otro contraste entre la
psicología sutil de los personajes y la brutalidad de las cosas que
suceden en el mundo que les rodea. Incendios, suicidios, accidentes.
R. Habrá personas con suerte en cuya vida no suceda nada
parecido. Pero, por desgracia, las cosas así son frecuentes. La
diferencia con lo que he escrito hasta ahora es que los personajes de Las solidaridades misteriosas
mantienen buena relación entre ellos. Y en cuanto a lo que sucede a su
alrededor, creo que son hechos que se producen en la vida real, y que no
siempre se pueden resolver de manera fácil. Se trata de historias de
pueblo, personas que, por ejemplo, se proponen matar al gato del vecino.
Incluso historias más desgraciadas.
P. Algunas de las que aparecen en su novela son tragedias.
R. Son hechos violentos, son hechos desagradables.
Pertenezco a una familia de músicos, y durante mucho tiempo conservé
instrumentos usados por varias generaciones de mis antepasados. Cuando
me los robaron, tuve razones más que suficientes para desesperarme. Pero
no lo hice.
P. Se lo pregunto de otra manera. Parece que los
estados de ánimo de sus personajes no guardaran relación con lo que
sucede a su alrededor.
R. Quizá sea difícil entender para los más jóvenes lo que
voy a decirle, pero es cierto. Quienes nacieron después de la guerra y
no conocieron en primera persona sus desastres no tendrían razones para
padecer las angustias de quienes sí los vivieron. Y, sin embargo, se
apoderó de ellos un duelo inexplicable, como si los hechos y la manera
de sentirlos no estuvieran sincronizados. He hecho psicoanálisis durante
muchos años, pero no sé cómo explicarlo. Quienes nacimos después de la
guerra vivimos nuestra infancia entre ruinas, y no es normal vivir la
infancia entre ruinas. Tengo una enorme necesidad del pasado para
constituirme un territorio, porque comencé con el pasado. Ya de niño lo
pensaba.
P. Una especie de duelo retardado.
R. Todo lo que escribo tiene que ver con eso. Se pierde a la
mujer a la que más se ha amado y no se siente nada. Siete años después,
nos sentamos y comenzamos a llorar. No creo que los efectos
psicológicos sean directos, inmediatos.
P. En Las solidaridades misteriosas, solo se conoce hacia el final lo que pasó con la familia de Paul y Claire.
R. Creo que es algo que no solo les sucede a ellos. En su
vida, como en la mía, nuestros padres y nuestros abuelos nos mienten
hasta el último momento. De la vida de nuestros antepasados no conocemos
nada. Se nos cuentan historias por nuestro bien; historias conformes a
las buenas costumbres, a la moral. Al final, siempre hay algo
trascendental que permanece oculto.
P. Es frecuente que los hijos tengan dificultad para imaginar a sus padres en las mismas situaciones que ellos viven.
R. Son escenas y situaciones que se nos escapan porque somos
concebidos después, y en esa concepción hay azar y hay retraso. La
escena de la que surgimos, por ejemplo. Jamás podremos tener la visión
del cuerpo del que somos fruto. Es triste pero también extraordinario.
Creo que las pinturas más bellas surgen de esta imagen imposible. Y los
libros, también. Quizá todas las artes.
P. Las referencias a la actualidad son numerosas en
su novela. No se trata tanto de fechas, que también aparecen, como de la
crisis económica o los escándalos de la Iglesia. Y aquí un nuevo
contraste: la relación entre un broker y un sacerdote.
R. Es cierto. El contraste es muy fuerte. Pero no lo
planifiqué. Si Paul, el personaje que se dedica a las finanzas, no
hubiera tenido miedo del peligro que acechaba no lo habría abandonado
todo. Tengo amigos en el mundo de las finanzas que estaban asustados
antes de que estallara la crisis.
P. Pero es el sacerdote quien provoca la decisión de Paul.
R. No puedo ocultar que de vez en cuando, cuando veo las
iglesias cerradas por temor a los robos o por cualquier otra razón, me
acuerdo de los tiempos en los que uno podía entrar libremente y
recogerse. Cada vez más, me gusta volver a esas iglesias y reencontrar
el silencio, incluso el olor, que recuerda un poco al de los bosques.
Por descontado, me molesta el poder de la Iglesia, pero siento una
contradicción profunda y real, una especie de culpabilidad, no con
respecto a Dios, sino hacia el hecho de que esas iglesias no sigan
siendo un lugar sagrado. No sé si llego a explicarme.
P. En su novela, aparece un obispo que no es intransigente. Se contenta con que los pecadores sean discretos.
R. No sé si recuerda que, en Rojo y negro, Stendhal
describe a Julien Sorel como alguien que no tiene una fe demasiado
sólida. En realidad, ningún personaje la tiene. Lo que existe es una
especie de condescendencia.
P. En su relación con esas iglesias parece haber nostalgia.
R. Claro que la hay. La nostalgia se encuentra en todo lo
que he escrito. La sociedad puede confiscar nuestra vida privada y, sin
embargo, deberíamos mantener un secreto absoluto acerca de ella. Ser
absolutamente discretos. No lo digo en el sentido de que debamos
abstenernos. Al contrario, es necesario hacer y, además, ser discretos.
Porque pienso que hay un objetivo político en destruir el secreto
individual por parte de una sociedad dominadora. Defiendo el secreto
individual.
P. Defiende, según entiendo, una frontera radical entre lo público y lo privado.
R. El cristianismo sabía trazar esa frontera. Nuestra
sociedad, no. En eso consistía el buen cristianismo: sed discretos, no
expongáis vuestros secretos en público.
P. ¿Cuáles son los mecanismos a través de los cuales la sociedad dominadora interfiere en el secreto individual?
R. Muchos, los abogados, los policías, la seguridad social,
la educación. Claro que los avances en sanidad y educación son
extraordinarios, pero no hay que olvidar que el conocimiento que el
Estado llega a adquirir de los individuos a través de esos avances
equivale a haberle entregado nuestro ser.
P. ¿Y el sensacionalismo, la prensa rosa, el espectáculo?
R. En ese terreno las cosas no han cambiado mucho. Desde
Suetonio siempre se ha tenido acceso a todas esas historias de la gente
poderosa. No, no es eso. El problema para mí es entregar el alma al
Estado, eso es lo que encuentro condenable.
P. Pero, ¿cuál sería la alternativa?
R. Estoy contento de haber tenido las responsabilidades
profesionales que tuve, en la música y en la
edición. Pero también estoy
contento de haberlo dejado radicalmente hace años. Arranqué los cables
para que dejaran de sonar los timbres. Y es que nuestra manera de vivir,
como la manera de sentir de Claire o de Paul, tampoco está sincronizada
con lo que pasa alrededor. El Estado absoluto está muerto, la nación
absoluta, también. Es verdad que se puede contemplar desde un ángulo
distinto: menos mal que el Estado como lo había pensado Hegel, ese
Estado total, ha desaparecido, porque era otra locura.
P. ¿Por qué dimitió de la dirección del festival de música de Versalles y de su puesto en la editorial Gallimard?
R. Si acepté esas responsabilidades fue para demostrarme a
mí mismo que podía asumir el contrato social, estar y tratar con gente.
Lo hice con la música en el festival de Versalles y lo hice también en
el mundo de la edición. La vida es breve y, en mi caso, dediqué mucho
tiempo, demasiado, a luchar contra mi deseo de soledad. Pensé que ya
había sacrificado bastante a la vida social. Con un sufrimiento añadido,
además.
P. ¿Un sufrimiento añadido?
R. El de tener que emitir juicios constantemente. Siempre
traté de hacerlos con total honestidad intelectual. Pero eso no impedía
que me preguntase: en realidad, ¿quién está hablando a través de mí
cuando yo digo que algo está bien o que algo está mal? No es seguro que
al tomar la decisión de abandonar se deje el sitio a otros que sean
mejores; aunque fuera así, consolarse con esa idea no hace que nuestros
juicios estén mejor fundados. Imagínese, ahora puedo leer sin necesidad
de juzgar si los libros están bien o están mal.
P. En Las solidaridades misteriosas también
se relata una huida de la vida social, la de Claire y Paul. Y en ambos
casos sus amores no son, por así decir, convencionales.
R. La novela trata de desentrañar el lazo que une a esos dos
hermanos, no tanto analizar sus amores respectivos. En el caso de
Claire y su historia de infancia, ella no soporta la idea del adulterio.
Como él no quiere elegir, Claire le ama pero intentando en todo momento
no interponerse. En el caso de Paul, no es un amor que busque la
transgresión.
P. Pero no solo hay amor hacia las personas en su novela.
R. Cada uno de nosotros comienza su vida en un lugar, y ese
lugar es importante. Existe una dependencia con respecto a todo lo que
conocemos en los primeros momentos, los campos, los olores, la música.
Existen, por otro lado, los flechazos, y el psicoanálisis vendrá a decir
que son como cortocircuitos, y que esos cortocircuitos se pueden
producir con personas que no nos convienen. Por mi parte, pienso que
también se pueden producir flechazos con los lugares. Serán historias de
amor dudosas. Inhabituales, si se quiere. Pero pueden ocurrir, y
despertar una pasión más profunda que la que provocan los seres humanos.
Es un amor de absorción, como el que siente Claire por el lugar donde
pasó su infancia.
P. Es cierto que en Las solidaridades misteriosas se describen minuciosamente los paisajes, los ruidos, los olores.
R. He disfrutado escribiéndola. Mis novelas no son
abstractas, la naturaleza está muy presente. Las de otros autores
contemporáneos lo son más. No hace mucho participé en un programa de
radio con Patrick Modiano y Jean Echenoz. Aprecio enormemente tanto el
trabajo de uno como el del otro, pero considero que son más abstractos
que yo. Sus novelas me parecen extraordinarias, pero la naturaleza no
está presente.
P. En distintas ocasiones ha señalado que su pasión por la música le ha servido para componer sus novelas.
R. Hace tiempo que para tocar el piano solo conservo
aquellos fragmentos de las partituras que más me gustan, ya sean
correspondientes a un instrumento o a partes de la melodía. Esos
fragmentos componen para mí una especie de sonata. Interpretarlos me
produce un efecto hipnótico, como alguien que saltara de piedra en
piedra. De algún modo, Las solidaridades misteriosas está
compuesta así. Pero cada nueva novela me permite ingresar en territorios
nuevos. En este caso, es ese amor de absorción por un lugar. No es un
amor que se descubra ni se manifieste a través del lenguaje, sino a
través de la sensualidad.
Las solidaridades misteriosas.
Pascal Quignard. Traducción de Ignacio Vidal-Folch. Galaxia Gutenberg /
Círculo de Lectores. Barcelona, 2012. 208 páginas. 17 euros
(electrónico: 11,99).
Les désarçonnés. Volumen VII de Dernier royaume. P. Quignard. Grasset, 2012.
Organista y estudioso de la música clásica, Pascal Quignard estudió
filosofía con Emmanuel Lévinas, Jean-François Lyotard y Paul Ricoeur. Su
novela Carus obtuvo en 1979 el Premio de la Crítica francesa. En 1991 Alain Corneau llevó al cine su obra Todas las mañanas del mundo,
protagonizada por Gérard Depardieu y con banda sonora de Jordi Savall.
Cuatro años más tarde abandonó el trabajo como editor en Gallimard y
como director del Festival de Ópera Barroca de Versalles. En 2002 obtuvo
el Premio Goncourt por Las sombras errantes, primera entrega del ciclo Dernier royaume.
[Foto: Catherine Helie/Gallimard/Opale - fuente: www.elpais.com]
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