Nutrición. Estuvo en Buenos Aires Carlo Petrini, fundador del movimiento Slow Food, quien vino a plantear un modelo alimentario basado en una identidad cultural, la biodiversidad y la justicia social.
![]() |
COMER BIEN. La gastronomía responde a necesidades de cada periodo histórico. |
Por Marcela Mazzei
Pasó por Buenos Aires antes de reunirse a hablar de agricultura a
pequeña escala con el presidente uruguayo, el “campesino” Pepe Mujica.
El italiano Carlo Petrini es sociólogo, columnista de La Repubblica
y líder del movimiento internacional Slow Food, cuyo relato
fundacional es imbatible: ante la apertura del primer McDonald’s frente a
la Piazza de San Pedro en Roma, en 1986, organizó una olla popular con
pasta italiana para todos. Desde aquella maniobra de reacción, el
movimiento de espíritu gourmet fue consolidándose en una organización
con ramificaciones alrededor del mundo, encuentros anuales e
intelectuales de la talla de Edgar Morin y el recientemente fallecido
Jacques Le Goff entre sus simpatizantes. Con el siglo XXI, fue
adquiriendo un perfil “eco-gastronómico” , que incluye la biodiversidad,
la identidad cultural, la nutrición y la justicia social entre sus
principios, y a la FAO, el organismo de Naciones Unidas dedicado a la
alimentación, entre sus interlocutores.
–Este perfil sustentable no fue inicial en Slow Food, ¿cómo lo adoptaron?
–Se
perfeccionó, pero ya estaba en las bases del movimiento que nació
contra la homologación de la comida. El fast food está muy cerca de la
agricultura y ganadería intensivas, y por eso Slow Food nació para
fortalecer el concepto de biodiversidad y la diversidad de cocinas del
mundo. La pequeña agricultura, no intensiva, no masiva, es el paradigma
más fuerte de esta cultura en la actualidad.
–¿En qué sentido es más fuerte?
–Se
piensa que es una economía minoritaria pero en todo el mundo es más
representativa. Aquí en la Argentina hay un paradigma histórico,
relativamente reciente, de agricultura intensiva, pero los primeros
inmigrantes llegaban y hacían sus huertos. Después, la enorme cantidad
de tierra motivó esta propensión a la agricultura industrial. Pero la
defensa de esta agricultura también aquí en la Argentina es una
respuesta interesante: la oportunidad de comer bien en armonía con la
naturaleza y en función de las comunidades es una idea muy poderosa.
–¿La agricultura industrial se desarrolló en la Argentina en un paradigma cultural global de abundancia?
–En
una primera fase sí, en la lucha contra una mala nutrición. Ahora, la
verdadera mala nutrición es la nutrición masiva. Y lo más importante en
esta agricultura no es la abundancia, es el interés de los grandes
productores y de la política.
–Proponer la desindustrialización, ¿no es un poco nostálgico?
–Absolutamente, no. Nuestra propuesta da mejor empleo a los jóvenes, mejor democracia participativa y calidad en los productos.
En las grandes ciudades como Nueva York y San Francisco hay una
revolución de mercados de cultivadores orgánicos. ¿Es una utopía, es
nostalgia? ¡Es vida! El presidente Obama le regaló al papa Francisco en
Roma tres semillas de huerta orgánica. Esto significa que es una fórmula
muy válida contra la pandemia de la obesidad, la comida chatarra que
favorece la diabetes...
–Los productos orgánicos todavía son inaccesibles para la mayoría. ¿No es un paradigma excluyente?
–Eso
es una estupidez, porque en este momento vivimos una esquizofrenia de
agricultura intensiva masiva a bajo precio y, al mismo tiempo, nunca en
la historia de la humanidad ha habido un desperdicio tan grande: el 35 o
40% de la producción va a la basura. Sería suficiente reducir el
desperdicio y pagar un poquito más a los cultivadores por productos
saludables. El derecho a comer bien es un derecho de todos. ¿Es caro
frenar esta situación? No, es justo. Porque el desperdicio es un costo
social: para procesarlo el gobierno paga, la comunidad paga.
–El problema de los desperdicios, ¿es un problema de distribución? ¿O es político?
–No
solamente. Hay mucha especulación, y los precios de los alimentos se
deciden en la economía financiera, no en el campo. La comida no es
mercancía, es una cosa muy íntima, importante y sagrada. En toda la
historia de la humanidad la comida ha tenido un valor sagrado.
–¿Es responsabilidad de los individuos o de los gobernantes?
–La
política será sensible a estos problemas cuando los movimientos de
base, de ciudadanos, comprendan que en esto se va su propia vida. Si hay
políticos inteligentes, comprenderán que parte del costo de la salud
depende de una mala alimentación, que la pequeña agricultura da puestos
de trabajo. Pero por el momento no veo ninguno que quiera ver la
dimensión histórica de esto. Los inmigrantes que llegaban a Europa
portaban su experiencia de campo, que ahora es patrimonio de las
multinacionales.
–Usted es periodista, ¿qué opinión tiene del
rol de los medios de comunicación en los discursos alrededor de la
alimentación en los últimos años?
–Hay dos líneas. Una promueve
una visión holística de la alimentación, que involucra al campo, al
medioambiente y la nutrición; y una segunda visión lúdica, muy
gourmetística e invasiva en los medios
que plantea recetas y más recetas. Es la diferencia entre el amor y la
pornografía. Y los medios son muy interesados en la pornografía y no en
el amor.
–¿No cree que esta “pornografía” tiene un poder de expansión más grande y puede llevar a reflexionar a muchas personas?
–Claro,
a Slow Food no le interesa perder esta parte. No soy un franciscano,
soy un hombre que respeta el placer y cree que el placer de alimentarse
es un derecho humano. Y a mí me gusta el elemento lúdico, pero conectado a
la responsabilidad social, la justicia, el medioambiente. Slow Food
significa bueno, limpio y justo. Esta es la dimensión verdadera de la
calidad alimentaria que practicamos en cualquier parte del mundo. Los
recursos no son inagotables y se viene un cambio de paradigma: economía y
agricultura local, ayuda a la pequeña agricultura orgánica. Por eso es
que yo pienso que somos muy modernos.
[Fuente: www.revistaenie.clarin.com]
Sem comentários:
Enviar um comentário