Hay ciertos lugares legendarios que han marcado la vida y obra de decenas de escritores y artistas. No siempre recordamos su importancia en el momento en que se fragua la creación: esa mezcla de intercambios, conversaciones, discusiones y, si acaso, algo de inspiración. La siguiente crónica hace un recuento precisamente conversado de aquellos lugares mundanos y primordiales, básicos no solo para artistas y escritores mexicanos, sino para el futuro de ciertas instituciones del país.
Escrito por Alfredo Peñuelas Rivas
La imagen muestra a un grupo de amigos que desfila por la Rue de la Gaité, calle famosa por sus cabarés, salones de baile, teatros y prostíbulos, justo en el corazón del barrio de Montparnasse, lugar de reunión de muchos de los importantes pintores vanguardistas en el París de los años veinte. Cuando uno mira ese tipo de imágenes inmediatamente echa a volar la imaginación. ¿Cómo habrá sido? ¿De qué habrán hablado? ¿No sería maravilloso haber pertenecido a un grupo así? Si uno mira con cuidado el dibujo, podrá reconocer algunos rostros conocidos; evidentemente todos ellos son pintores: Pablo Picasso, Amadeo Modigliani, Max Jacob y, para sorpresa nuestra, entre ellos hay un mexicano cuyo nombre es Diego Rivera. La imagen forma parte del libro de Oliver Debroise, Diego de Montparnase. Iconografía en blanco y negro (UNAM, 1979), donde encontramos también una serie de fotografías que muestran a los pintores en su vida íntima: con sus parejas sentimentales, en sus estudios, pero sobre todo departiendo como buenos amigos en bares y cafés que, con el tiempo, se han vuelto íconos de una geografía que conforma las leyendas de aquellos a quienes conocemos a través del arte, pero de los que sabemos muy poco en cuanto a asuntos más personales, cotidianos.
Los llamados lugares “bohemios” son tan importantes para la realización del trabajo artístico como los estudios o galerías. Según Michael Ian Borer, “los lugares de ocio y esparcimiento nocturno son fundamentales para la formación de identidades tanto individuales como colectivas”,1 lo que nos llevaría a pensar que esa soledad del artista ante el estudio encuentra su lado B en los bares, donde puede hablar de sus trabajos, experiencias, conocimientos, amores, desamores, técnicas, mecenas, exposiciones, etcétera; y muy probablemente, hacer así de la creación un trabajo colectivo que desmitificaría en parte esa imagen del artista solitario enfrentándose a la ferocidad del lienzo en blanco. Las guías de viaje incluyen una geografía de bares y restaurantes justo al lado de los museos y panteones que son el deleite para muchos viajeros ávidos de conocer los lugares donde se gestan las leyendas en torno a los pintores y sus mitos.

Postal del cabaret artístico Au Lapin Agile [El conejo ágil], en el barrio de Montmartre. Fuente: Abc Paris
Así, aparecen en el cuadrante por visitar algunos sitios emblemáticos como Au Lapin Agile, en Montmartre, lugar de reunión de los pintores ya mencionados; Els Quatre Gats, en Barcelona, cuya decoración fue realizada por Ramón Gaya y el menú por el propio Pablo Picasso; o bien el mundialmente famoso Moulin Rouge, cuyos carteles inmortalizarían a Tolouse Lautrec. Sin embargo, esta geografía íntima del arte no es exclusiva de las leyendas que conforman el gran Panteón de los pintores famosos. Se podría decir que casi cualquier asociación artística, incluso una muy efímera, las tiene. Y México no es la excepción. Algunos de los bares y cafés mexicanos han resultado tan emblemáticos para sus creadores que forman parte del imaginario colectivo nacional.
El café de nadie
El 31 de diciembre de 19212 toda la ciudad de México se preparaba para celebrar Noche Vieja; todos menos un grupo de amigos que se reunían en el número 100 de la Avenida Jalisco (hoy Álvaro Obregón) en la Colonia Roma, en un lugar mítico conocido como El café de nadie. En ese momento su líder, Manuel Maples Arce, leería un manifiesto histórico para el arte mexicano que pondría en el escenario artístico tal vez a la única vanguardia de carácter nacional: el Estridentismo. El documento lo firmaba el propio Maples Arce y lo completaban un grupo de artistas integrado por Luis Quintanilla, Germán List Arzubide, Arqueles Vela, M.N. Lira, Mendoza Salazar, Molina y Salvador Gallardo. En él se hablaba de la función espiritual del arte: “Toda técnica de arte está destinada a llenar una función espiritual en un momento determinado”.3 Pero sobre todo se buscaba una reivindicación por las nuevas formas del arte mexicano. El estridentismo es señalado por algunos autores como una de las primeras vanguardias en América Latina y “como un sistema de alternativas para el combate imaginario de la cultura”.4

Ramón Alva de la Canal, El Café de nadie, 1930
Se ha especulado mucho sobre la localización original de El café de nadie. Algunos lo ubican en Xalapa, Veracruz, pero en sus memorias Maples Arce cuenta que fue Arqueles Vela quien nombró ese café con el título de su famoso cuento largo, aunque, según el autor, se trataba originalmente del Café Europa en la colonia Roma. Lo importante es que El café de nadie se encontraba inmerso en la ciudad, y este detalle es fundamental para comprender el pensamiento estridentista, ya que para dicha vanguardia todos los espacios son urbanos. El habitante de la urbe moderna se ve sometido a la presión implacable del tiempo, un tiempo cuya percepción es inseparable de la vertiginosa velocidad a la que ocurre todo. A decir de German List Arzubide, “el estridentismo se llamó así por el ruido que levantó a su derredor. ¿Qué fue lo conseguido? Sacudir el ambiente”.5 Ellos mismos, al igual que sus pares europeos, gozaron de un espacio real de reunión, que también vive en sus obras y que interpretan y reinterpretan. Por ello El café de nadie podría tener todas esas ubicaciones geográficas y ser también ese mítico lugar imaginado en el texto de Manuel Maples Arce o bien existir en las pinturas de Ramón Alva de la Canal. Aún podía conocer el café en los años 90, ubicado en el pasaje comercial El Parian, justo antes de que la Roma comenzara a “gentrificarse”.6 Después se mudó a una casona en la esquina de Jalapa (¡vaya ironía!) y San Luis Potosí, en una casa donde además, según juraban sus dueños, habría vivido Xavier Villaurrutia. El Café de nadie desapareció poco después de esa esquina, pero nos queda el eco de su leyenda reflejada en la obra de sus creadores.
El restaurante Prendes
Otro de los lugares de moda para el encuentro de intelectuales, políticos y todo tipo de personalidades públicas fue el restaurante Prendes, ubicado en sus inicios en el número 10 de la calle 16 de septiembre. El Prendes fue fundado en 1892 por los hermanos asturianos Rafael y Manuel Prendes y administrado durante décadas por esa misma familia. Originalmente se encontraba en donde ahora está el Palacio de Bellas Artes, aunque luego se trasladó al número 4 de la Calle 16 de septiembre, y por último al número 10, donde vivió sus momentos de gloria. Entre sus comensales se encontraban personalidades tan variadas como Carlos Madrazo, Vicente Lombardo Toledano, Frida Kalho, Esperanza Iris, Dolores Olmedo, Fernando Benítez e incluso León Trotsky; y hasta Emiliano Zapata y Francisco Villa, por solo mencionar algunos. Muchos de sus rostros quedaron plasmados en los murales que pintaron Roberto Montenegro y Dr. Atl en el mismo restaurante.
Aquí en el Prendes se arreglan asuntos de toda índole: políticos, rencillas o reconciliaciones amorosas, nuevos encuentros o sus derivados; negocios, cargos, grillas y demás asuntos propios de las relaciones humanas.7
El lugar era famoso porque ahí se tomaban decisiones importantes; algunas de ellas firmaron el destino de los artistas que llegaron a México a mediados de siglo XX, como recuerda en sus memorias el poeta y pintor exiliado José Moreno Villa, uno de los primeros artistas que llegaron a nuestro país después de la caída del frente republicano en España. Moreno Villa fue recibido por el diplomático mexicano Genaro Estrada, a quien conoció durante su estancia en Estados Unidos. Al llegar a la estación del tren, lo recibieron unas veinte personas (invitadas todas por Estrada), entre las que se encontraban personalidades de la política mexicana como el director del Banco de México, Luis Montes de Oca. Durante meses frecuentaron el restaurante Prendes, y Moreno Villa pudo conocer ahí a algunos pintores y miembros de la política y la vida intelectual nacional. En esas mismas tertulias, Genaro Estrada le comentó que intercambiaba cartas con dos escritores de la Generación del 27, Ramón Menéndez Pidal y Juan Ramón Jiménez, con el objeto de traer “españoles eminentes” a México y así crear un organismo similar al Centro de Estudios Históricos de Madrid. “Vaya usted a ver a Montes de Oca, dele nombres de los que debemos llamar”.8 En esas reuniones en el Prendes fue planeada nada menos que la Casa de España, que más tarde sería el Colegio de México, y de la cual José Moreno Villa integraría la primera nómina junto con el exdiputado Luis Recasens y el escritor León Felipe.

Los cafés de la Zona Rosa
En la Ciudad de México los años sesenta se definen por la ruptura con las directrices culturales y estéticas impuestas por el imaginario revolucionario. Ruptura en todos los sentidos, en el arte, en la literatura y en la política, tanto así que el movimiento plástico que mejor define esa etapa del arte nacional se nombró así: la ruptura.9 Los pintores rupturistas comparten una geografía común integrada por diversos bares y cafés que desde entonces han definido un sector de la colonia Juárez, hasta la fecha conocida como la Zona Rosa. Nombres como El Karmel, Kineret, Tirol, El Perro Andaluz, el Tolouse Lautrec (muchos de ellos ubicados en el pasaje Génova), por mencionar algunos, forman parte de una referencia obligada de casi todo aquel capitalino que hubiera sido joven en los años sesenta. Es común escuchar anécdotas en donde alguien se encontró en esos lugares a escritores como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Luis Spota o Gabriel Zaid; a pintores como Roger Von Gunten, Fernando García Ponce o José Luis Cuevas; o gente de teatro como Juan José Gurrola o José Luis Ibañez. Lo cierto es que, como afirma la escritora Margo Glanz, “si uno quería estar in había que ir a la Zona Rosa”.10
La Zona Rosa se volvió una suerte de Montparnasse chilango de la segunda mitad del siglo XX. Galerías como la Juan Martín, la Arvil o la Pecannins se mezclaban con los cafés antes mencionados, y muchos de los pintores decidieron poner sus estudios en este barrio. En estos cafés se fundaron revistas como El Espectador y Zona Rosa, o se realizaron entrevistas a los artistas del momento. Además, la Zona Rosa se convierte en la sede de uno de los grupos más emblemáticos en la cultura mexicana, “La mafia”, inmortalizado en la novela homónima de Luis Guillermo Piazza (Joaquín Mortiz, 1967) y cuyos integrantes son referente obligado de las tendencias culturales mexicanas de la segunda mitad del siglo XX. Esta pléyade de nombres poblaban lo mismo los cafés y las calles de la Zona Rosa que las páginas de los suplementos culturales de la Ciudad de México de los años sesenta.
El esplendor de la Zona Rosa fue efímero y terminó, como casi todo en esa década, con la irrupción del año 1968. Hay quienes afirman que fue por la inauguración del Metro, otros hablan del impacto provocado por la matanza del 2 de octubre; lo cierto es que la decadencia pegó fuerte a este reducto de la Colonia Juárez, y hasta la fecha a la Zona Rosa la atacan por igual bares de mala muerte, tiendas de autopartes y terremotos. De su esplendor cultural no nos quedan más que los recuerdos de los artistas que alguna vez la convirtieron en su geografía personal.
De otros espacios con menos glamour
Los modelos de agrupaciones culturales encontraron una geografía íntima de cafés y de bares que atraían la afluencia de un sector muy importante para los fines de los artistas: miembros de la clase política, empresarios y todo tipo de personalidades públicas de los cuales pintores y escritores se podían nutrir para sus fines y, del mismo modo, estas personalidades públicas lograban una suerte de good will al rodearse de los creadores del momento. Sin embargo, no siempre ha ocurrido esto. Hay muchos otros lugares en la Ciudad de México que han sido sede y escenario de reuniones de distintos grupos de creadores, políticos e intelectuales, pero cuya fama no tiene el glamour de los arriba citados.
Un ejemplo podría ser el Café la Habana, famoso lugar de reunión de agrupaciones de izquierda desde inicios del siglo XX, de políticos como Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara, o bien de los poetas infrarrealistas, como consta en la novela Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, donde el Habana aparece bajo el sobrenombre del Café Quito. Sin embargo, el café también fue escenario de episodios funestos como el asesinato del luchador social Julio Antonio Mella el 10 de enero de 1929, evento donde estuvo involucrada la fotógrafa italiana Tina Modotti, fraguando con ello su propia leyenda.
Lo cierto es que los bares, cafés y restaurantes son referentes obligados y tan importantes en la vida de los artistas que invitan a pensar que la creación es más bien una labor colectiva, nacida en el ir y venir de unos tragos, entre el humo de los cigarrillos y no en la soledad del estudio. Citando a Oscar Lewis: “la vida social no es un fenómeno de masas. La mayor parte del tiempo ocurre en pequeños grupos dentro de la familia, los hogares, los barrios, las iglesias, en grupos formales e informales”.11 Por eso, ¡larga vida a la geografía íntima del arte y a los seres que en ella habitan o habitaron!
Alfredo Peñuelas Rivas
Escritor, autor de La orfandad de la muerte (Jus/Conaculta, 2014), es investigador y profesor en la UAM-Cuajimalpa.
1 Michael Ian Borer, “The location of Culture: The Urban Culture Perspective”, en City & Community 5 (2), Blackwell, p. 190.
2 Un segundo ejemplar del manifiesto aparece en la ciudad de Puebla con fecha del 1 de enero de 1923.
3 Segundo postulado del Manifiesto estridentista.
4 Anthony Stanton y Renato González Mello, “El relato y el arte experimental”, Vanguardia en México 1915-1950, México, Conaculta, 2013.
5 Actual – No. 1. Hoja de vanguardia. Comprimido estridentista de Manuel Maples Arce.
6 Del inglés “gentry” que significa “alta burguesía” es un término acuñado por la socióloga Ruth Glass que se utiliza para definir la transformación de un espacio urbano deteriorado en un barrio de moda ocupado por grupos sociales distintos a los que lo habitaban en un inicio y, con ello, elevar su costo. Este término lo usó por primera vez la socióloga para tratar de explicar los cambios sociales ocurridos en Londres con respecto al territorio. Ver Ruth Glass, London: aspects of change, Londres, MacGibbon & Kee, 1964.
7 David Siller, Uno de estos días, México, Plaza y Valdés, 2007, p. 44.
8 Luis Montes de Oca en ese momento era el director del Banco de México, sin embargo había sido cónsul en varios países europeos, en José Moreno Villa, Memorias, Colegio de México, 2011, p. 214.
9 Aún hay debate sobre quien es el autor del término. La paternidad se le atribuye a Juan García Ponce quien lo usa por primera vez en su libro Nueve pintores mexicanos (ERA, 1968). Otros artistas, como Vicente Rojo, prefieren llamarlo “Apertura”, aunque este término no es de uso corriente, y José Luis Cuevas, otro de los protagonistas del movimiento, lo llamó “Contracultura”.
10 Entrevista a Margo Glantz, “Margo Glantz, Homero Aridjis, y los cafés de la Zona Rosa: Kineret, Tirol, Carmel, El Perro Andaluz…” en Proceso, (nota de la redacción) 21 de febrero de 1998.
11 Oscar Lewis, “Urbanization without breakdown” en Scientific Monthly, núm. 75, julio 1965, p. 497.
[Fuente: www.nexos.com.mx]
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