Hace
66 años, cuando arrancaba 1944, Moshé Yanai avistaba por primera vez la
silueta de Haifa, entonces parte del protectorado palestino del Reino
Unido. Cerraba así un trayecto que duró días a bordo del Nyassa, un
buque portugués que era el primero en cruzar el Mediterráneo sin escolta
desde el arranque de la Segunda Guerra Mundial. Su puerto de origen
quedaba ya muy atrás. Y también una tierra, una ciudad, un idioma, una
vida y una identidad: la suya propia. Hasta ese momento, Moshé Yanai
había sido Mauricio Palomo, un niño cuya vida había transcurrido en el
principal 1º de la calle Marqués de Campo Sagrado 28 de Barcelona, la
ciudad que le vio nacer. El por qué de su llegada a Haifa en aquel 1944
solo encuentra una respuesta: Mauricio Palomo –Moshé Yanai- es judío.
Vista de Haifa desde el Monte Carmelo, Junio de 1948. Frank Scherschel (LIFE) |
Por Javier Dale
Yanai, que hoy cuenta 79 años, ha dedicado gran parte de su vida a ejercer de traductor y periodista en Israel. Pero nunca ha olvidado Barcelona, Catalunya, ni el misterio de su salida de España. El pasado verano una nueva información le permitió arrojar luz sobre su propia existencia. Lo que le ocurrió a él, a su familia y al grupo de judíos que abandonaron España en enero de 1944 fue que fueron oficialmente expulsados.
La pesadilla de la familia de Moshé Yanai, hijo de dos turcos emigrados a Barcelona, empezó el 20 de diciembre de 1940. “Dos agentes secretos llamaron a la puerta de nuestro apartamento –recuerda- , y pidieron a mi padre acompañarlos a la comisaría para contestar algunas preguntas, pero le llevaron a la cárcel Modelo. No le preguntaron nada, nunca hubo una acusación contra él”. Así, José Palomo, un hombre que había llegado a Catalunya dos décadas antes, donde se había establecido como comerciante y había fundado una familia, pasaba de ser un ciudadano sin pasaporte pero libre a un recluso que fue trasladado de inmediato a un campo de concentración ubicado en Miranda de Ebro (Burgos). “Era judío y apátrida; en otras palabras, persona no grata”, afirma con amargura Moshé Yanai, que recuerda cómo su padre mantuvo la esperanza de poder volver a Barcelona: “Durante los primeros años de nuestra permanencia en la Palestina bajo mandato británico, mi padre ansiaba que los aliados derrocasen el régimen de Franco y pudiera regresar. Después de tantos años en Barcelona, y tras haber dominado tanto el castellano como el catalán, se consideraba hijo de esa tierra que le había acogido, por la que realmente tenía un profundo cariño”.
Franco y los judíos
La única suerte de la familia Yanai/Palomo fue que la detención del padre no implicó la del resto de la familia. “El régimen franquista era cruel, pero en ese sentido se portó en otra forma que los nazis –explica Moshé Yanai-. Las familias de los detenidos judíos no fueron tocadas”. Sin una persecución organizada contra los judíos, pero sí atentos a las denuncias que se pudieran recibir, Yanai aún no tiene una explicación a porqué su padre resultó detenido, y no otros judíos de su familia. El único argumento que encuentra es el de la denuncia directa de algún comerciante que conociera la religión de su padre y que quisiera “ampliar mercado” en una época de carestía: “Suponemos que fue detenido por una denuncia de alguien a quien mi padre habría perjudicado comercialmente”. La historia y los archivos ofrecen respuestas a algunas de las preguntas que han acompañado a Yanai a lo largo de su vida. Lamentablemente, la memoria histórica no puede responder a todas. Quizá la denuncia que supuso el éxodo de los Palomo aún exista entre algún legajo de papeles olvidados, quizá el tiempo amarillo ya la haya corroído. Pero ese papel, ese aparente trámite burocrático, rompió la vida de una familia por el delito de ser judía.
Mientras el niño Mauricio Palomo y su madre trataban de sobrevivir en la Barcelona de posguerra, su padre, José Palomo, languidecía en un campo de concentración en Miranda de Ebro. La primera vez que Moshé fue a visitarle se estremeció: “Nunca había visto un lugar de reclusión –rememora-. Los ennegrecidos muros coronados por alambres de espino eran tan amenazadores como los ceñudos rostros de los soldados de guardia”. El encuentro familiar –el único en todos los años de reclusión de José Palomo- fue dramático, por mucho que el padre de Moshé quisiera, con sentido del humor, rebajar su padecimiento y evitar el sufrimiento de sus seres queridos: “Nos contó alguna que otra anécdota, enfocándola de modo tal que pareciera que todo era en broma. Pero no había nada cómico en lo que ocurría”. Paradójicamente, el hecho de José hablara catalán le permitió obtener el favor de alguno de sus carceleros: “A los guardianes que procedían de Catalunya les encantaba hablar con él en el excelente catalán que conocía. Eso sí, con mucha discreción”.
Entretanto, y sin la conciencia de si su padre saldría alguna vez de la cárcel –o con el temor de que pudiera morir allí-, Moshé y su madre seguían con su vida. Como parte de la comunidad judía de Barcelona –Yanai estima que serían “unos cuatro o cinco mil” antes de la Guerra Civil- seguían con sus ritos. “Si no me equivoco, la sinagoga de Barcelona estaba cerca o en el Paralelo, y constaba de una sala de oración sefardí y otra ashkenazi”. A pesar de todo –el encarcelamiento de su padre, la observación discreta de la religión- Moshé y su madre pudieron seguir practicando su religión sin ser recriminados. “Afortunadamente, desconocía lo que era el antisemitismo. Por eso, y a pesar de todo, mantengo esa actitud tan positiva con respecto al país en donde nací. Pero con la guerra y las conmociones de aquella época, no llegué a obtener ninguna educación religiosa. Lo único que mi madre hizo cuando cumplí los 13 años fue realizar la ceremonia del Bar Mitzvá”.
Poco imaginaba entonces que, poco después de la ceremonia, su vida iba a dar un giro de 180 grados.
La expulsión
Solo había pasado un mes y medio desde que había cumplido con el rito del Bar Mitzvá cuando Moshé Yanai se vio paseando por Cádiz de la mano de su padre, puesto en libertad, y de su madre. En apenas 45 días la vida de este niño judío catalán había dado un vuelco: la familia volvía a estar unida, pero se veían obligados a abandonar Barcelona, Catalunya, España, sin una explicación.
En Cádiz, alojados en el Hotel Playa, más de 500 judíos de distintas nacionalidades esperan a embarcar en el buque portugués Nyassa, con destino a Haifa. Saben dónde están y a dónde irán, e intuyen lo que les espera. Pero aún no saben por qué están allí. Por qué les obligan a irse.
El pasado verano, un reportaje publicado por Diario de Cádiz resolvió al fin el enigma: fueron expulsados. Cuando el Nyassa partió, la Delegación del Gobierno de Cádiz recibió varios telegramas. Entre ellos, el que decía: “Prohíbase la entrada en España, aunque traigan documentación en regla, a los súbditos extranjeros Josef Palomo Sagués, de 37 años, hijo de Mauricio y Sara, natural de Bruyrquía, y Rudolf Heymann, de 42 años, hijo de Luis y Betty, natural de Hamburgo (Alemania). Expulsados del territorio nacional”.
En Cádiz, alojados en el Hotel Playa, más de 500 judíos de distintas nacionalidades esperan a embarcar en el buque portugués Nyassa, con destino a Haifa. Saben dónde están y a dónde irán, e intuyen lo que les espera. Pero aún no saben por qué están allí. Por qué les obligan a irse.
El pasado verano, un reportaje publicado por Diario de Cádiz resolvió al fin el enigma: fueron expulsados. Cuando el Nyassa partió, la Delegación del Gobierno de Cádiz recibió varios telegramas. Entre ellos, el que decía: “Prohíbase la entrada en España, aunque traigan documentación en regla, a los súbditos extranjeros Josef Palomo Sagués, de 37 años, hijo de Mauricio y Sara, natural de Bruyrquía, y Rudolf Heymann, de 42 años, hijo de Luis y Betty, natural de Hamburgo (Alemania). Expulsados del territorio nacional”.
La orden nunca se hizo pública, ni fue comunicada a los expulsados. Como tampoco, en las breves noticias publicadas en los medios de entonces, figura que el Nyassa hiciera escala en España. Solo Diario de Cádiz publicó algo al respecto: “En tren especial ha llegado la expedición que se esperaba, integrada por 550 israelitas de distintas nacionalidades que se hallaban refugiados en España. Se hará cargo de ellos la Cruz Roja, que los trasladará a Palestina en un barco portugués que es esperado el próximo lunes”. Pero no concreta –no podía concretar- que entre los israelitas se encontraba un grupo de judíos expulsados del país.
“No estaba loco”
Pilar Vera, la periodista que encontró el telegrama que confirmaba la expulsión de los judíos españoles, comenta que el hallazgo fue casual, casi una fábula. “El Archivo Histórico de Cádiz no guarda las causas por su nombre. Es decir, uno no puede buscar masones’ o ‘prostitución’ y encontrarse con todos los expedientes, sino que tiene que saber lo que busca`, o a quién busca”. Indagando sobre documentos vinculados a un hombre apellidado Palomo, halló el telegrama “relativos a órdenes de expulsión. Entre ellas, por supuesto, estaba la familia de Moshé”. El 22 de enero, la Dirección General envió un primer telegrama informando de una lista de apátridas –”Eufemismo para judíos en tiempos de Franco”, concreta Vera- que embarcarían en el Nyassa. Pero las autoridades franquistas esperaron a que el barco arribara a Haifa para emitir la orden de expulsión.
Cuando Vera contactó con Moshé Yanai para confirmarle que, en efecto, tanto él como su familia como el resto de los judíos que viajaron en el Nyassa habían sido expulsados, el anciano judío catalán sintió “una gran emoción, la sensación de que, al fin, se había cerrado un capítulo… y de que, sobre todo, no estaba loco”, explica la periodista, que añade: “dado que el régimen franquista mostró, por comparación, una actitud más tolerante hacia los judíos que los otros fascismos en Europa, sonaba muy extraño que se hubiera llevado a cabo la expulsión de un grupo de judíos del territorio nacional”.
Cuando Vera contactó con Moshé Yanai para confirmarle que, en efecto, tanto él como su familia como el resto de los judíos que viajaron en el Nyassa habían sido expulsados, el anciano judío catalán sintió “una gran emoción, la sensación de que, al fin, se había cerrado un capítulo… y de que, sobre todo, no estaba loco”, explica la periodista, que añade: “dado que el régimen franquista mostró, por comparación, una actitud más tolerante hacia los judíos que los otros fascismos en Europa, sonaba muy extraño que se hubiera llevado a cabo la expulsión de un grupo de judíos del territorio nacional”.
Una nueva vida
En Haifa, y ya con Barcelona como el recuerdo de un imposible obligado a la nostalgia, la familia Palomo pronto fue la familia Yanai. Fueron años duros: Israel no existía –Palestina era un protectorado británico-, y la familia tuvo que adaptarse a nuevas circunstancias. La primera –al menos para Moshé- aprender hebreo: “Había que dar un giro completo: escribir a la inversa, de izquierda a derecha. Y luego puntos y rayas en lugar de vocales… Y eso que todavía no sabía que en el hebreo moderno, que mi padre todavía no conocía, habían desaparecido tales adiciones que hacen las veces de vocales. Pronto se instaló en una aldea agrícola –Ben Shemen- donde conoció a un tal Shimón, que con el tiempo sería Shimón Peres. Fueron tiempos de carencias, en los que Moshé aprendió a sacarse las castañas del fuego: como muchos judíos, ante las dificultades de su situación, pretendían viajar a Latinoamérica, el joven Yanai pudo empezar a ganarse la vida como profesor de castellano. Al poco, se establecieron en un arrabal de Tel Aviv junto a la mayoría de judíos que llegaron de España.
La paz llegó a Europa, y al cabo de tres años nació el estado de Israel, y en paralelo Moshé Yanai empezó a hacerse una vida: su dominio de varios idiomas le permitió establecerse como traductor, más tarde como periodista. Para su padre, el expulsado Jose Palomo, preso durante tres años en un campo de concentración, la vida no fue tan fácil: “Ansiaba que terminara la guerra para que los aliados derrocasen el régimen de Franco, y pudiera regresar. En Israel siempre tuvo una condición modesta. Pero no dejó nunca de trabajar. Para él, fue una amarga decepción no haber conseguido regresar a Barcelona”.
Moshé tuvo la suerte que le faltó a su padre. Ha podido visitar Barcelona, la ciudad en la que nació, aunque solo sea para comprobar que el edificio en el que transcurrió su infancia, el de la calle Marqués del Campo Sagrado 28, fue derruido. Pero sí sobrevive el Mercat de Sant Antoni, que tantas veces visitó. A sus 79 años, aún planea un nuevo viaje que también le llevará a Cádiz. Aunque esta vez será distinto. Esta vez sí sabrá por qué tuvo que partir su vida en dos a los 13 años: porque fue expulsado. Al fin, el círculo se ha cerrado.
[Fuente: www.mozaika.es]
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