Ensayo. Con “El gran surubí”, Pedro Mairal se convirtió en uno de los autores más originales de la literatura argentina. Aquí, se explica por qué.
Por Gabriela Cabezon Camara
Profundamente político y también lúdico, absolutamente
contemporáneo y a la vez enraizado en lo que fue el primer movimiento
estético propio del Río de la Plata y hay quien –Angel Rama en su Los guachipolíticos rioplatenses – dice que de América, El gran surubí de Pedro Mairal resulta un libro insoslayable.
Se
abre con una pesadilla que amaga con un cierre, el despertar con un
grito “estrangulado”, pero no, aunque se diga de ese grito que su
narrador lo está “largando”, lo propio de lo estrangulado es no salir y
acá lo que no sale se construye como novela-poema, se forja como una de
las cristalizaciones más eficaces de una pesadilla nacional que haya
leído.
Arranquemos con el ritmo: El gran surubí es un
libro que se canta solo, es en una tradición, en una ola, algo así como
un tsunami de lento devenir y sin horizonte de caída. Yo, que no soy
crítica, me puedo permitir imaginar una instancia anterior al texto
impreso, a Mairal tomado por esta cadencia endecasilábica como en trance
de hip hop, dándole al teclado, surfeándose esa ola inspiradora, me
puedo permitir también sentir que algún dolor del autor se volvió
divorcio en la vida de Ramón Paz, el narrador, en esa “mostra” que le
roba la alegría, se convirtió en secuestro, en el “mundo sin mujeres” en
el río, en el barco comandado por milicos: me puedo imaginar al
escritor montado a ese tsunami que tiene cientos de eslabones y al fondo
o al principio, si pudiera haber principio alguno, a Petrarca con su
mostra, con su Laura que lo empuja a otra clase de viaje pero hay en él
también, en ese yo poético en trip místico del renacentista, dolor y
sobre todo lo que hay es el ritmo del soneto.
En Mairal el soneto
se acelera, se amontona más veloz sin cuartetas ni tercetos, como
primera apropiación e intervención de una tradición. No es la única: El gran surubí es un monstruo que recuerda a Moby Dick
y que baila uno de los ritmos que le dieron envión al italiano pero su
principal manantial es la gauchesca y es ahí, en esa melodía que es
también una patria, una lengua propia aunque remota, es ahí en la
reelaboración, en el collage, en la resucitación de la gauchesca que
radica la fascinación que provoca esta novela. No está solo Mairal en
esa empresa: en los últimos años han aparecido El guacho Martín Fierro
, de Oscar Fariña, una “traducción” de la novela de José Hernández a
este siglo XXI y a la variante de rioplatense que se habla en el tercer
cordón del conurbano, que hace del gaucho un pibe chorro y reactualiza
tanto el discurso de víctima como la ferocidad y el sinsentido de sus
propios asesinatos. El mismo libro fue objeto de una operación de las
vanguardias, el ready made de Pablo Katchadjian, El Martín Fierro ordenado alfabéticamente, de un lirismo deslumbrante. Esto, por citar a quienes trabajaron
directamente sobre el Fierro de Hernández: la gauchesca resucita también
en algunos de sus rasgos en otras obras y muchos escritores de los más
contemporáneos se sienten, de algún modo, parte. Aníbal Jarkowski,
dentro de una pequeña encuesta sobre el tema que hice entre más de una
veintena de colegas, lo sintetizó así: “Creo que mi interés por el
realismo, por la situación social, por la pobreza, hacen de mi
literatura un pariente muy lejano, aunque pariente al fin –ojalá–, del
poema de Hernández”. Carlos Ríos resalta “la inclinación del cuerpo
sobre el texto de la gauchesca. Esa cosa representacional, la sorpresa
abrupta y mal actuada, lo histriónico y la base de una inminencia, de
una amenaza apenas pacífica. En la gauchesca hay cuerpo, pelaje, cuero y
sangre. Algo de todo eso somos”. Selva Almada señala como Zelarayán en La piel del caballo
juega otra vez, como Hernández, “con la incorporación de un lenguaje
popular que es lo que le da su tremendo lirismo a la novela” y que algo
de eso aparece en su Ladrilleros : “las voces marginales que no
sólo están presentes en el relato en boca de los personajes sino que
contaminan el lenguaje del narrador omnisciente”. Julián López encuentra
que no le debe “absolutamente nada a la gauchesca pero me siento
absolutamente inscripto en esa marca en esa percepción de la violencia y
del terror, en una manera de abordar la escritura a partir de la furia y
de una sensación de acechanza de bandos”. De los bandos también habla
Oscar Fariña: “Hay una pulsión belicosa que atraviesa toda la gauchesca,
siempre hay un bando que atacar. Eso me gusta y sobre todo me gusta
cuando se hace con humor” y de eso hay mucho en su trabajo sobre el Martín Fierro. El poeta Jorge Aulicino, que tradujo La divina comedia
al rioplatense, encuentra al infierno en la toldería: “para mí el
viaje de Fierro a las tolderías es una versión criolla del descenso al
infierno” y halla que el gaucho prócer recién toma toda su dimensión en
nuestro imaginario después de la lectura de Borges, que señala lo que
Fierro tiene de “asesino, provocador y racista” y así agranda el mito.
“Nuestro descenso al infierno es, no por nada, mito, más allá de todo,
porque se funda en un hombre real, o que nos parece semejante a todos.
Todos alguna vez huimos a los toldos”. Vanesa Guerra relaciona la
gauchesca con la infancia, con un viaje inaugural al campo que luego, ya
en la ciudad, la llevó a experimentar una “primera forma de la
melancolía infantil”. De ahí a la literatura y al folclore hay un paso y
Guerra la dio y lo daría muchos años después en su propia producción,
especialmente en Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo. Algo semejante cuenta Mairal: antes que los libros conoció “el campo
entrerriano, su gente”. De ahí pasó al folclore, Yupanqui, Larralde y
después a la literatura: Don Segundo Sombra , El gaucho Martín Fierro. Y las relecturas: Borges “reinventando el final de Martín Fierro
y la precuela de Cruz”. Aira, claro. Bizzio y su porno gauchesca,
Lamborghini, Piglia. Si hago todo este paseo por las letras argentinas
es porque quiero dejar clara la vigencia del género y su constante
resurrección, la gauchesca como un Lázaro local que muere y se levanta y
anda y le arma una parábola de espiral a nuestras letras. Tiene razón
Daniel Link cuando dice que “en el contexto de la literatura argentina
cada movimiento estético supone necesariamente dos pasos: ignorar el
escritor canónico y volver a la gauchesca. Borges escribe como si no
hubiera existido Lugones, pero vuelve a la gauchesca; Lamborghini y
Zelarayán escriben como si no hubiera existido Borges, pero vuelven a la
gauchesca; Copi escribe como si no hubiera existido Borges, pero vuelve
a la gauchesca”. La frase de Link la corto de una nota de María Moreno
sobre Beya. Le viste la cara a Dios , mía y de Iñaki Echeverría, también cultora de esta tradición. Es decir: El gran surubí está en la punta de una vuelta en la que jugamos muchos.
Como Fierro, arranca con una leva. Como en El matadero, falta carne en la Argentina. Como en la Historia, una ley habilita a
los milicos a usar de mano de obra a los varones en edad de producir. A
diferencia de Fierro, acá la fuerza armada y el autor no agarran al
cuerpo del Otro y a su voz si no a los nuestros: son poetas, son
artistas, periodistas y guionistas Ramón Paz y sus amigos, secuestrados
cuando juegan Fútbol Cinco por Almagro. Hay amor entre varones, como el
de Fierro por Cruz, “faltó a mis ojos la luz, / tuve un terrible
desmayo; / caí como herido del rayo / cuando lo vi muerto a Cruz”, –ay
de nuestro gaucho macho desmayándose como una dama victoriana–, Ramón lo
va a querer a su compañero de barco, Peñalver: “me agarró con la
guardia medio baja / primero pajas mutuas con saliva / de a poco el beso
de hombre salitroso / después ya descubrirlo medio hermoso / y
empujarle la verga para arriba / y sacar el pingüino empetrolado”. El
mundo es macho casi todo, habrá alguna cautiva, alguna china atrás en
otra vida, pero nada, como el libro fundacional de las letras argentinas
este se nos arma casi sin nombres y sin voces de mujeres.
A ritmo
de principios de italiano, con empujones de gauchos calentones,
secuestrada por ley la dignidad: se va configurando un nuevo infierno. Y
no le falta esa cinta de moebius del XX y el XXI, el paradigma de todo
lo que cabe bajo el nombre de Perón. “La vida por Perón” no es poca
cosa ni aun devaluada al fútbol ni a la tele ni aun hoy quiero decir, ni
cuando el “para todos” también ha sido transformado en espectáculo.
Dice Ramón: “vamos vamos muchachos nos gritaba / surubí para todos con
Perón / cada barco sacaba comisión / cobraba por el bloque que empacaba /
el barco era una gran procesadora / compactaba la pulpa de pescado /
como un ladrillo blanco congelado / que nutría a la gran devoradora / la
conurba mayor capitalina / la boca de la hambruna subsidiada / la falta
de la vaca idolatrada / ya casi no había carne en la argentina / que
pique de una vez el bagre che / surubí para todos por tevé”.
A
todo el secuestro organizado por el Estado se le suma otro elemento de
terror: las vacas, esas mismas que sobraron desde el mismo principio de
los tiempos en el suelo argentino, no están más. Hay surubíes mutantes,
ballenas de estuario, monstruos del barro. Hay, de eso hay siempre,
milicos. Hay encierro. Hay opresión. Habrá canibalismo ahí en ese río
que es el mismo “en que ayunó Juan Díaz y comieron los indios”, habrá
milico asado, habrá fuga, habrá un intento de volver a ningún lado,
habrá nostalgias de Néstor sin orillas. Habrá Nausícaa hecha Virgen de
Itatí, una niña y su piedad, más luego la ausencia de la niña por la
escasez de trabajo en esa tierra, una Nausícaa tan presa de la crisis
que se termina de construir en la falta, en la expulsión, en el adiós.
En fin: que El gran surubí es, a mi juicio, por su belleza, por
la originalidad con que retoma y reinventa los tópicos del siglo XIX con
la furia del XXI, por la potente contemporaneidad de la pesadilla que
relata y de la lengua que construye, por esa música que provoca una
lectura extática, uno de los textos más poderosos de lo que podría
describirse como un nuevo ciclo de vuelta a la gauchesca.
Incluido en “La república posible” (Cabiria)
[Fuente: www.revistaenie.clarin.com]
[Fuente: www.revistaenie.clarin.com]
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