quarta-feira, 12 de julho de 2017

El lugar donde viven los perros



Escrito por Thania Aguilar

En un país aún impregnado por el odio y la discriminación racial, los perros suelen ladrar con furia. En una comunidad donde todavía persiste en la población de piel oscura un profundo resentimiento, a veces los ladridos ceden el paso a los quejidos y lloriqueos caninos. En un pueblo donde se antepone el orgullo racial a la justicia, a veces los perros callan. En una Sudáfrica donde el fantasma del apartheid aún abraza con fuerza caminos y calles, no hay literatura que calme ni perro que no sospeche que lo pondrán a dormir.
David Laurie, profesor universitario en Ciudad del Cabo, pronto se verá inmerso en esa atmósfera asfixiante. Tras ser despedido y juzgado por sus colegas por verse involucrado en un escándalo sexual con una de sus alumnas veinteañeras, este hombre de cincuenta y dos años se refugia en la granja de su hija, en la provincia oriental del Cabo. Es el hogar de Lucy en donde planea poner en orden el caos dejado en su vida por su conquista más polémica y reciente. La vida en la granja es la pausa necesaria para alguien que acaba de caer en desgracia. Trabajar en la huerta, vender los productos en el tianguis local los fines de semanas, cuidar y alimentar a los perros que esperan ser sacrificados son actividades que le permiten olvidarse de sus problemas citadinos, que le permiten concentrarse en su última ambición como literato: la creación de una ópera basada en el último amor de Lord Byron. Sin embargo, cuando parece que todo comienza a reacomodarse, tres hombres irrumpen en su hogar: roban, destruyen, queman y ultrajan la poca dignidad que David logró recuperar.
En Desgracia, novela del escritor sudafricano y Premio Nobel de Literatura 2003, J.M. Coetzee, el infortunio que marca la vida del protagonista es la pieza que permite tocar temas como el conflicto social, producto de una desigualdad profunda, la vejez, la decadencia, el deseo sexual incontenible, la deshonra, la dignidad y la resignación ante el vacío.
Narrada de una forma lineal, la trama plantea dos conflictos. Primero, desarrolla la relación con Melanie Isaacs, la chica de su clase de poesía romántica, y de esa forma expone las particularidades de su personaje principal, un hombre mayor, aún atractivo, cuya debilidad y fuente de placer siempre han sido las mujeres y los libros. De esa forma lo vemos obsesionarse con Melanie, lo vemos espiarla, lo vemos robar sus datos personales para abordarla en casa, lo vemos sentir deseo —una especie de llama— por la hermana menor de su alumna.
Posteriormente, el conflicto principal gira en torno a su hija y a la forma en que ambos lidian con la tragedia. Observamos a un personaje segregado. Despojado no solo material o físicamente, sino también de influencia: su voz, llena de desasosiego, amor filial y razón, es anulada por el entorno que obliga a su hija a no querer denunciar a sus agresores, que resultan ser más cercanos de lo que todos piensan. Y ante la desgracia, la absurda pero acertada reflexión del personaje: “Es un riesgo poseer cualquier cosa: un coche, un par de zapatos, un paquete de tabaco. No hay suficiente para todos, no hay suficientes coches, zapatos ni tabaco. […] No es una maldad del origen humano, sino un vastísimo sistema circulatorio ante cuyo funcionamiento, la piedad y el terror son de todo punto irrelevantes”.
La atmósfera es introducida por las constantes referencias a los perros, con sus ladridos y silencios. Sin embargo, no son cualquier clase animal. Los canes que son presentados a lo largos de la novela son seres condenados a la muerte. Perros desahuciados y baleados, cadáveres que esperan en bolsas su turno para ser incinerados. Entidades sin voluntad ni honor, sin esperanza. Igual que sus protagonistas, quienes se han resignado al dolor y a la humillación.
“No con nada de nada, sino sin nada. Sin nada. Sin tarjetas, sin armas, sin tierra, sin derechos, sin dignidad.
—Como un perro.
—Pues sí, como un perro.”
Más que narrar una serie de infortunios, Desgracia —cuya traducción por extensión fonética corresponde a Disgrace, ‘Deshonor’— sintetiza el vacío y la resignación de los personajes ante condiciones sociales y políticas que los rebasan. En una tierra donde la dignidad no existe, las autoridades son incompetentes y la comunidad protege a sus delincuentes, los perros solo miran y guardan silencio.
[Fuente: www.langostaliteraria.com]

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