Escrito por Edgardo Civallero
Los pueblos ágrafos –aquellas sociedades que carecieron/carecen de sistemas de escritura, y, por ende, de soportes escriptorios para perpetuar su memoria– confia(ro)n la supervivencia de sus culturas a las voces de sus mayores. La tradición oral, aun siendo un medio inestable de transmisión del saber, permitió/permite perpetuar los recuerdos, la historia y las experiencias de estos grupos humanos.
Los depositarios de este acervo cultural –tesoros humanos vivos, de acuerdo a la definición de la UNESCO– son/fueron honrados por sus comunidades por esta tarea. Usa(ro)n su lenguaje nativo en forma exquisita, para así poder transmitir con mayor precisión su sabiduría. Bajo la forma de mitos y cuentos, o a través de canales de socialización y de expresión artística, estos individuos tan especiales deposita(ro)n diariamente pequeños fragmentos de la cultura grupal en los espacios comunitarios.
Actua(ro)n, en cierta forma, como verdaderos servicios bibliotecarios. Gestores de memoria, pero sin libros. Los libros, en realidad, eran/son ellos mismos. Los textos, en su memoria. Las ilustraciones, en sus manos, en sus cuerpos, en sus rostros. Los sonidos, en su boca.
La acción de estos libros vivientes no se limitó ni se limita a la mera conservación de patrimonios intangibles invaluables, a su repetición mecánica... Consolidan identidades étnicas (muchas veces minoritarias, maltratadas, olvidadas); protegen lenguas únicas y en peligro de desaparición; y sostienen relatos que enriquecen la visión de algunos eventos históricos con la contribución de las voces de los vencidos, siempre oculta, siempre evitada y escondida (principalmente porque suele demostrar que los vencedores basan su alegría en la sangre y el dolor ajenos).
Cuando los grupos ágrafos enfrenta(ro)n conflictos armados o contactos culturales violentos, los herederos de la tradición oral son/fueron, por lo general, presionados para olvidar, o sencillamente eliminados. De esta forma, se anuló (y se sigue anulando, a pesar de todos los esfuerzos) la memoria de los pueblos dominados y conquistados y, junto con su memoria, se anuló su capacidad de resistencia. Pues los pueblos sin pasado no pueden planear un futuro, y, por ende, no saben por qué razón deben defender su presente.
Sudamérica presenció desde el siglo XVI (y presencia aún) la impresionante destrucción de cientos de sociedades nativas a manos de los colonizadores europeos y de los Estados nacionales actuales. Los ataques de las órdenes religiosas, las fuerzas militares y los sistemas educativos apuntaron principalmente a los idiomas (prohibiciones de uso, educación oficial usando idiomas dominantes), costumbres (fenómenos culturales donde la tradición oral se expresa) y libros vivientes. Estos últimos fueron (y son) condenados, perseguidos, asesinados e incluso etiquetados como brujos o como "conservadores de tradiciones antiguas e inservibles, que solo sirven para perpetuar el subdesarrollo".
La información antigua, codificada a través de algún medio no escriptorio, fue destruida. La moderna no encuentra espacios de publicación y difusión. Los ancianos mueren llevándose su saber. Los niños sienten vergüenza de aprender su herencia cultural, y se pierden en la nada que les venden los medios de comunicación masivos.
Quedan muchos libros vivientes aún. He tenido el honor de sentarme a la vera de algunos de ellos, en el NE argentino. Sé de la existencia de otros tantos en la Patagonia, en la Puna, en los Andes bolivianos. Escucharlos contar es presenciar, por un momento, un enorme libro de milenios que se abre ante uno y comienza a transmitir historia, costumbres, creencias, miedos, información, usando sonidos casi olvidados, reproduciendo una letanía de siglos que intenta salvar de la muerte y del silencio las experiencias de toda una civilización...
Si alguna vez se cruzan con alguno, solo siéntense a su lado y escúchenlos. Y, por favor, memoricen, graben, anoten cada palabra. Porque cuando muera el último de ellos, algún día en el futuro, quizás podamos recuperar algo de lo perdido. O quizás podamos continuar su labor. Creo que ese día, los que hemos trabajado para rescatar algo de todo ese patrimonio nos sentiremos, de alguna forma, como aquellos colegas que, hace siglos, rescataron de las cenizas de Alejandría los pocos tomos que escaparon de las llamas.
PD. Los libros vivientes fueron utilizados por Charlotte Mason, a principios del siglo XX, como herramienta pedagógica. Y por colegas mexicanos en su análisis de algunas realidades bibliotecológicas aborígenes. No solo se encuentran entre los pueblos originarios, o entre grupos analfabetos. Perpetúan información de todo tipo de clase o grupo social, información que no aparece en los estantes de nuestras bibliotecas porque es demasiado "insignificante", porque las editoriales no les prestan espacio o atención o porque nosotros no incluimos materiales muy "alternativos" en nuestras colecciones.
Sin embargo, cuando estos cultores desaparezcan, nosotros –profesionales de la información– no podremos dar respuesta a muchas dudas futuras, sencillamente porque no tenemos las herramientas o los materiales para hacerlo. Y así, una gran parte de nuestra cultura se perderá en el silencio.
Los depositarios de este acervo cultural –tesoros humanos vivos, de acuerdo a la definición de la UNESCO– son/fueron honrados por sus comunidades por esta tarea. Usa(ro)n su lenguaje nativo en forma exquisita, para así poder transmitir con mayor precisión su sabiduría. Bajo la forma de mitos y cuentos, o a través de canales de socialización y de expresión artística, estos individuos tan especiales deposita(ro)n diariamente pequeños fragmentos de la cultura grupal en los espacios comunitarios.
Actua(ro)n, en cierta forma, como verdaderos servicios bibliotecarios. Gestores de memoria, pero sin libros. Los libros, en realidad, eran/son ellos mismos. Los textos, en su memoria. Las ilustraciones, en sus manos, en sus cuerpos, en sus rostros. Los sonidos, en su boca.
La acción de estos libros vivientes no se limitó ni se limita a la mera conservación de patrimonios intangibles invaluables, a su repetición mecánica... Consolidan identidades étnicas (muchas veces minoritarias, maltratadas, olvidadas); protegen lenguas únicas y en peligro de desaparición; y sostienen relatos que enriquecen la visión de algunos eventos históricos con la contribución de las voces de los vencidos, siempre oculta, siempre evitada y escondida (principalmente porque suele demostrar que los vencedores basan su alegría en la sangre y el dolor ajenos).
Cuando los grupos ágrafos enfrenta(ro)n conflictos armados o contactos culturales violentos, los herederos de la tradición oral son/fueron, por lo general, presionados para olvidar, o sencillamente eliminados. De esta forma, se anuló (y se sigue anulando, a pesar de todos los esfuerzos) la memoria de los pueblos dominados y conquistados y, junto con su memoria, se anuló su capacidad de resistencia. Pues los pueblos sin pasado no pueden planear un futuro, y, por ende, no saben por qué razón deben defender su presente.
Sudamérica presenció desde el siglo XVI (y presencia aún) la impresionante destrucción de cientos de sociedades nativas a manos de los colonizadores europeos y de los Estados nacionales actuales. Los ataques de las órdenes religiosas, las fuerzas militares y los sistemas educativos apuntaron principalmente a los idiomas (prohibiciones de uso, educación oficial usando idiomas dominantes), costumbres (fenómenos culturales donde la tradición oral se expresa) y libros vivientes. Estos últimos fueron (y son) condenados, perseguidos, asesinados e incluso etiquetados como brujos o como "conservadores de tradiciones antiguas e inservibles, que solo sirven para perpetuar el subdesarrollo".
La información antigua, codificada a través de algún medio no escriptorio, fue destruida. La moderna no encuentra espacios de publicación y difusión. Los ancianos mueren llevándose su saber. Los niños sienten vergüenza de aprender su herencia cultural, y se pierden en la nada que les venden los medios de comunicación masivos.
Quedan muchos libros vivientes aún. He tenido el honor de sentarme a la vera de algunos de ellos, en el NE argentino. Sé de la existencia de otros tantos en la Patagonia, en la Puna, en los Andes bolivianos. Escucharlos contar es presenciar, por un momento, un enorme libro de milenios que se abre ante uno y comienza a transmitir historia, costumbres, creencias, miedos, información, usando sonidos casi olvidados, reproduciendo una letanía de siglos que intenta salvar de la muerte y del silencio las experiencias de toda una civilización...
Si alguna vez se cruzan con alguno, solo siéntense a su lado y escúchenlos. Y, por favor, memoricen, graben, anoten cada palabra. Porque cuando muera el último de ellos, algún día en el futuro, quizás podamos recuperar algo de lo perdido. O quizás podamos continuar su labor. Creo que ese día, los que hemos trabajado para rescatar algo de todo ese patrimonio nos sentiremos, de alguna forma, como aquellos colegas que, hace siglos, rescataron de las cenizas de Alejandría los pocos tomos que escaparon de las llamas.
PD. Los libros vivientes fueron utilizados por Charlotte Mason, a principios del siglo XX, como herramienta pedagógica. Y por colegas mexicanos en su análisis de algunas realidades bibliotecológicas aborígenes. No solo se encuentran entre los pueblos originarios, o entre grupos analfabetos. Perpetúan información de todo tipo de clase o grupo social, información que no aparece en los estantes de nuestras bibliotecas porque es demasiado "insignificante", porque las editoriales no les prestan espacio o atención o porque nosotros no incluimos materiales muy "alternativos" en nuestras colecciones.
Sin embargo, cuando estos cultores desaparezcan, nosotros –profesionales de la información– no podremos dar respuesta a muchas dudas futuras, sencillamente porque no tenemos las herramientas o los materiales para hacerlo. Y así, una gran parte de nuestra cultura se perderá en el silencio.
[Fuente: bitacoradeunbibliotecario.blogspot.com]
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