domingo, 23 de julho de 2017

Traducción procreativa

Escrito por Pablo Ingberg

Hace poco me topé con este encuentro fortuito, Lautréamont mediante, de máquina de coser y paraguas sobre mi mesa de disección traductoril mental. Primero, vi una noche la película Paterson de Jim Jarmusch, una especie de poema visual minimalista como los poemas de William Carlos Williams, otrora médico de la ciudad de Paterson, Nueva Jersey, a quien en cierto modo homenajea. La película Paterson transcurre en Paterson y está, por trinitaria coincidencia, protagonizada por un tal Paterson, colectivero (como decimos en Argentina) y poeta. Pues bien, hacia el final aparece un personaje poeta japonés, de visita en Paterson como para homenajear minimalistamente, íntimamente, a Williams, y tiene un encuentro fortuito con el poeta local Paterson, a quien le dice lo que en definitiva importaba aquí: leer poesía en traducción es como darse una ducha con impermeable. Hasta allí el paraguas. Al día siguiente se me presentó la máquina de coser. Leyendo el libro Diario del poeta argentino Alejandro Rubio, me encontré con este párrafo:
Hacer un croquis del terreno o traducir una canción húngara: ninguna de las dos cosas coincide punto por punto con el modelo. Pero son la supervivencia en este mundo, la única vida después de la muerte.
Instantáneamente, se me juntaron los dos cables y procrearon energía pensativa sobre la mesa de disección. Para mi gusto, tienen cierta razón tanto el personaje poeta japonés del cineasta Jarmusch como el personaje diarista del poeta argentino Rubio. Japonistamente, el sexo con preservativo no es lo mismo que sin. Argentinamente, no obstante, sigue siendo sexo. Y tiene su indudable encanto. Y a veces es origen de accidentes. Y a veces en esos accidentes el paso clandestino de sustancias a través de un impermeable no impecable procrea. Una vida después de la pequeña muerte (como llaman a cierto evento muy atinente al caso en la lengua francesa del uruguayo Lautréamont).
Todos sabemos que la traducción, por definición, no es igual al original. Si fuera igual, no haría falta. Más aún, no existiría. Concebida desde esa platónica idea de igualdad, la traducción es un imposible, como son imposibles aquellos peces posados en la copa del olmo de la oda I.2 de Horacio. Y sin embargo se mueve, Galileo dixit. Sin embargo, Horacio escribe esa imposibilidad, y, aunque la escribe en latín, pueden conocerla incluso quienes no saben latín. De hecho, han conocido ese poema innumerables personas, y entre ellas innumerables poetas, que no sabían latín. Es decir, lo conocieron en traducciones posibles. Y eso produjo efectos poéticos por todas partes. La historia de la poesía, de la escritura y la lectura de poesía en lenguas innumerables, está atravesada por esos cruces del Rubicón. Por todas partes resuenan en la poesía los ecos de casi lo mismo, Eco mediante. Posibilidades de lo imposible.
Si ambos extremos absolutos tienen su razón de ser, entre medio circulan la realidad y sus matices. El asunto sería entonces desde dónde elegimos mirar, en el largo camino que va del lamento del paraíso original perdido hasta la pura, ciega celebración de todo lo que nazca. Personalmente, diría que en esta materia pienso casi lo mismo (como si mi pensamiento fuera una posible traducción del suyo) que aquel personaje, también médico por un curioso azar lautreamontesco, de Palmeras salvajes de William Faulkner cuando, hacia el final también —otro curioso azar— de su parte en su novela de película, piensa: «Dada la opción entre la experiencia del dolor y la nada, yo optaría por el dolor». O en el contundente casi lo mismo abreviado de Borges: «Entre la pena y la nada elijo la pena». En el terreno de la traducción poética, al menos, entre el aborto nihilista y la procreación monstruosa, me inclino por la procreación.

[Fuente: cvc.cervantes.es]

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