Dibujos. Una muestra en la Galería Ruth Benzacar Pone de relieve la
exquisita obra sobre papel de uno de los mayores artistas argentinos del
siglo XX.
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Epístola a Hieronimus Bosch, 1962. Tinta y acuarela sobre papel, 16,5 x 12,4 cm. Buenos Aires. |
Por Ana Maria Battistozzi
La última vez que visité a Roberto Aizenberg en su estudio de la
calle Brasil, despuntaba la primavera. El cambio de estación lo había
puesto evidentemente de buen humor
y su paciencia era inagotable. Llevaba una camisa blanca de mangas
largas y cuello breve que le daba cierto aire de pastor calvinista. No
sólo el atuendo contribuía a esa impresión. Todo era austero, meticuloso
y ordenado a su alrededor. A punto tal que tuve la sensación de que la
mera presencia de alguien extraño en ese mundo, como yo, podría
descalabrarlo. Le confesé ese temor ante el proverbial orden de su mesa
de trabajo; se rió de sí mismo y hasta se disculpó cortésmente por dar
esa impresión.
Por alguna razón ese orden y su reconocida
adscripción al automatismo surrealista me parecían en sí mismos una
contradicción. Se tomó el tiempo para explicarme por qué no. Dijo que
había momentos distintos en su sistema de trabajo y que ambas instancias
eran imprescindibles. Por último admitió que su relación con el
surrealismo era más un ejercicio que le permitía suspender
interferencias en el fluir atemporal de imágenes que una ortodoxia
militante. Hablamos de cómo ambos términos –orden y automatismo– se
ponían de manifiesto en sus pinturas y dibujos y de la relación entre
ambos. Quedó claro que es en estos últimos donde esa relación se hacía
más diáfana y visible.
Mucho de lo que ilustró aquella
conversación –una clase magistral destinada a inquietar la mirada– puede
verse ahora en la planta baja y el subsuelo de la galería Ruth
Benzacar. El conjunto de dibujos y pinturas que seleccionaron en forma
conjunta Orly Benzacar y Silvia Bloise, la curadora del legado
Aizenberg, articula dos núcleos fundamentales. El más amplio, dispuesto
con una gran sensibilidad en la sala principal de planta baja, gira en
torno de la figura humana, o bien su desplazamiento en los diversos
tratamientos que le dispensó el artista. Mientras tanto, en el subsuelo,
dos pequeños dibujos de 1966 y 1967 de la serie que dedicó a Batlle
Planas ante la tristeza que le provocó su muerte, se integran a una
serie de pinturas de torres, arquitecturas de los años 60, 80 y 90.
También incluye unas curiosas tintas muy tempranas de 1955, de escasa
formalización, seguramente resultado de ejercicios automáticos que ya
entonces practicaba el artista.
El conjunto presentado en ambas
plantas busca poner de relieve la obra sobre papel, que en Aizenberg es
de un refinamiento enorme y no debiera ser considerada en posición
inferior respecto de su pintura. Puede que códigos de mercado que se
establecen en función de la escala, la originalidad o la producción en
serie la hayan relegado, pero la obra sobre papel es imprescindible para
acercarse en profundidad al conjunto de la obra de artista. Los
collages –hay uno muy temprano del 57 y otro del 64 (“Dos figuras”)–
presentan una gran afinidad con el universo de ilustraciones de libros y
enciclopedias de Marx Ernst, en tanto que las serigrafías de los 70,
con cierta huella pop en la geometrización de los cuerpos y muchas,
muchas acuarelas, tintas y dibujo de lápiz a color
.
Los dos pequeños dedicados a su maestro llevan por título “Monumento” y
son una escueta representación de un marco ventana abierta al vacío. La
sugerente imagen guarda la memoria del cuadro renacentista pasado por
el tamiz de la metafísica que tanto le atraía.
Oportunamente esos
dibujos han sido relacionados en esta exposición a un óleo sobre tela de
1980, pintado durante la estadía en Tarquinia. Ese óleo evoca a su vez
la escultura de Aizenberg en el Parque de la Memoria, realizada a partir
de un boceto que remite a otras ausencias profundamente sentidas por el
artista. Es curioso cómo todo lentamente pareciera hilvanar una trama
de sentidos en el tiempo. La obra de Aizenberg, tan deliberadamente
sustraída de contingencias puntuales, tiene esa virtud, que cada tanto
la puede presentar como una premonición. El término tiene que ver con
anticipar el acontecer. Pero también con una dislocación. Lo que ocurre
en las enigmáticas imágenes de Aizenberg puede haber ocurrido en el
pasado o en cualquier lugar del universo. De allí que Marta Traba
sostuviera que Aizenberg tenía en Borges un equivalente literario.
Dentro
del conjunto desplegado en la sala principal, que incluye las distintas
series en las que aparece la figura humana, hay una especial
fascinación por la indumentaria. Su protagonismo es tal que a menudo
aparece vaciada. Así, el traje de marinero, imprescindible en los niños
ante cualquier acontecimiento a ser registrado para la posteridad, es
uno de sus temas tempranos. Aparece en un dibujo a lápiz color
de 1958 y luego mucho, más elaborado, en otro de fines de los 60 sin
fechar. También el niño que aparece junto a su padre observando el
paisaje en la serie “Padre e hijo observando la sombra de un día / una
muralla antigua o el horizonte” lleva traje de marinero. Es como si el
traje definiera a la figura y por momentos ni siquiera hiciera falta su
rostro.
Están las figuras de trajes a rayas con formas de fragmentos orgánicos que se desintegran. También los Humeantes,
que aparecen en formas y derivados en tinta o lápiz. Son humos que
pueden salir de trajes sin cabeza, de una torsión o de un cuerpo hecho
de cajones. Cajas con piernas de mujer que recuerdan el mundo del circo,
habitado por forzudos levantadores de pesas, lanzallamas y tragasables.
En medio de todo eso, el extraño silencio de paisajes deshabitados. Los
climas metafísicos de De Chirico sobrevuelan el subsuelo pero también
algunos retratos que desdeñan toda identificación. El tardío retrato sin
título del 85 es de una gran ambigüedad. Podría ser una dama del
Renacimiento o una vecina de Buenos Aires.
La producción de
Aizenberg no fue muy abundante. Era tan minuciosa que no podía serlo.
Además desde temprano gozó del aprecio de la crítica y el coleccionismo.
Ahora, a esta figura deliberadamente autoexcluida del tiempo y las
modas le sobran seguidores en las nuevas generaciones.
FICHA
Roberto Aizenberg
Sin edad, sin tiempo, sin espacio
Lugar: Ruth
Benzacar Galería de Arte, Florida 1000
Fecha: hasta el 25 de abril
Horario: Lunes a viernes, 14 a 20
Entrada: gratis
[Fuente: www.revistaenie.clarin.com]
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