Escrito por ALBINSON LINARES
Víctor Yáñez recuerda que estaba feliz
porque vivía la primera gran aventura de su vida. Era 1973, tenía 16 años y
acababa de llegar a la Unión Soviética donde todo le parecía nuevo, moderno y
muy distinto a su Chile rural.
Estaba en Ajtyrski, un pequeño pueblo
petrolero de las estepas rusas adonde había llegado junto a 93 jóvenes chilenos
con la misión de estudiar técnicas agrícolas, cuando su destino cambió de
súbito. “Salí de Chile y me sentía libre, y como era un cabro chico no me
preocupaba nada, venía a estudiar y tenía hambre de conocimiento. Yo solo
quería vivir cosas nuevas”, recuerda 45 años después con voz temblorosa.
Los planes eran que estudiarían durante
tres años para después regresar y apoyar al proyecto socialista de Salvador
Allende. Incrementar la producción agropecuaria y combatir el desabastecimiento
eran las consignas de ese momento. Aún sentía el vértigo de su primer vuelo en
avión y escuchaba el eco de los versos de Nino Bravo que cantaron antes del viaje: “Un ‘te quiero’, una caricia y un
adiós/ Es ligero equipaje/ Para tan largo viaje/ Las penas están en el
corazón”. Solo tenía tres días en Ajtyrski cuando empezó a notar que los
ancianos del pueblo se le acercaban y le decían: “Allende, Allende, pum, pum” y
se tiraban al suelo como desmayados.
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Omar Cortez volvió a Chile por un
tiempo y trabajó como cortador de uvas, pero no se adaptó bien. Dice
que se dio cuenta
de que su vida estaba en Rusia y por eso regresó. |
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Un grupo de jóvenes chilenos en
Ajtyrski, afuera de la residencia que fue su hogar durante sus primeros tres
años en la Unión Soviética
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Él y sus compañeros se reían porque nadie hablaba nada de ruso. Pero poco después estallaron en llantos y gritos cuando alguien les dijo, en español, que los militares habían dado un golpe de Estado en su país y Salvador Allende había muerto. Era el 12 de septiembre de 1973 y ya nada volvería a ser igual para esos jóvenes que se quedaron varados en la Unión Soviética, sin un gobierno que velara por ellos y, en algunos casos, con las comunicaciones interrumpidas con su patria y sus familiares durante muchos años. Fue como si se los hubiese tragado un vórtex hacia otra dimensión, como si hubiesen desaparecido. De alguna manera, el golpe de Augusto Pinochet los borró de la historia de Chile.
“Tuvieron que adaptarse a la cultura
soviética y sobrevivir un buen tiempo en tierra de nadie hasta que sus caminos
empezaron a trazarse: el trabajo, el estudio, la familia o el combate militar”,
explica el historiador chileno Cristián Pérez en Viaje a las estepas. Cien jóvenes chilenos
varados en la Unión Soviética tras el Golpe, un trabajo de
investigación que reconstruye el caso. “Apenas hay registro de esta historia:
el viaje a la Unión Soviética fue secreto, los documentos desaparecieron en los
primeros días del golpe, los viejos dirigentes ya no están”.
Esa ausencia de recuerdos de una historia
de la Guerra Fría impresionó mucho al fotógrafo chileno Marcos Zegers,
quien estaba en Londres y buscaba un proyecto nuevo mientras la humanidad se
paralizaba por el Mundial de Rusia 2018. Un día leyó en las noticias sobre sus
viejos compatriotas, otrora jóvenes pioneros del sueño político de los setenta,
y de inmediato supo que eran un reflejo de otro Chile, de un mundo en el que la
gente podía perderse en otros países mientras forjaban sus identidades,
aprendían nuevos idiomas y cambiaban.
“Entonces dije: ‘Me voy a Rusia, pase lo
que pase porque esta historia no tiene imágenes y alguien se las tiene que
poner'”, cuenta el fotógrafo mientras recuerda que solo se llevó sus equipos,
una bolsa de dormir y se largó hasta cerca de la frontera con Ucrania y el mar
Negro, en la región del Kubán donde está Ajtyrski.
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Iván Contreras ha vivido
en diferentes regiones rusas y también se ha movido de un país a otro en su
automóvil,
mientras trabaja por temporadas. Hoy en día vive en Rostov. |
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Víctor
Fuentes, otro de los chilenos que cursó estudios de agronomía en la Unión
Soviética, todavía vive en Ajtyrski.
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Krasnodar, la ciudad más cercana a
Ajtyrski, aún conserva edificaciones y monumentos soviéticos.
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Vitali y Denis, hijos de Víctor
Yáñez, dicen que se sienten completamente chilenos aunque no hablan bien el
español.
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Allí conoció a Yáñez y a otras personas que
recordaban un país que él nunca conoció, eran chilenos que parecían rusos pero
cuando hablaban español recreaban una nación socialista que solo existe en los
libros de historia. Y Zegers se dedicó a retratarlos durante la primera
quincena de julio de 2018, intentó plasmar sus vidas cotidianas como
sobrevivientes del golpe en Chile y, después, del desplome de la Unión
Soviética en los noventa. Eran náufragos de dos viejos proyectos políticos que
se casaron, tenían hijos y, en la práctica, son rusos en toda regla. Pero Chile
siempre está presente.
“Hice mi vida en Rusia porque los gobierno
chilenos se olvidaron de nosotros”, dice Diego Gálvez, un exitoso médico
cirujano formado en la Universidad Patricio Lumumba. Gálvez entendió rápido que
el trabajo como tractorista, mecánico o agrónomo no era para él y logró cursar
los estudios de medicina. A sus 62 años tiene hijas y nietos rusos, pero
insiste en hablar en español con ellos para practicar su idioma. “Llegamos a un
país desconocido sin saber una palabra y en Chile nadie se acordó de que
estábamos acá. Mi familia no estaba en política, pero duré años sin saber de
ellos por la dictadura, como si yo hubiese hecho algo malo. Esto solo fue una
posibilidad de estudio y la aproveché”.
Yáñez siempre fue un buen estudiante. Le
gustaba el campo y apenas se graduó tuvo que trabajar tres años en un predio
designado por el gobierno. Nadie hablaba español y empezó a notar, con terror,
que así como mejoraba su ruso se le estaba olvidando su lengua materna. “Acá se
conseguían muy buenos libros de escritores cubanos, peruanos y colombianos, de
malísima calidad de impresión, pero con la mejor literatura. Me encerré a
leerlos y así recuperé mi idioma”, dice en perfecto español. Quizá la patria es
la lengua, como decía el poeta portugués Fernando Pessoa.
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Vladimir Youshkov atesora en su biblioteca algunos volúmenes de Salvador Allende, Pablo Neruda y diccionarios sobre Chile. |
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Un grupo de exalumnos chilenos ayudó a lavar el coche de un
compañero, luego de un largo viaje. Dicen que la vida en la Unión Soviética les enseñó a colaborar y trabajar en equipo. |
A Zegers la tarea de rastrear a los 93
chilenos se le antoja titánica, por lo que prefirió centrarse en aquellos que
vivían cerca del pueblo al que llegaron, esos que no olvidaban el epicentro
sentimental de su periplo por Rusia. Sus retratos son el espejo de una
posibilidad, miradas sobre los rostros que ya cumplen más de cuatro décadas de
añoranza. “Repudio fuertemente la dictadura y todo lo que pasó en Chile
con los militares, pero en este trabajo me centré más en la vida cotidiana de
estas personas que merecen que su historia no se olvide”, explica el fotógrafo.
“Quise situarme en el lado humano, más que en la política, y esto me ha
dado una visión mucho más amplia de la historia chilena. Fue una gran
revelación”.
Todo viaje es una apuesta y Zegers, quien
tiene 30 años pero fotografía desde los 17, siente que la suerte fue generosa
con su instinto al permitirle captar una dimensión desconocida de la
chilenidad. Uno de los personajes a los que conoció en el viaje fue el
traductor Vladimir Youshkov, un siberiano de 68 años que dice ser un
chileno de corazón y lo demuestra cantando himnos socialistas, recitando versos
de Pablo Neruda y declamando, de memoria, “Se abrirán las grandes alamedas”, el
último discurso de Allende.
“Para ellos fue muy duro porque en
solo diez días perdieron su patria, imagínate esa situación”, explica Youshkov
mientras recuerda los sucesos de septiembre de 1973. “Pero esa tragedia me unió
mucho a su cultura, me enamoré de las canciones, la cueca, los dichos y hasta
la pronunciación. Entre 150 millones de rusos me tocó la suerte de ser parte de
esto y ahora queremos darles un digno lugar en la historia de Chile porque se
lo merecen”. Youshkov cedió varias imágenes de su archivo personal para la
investigación de Zegers, y así poder mostrar cómo eran los estudiantes cuando
llegaron al país.
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Víctor Fuentes, un exalumno chileno, se preparaba para
iniciar su jornada de trabajo. |
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Víctor Fuentes y Víctor Yáñez, visitaban la tumba de Luis Abarca, uno de sus compañeros. |
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Conjunto musical “Chile
Lucha” conformado por estudiantes chilenos en Rusia que se vestían como los
grupos folclóricos Quilapayún o Inti-Illimani.
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Ahora Yáñez tiene 61 años y aunque es maestro en ciencias
de agronomía no pudo ejercer por mucho tiempo porque el colapso de la Unión
Soviética quebró el koljós o granja donde trabajaba. Pero, acostumbrado a
sobrevivir, lo tomó como una nueva oportunidad por lo que se volvió a casar, se
mudó a Krasnodar y desde hace treinta años trabaja como obrero calificado en
una fábrica de artefactos para la industria petrolera. Dice que no puede
retirarse y, aunque insiste en que está fuerte, se le nota el cansancio en la
voz.
Sin embargo, uno
de los objetivos que lo hace levantarse todas las mañanas es ahorrar para su
viaje a Chile que será este 31 de enero. Será la primera vez en 45 años que
vuelve a la patria y confiesa que no sabe qué se va a conseguir, tiene nervios
y, nuevamente, el idioma es una de sus inquietudes: “La gente me asusta porque
cuenta cosas terroríficas e insisten en que Chile ha cambiado mucho. Que está
caro y que ahora la gente usa otras palabras. Ten en cuenta que hablamos un
español viejo, no es que esté mal, pero no son las mismas palabras”.
Uno de sus
proyectos es trabajar duro para que sus hijos también conozcan su país, una
travesía que espera lograr en el 2021. Aunque su familia no habla bien español,
Yáñez se emociona mucho cuando cuenta que se sienten chilenos y asegura que ya
están practicando para el viaje. Cuando se le pregunta qué es Chile para él,
después de tanto tiempo y tanta vida recorrida, guarda silencio y contesta:
“Creo que es una llamada del pasado, un deseo y será interesante cumplirlo.
Quizá al llegar algo se me despierte por dentro, pero todavía es un sueño”.
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En una zona rural de Ajtyrski se
encuentra este monumento a los soldados caídos en las guerras que reza “Nunca
serán olvidados”.
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[Fuente: www.nytimes.com]
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