sexta-feira, 27 de setembro de 2013

La escritura epistolar, antes y ahora


Estamos ante el más viejo de los nuevos medios. Junto al mensaje de texto por teléfono móvil, el correo electrónico es el «abuelo» que ha visto nacer y crecer la blogosfera, las redes sociales, los sistemas de videoconferencia, los microblogging, wikis y todo el abanico de herramientas 2.0 que envuelven la comunicación de nuestro día a día.

¿Escribir un correo electrónico es escribir una carta? Lo cierto es que es imposible negar la estrecha relación que existe entre ambos, el postal y el electrónico, a pesar de sus notorias diferencias.

Tal y como lo definía López Alonso en 2003 «la carta y el correo electrónico son dos géneros diferentes aunque puedan pertenecer a un mismo discurso epistolar del que ambos heredan, al menos parcialmente, algunas propiedades comunes». Encontramos ciertas semejanzas en el régimen enunciativo, en el esquema de interacción, en su funcionalidad pragmática y en la organización paratextual. La propia terminología que empleamos es una metáfora del correo postal tradicional: correo, buzón, enviar. Y el paratexto diseñado para los entornos gráficos también nos lleva a imágenes o iconos con referencias al correo habitual: el sobre, el papel para un nuevo correo, la dirección…

A pesar de las semejanzas, percibimos el correo electrónico como un mensaje distinto, dado que lo colocamos en un espacio virtual con una recepción inmediata y, por lo tanto, sus características son diferentes.

En el correo electrónico acortamos los textos —dedicamos menos tiempo, tanto para su escritura como para su lectura—, los mensajes son más cortos pero también más numerosos. El intercambio de información se acelera, la interacción es más dinámica y espontánea y, en algunos correos electrónicos con un ritmo más acelerado, la apertura y el cierre (el saludo y la despedida) de nuestros mensajes incluso se suprimen.

Con el paso de los años y la utilización constante del correo electrónico, hemos ido autoadquiriendo licencias gráficas, principalmente en los correos personales. No repasamos lo que escribimos y los errores que se pueden cometer al escribir en el teclado no se tienen demasiado en cuenta, ni siquiera si se trata de las denominadas «faltas de ortografía graves», aunque insistimos en la mala imagen que se da al cometerlas, aun en un contexto coloquial.

Intentamos comunicar rápidamente y la importancia se centra en el contenido del mensaje y en lo que queremos expresar. Precisamente, por ello y para enfatizar nuestro estado de ánimo y establecer una comunicación personal más íntima, repetimos constantemente ciertas grafías, reduplicamos o alargamos en más de dos pulsaciones, los puntos, las comas, los signos diacríticos tienden a reducirse, y los interrogantes, las exclamaciones y los puntos suspensivos se multiplican para enfatizar lo que deseamos expresar: «Holaaaaaaa!!!!» «En serio?????», «Bien!!!! Nos vamos de vacaciooooooones!!!!».

Esta repetición de caracteres ha sido entendida por muchos autores como un recurso para reflejar en el lenguaje escrito determinados alargamientos característicos de la expresión oral o bien para representar el énfasis que se da a una sílaba determinada y, por lo tanto, a la palabra o al concepto. Hemos adquirido determinados hábitos y licencias porque el correo electrónico no permite que nuestro interlocutor perciba nuestro estado de ánimo en tiempo real; el ejemplo más gráfico es el uso de los emoticonos.

El correo electrónico es mucho más rápido que el postal, permite acelerar nuestros procesos comunicativos interpersonales y acceder a un gran número de personas simultáneamente. Es un medio asincrónico porque rompe las barreras espacio-temporales y otorga un alto grado de interactividad, dada la constante y continua retroalimentación entre el emisor y el receptor.

Sin embargo, a finales del siglo pasado, el correo electrónico era aún un sistema de comunicación novedoso que, para ser efectivo, dependía de la convivencia con otros medios de comunicación. Enviar un correo electrónico a un organismo o a un medio de comunicación suponía, además, realizar una llamada telefónica para advertir del envío del mismo, y asegurarnos así de que el contenido se leyera.

El correo electrónico ha facilitado la comunicación y no ha provocado la desaparición de otros medios de comunicación —como algunos preveían— pero sí ha condicionado sus usos. No ha sustituido (al menos no completamente) ni al fax, ni al teléfono, ni a la carta. Seguimos enviando un fax para determinadas gestiones administrativas o llamando por teléfono a un amigo para compartir algo con él. Y sí, seguimos utilizando el correo postal —para invitaciones a actos, felicitaciones navideñas, postales de viajes, avisos de la administración pública o cartas de agradecimiento—. La riqueza del correo electrónico es que también puede utilizarse para escribir un mensaje como si fuera una carta tradicional. La plasticidad de la herramienta y su asimilación por parte de los usuarios ofrecen muchas posibilidades al correo electrónico. Dependiendo del mensaje, el destinatario, el tema tratado y los objetivos el empleo de esta herramienta puede variar.

Por contra, tener miles de contactos a golpe de clic implica estar expuesto a un bombardeo de mensajes irrelevantes que pueden mermar nuestra productividad si no sabemos gestionar correctamente las diferentes direcciones de correo de las que disponemos, los filtros, las carpetas o la libreta de direcciones.

Enviar un correo electrónico hoy es una actividad cotidiana, e incluso necesaria tanto en el ámbito personal como profesional. Llegamos a la oficina y lo primero que hacemos es revisar nuestro correo que mantenemos abierto durante muchas horas y consultamos frecuentemente. De hecho, del tiempo total que pasamos delante de nuestro ordenador, casi un 25 % lo dedicamos a revisar nuestro correo electrónico. La revisión continua de nuestros mensajes puede llegar a convertirse en una obsesión; el correo electrónico transmite una sensación de que algo está pasando, de urgencia, que se potencia por el hecho de que el orden de recepción de los mensajes entrantes sea cronológico en lugar de estar determinado por su relevancia.

A lo ya comentado hay que añadir el denominado síndrome del «mensaje fantasma» —generado por la conexión permanente a internet que posibilita el uso de dispositivos móviles— que consiste en la constante sensación de estar recibiendo mensajes cuando estos avisos (sonoros o de vibración) no se están produciendo, a través de cualquiera de las múltiples plataformas disponibles desde un teléfono: SMS, Whats App, correos electrónicos, Facebook, Twitter, llamadas. O, como comentaba Cristina Castro, el síndrome de Diógenes llevado al correo electrónico, consistente en guardar todos los mensajes («basura» incluida) que llegan al correo.


SOBRE LOS AUTORES
Rebeca Díez es periodista y comunicadora, profesora de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Politectnica de Valencia, donde codirige el congreso sobre redes sociales «Comunica 2.0».
Luis López formador e investigador en comunicacion digital y nuevos medios, coordinador del congreso «Comunica 2.0».

[Fuente: www.manualdeestilo.com]

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