“Pachuchos” puede ser una comida para perros; “aguacero”, ni gota de agua; y “universo”, un poema de una línea
Los Reyes Magos entregan juguetes a un niño enfermo hospitalizado en el hospital San Pau de Barcelona.
Escrito por ÁLEX GRIJELMO
El genio del
idioma español también se divierte. Ya sabemos que, por un lado, ese personaje
misterioso dicta ciertas normas mágicas que millones de hablantes obedecen sin
darse cuenta. Por ejemplo, ha decidido que nuestros vocablos patrimoniales no
formen plurales como “árbols” o “relojs”. Pero, por otra parte, el gran
encantador de la lámpara maravillosa del lenguaje también es capaz de inventar
juegos de palabras y poseer para ello las mentes desavisadas de José Luis Coll,
Les Luthiers o Luis Piedrahita, sin excluir cualquier otra cabeza invadida por
el ingenio del genio.
En el Diccionario
de Coll (1975) supimos que “pateo” es “negar a Dios con los pies”: con Les
Luthiers aprendimos
que se dice “monólogo” cuando habla uno, pero que si lo hacen dos se trata ya
de un “biólogo”, y Luis Piedrahita ha imaginado el término perfecto para
definir la enfermedad de aquellas personas que acumulan en casa decenas de
botes de gel robados en los hoteles: el síndrome de Diógeles. (Hallazgos como
éste menudean en su espectáculo Las amígdalas
de mis amígdalas son mis amígdalas o en su último libro: Cambiando muy poco, algo pasa de estar bien
escrito a estar mal escroto).
Sin embargo, el aprendizaje de algo tan juguetón
como la lengua se convierte para muchos escolares en un empeño desalentador.
Ciertas gramáticas que sufren los alumnos incluyen frases como éstas:
“El complemento de régimen verbal es un sintagma
preposicional que se forma mediante la preposición que exige el verbo y un
sintagma nominal”. “El complemento predicativo es un sintagma adjetivo que
complementa a los verbos predicativos y concuerda en género y número con el
sintagma nominal”.
Ningún niño puede amar la lengua así.
La gramática no tiene por qué ser un potro de
tortura en el que se exija a los alumnos clasificar oxítonas, paroxítonas y
proparoxítonas; clíticos, enclíticos y proclíticos; las parasintéticas, los
deícticos, los transpositores y otros sintagmas diversos.
Si niños y niñas disfrutan con los juguetes,
hagamos primero que jueguen con la lengua. Y dejemos para mucho más adelante
los términos técnicos y precisos con los cuales se entienden los gramáticos
entre sí (mucho tiempo después de haber sido niños, claro).
Fue sorprendente el ejemplo de los escolares
asturianos que participaron en los homenajes a Les Luthiers con motivo del
premio Princesa de Asturias que recibieron en Oviedo el pasado octubre. Sus
profesores y la fundación que organiza los galardones los convocaron a jugar con las palabras, y consiguieron recrear más de 4.000
términos.
Así, “pachuchos” pasó a ser una comida para
perros; el “leotardo” da nombre a un leopardo de reacción tardía; la
“buhardilla” representa una mezcla de ardilla y búho; la “encuesta” refiere una
subida muy pronunciada; “aguacero” no puede significar otra cosa que “ni gota
de agua”; el “universo” es un poema de una sola línea, y se llama “solfatear” a
lo que hace el perro de un músico cuando está buscando el sol.
Vale la pena que en el año nuevo los niños jueguen
con el lenguaje y con la gramática como con un amigo y una amiga, tal vez con
el apoyo del Diccionario de Coll, los vídeos de Les Luthiers o los
libros de Piedrahita. Tal vez así digan orgullosos en el colegio que los Reyes
Magos les han traído unos juegos estupendos: los juegos de palabras.
Sem comentários:
Enviar um comentário