A muchos les sonarán inadecuadas
las traducciones en español para la gran idea que piensan en inglés
Fabio Florencio, responsable de Fun Academy, y Bruna Silva, diseñadora de juegos
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Escrito por ÁLEX GRIJELMO
Los
anglicismos progresan entre nosotros. Ya hemos dicho que no por eso va a bajar
el producto interior bruto, así que debemos plantear el problema en su justa
medida: en efecto, esto es mucho más grave.
El desinterés de algunos comunicadores por aportar palabras del español (nuevas
o viejas) ante lo que llega nombrado en inglés incrementa seguramente la
sensación hispana de inferioridad.
Y en el momento en que empezamos a sentirnos
inferiores, somos ya realmente inferiores.
De ese complejo en la lengua se derivarán
renuncias en otros terrenos: no nos creeremos competitivos, desdeñaremos el
talento cercano, no apreciaremos la innovación propia, desistiremos de ciertos
empeños. El aleteo de una mariposa psicológica que vuele en nuestro lenguaje
puede producir al otro lado de los vocablos un verdadero cataclismo. Y quién
sabe si ese conocido efecto del lepidóptero se desatará con una mera palabra
como start-up. A lo mejor no, pero más valdría no correr
riesgos.
Este anglicismo vino para prestigiar (raro será el
anglicismo que desprestigie) a las empresas nuevas e innovadoras.
En inglés, el verbo to start equivale a “empezar”, “emprender”. Al ir
acompañado del adverbio up (que significa “hacia arriba”), la idea que
ambos términos componen puede expresarse en español con “emerger”, y también
con “brotar”, “surgir”, “despuntar”, “descollar”, “despegar”, “irrumpir”…
Traducciones hay. Pero a muchos les sonarán inadecuadas
esas opciones en castellano para la gran idea que piensan en inglés. Y así se
manifiesta de lleno ese complejo. No les valdrán ni “empresas despuntantes”, ni
“brotantes” ni “descollantes” o “irruptoras”, ni siquiera “empresas
incipientes”. Y añadirán, ay, que ninguno de esos términos equivale a lo que
significa start-up. En efecto, como ya apuntó Gregorio
Salvador en Semántica
y lexicología del español a partir de la locución “vestir de sport” (Paraninfo, 1985) y como ha desarrollado
más recientemente Juan Gómez Capuz en La
inmigración léxica (Ariel, 2005), el extranjerismo suele alterar en español el ámbito que
tenía en la lengua de origen. (Para nosotros, ponerse ropa de sport no es ponerse ropa para hacer deporte).
Pero eso ya había ocurrido en inglés con el primigenio start-up, que, pudiendo designar a cualquier empresa
nueva, se especializó en las innovadoras o tecnológicas.
De ese modo, si alguien crea un negocio a través
del iPhone, eso es una start-up. Y si monta una floristería, eso no lo
es. Aunque vaya como un tiro.
Ahora bien, nada impide que tal fenómeno de
especialización que se dio en la palabra extranjera se produzca también en las
propias. Por ello cabría defender la alternativa “empresas emergentes”; que puede servir, sí, para cualquier tipo
de negocio que brota, pero que se diferenciaría a su vez de “empresas nuevas”
(como la floristería). Los contextos reiterados afinarían el sentido, y así
ocurrió por ejemplo con “ordenador”: ya no pensamos a bote pronto en el “jefe
de una ordenación u oficina”.
Si esta posibilidad llegara a consolidarse en los
medios y entre la gente, hablaríamos de “las emergentes” y no de “las start-ups”; con el adjetivo en función de nombre, del mismo
modo que decimos “las eléctricas” en vez de “las empresas eléctricas”.
Mientras fragua o no fragua esa opción, “las start-ups” siguen entre nosotros. Pero el problema no
lo tiene el idioma. Lo tienen nuestros complejos.
[Foto: PEPE OLIVARES – fuente: www.elpais.com]
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