La palabra “etiqueta” ya figuraba en el primer diccionario académico,
y luego se llamó “etiquetero” al que gastaba cumplimientos excesivos
Escrito por ÁLEX GRIJELMO
Las invitaciones de cierto relumbrón a
homenajes, fiestas o entregas de premios con gente de alto copete hacen constar
ahora el dress code; escrito así, en inglés. Como si en
español no hubiera palabras para traducir ni dress (traje, vestido, vestimenta,
indumentaria, atavío…) ni code (código, regla, norma…).
El dress code es por tanto el vestuario, la forma de
vestir, la ropa que se ha de llevar a un acto social; la “etiqueta” que,
introducida aquí por los borgoñas (siglo XII), ya figuraba en el primer
diccionario académico (1732) con este texto: “Ceremonial de los estilos, usos y
costumbres que se deben observar y guardar en las casas reales”. Con el tiempo,
la etiqueta se extendería a cualquier fiesta de cierta formalidad; hasta el
punto de que se llamó “etiquetero” al que gastaba cumplimientos excesivos.
Pues bien, si hace siglos que se
organizan actos sociales a los que cientos de invitados acuden vestidos
conforme a lo que se espera de ellos, ¿cómo es posible que hasta descubrir lo
del dress code no supiesen cómo indicar eso en las
invitaciones y que sin embargo todos los asistentes cumplieran el protocolo?
Una de las razones puede radicar en
que antes no se mencionaba ni dress code ni nada que se le pareciese. Las
invitaciones solían poner: “Caballeros, traje y corbata; señoras, vestido
largo” (por ejemplo). Sin más. Ahora, en cambio, a todo eso le precede el aviso dress
code, como si hiciera falta para comprender el mensaje. Si
ya se dice “caballeros, traje y corbata; señoras, vestido largo”, todos sabrán
que esa es la ropa recomendada por el anfitrión para que no desentonen. Añadir dress
code es no añadir nada.
Algo parecido sucedió hace años cuando
se empezó a incluir en las tarjetas de visita el correo electrónico. Se
indicaba en muchas de ellas: “e-mail: fulanodetal@menganasa.com”. Pero ya quedaba claro
que eso era un e-mail, con su arroba y su canesú. Antes de
inventarse el cibercorreo, en las tarjetas se escribía la dirección de la
persona sin que se pusiera delante “dirección postal”. Si se leía “Andrés
Martínez Zatorre, nº 3”, ya entendíamos que era una dirección postal. Pues
igual de innecesario resultaba eso de aclarar que se trata de un e-mail.
Entonces, ¿se escriben esos
anglicismos para mejorar la comunicación sobre una fiesta a la que se nos
convoca o sobre el correo que alguien nos facilita? No. Estamos una vez más
ante un lenguaje que no pretende significar, sino connotar. Porque si se indica
“caballeros con esmoquin, señoras con pamela”, cualquiera con dos dedos de
frente (aunque los tape la pamela) sabe que se está señalando cómo ha de ir uno
vestido al acto. ¿A qué viene, pues, añadir entonces e-mail antes, y dress
code ahora?
Pues viene a lo mismo que el novísimo save
the date (o “reserve la fecha”) que se escribe en el asunto
de un mensaje para darse pisto al avisar a alguien con tiempo de que tal acto
se va a celebrar tal día. Porque con ese save the date se dice también lo que cualquiera ya
deduce al leer la invitación. Si usted ha recibido la convocatoria, entenderá
que quien la remite desea contar con su presencia y, por tanto, se lo comunica
con cierto margen. Si no quisiera que acudiese, no le invitaría.
Así que cuando se escribe e-mail, dress code o save the date de forma innecesaria, alguien se está
tirando el folio. Pero oiga: si le ha invitado a su fiesta, tampoco vaya a
protestar por esto.
[Foto: EVA VÁZQUEZ – fuente: www.elpais.com]
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